Capítulo 3
Ciudad N, a hora y media de Ciudad R.

Daisy, completamente disfrazada, llegó puntual a la imponente casa de los Ortega.

Con el pretexto de ofrecer un tratamiento médico, aprovechó que nadie la observaba para hipnotizar a Erik. Sin embargo, su plan no dio frutos y no consiguió obtener ni una pista útil de él.

Con las manos vacías, Daisy caminaba perdida en sus pensamientos, cuando, de repente, un dolor punzante en la frente la sacó de su trance.

—No puede ser…

Las palabras de disculpa se quedaron atoradas en su garganta al levantar la mirada y ver quién estaba frente a ella.

¿Fernando?

Su mente se nubló por un instante. ¿Cómo era posible que él estuviera allí?

«Qué pequeño es el mundo», pensó.

Sin embargo, a pesar del shock inicial, en apenas dos segundos, Daisy desvió la mirada y se alejó sin decir ni una sola palabra ni mostrar expresión alguna.

Fernando se quedó inmóvil, observando como la mujer se alejaba, mientras algo en su interior parecía agitarse. ¿Por qué había cambiado de actitud tan de repente?

La forma en la que esa mujer lo había mirado y cómo lo había ignorado al instante… No podía ser casualidad. Era como si tuvieran cuentas pendientes.

Pensando en esto, y con la mirada fija en la mujer que se alejaba, Fernando giró sobre sus talones y un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Acaso esa mujer no era exactamente igual a Daisy?

¿Por qué tenía esa sensación…?

—Señor Suárez, no sabía que nos honraría con su visita… —La voz del mayordomo de los Ortega lo sacó de su ensimismamiento, y, cuando miró de nuevo, la mujer ya había desaparecido.

Siguiendo al mayordomo, Fernando entró en la sala principal, en donde Erik lo recibió, con el semblante visiblemente recuperado. Parecía estar completamente sano.

Fernando no se molestó en esconder su preocupación y fue directo al grano.

Erik le explicó que la Diosa de la Medicina ya se había marchado, justo un instante antes que él.

¿La mujer que había visto antes, esa de cara pecosa, era realmente Jade?

Fernando se quedó sin palabras.

Sabía que ya no había tiempo para seguirla, pero, aun así, se apresuró a despedirse.

Por un momento, pensó que ya era tarde…, sin embargo, se sorprendió al ver que la mujer aún no se había ido, y, sin pensarlo dos veces, corrió hacia su coche.

—¡Espera! —gritó, pero su voz fue engullida por el rugido del motor.

«¡Maldita sea!», maldijo Fernando para sus adentros. Era más que obvio, esa mujer lo odiaba.

Con esto en mente, se apresuró a subirse a su coche y pisó el acelerador, decidido a seguirla.

-

«¿Me ha reconocido?», se preguntó Daisy, frunciendo el ceño, al ver el enorme Hummer detrás de ella.

No era de las personas que se sobreestimaban, pero sabía que su habilidad para disfrazarse era impecable. Estaba tan cambiada que, si sus propios padres la vieran, probablemente no la reconocerían. ¡Y mucho menos Fernando, quien ni siquiera la había mirado durante los tres años de matrimonio!

¿Entonces por qué la perseguía tan insistentemente?

¿Acaso era porque no le había pedido disculpas?

Daisy dejó escapar una risa fría, y apretó el acelerador a fondo.

—Lo que me debes, Fernando, es mucho más que lo que yo te debo a ti…

El Maserati rojo rugió como un relámpago, deslizándose por la carretera.

Fernando, sin perder la compostura, también aceleró, con su mirada fija en el retrovisor.

—Interesante… —murmuró.

Ambos coches zigzagueaban entre las curvas de la montaña. Uno rojo y otro negro, en una persecución imparable.

Fernando confiaba plenamente en su habilidad al volante, seguro de que, como hombre, no tendría problemas para superar a una mujer.

Sin embargo, Daisy tenía otros planes, y, al llegar a la última curva, hizo algo completamente inesperado: giró el volante con brusquedad y se dirigió directamente hacia él a gran velocidad.

Fernando, desconcertado, reaccionó instintivamente y giró el volante a la derecha, pero el movimiento repentino, combinado con la velocidad, lo llevó a estrellarse contra una roca. Aunque el impacto no fue grave, el motor se apagó de inmediato, dejándolo fuera de juego.

Cuando levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de Daisy a través del parabrisas. Ella, con una sonrisa irónica, levantó el pulgar… y luego lo bajó lentamente, en un gesto de abierta provocación.

Acto seguido, sin darle tiempo a reaccionar, su Maserati comenzó a retroceder a toda velocidad.

—¡Maldita sea, Jade! —exclamó Fernando, golpeando el volante con frustración.

No era solo una mujer que no solo curaba, sino que también sabía competir al volante. Y, además, no era nada fea…

Pero ¿por qué era tan hostil con él?

***

Al regresar a la empresa, Fernando estaba decidido a encontrar respuestas sobre Jade.

—Thiago, investiga todo lo que puedas sobre Jade. Quiero cada detalle. No te dejes nada fuera —ordenó con firmeza. Quería entender qué le había hecho ella para que lo odiara tanto.

