Capítulo 5
Fernando miró de nuevo hacia el balcón con una mirada penetrante, hasta que finalmente dirigió un gesto casi imperceptible hacia Thiago, quien inmediatamente comenzó a revisarlo todo.

—Señor, no hay nadie —informó al finalizar.

—Ve a llamar al médico —ordenó Fernando, con una mirada fría, antes de añadir—: Y avísale a la administración del hospital, que bloqueen todas las salidas. ¡Solo pueden entrar, no salir!

—¡Sí, señor!

Cuando los médicos llegaron poco después y confirmaron que no presentaba heridas graves, Frigg finalmente pudo respirar tranquila.

Sin embargo, la calma era superficial. El miedo seguía allí, latente. ¿Cómo no temer? Una desconocida había llegado sin previo aviso, burlando la seguridad, y con su estado delicado, no podía dejar de estar en alerta.

Pero algo no le encajaba: ¿por qué le habrían sacado sangre? ¿Qué ganaban con eso?

Mientras esas preguntas rondaban su mente, las lágrimas comenzaron a brotar con furia.

—Fer… hay algo que no debería decirte, pero esa mujer… ¡me está llevando al límite!

Era el momento perfecto para incriminar a Daisy, y no pensaba desperdiciarlo.

Rápidamente, tomó la mano de Fernando con fuerza, con las lágrimas recorriendo su rostro, y su voz entrecortada:

—Ya estoy casi muerta por el veneno, ¿por qué no me dejan en paz? ¿Es que no me voy a morir lo suficientemente rápido?

Fernando la miró con una expresión impenetrable; antes de finalmente responder con calma:

—Ya he encontrado a quien puede ayudarte.

Frigg, que no esperaba escuchar algo así, parpadeó sorprendida.

—¿El veneno… tenía cura?

Fernando esbozó una ligera sonrisa, aunque no había humor en su gesto.

—El veneno tiene antídoto. Encontré a una doctora llamada Jade, la Diosa de la Medicina. Ya está todo listo para que te trate.

—Jade… ¿quién es ella? ¿Es tan buena?

—Sí. Un hombre en Ciudad N, Erik Ortega, estaba a punto de morir por una enfermedad incurable, y ella lo curó. —Fernando bajó un poco la voz, suavizándola—. No te preocupes. Yo me encargaré de todo.

.

Sus palabras, suaves y cálidas, parecían dirigidas solo a Frigg. Pero para Daisy, quien permanecía oculta en el baño, el tono de su voz calaba profundo. A pesar de que había jurado mantenerse indiferente, algo en la escena la quebró.

Al escuchar cómo Fernando trataba a Frigg con tal dulzura, Daisy no pudo evitar sentirse herida.

Sin querer oír más, Daisy abrió la ventana y se deslizó hacia la oscuridad. Como un murciélago en la noche, desapareció en un instante, moviéndose con una agilidad que hacía casi imposible seguirle el rastro.

-

En la entrada del hospital, Enzo esperaba inquieto, y estaba a punto de ir a buscar a Daisy, cuando por fin la vio salir.

Sin pensarlo, se bajó rápidamente del coche, corrió hacia ella y, con una mirada de alivio, la escaneó de arriba abajo.

—Jefa, ¿todo bien?

—¿Qué podría pasarme? —repuso Daisy sin dejar de caminar con paso firme—. No seas tan paranoico.

A pesar de su tono, Enzo percibió que algo no estaba bien.

Su preocupación no era infundada. Tres años atrás, la imagen de Daisy cayendo de aquel acantilado, había roto algo en su interior y la imagen había quedado grabada en su mente. Nunca había dejado de culparse por no haber podido protegerla, por no haber hecho nada en ese momento.

Desde entonces, cada vez que escuchaba su voz, cada vez que la veía, se hacía la misma promesa: no permitiría que nada, ni nadie, le causara daño otra vez.

Mientras conducía, Enzo miró a Daisy por el retrovisor, quien había permanecido en silencio desde que se había subido al coche.

Inicialmente, había pensado en ir él mismo de aquella misión, pero Daisy se había negado rotundamente.

Algo entre ella y esa tal Frigg no le cuadraba.

«Probablemente, tendré que pedirle a Juan que investigara más a fondo», pensó.

Antes de que pudiera apartar la mirada, Daisy lo descubrió observándola, y Enzo se tensó de inmediato, antes de aclararse la garganta y forzar una sonrisa nerviosa.

—Jefa, ¿ya sabemos qué tipo de veneno es?

Daisy guardó silencio por un momento más, antes de responder, con un tono sombrío:

—¡Es Niebla Roja!

Enzo, atónito y sin poder controlarlo, pisó el freno de golpe.

—¿¡Qué…!? ¿¡El veneno que tú misma creaste?! Pero ¿no destruiste la receta hace tres años?

—Solo queda una dosis… en la casa de los De Jesús.

—¿Javier fue quien la puso? —preguntó Enzo, incrédulo—. ¿Qué clase de rencor tiene para ser tan cruel con una chica tan joven? Hay que entender que este veneno, al principio solo provoca malestar, pero después de la segunda dosis, quien sufra de los efectos estará como una perra en celo…

El motivo por el que la jefa Daisy había creado un veneno tan diabólico era simple: acabar con un demonio.

