Hizo una seña para que uno de sus hombres se acercara y le susurró algo al oído. El subordinado asintió antes de retirarse con rapidez.***Después de casi dos días de investigación, Enzo por fin dio con algunas pistas que podían ayudar. Entró a la oficina de Daisy y, con expresión seria, colocó un expediente sobre su escritorio.—Jefa, encontré la información sobre esa serie de números.Daisy dejó a un lado su pluma, abrió la carpeta y, al ver «Brigada M» en el reporte, sus ojos mostraron un brillo peligroso.—¿Estás seguro de esto? —preguntó con un tono gélido.—Verifiqué los datos un par de veces. No cabe duda: la Brigada M es una fuerza estatal que no tiene relación con Y —respondió Enzo, igual de sorprendido. Desde el principio también había sospechado de Y. Las evidencias que tenía apuntaban a que no estaba conectado con el asesino que Daisy perseguía desde hacía décadas, pero a él siempre le pareció un hombre demasiado enigmático. Más aún desde que supo que era el hermano gemelo
Abrió una página web, tecleó la dirección y «hackeó» el sitio en unos pocos minutos, a pesar de las múltiples capas de cifrado.El contenido, aunque confidencial, no le resultó de gran ayuda: buscaba pistas sobre el líder de la Brigada y no encontró ni un solo indicio. Daisy no se dio por vencida.Esa noche, al volver a la casa de los De Jesús, revisó la página con lupa de arriba abajo… sin avances. «¿Quién demonios se oculta tras toda esta cortina?» se preguntó con frustración.Intentó otro enfoque, centrándose en la familia Ortega. Si la Brigada M tenía relación con ellos, debía haber algún rastro. Pero sacarle información a Fausto Ortega no era tarea sencilla. Era un hombre de pocas palabras y muy cauto. Llevaban semanas siguiéndolo en secreto y, aparte de su encuentro con Fernando, no tenía contacto con nadie relevante.«Fernando…» Al pensar en él, la mirada de Daisy se tornó oscura. Nadie había podido esclarecer el nexo entre Fernando y Fausto. Pero era obvio que algo había, o Fer
—Vaya, no sabía que tuvieras tanta imaginación. Y… vaya que te sobra la vanidad.Antes de que él replicara, Daisy retiró su mano con un tirón y alzó la palma en señal de «stop».—Si quieres que te cambie el vendaje, cierra el pico.Poniendo fin al intercambio, señaló el sofá que se encontraba en medio de la habitación.—Siéntate ahí.Conociendo el carácter de Daisy en esos momentos, Fernando prefirió obedecer sin chistar y se acomodó en el sofá. Daisy trajo el botiquín y se situó detrás de él para quitarle las vendas y sanear la herida. Cuando vio la infección, frunció el ceño con preocupación.—¿Qué estuviste haciendo estos días? —preguntó con un tono que sonaba más a reproche clínico que a curiosidad personal.Como doctora, era imposible que Daisy no manifestara cierta molestia si veía que un paciente había descuidado así su lesión.—Nada en particular —respondió Fernando, sin voltear. Sin embargo, en un acto reflejo, dirigió la mirada sobre el hombro para contemplar el perfil de Dai
El silencio de Fernando confirmó que no era una pregunta simple. Daisy se cruzó de brazos, con la mirada llena de sospecha:—No parece tan difícil. La última vez me diste un pretexto muy conveniente, ¿por qué esta vez no hablas?—Si repito mi versión, ¿me creerías? —replicó Fernando, clavando los ojos en ella—. Si sé que no confiarás en mis palabras, ¿de qué sirve explicarlo?Daisy sacó su teléfono, abrió un video y se lo mostró. Las imágenes captaban a Fernando reuniéndose con Fausto a altas horas de la noche.—Si no tienen nada que ver, ¿por qué verse de forma tan clandestina?Fernando vaciló, pero al final decidió hablar con franqueza:—Si te digo que es para investigar lo que pasó hace años… para ayudarte a descubrir la verdad, ¿me creerías?—¿Ayudarme a investigar la verdad? —repitió ella con una mezcla de duda y sarcasmo. En su mente, Fernando no tenía por qué involucrarse. Para él, Daisy no era más que una exesposa con la que no compartía ningún lazo emocional.La mirada de desc
