¡Yo no acepto el divorcio!
¡Yo no acepto el divorcio!
Por: Gin
Capítulo 1
DESPUÉS DE UNA GRAN EXPLOSIÓN

***

EN EL QUIRÓFANO

***

—¿Dónde está su esposo? ¿Cómo es que no ha llegado todavía? ¡No tenemos tiempo! —preguntó el médico, con evidente urgencia.

—No quiere venir —respondió la enfermera, resignada—. Dijo que la dejemos… que se las arregle sola.

Daisy La Torre, acostada en la camilla de operaciones, cubierta de heridas y apenas respirando, escuchó esas palabras y, con un esfuerzo que parecía imposible, levantó la mano.

—Deme un teléfono…

La enfermera, al verla luchar de esa manera, no dudó en pasárselo; tras lo cual Daisy, con el dolor recorriendo cada rincón de su cuerpo, marcó un número que había memorizado como si fuera parte de ella. Observó la pantalla mientras los tonos de llamada sonaban una y otra vez, a punto de desconectarse, hasta que finalmente una voz fría respondió:

—Te lo dije. Si vive o muere, no tienen nada que ver conmigo. —Era la voz de Fernando, dura, sin una pizca de empatía.

—Fernando… —cada palabra que salía de la boca Daisy le producía un dolor insoportable—. Después de que te llevaste a Frigg, los secuestradores hicieron explotar la bomba. Estoy gravemente… herida…

—¡Ja! —exclamó, interrumpiéndola—. Daisy, tu actuación no hace más que mejorar. Ese tono débil casi suena real.

—No te estoy mintiendo… realmente estoy…

—¿De verdad? —volvió a interrumpirla Fernando, con un tono mucho más cruel—. Entonces te deseo un rápido viaje al infierno.

—Créeme… por favor… —insistió. Sin embargo, ya no obtuvo respuesta; solo el frío tono de llamada finalizada.

Sin embargo, sin rendirse, Daisy intentó llamar de nuevo, pero lo único que recibió fue una fría notificación:

«Lo sentimos, el número con el que intenta contactarse se encuentra fuera de servicio».

El médico, que había presenciado toda la escena, no pudo evitar intervenir, con un tono preocupado:

—Señorita, su situación es muy delicada. Si tiene algún otro familiar, ellos también podrían firmar.

Sin embargo, ella no tenía a nadie más. No había otra persona en el mundo que pudiera firmar, y él acababa de rechazarla.

Las lágrimas amenazaron con desbordarse de sus ojos, pero Daisy se obligó a contenerlas, negándose a mostrarse débil. Forzó una sonrisa a pesar del dolor que la desbordaba.

—¿Puedo firmar yo misma?

El médico la miró un momento antes de asentir con gravedad.

—Sí, puede hacerlo.

Con el último aliento que le quedaba, Daisy firmó la autorización para la cirugía; sus manos temblaban mientras escribía su nombre.

La operación duró cuatro horas. Los médicos hicieron todo lo posible por salvarla, pero, dos horas después del procedimiento, Daisy comenzó a empeorar y, rápidamente, fue trasladada de urgencia a la UCI.

VEINTICUATRO HORAS EN COMA.

Aunque Daisy no podía abrir los ojos, su conciencia estaba intacta, y podía escuchar las conversaciones de las enfermeras que le cambiaban los vendajes.

—Aunque las cosas estén mal en un matrimonio, si su mujer está tan herida, ¡no puede simplemente ignorarla! —dijo una de ellas, incrédula—. No tienes idea. Después llamé varias veces y seguía apagado. ¿Acaso no le importa nada?

Otra enfermera bajó la voz, como si compartiera un secreto.

—Escucha esto, ¡es una primicia! Ese CEO de Unión Suárez, Fernando Suárez, del que dicen que nunca se le ha visto con una mujer, y que, a los treinta años, sigue soltero, en realidad tiene novia y está aquí en el hospital. Está internada en la suite VIP del último piso, ¡y él no se ha movido de su lado ni un segundo en las últimas veinticuatro horas!

—¿Ves? ¿Cómo puede haber tanta diferencia entre ellas? Una tiene a su novio cuidándola sin separarse ni un momento, y la otra tiene un esposo que ni siquiera se digna a firmar para autorizar su cirugía.

¡Así que Fernando estaba tan cerca! Lo suficiente como para averiguar fácilmente que ella no le estaba mintiendo. Sin embargo, él había elegido no gastar ni un segundo de su tiempo en ella. Simplemente porque… ¡no era digna!

De repente, los ojos de Daisy se abrieron con una intensidad que asustó a la enfermera que le limpiaba el rostro.

—¡Ah…! ¡Has despertado!

De inmediato, Daisy fue sometida a un chequeo completo, y, cuando confirmaron que no había daño adicional, la trasladaron a una habitación común.

Esa misma noche, con el hospital en calma y el silencio llenando los pasillos, Daisy, aún sin poder caminar bien, se quitó la máscara de oxígeno y, arrastrando su pierna izquierda lastimada, logró llegar al último piso.