A los treinta minutos, Thiago apareció visiblemente frustrado.

—Señor, hemos intentado acceder a la información, pero está protegida por una contraseña. Varios técnicos lo han intentado, pero ninguno ha podido acceder.

—Dame la URL —ordenó Fernando, con una calma que denotaba confianza.

-

—¡Jefa, alguien está investigándote! —exclamó Enzo, pasándole la laptop a Daisy, que descansaba en el sofá mientras veía una serie—. Desde hace unos treinta minutos. Han cambiado varias veces de persona, y el último es bastante habilidoso. No sé si podré con él.

—¿Ah, sí? —preguntó Daisy, alzando la mirada, con los ojos fríos y alertas—. Déjamelo a mí.

Con una rapidez sorprendente, sus dedos comenzaron a bailar sobre el teclado. Líneas de códigos y comandos avanzaban por la pantalla a una velocidad impresionante, mientras Daisy contraatacaba con habilidad.

En menos de diez minutos, apagó la computadora, la dejó caer sobre el sofá y se estiró como si lo que acababa de hacer fuera pan comido.

—Vamos, que tengo hambre.

-

Mientras tanto, al otro lado de la pantalla, Fernando observaba con furia cómo los códigos se agrupaban para formar una única palabra.

¡PERDEDOR!

El insulto parpadeaba burlonamente en el monitor, como una bofetada directa a su orgullo.

El ambiente en la oficina se volvió tenso, y Thiago, temeroso, ni siquiera se atrevió a respirar.

Sabía que las habilidades de Fernando en el campo de la informática no tenían comparación, no solo en Ciudad R, sino en el mundo entero. Pero eso… ¿Quién se atrevía a burlarse de él de esa manera?

El rostro de Fernando se oscureció, y Thiago no pudo evitar pensar que quizás debía decir algo para calmarlo, por lo que, con cautela, se acercó.

—Señor, tal vez es persona no sabe quién es usted… No creo que lo haya hecho de manera intencionada hacia usted…

—¡Fuera de aquí!

—¡Sí, señor!

Sin embargo, antes de que Thiago pudiera alejarse, Fernando lo detuvo.

—Espera —repuso, mirándolo con intensidad—. Llama al contacto que me dio la familia Ortega. El precio de la consulta es de cincuenta millones.

Para Fernando, encontrar a esa persona era solo un paso más para resolver lo de Frigg, lo otro… Suspiró, y una sombra oscura pasó por sus ojos, mientras sus labios se curvaban en una fría sonrisa.

Primero se encargaría de los negocios, antes de encargarse de ella.

-

El almuerzo estaba servido cuando el teléfono de Enzo comenzó a vibrar con una llamada desconocida.

Enzo miró a Daisy, quien le hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Entonces contestó la llamada y activó el altavoz.

—¿Es la Diosa de la Medicina, Jade? —preguntó una voz al otro lado de la línea.

Era Thiago, y su tono estaba cargado de asombro.

Al escuchar el nombre de Jade, Daisy dejó de mover los cubiertos.

¿Así que Fernando no pensaba dejarla en paz?

Lo que había empezado como una simple provocación parecía estar escalando rápidamente.

¡Y de qué manera tan insólita! Fernando no solo estaba detrás de ella, sino que ahora le ofrecía una suma descomunal por sus servicios.

Daisy fijó la mirada en el teléfono, claramente intrigada.

Todo aquello era parte del plan de Fernando: conseguir la ayuda de la Diosa de la Medicina a toda costa. Incluso aquella visita a la familia Ortega, lejos de ser una coincidencia, había sido meticulosamente planeada.

Daisy sospechaba que el paciente podía ser María, la abuela de Fernando, por lo que rápidamente hizo un gesto que Enzo entendió de inmediato, y, rápidamente, preguntó:

—¿Podría compartir más detalles sobre el paciente? Si es posible, envíe los detalles a mi teléfono.

Thiago, al escuchar que había una oportunidad, no dudó en aceptar:

—De acuerdo, lo enviaré de inmediato.

Casi tan pronto como colgó el teléfono, Thiago envió toda la información. Y, cuando Daisy se dio cuenta de que la paciente no era María, sino Frigg, lanzó su celular hacia Enzo con evidente molestia.

—Dile que no me importa el dinero, solo el destino. Y este caso no tiene nada que ver conmigo.

Enzo se quedó atónito, preguntándose desde cuándo tomaba aquellas decisiones tan rápido.

Sin embargo, a pesar de la extraña actitud de Daisy, Enzo no hizo preguntas, sino que se limitó a responderle a Thiago con un mensaje claro.

Cuando Thiago recibió la respuesta, fue directo a buscar a Fernando.

Con los ojos fríos y una determinación inquebrantable, Fernando murmuró:

—Añade otros cincuenta millones. —No pensaba rendirse tan fácilmente. Sabía que nadie podría resistirse a una oferta de esa magnitud.

Sin embargo, Daisy sonrió con desdén.

—Un billón.

El brillo desafiante de sus ojos reflejaba dejaba claro que quería poner a prueba a Fernando. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar por Frigg?
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