El enojo de Blanca hervía por dentro.—Hoy es el día de mi cuñada, ¿y tú entras por la puerta con Frigg, bien agarrados del brazo, llamando la atención de todos? ¿Te imaginas cómo debe sentirse ella?Cuanto más hablaba, más se alteraba Blanca. Le habría gustado acercarse a Daisy al llegar, pero se encontró con Fernando y Frigg caminando con tremenda familiaridad, y se sintió incapaz de hacerlo. Estaba a punto de seguir reclamándole, cuando de pronto se aproximó una doncella.—¿Es usted la señorita Blanca Suárez?—Sí, soy yo.La criada le entregó un pequeño papelito.Al leer la nota, el rostro de Blanca cambió por completo. Justo cuando iba a salir corriendo, alguien pasó apresuradamente y la empujó, haciendo que el papel cayera al suelo. Antes de que ella pudiera agacharse a recogerlo, Frigg se adelantó y, a viva voz, leyó el mensaje frente a todos:[Blanca, estoy en el estudio. Ven rápido.]La rabia se reflejó en los ojos de Blanca al ver la conducta de Frigg.—¿¡Lo hiciste a propósit
Siguiendo las órdenes de Erik, los sirvientes se dispusieron a forzar la puerta.En cuanto lograron abrirla, el espectáculo en el interior dejó a todos los presentes con la boca abierta, incluyendo a Frigg, quien estaba en primera fila. Se quedó paralizada unos segundos antes de reaccionar y se lanzó hacia adentro, con la intención de cerrar la puerta desde el interior.Sin embargo, Daisy se lo impidió, presionando la puerta con firmeza.—Señorita Mero, ¿tanto trabajo para abrir la puerta y ahora quieres cerrarla?¿Será que, al ver a tu madre adentro, pretendes quedarte a solas para «disfrutar» la escena?—¡Daisy! —escupió Frigg, con la voz cargada de furia—. ¿Tú hiciste esto?—¿Hacer qué? —respondió Daisy, con una expresión inocente—. Yo solo fui a cambiarme de ropa. De hecho, mientras lo hacía, tuve a una empleada vigilando la puerta de mi habitación.Dicho esto, Daisy alzó la mano y llamó a una de las criadas:—Por favor, ¿podrías decirle a todos dónde estuve hace un momento?La muc
Cuando los guardias iban a sujetar a Frigg, ella se soltó y corrió hacia Fernando, suplicante:—¡Fer, no es lo que parece! Déjame explicarte, yo… yo no sabía nada de esto…Blanca, que estaba cerca, saltó de inmediato:—¡Frigg! ¿No te da vergüenza? Tu madre confesó que lo habían planeado juntas, ¿ahora te lavas las manos y la culpas a ella? ¡Vaya manera de ser una «buena hija»!Mientras Blanca y Frigg se encaraban, los ojos de Fernando se posaron en Daisy. Ella, en lugar de desviar la mirada, lo enfrentó sin titubear:—Señor Suárez, supongo que la señorita Mero, quien llegó con usted, no tendrá nada que ver, ¿verdad? —su tono era irónico—. Digo, no creo que esté dispuesto a echar por la borda todo por salvarla, ¿cierto?Con estas palabras, Daisy lo puso en jaque: si Fernando defendía a Frigg, no solo se perjudicaría él mismo, sino que también arrastraría a la Unión Suárez y complicaría sus relaciones con la familia Ortega. ¿Sería capaz de arriesgarlo todo por Frigg?Todos miraron a Fern
Los ojos de Daisy se abrieron de par en par, y, casi al mismo tiempo, soltó el brazo de Fernando para correr hacia Javier. Lo hizo lo más rápido que pudo, pero aun así llegó un segundo tarde: Javier cayó al estanque.Si Javier fuera una persona con movilidad normal, Daisy no se habría preocupado demasiado; sin embargo, él llevaba años sin poder usar las piernas y, por supuesto, no sabía nadar. Sin titubear, Daisy se lanzó tras él.La diferencia de estatura entre ambos hizo que rescatarlo fuera una ardua tarea. Jadeando y empapada, finalmente logró sacarlo del agua. Sin tomarse un respiro, se arrodilló junto a él:—¡Javier! ¡Javier! —lo llamó repetidas veces, pero él no reaccionaba. Daisy empezó a practicarle reanimación cardiopulmonar. Tras varios intentos, Javier expulsó un poco de agua, aunque seguía inconsciente.Ella apretó los labios. Sujetándole la nariz con una mano y levantándole la barbilla con la otra, se inclinó para hacerle el boca a boca. En el instante en que sus labios e