DESPUÉS DE UNA GRAN EXPLOSIÓN***EN EL QUIRÓFANO***—¿Dónde está su esposo? ¿Cómo es que no ha llegado todavía? ¡No tenemos tiempo! —preguntó el médico, con evidente urgencia.—No quiere venir —respondió la enfermera, resignada—. Dijo que la dejemos… que se las arregle sola.Daisy La Torre, acostada en la camilla de operaciones, cubierta de heridas y apenas respirando, escuchó esas palabras y, con un esfuerzo que parecía imposible, levantó la mano.—Deme un teléfono…La enfermera, al verla luchar de esa manera, no dudó en pasárselo; tras lo cual Daisy, con el dolor recorriendo cada rincón de su cuerpo, marcó un número que había memorizado como si fuera parte de ella. Observó la pantalla mientras los tonos de llamada sonaban una y otra vez, a punto de desconectarse, hasta que finalmente una voz fría respondió:—Te lo dije. Si vive o muere, no tienen nada que ver conmigo. —Era la voz de Fernando, dura, sin una pizca de empatía.—Fernando… —cada palabra que salía de la boca Daisy le pro
Al día siguiente, muy temprano, Fernando se encaminó al trabajo tras pasar toda la noche en el hospital, velando a Frigg, quien no le había permitido que se marchara debido al dolor de sus heridas. Mientras viajaba hacia la oficina, cruzó por un semáforo en rojo, y, de repente, le ordenó al chófer:—Regresa a casa.El cansancio lo abrumaba. Llevaba dos días con la misma ropa, y la incomodidad comenzaba a hacerse insoportable. Aunque lo último que quería hacer era regresar a la mansión. Sin embargo, al llegar, no lo recibió la habitual y cálida bienvenida de Daisy, sino un ambiente frío y silencioso, y un documento descansaba sobre la mesa del comedor.«El Acuerdo de Divorcio».Fernando se acercó con el ceño fruncido, y sus ojos se clavaron en la firma y la llave que descansaba sobre el papel. Por un instante, su mirada se oscureció, cargada de confusión y resentimiento, antes de subir las escaleras. Por primera vez, decidió entrar en el cuarto de Daisy, ya que, durante los tres años
Ciudad N, a hora y media de Ciudad R.Daisy, completamente disfrazada, llegó puntual a la imponente casa de los Ortega.Con el pretexto de ofrecer un tratamiento médico, aprovechó que nadie la observaba para hipnotizar a Erik. Sin embargo, su plan no dio frutos y no consiguió obtener ni una pista útil de él.Con las manos vacías, Daisy caminaba perdida en sus pensamientos, cuando, de repente, un dolor punzante en la frente la sacó de su trance.—No puede ser…Las palabras de disculpa se quedaron atoradas en su garganta al levantar la mirada y ver quién estaba frente a ella.¿Fernando?Su mente se nubló por un instante. ¿Cómo era posible que él estuviera allí? «Qué pequeño es el mundo», pensó.Sin embargo, a pesar del shock inicial, en apenas dos segundos, Daisy desvió la mirada y se alejó sin decir ni una sola palabra ni mostrar expresión alguna.Fernando se quedó inmóvil, observando como la mujer se alejaba, mientras algo en su interior parecía agitarse. ¿Por qué había cambiado de ac
—¿Un billón? —Fernando no vaciló ni un segundo—. Hecho.Tres años atrás, un intento de asesinato lo había dejado al borde de la muerte, pero había sido una chica, Frigg, la que había arriesgado su vida para salvarlo. A pesar de las graves heridas, ella le dio la oportunidad de vivir. Aquella noche compartieron más que peligro: una noche de pasión que ardió con fuerza. Sin embargo, al amanecer, Frigg había desaparecido. En la oscuridad, no había podido verla claramente, pero jamás había podido olvidar su aroma a hierbas medicinales.Después de investigar, descubrió que pertenecía a la familia Mero. Frigg había enfrentado problemas de salud toda su vida, y se había mantenido a base de medicinas naturales. Según su relato, el día del ataque, ella había sido secuestrada y, al escapar, había coincidido con él.Con su cuerpo malherido, a sus apenas dieciocho años, le había dado todo lo que podía para salvarlo.Fernando le había prometido un matrimonio. Sin embargo, su abuela, María, estaba