Sin embargo, algo no encajaba.

Daisy no lograba entender cómo ese veneno había terminado en manos de Javier. No existía ningún conflicto aparente entre los De Jesús y la familia Suárez, ni siquiera con la familia Mero, con quienes mantenían tratos comerciales.

Si realmente había sido Javier quien la había envenenado, entonces el secuestro no podía estar relacionado con él.

Después de todo, Javier nunca habría permitido, ni mucho menos provocado, que ella muriera en esa explosión.

Fuera quien fuera, Daisy iba a descubrirlo.

No lo hacía para limpiar su nombre ante Fernando; lo hacía porque no iba a dejar que alguien la culpabilizara sin razón.

Ni el secuestrador, ni quien había orquestado el atentado de hacía tres años, ni el asesino de su familia iban a escapar.

Con el odio brillando en sus ojos, Enzo le extendió el teléfono.

—Jefa, Fernando mandó un mensaje. Quiere que fijemos lo antes posible la cita para el tratamiento.

Pensando en la ternura con que Fernando trataba a Frigg, Daisy respondió sin dudar:

—Dile que cancele la cita.

Más que el billón, lo que ahora le importaba era ver cómo quedaría Frigg después de la segunda dosis de veneno.

***

El pasillo frente a la habitación de Frigg estaba cargado de tensión, como si el aire se hubiera congelado.

Fernando, con el rostro impasible, pero los ojos encendidos de furia, miró a Thiago.

—¿Qué dijiste? Repítelo.

Thiago tragó saliva, visiblemente incómodo y repitió las palabras que lo habían atormentado.

—Jade dijo que cancelaba la cita.

Inmediatamente, se arrepintió de haber mencionado a esa mujer frente a Fernando. Jade había pedido una fortuna y ahora los dejaba plantados. ¿No sabía lo que eso significaba para la familia de Fernando?

Fernando apretó los dientes, tratando de contener la ira que bullía en su pecho.

—Dame el teléfono.

Thiago, temeroso, le entregó el móvil.

Fernando marcó el número con calma, esperando que lo atendieran, pero no sucedió. Lo intentó una vez tras otra, hasta que finalmente alguien respondió.

—Lo siento, estaba ocupado.

El tono relajado del otro lado no hizo más que avivar el fuego en Fernando.

Thiago, de pie junto a él, se secó el sudor que resbalaba por su frente. Sabía que si el teléfono no era atendido, su situación sería aún más complicada. Un teléfono no valía mucho, pero lo que guardaba en él… eso sí que era su tesoro.

—Quiero hablar con Jade —repuso Fernando, sin perder tiempo.

—Ella no está disponible. Si le quiere dejar un mensaje…

Fernando frunció el ceño, y su voz sonó más grave y peligrosa:

—Ya hemos acordado el precio. ¿Por qué ha decidido cancelar ahora?

—Le pido paciencia, señor. Entiendo que puede parecer descortés, pero tenemos razones que no podemos compartir en este momento. Si no, ¿por qué habríamos rechazado un billón?

—¿Qué razones? —inquirió Fernando, apretando los dientes.

—Eso no puedo decírselo. Solo le pido que encuentre pronto otro médico. El tiempo es vital para la paciente, y cualquier demora podría ser fatal.

La conversación terminó con un clic abrupto, cuando Enzo cortó la llamada sin dudar.

Un segundo después…

«¡Pum!»

Furioso, Fernando estrelló el teléfono contra el suelo.

Thiago, al ver el teléfono destrozado, sintió que su corazón se rompía más que el propio aparato.

—¡Encuéntrala! —ordenó Fernando, queriendo ver qué clase de juego estaba intentando esa Jade.

«¿Encontrarla? Otra tarea difícil», pensó Thiago.

No solo era Jade, también estaba Daisy, cuyo rastro aún no podía seguir.

Una tras otra… ¿acaso a todas las mujeres les gustaba jugar a las escondidas?

Dentro de la habitación, Frigg escuchaba atentamente todo lo que sucedía afuera.

Cuando Fernando y Thiago se alejaron, rápidamente cerró la puerta con llave, y sacó otro teléfono que tenía escondido debajo de la almohada.

—Fernando encontró a alguien que puede ayudarme a desintoxicarme, pero acabo de escuchar que esa persona parece haberse echado para atrás —dijo Frigg en un susurro, y torció la boca con desdén—. ¿Y para eso dicen que la tal Jade es tan increíble? Para mí no es más que pura fama. Sabe que no puede curarme, por eso se está retirando.

—¿No puede curarte? —respondió la voz al otro lado—. Ella misma creó el veneno, ¿cómo no podría?

—Entonces, ¿la conoces? —preguntó Frigg, perpleja—. Si ella misma desarrolló el veneno, ¿por qué de repente no quiere ayudar? Escuché que Fernando le ofreció ¡un billón por la consulta!