DESPUÉS DE UNA GRAN EXPLOSIÓN***EN EL QUIRÓFANO***—¿Dónde está su esposo? ¿Cómo es que no ha llegado todavía? ¡No tenemos tiempo! —preguntó el médico, con evidente urgencia.—No quiere venir —respondió la enfermera, resignada—. Dijo que la dejemos… que se las arregle sola.Daisy La Torre, acostada en la camilla de operaciones, cubierta de heridas y apenas respirando, escuchó esas palabras y, con un esfuerzo que parecía imposible, levantó la mano.—Deme un teléfono…La enfermera, al verla luchar de esa manera, no dudó en pasárselo; tras lo cual Daisy, con el dolor recorriendo cada rincón de su cuerpo, marcó un número que había memorizado como si fuera parte de ella. Observó la pantalla mientras los tonos de llamada sonaban una y otra vez, a punto de desconectarse, hasta que finalmente una voz fría respondió:—Te lo dije. Si vive o muere, no tienen nada que ver conmigo. —Era la voz de Fernando, dura, sin una pizca de empatía.—Fernando… —cada palabra que salía de la boca Daisy le pro
Al día siguiente, muy temprano, Fernando se encaminó al trabajo tras pasar toda la noche en el hospital, velando a Frigg, quien no le había permitido que se marchara debido al dolor de sus heridas. Mientras viajaba hacia la oficina, cruzó por un semáforo en rojo, y, de repente, le ordenó al chófer:—Regresa a casa.El cansancio lo abrumaba. Llevaba dos días con la misma ropa, y la incomodidad comenzaba a hacerse insoportable. Aunque lo último que quería hacer era regresar a la mansión. Sin embargo, al llegar, no lo recibió la habitual y cálida bienvenida de Daisy, sino un ambiente frío y silencioso, y un documento descansaba sobre la mesa del comedor.«El Acuerdo de Divorcio».Fernando se acercó con el ceño fruncido, y sus ojos se clavaron en la firma y la llave que descansaba sobre el papel. Por un instante, su mirada se oscureció, cargada de confusión y resentimiento, antes de subir las escaleras. Por primera vez, decidió entrar en el cuarto de Daisy, ya que, durante los tres años
Ciudad N, a hora y media de Ciudad R.Daisy, completamente disfrazada, llegó puntual a la imponente casa de los Ortega.Con el pretexto de ofrecer un tratamiento médico, aprovechó que nadie la observaba para hipnotizar a Erik. Sin embargo, su plan no dio frutos y no consiguió obtener ni una pista útil de él.Con las manos vacías, Daisy caminaba perdida en sus pensamientos, cuando, de repente, un dolor punzante en la frente la sacó de su trance.—No puede ser…Las palabras de disculpa se quedaron atoradas en su garganta al levantar la mirada y ver quién estaba frente a ella.¿Fernando?Su mente se nubló por un instante. ¿Cómo era posible que él estuviera allí? «Qué pequeño es el mundo», pensó.Sin embargo, a pesar del shock inicial, en apenas dos segundos, Daisy desvió la mirada y se alejó sin decir ni una sola palabra ni mostrar expresión alguna.Fernando se quedó inmóvil, observando como la mujer se alejaba, mientras algo en su interior parecía agitarse. ¿Por qué había cambiado de ac
—¿Un billón? —Fernando no vaciló ni un segundo—. Hecho.Tres años atrás, un intento de asesinato lo había dejado al borde de la muerte, pero había sido una chica, Frigg, la que había arriesgado su vida para salvarlo. A pesar de las graves heridas, ella le dio la oportunidad de vivir. Aquella noche compartieron más que peligro: una noche de pasión que ardió con fuerza. Sin embargo, al amanecer, Frigg había desaparecido. En la oscuridad, no había podido verla claramente, pero jamás había podido olvidar su aroma a hierbas medicinales.Después de investigar, descubrió que pertenecía a la familia Mero. Frigg había enfrentado problemas de salud toda su vida, y se había mantenido a base de medicinas naturales. Según su relato, el día del ataque, ella había sido secuestrada y, al escapar, había coincidido con él.Con su cuerpo malherido, a sus apenas dieciocho años, le había dado todo lo que podía para salvarlo.Fernando le había prometido un matrimonio. Sin embargo, su abuela, María, estaba