Capítulo 6
Cuando Fernando la giró y vio su rostro, su expresión se oscureció al instante.

La mujer tenía una figura similar a la de Daisy, pero al mirarla de frente, no había comparación. Su rostro era común y corriente, completamente opuesto a la belleza única de Daisy.

Al darse cuenta de que realmente encontraba a Daisy atractiva, la ira aumentó en su pecho.

—Guapo, tu manera de ligar es única, me gusta —dijo la mujer, acercándose a Fernando, casi abrazándolo—. Mi casa está cerca, ¿por qué no…?

—Me he equivocado de persona —la interrumpió Fernando, dando un paso atrás, haciendo que la mujer casi perdiera el equilibrio. Sin embargo, no se molestó, sino que, con una sonrisa, se acercó de nuevo.

—No seas tímido, somos adultos. ¿Qué tiene de malo?

Fernando lanzó una mirada helada hacia Thiago, quien se apresuró a intervenir, separando a la mujer y disculpándose rápidamente.

Cuando ambos se marcharon, Daisy subió al coche de Enzo y, poco después, se quitó lentamente la máscara de látex que cubría su rostro.

Había pensado que sería un encuentro fortuito, pero ahora estaba claro que Fernando la había estado esperando deliberadamente.

Lo que no lograba entender era por qué tanto alboroto. ¿Qué quería de ella?

Ella ya había pedido el divorcio, sin reclamar ningún tipo de compensación, entonces, ¿qué más podía necesitar de ella?

Enzo, también desconcertado por la situación, no pudo evitar soltar:

—Jefa, acabo de enterarme… Fernando no está buscando a Jade, está buscando a su esposa desaparecida…

—Sí, soy yo —respondió Daisy sin vacilar.

—¿Estás casada? —preguntó Enzo, sin poder disimular su sorpresa.

—Lo estuve, pero ya me divorcié.

—¿Es por Frigg?

El hecho de que Fernando estuviera dispuesto a pagar una fortuna por Frigg, dejaba claro que su relación iba más allá de lo común.

Enzo bufó, maldiciendo entre dientes.

—Ya lo decía yo… Ese hijo de rata siempre hace lo mismo… Es como su maldita madre.

Daisy captó el significado de sus palabras, y con renovado interés, preguntó:

—¿Qué hay entre tú y la familia Mero…?

—No tengo nada que ver con los Mero —respondió Enzo, apretando el volante con fuerza.

Aquel era un tema doloroso, que Enzo nunca había querido compartir con Daisy. No porque no confiara en ella, sino porque era algo que solo él debía resolver. Después de todo, ella también tenía cuentas pendientes.

Su historia con los Mero era un capítulo oscuro de su vida. Jasmine, la madre de Frigg, había sido adoptada por la abuela de Enzo después quedar huérfana tras un accidente. Pero él pronto descubriría, su bondad era una trampa.

Cuando Enzo tenía ocho años, había sido testigo de algo que jamás olvidaría: su padre, Marc Mero, y Jasmine, habían aprovechado la ausencia de Celine, de la madre de Enzo, para traicionarla en la misma cama donde Celine solía dormir.

Sin embargo, lo que vino después fue aún peor. Jasmine y Marc no solo destruyeron a su madre, sino que también intentaron acabar con él. La quemadura que cubría su cuerpo era una prueba de la crueldad de ese intento de asesinato. Si Daisy no lo hubiera salvado, si no le hubiera dado una nueva oportunidad, él no la hubiese contado.

Gracias a Daisy, Enzo había cambiado su apariencia para que incluso su propio padre no pudiera reconocerlo. Aunque él nunca hablaba del tema, Daisy podía leer la verdad en sus ojos. Sabía lo que había pasado y ella respetaba su silencio. Todos tenían secretos, y, aunque la relación entre ellos era cercana, no todo debía ser compartido.

Decidida a cambiar de tema, Daisy preguntó:

—¿Hiciste lo que te pedí?

Enzo abrió el cajón del copiloto y sacó una carpeta azul.

—Los resultados de la investigación indican que la familia Ortega no tiene ningún conflicto con la familia La Torre, ni hace tres años ni antes. Además, no podrían haber descubierto tu verdadera identidad.

Daisy asintió, pero su mente viajaba rápidamente al pasado. Antes, había sido la heredera de los La Torre, la familia más rica de Ciudad B. Sin embargo, todo había cambiado en una fatídica noche: un atentado brutal que había acabado con la vida de toda su familia, incluyendo el personal doméstico. Treinta personas asesinadas.

Ella había sido la única sobreviviente. Alguien había arriesgado su vida para salvarla y, desde entonces, había ocultado su verdadera identidad. Solo Enzo, Lira y Gaviota conocían la verdad, y confiaba en que nunca la traicionarían.

Daisy hojeó las páginas del archivo, buscando algo que confirmara sus sospechas. Aunque, todo parecía en orden. Sin embargo, recordaba claramente que, hacía tres años, había escuchado a los criminales mencionar a la familia Ortega.