Desde el otro lado del vidrio, observó la escena en el interior de la suite VIP. Fernando estaba allí, sentado junto a la cama, alimentando a Frigg con paciencia. Cortaba pequeños pedazos de fruta y los llevaba a su boca con cuidado.

Daisy cerró los puños con fuerza, pero no pudo detener la sensación de miles de agujas perforándole el corazón.

Tres días antes, Daisy y Frigg Mero habían sido secuestradas. Daisy sabía lo importante que era Frigg para Fernando y, pese a ser rivales, había hecho lo posible por protegerla. Dos días y dos noches, había soportado la tortura de los secuestradores, mientras Frigg apenas había sufrido unos cuantos rasguños. Hasta que finalmente, Fernando llegó…

—Elijo a Frigg. En cuanto a Daisy, hagan lo que quieran con ella.

Sus palabras aún resonaban en su mente. No solo no había mostrado preocupación por ella, sino que además había insinuado que todo el secuestro había sido una farsa planeada por ella misma. No había confiado en ella, ni siquiera un poco.

Desde el otro lado del vidrio, Daisy miró a la pareja: Fernando y Frigg lucían como la pareja perfecta. Todo lo que Daisy había hecho durante estos años se le antojó ridículo, y el amor que alguna vez había brillado en sus ojos se apagó, convirtiéndose en hielo y cenizas.

—Es hora de terminar con esto —murmuró.

Cuando Daisy se dio la vuelta para irse, Fernando sintió un escalofrío inexplicable y giró la cabeza de repente. Al mismo tiempo, Frigg soltó un leve quejido de dolor, por lo que su atención volvió a ella

—¿Qué pasa? —preguntó, inclinándose hacia Frigg con preocupación.

Frigg miró disimuladamente hacia la puerta y luego sonrió con debilidad.

—Me moví mal y tiré de la herida —dijo, tratando de minimizarlo.

—¿Necesitas que llame al médico?

—¡No soy tan frágil! —intentó bromear Frigg—. Aunque, Fer, deberías irte ya. Has estado aquí conmigo todo el día. La señora La Torre ya debe estar molesta… —Hizo una pausa, antes de añadir en un tono más reflexivo—: Fer, en realidad, ella no tiene la culpa. Sin importar lo que haya pasado entre nosotros en el pasado, ahora tú eres su esposo. No existe mujer en este mundo que tolere que su marido cuide de otra mujer. Así que, si hace algo, es porque tiene razones. No te enojes con ella, o con la abuela…

—Es tarde ya —la interrumpió Fernando—. ¡A dormir, Frigg!

—Pero…

—¡Hazme caso!

—De acuerdo… —repuso Frigg, cerrando los ojos, resignada.

Fernando la observó en silencio hasta que estuvo seguro de que se había quedado dormida. Entonces, volvió a mirar hacia la puerta. ¿Qué había sido aquello que había sentido? Rápidamente, recordó la voz débil de Daisy en la llamada, y sus labios se apretaron en una fina línea, hasta que por fin se levantó.

Antes de que pudiera dar un paso, sintió cómo Frigg tomaba su mano, apenas susurrando:

—Fer…, mi herida todavía me duele un poco. ¿Puedes soplarla para que se alivie?

Los ojos oscuros de Fernando mostraron un destello de duda; pero, tras un momento, asintió, con la voz baja y profunda:

—De acuerdo.

***

Daisy no volvió a su habitación en el hospital. En su lugar, salió directamente y tomó un taxi rumbo a la casa donde había vivido con Fernando durante los últimos tres años.

Mientras recorría el pasillo hacia el interior de la vivienda, los recuerdos comenzaron a invadirla como una marea imparable. Había momentos amargos, cargados de dolor, y otros llenos de tensión, pero ¡ninguno dulce!

Él siempre había creído que su matrimonio había sido una trampa cuidadosamente planeada por ella. Y, aunque no estaba del todo equivocado, Daisy no lo había hecho por dinero ni por la posición que él pensaba. No, lo único que ella quería estar con él. Porque lo amaba.

Durante esos tres años, Daisy creyó que con el tiempo podría probar que su amor era genuino, sin intereses ocultos. Sin embargo, lo único que había logrado había sido aumentar el desprecio que Fernando sentía hacia ella. Y ahora, las palabras que él le había dicho ese día, se repetían una y otra vez en su mente, como un eco cruel.

«¡Entonces te deseo un rápido viaje al infierno!»

Daisy apretó los labios, con los ojos nublados por las lágrimas contenidas.

—Fernando, quizá nunca te diste cuenta… pero yo siempre viví en el infierno. Durante estos tres años traté de salir de él, intenté ser alguien normal y estar a tu lado. Pero, como no lo valoraste… es hora de cumplir tu deseo.

Con esa resolución en mente, Daisy comenzó a empacar. Tomó solo lo que le pertenecía y desechó lo que ya no necesitaba. Sobre la mesa del comedor, dejó los documentos de divorcio, junto a las llaves de la casa.

Finalmente, se marchó sin mirar atrás, sin un solo rastro de vacilación.
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