El hecho de que Fernando estuviera dispuesto a gastar esa cantidad por ella dejaba claro lo importante que era para él. Pero ¿qué importaba si ella no era realmente su salvadora?

Una vez que ella y Fernando se casaran, incluso si Fernando llegaba a descubrir la verdad, no cambiaría la forma en la que la valoraba.

Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea, antes de que la voz respondiera con frialdad:

—¿Y eso no es lo que más te conviene? Pronto tendrás una segunda recaída. Te deseo suerte con tus planes.

—Agradezco tu buen deseo. Una vez que logre conquistar a Fernando, no te faltarán beneficios.

***

Si Daisy quería saber si Javier era el responsable del veneno, la forma más rápida era confrontarlo directamente.

Aunque dudaba de esa posibilidad, de todos modos, decidió buscarlo.

Después de todo, hacía tres años que no lo veía.

Por esto, al volver a la Villa Bosque, lo primero que hizo fue pedirle a Enzo que investigara el paradero de Javier mientras comía una manzana.

No tuvo que esperar mucho.

—Javier está en un viaje de negocios en el país M —informó Enzo.

—Reserva mi vuelo.

-

A primera hora de la mañana siguiente, Daisy abordó el avión con destino al país M.

Enzo quiso acompañarla, pero Daisy lo rechazó con firmeza, dándole instrucciones antes de partir.

Mientras miraba las nubes desde la ventana, Daisy sintió una inesperada sensación de libertad, como un pájaro que regresaba al cielo.

Durante tres largos años, su vida había girado en torno a Fernando.

Para ser una esposa ejemplar, no salía de casa, dedicaba sus días a cuidar cada detalle de su hogar y su relación. Se levantaba a las cinco de la mañana para preparar el desayuno, lavaba a mano hasta su ropa interior y pasaba el día esperando ansiosa su regreso, inmóvil como una estatua.

Ahora que lo pensaba, había pasado tres años en esa vida… ¿cómo había podido soportarlo?

Al llegar al país M, directamente se dirigió al hotel en el que se hospedaba Javier, pero la esperaba una sorpresa.

—El señor Javier De Jesús hizo el check-out temprano.

—Qué fastidio.

Había planeado sorprenderlo, pero, ya que estaba allí, decidió que, al menos, lo tomaría como una especie de mini vacaciones, por lo que Daisy pasó el día recorriendo la ciudad, comprando varias cosas, hasta que finalmente tomó el vuelo de regreso.

¡La soltería, sin duda, era lo mejor! Los hombres deberían mantenerse a una buena distancia.

Al llegar al aeropuerto, vio a Enzo a lo lejos, esperándola junto al coche.

—¡Aquí! —gritó, pero su sonrisa se congeló de inmediato.

¿Fernando?

Así era, Fernando avanzaba con paso firme, rodeado de un grupo de personas, acercándose hacia ella, por lo que Daisy, sin pensarlo dos veces, se dio media vuelta rápidamente y se dirigió al baño, para evitar el enfrentamiento.

Aquel era otro de esos días sin suerte.

No era que le tuviera miedo, simplemente no quería verlo. Y estaba segura de que él tampoco deseaba encontrarse con ella.

Mientras Fernando, buscaba por todo el aeropuerto, su rostro reflejaba irritación al no encontrar a Daisy.

—¿Estás seguro de que ella venía en este vuelo? —preguntó, con voz tensa.

—Sí, lo hemos confirmado varias veces —respondió Thiago, sudando de los nervios—. Ella venía en este vuelo de regreso desde el país M.

Dios, cuando recibió la noticia, Thiago no podía creerlo.

Daisy desaparecida, Jade incumpliendo el contrato, y la misteriosa huida de la mujer que había irrumpido en la habitación de Frigg, quien había logrado escapar del hospital bajo vigilancia. Todo aquello tenía a Fernando al borde de una crisis.

Menos mal que Daisy había dado señales de vida, o si no, el primero en sufrir las consecuencias habría sido él.

—Ya tenemos a gente en los accesos —dijo Thiago, secándose el sudor de la frente—. Pronto la encontraremos.

Media hora después, Fernando, visiblemente frustrado, se volvió hacia Thiago y, con voz grave, preguntó:

—¿Dónde está?

Thiago tragó saliva, deseando poder arrancarse la lengua. Había hablado demasiado pronto.

Pero… ¿cómo podía ser que una persona común como Daisy fuera tan difícil de encontrar?

—Thiago, cada vez eres más ineficaz. Si sigues así, tendré que enviarte a Sudáfrica a estudiar.

Tras lanzar esa amenaza, Fernando se dirigió hacia la salida. Ya había pasado media hora, por lo que, seguramente, Daisy ya había escapado. Si aún lograba ocultarse, era porque había subestimado sus habilidades.

Fuera del aeropuerto, lo esperaba una fila de autos negros. Justo cuando estaba a punto de subirse en el primero, cuya puerta había corrido a abrir para él un imponente coche de lujo, algo captó su atención.

Con un giro rápido, Fernando avanzó con pasos decididos hacia una mujer que intentaba mezclarse entre la multitud, y, en un movimiento ágil, la tomó del hombro.
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