Con un gesto brusco, cerró el archivo y lo arrojó sobre la mesa.

—Es cierto que se puede esquivar el primer golpe, pero no el segundo.

Enzo asintió.

—Si los Ortega están realmente involucrados, no importa cuán poderosos sean. Tendrán que pagar el precio, sin excepción. ¿Y Javier?

—Se adelantó y se fue antes. No lo vi —respondió Daisy, recostándose contra el respaldo, cerrando levemente los ojos.

—Entonces, ¿nos vamos a la casa de los De Jesús?

Daisy dejó escapar un suspiro.

—Ya veremos. Estoy agotada, mejor descansamos primero.

Luego de todo lo ocurrido, Daisy sentía el peso del cansancio en sus hombros. Un buen descanso le daría la claridad necesaria para enfrentar y disfrutar lo que estaba por venir.

Después de todo, esa misma noche Frigg recibiría la segunda dosis de veneno. Y Daisy no pensaba perderse el espectáculo.

***

Esa noche, en el hospital.

Frigg llevaba horas sintiéndose terriblemente sedienta. Había bebido más agua de la cuenta, pero la sensación de sequedad no desaparecía. Al contrario, cada minuto que pasaba no hacía más que intensificarse. Su cuerpo empezaba a temblar y un calor insoportable recorría sus venas.

Sabía que la segunda dosis del veneno estaba haciendo efecto.

—Fer, estoy mal, muy mal… —jadeó con dificultad apenas se conectó la llamada.

Pero, en lugar de la voz de Fernando, en su lugar escuchó la de Blanca Suárez.

—¿Qué haces llamando a mi hermano? Si estás mal, llama a un médico. ¿Qué demonios tienes que hablar con Fer?

Blanca, la hermana menor de Fernando, siempre había sentido una profunda aversión hacia ella.

—Y otra cosa… —continuó Blanca con tono feroz—, te lo advierto por última vez: Fer ya está casado. Mi abuela y yo lo sabemos, y hemos aceptado a Daisy como parte de la familia. Así que mantente alejada de él.

Frigg apretó los dientes. No soportaba a Blanca.

—Ah, ¿sí? Pues no sabes que ellos ya están divorciados, ¿verdad? Y, ¿sabes qué? Fue Daisy quien lo propuso.

Blanca estalló.

—¡Estás mintiendo! —estalló Blanca—. Daisy jamás haría algo así. ¡Ella ama a mi hermano! ¡Nunca lo dejaría!

Frigg no pudo evitar reír con sarcasmo.

—Si no me crees, pregúntale a Fer. Y, por si no lo sabías, Daisy está desaparecida, se fugó con algún tipo. A saber qué clase de hombre encontró.

—¡Eres una perra! —gritó Blanca, furiosa—. Si vuelves a hablar mal de Daisy, te juro que te arranco la lengua…

En ese momento, una mano firme le arrebató el teléfono. Blanca levantó la mirada y vio a su hermano, quien sujetaba el móvil, fulminándola con la mirada.

—¡Hermano! —preguntó Blanca, alterada—. ¿La perra Frigg dijo que Daisy quiere divorciarse de ti?

Fernando, con una mirada penetrante, respondió con frialdad:

—Cuidado con lo que dices. Sé un poco más educada, Blanca.

—¿De verdad quieres ignorarlo? —preguntó Blanca, sin calmarse—. ¿Es cierto que Daisy quiere divorciarse? ¡Es importante!

Fernando apretó los labios.

—Eso no te incumbe. Lo que debería preocuparte ahora es el examen que tienes mañana —repuso, y, sin decir más, se giró sobre sus talones, dispuesto a marcharse.

Blanca lo siguió, indignada.

—¡Eso es lo único que te importa, el maldito examen! ¡Daisy salvó la vida de nuestra abuela! Si no hubiera sido por ella, hace tiempo estaríamos huérfanos. ¿Cómo puedes ser tan desagradecido?

Fernando, implacable, continuó caminando sin mirarla.

—¡Llamaré a la abuela! —exclamó Blanca, rabiosa, alzando el teléfono.

Fernando sabía que no podría detenerla. Blanca siempre recurría a María para quejarse. No entendía qué tipo de hechizo había lanzado Daisy sobre ellas, pero, tanto la abuela como Blanca, la adoraban, incluso después de todo lo que había pasado.

Él, por su parte, había mantenido en secreto los problemas de su relación con Daisy, ya que no quería preocupar a María, quien estaba descansando en la montaña. Pero ahora parecía que era inevitable.

Fernando se detuvo, pensativo.

Algo en la conversación le preocupaba.

¿Por qué Frigg sabía sobre el divorcio? ¿Cómo había llegado a esa información?

Rápidamente, sacó su teléfono y marcó el número de Frigg.

—Fer… Fer… —la voz de Frigg sonaba rota, apenas un murmullo—. Ayúdame… no aguanto más. Me siento fatal… siento que voy a morir… por favor, ven rápido…

La desesperación en su voz lo alarmó.

—Tranquila, ya voy en camino.
Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo