DESPUÉS DE UNA GRAN EXPLOSIÓN***EN EL QUIRÓFANO***—¿Dónde está su esposo? ¿Cómo es que no ha llegado todavía? ¡No tenemos tiempo! —preguntó el médico, con evidente urgencia.—No quiere venir —respondió la enfermera, resignada—. Dijo que la dejemos… que se las arregle sola.Daisy La Torre, acostada en la camilla de operaciones, cubierta de heridas y apenas respirando, escuchó esas palabras y, con un esfuerzo que parecía imposible, levantó la mano.—Deme un teléfono…La enfermera, al verla luchar de esa manera, no dudó en pasárselo; tras lo cual Daisy, con el dolor recorriendo cada rincón de su cuerpo, marcó un número que había memorizado como si fuera parte de ella. Observó la pantalla mientras los tonos de llamada sonaban una y otra vez, a punto de desconectarse, hasta que finalmente una voz fría respondió:—Te lo dije. Si vive o muere, no tienen nada que ver conmigo. —Era la voz de Fernando, dura, sin una pizca de empatía.—Fernando… —cada palabra que salía de la boca Daisy le pro
Al día siguiente, muy temprano, Fernando se encaminó al trabajo tras pasar toda la noche en el hospital, velando a Frigg, quien no le había permitido que se marchara debido al dolor de sus heridas. Mientras viajaba hacia la oficina, cruzó por un semáforo en rojo, y, de repente, le ordenó al chófer:—Regresa a casa.El cansancio lo abrumaba. Llevaba dos días con la misma ropa, y la incomodidad comenzaba a hacerse insoportable. Aunque lo último que quería hacer era regresar a la mansión. Sin embargo, al llegar, no lo recibió la habitual y cálida bienvenida de Daisy, sino un ambiente frío y silencioso, y un documento descansaba sobre la mesa del comedor.«El Acuerdo de Divorcio».Fernando se acercó con el ceño fruncido, y sus ojos se clavaron en la firma y la llave que descansaba sobre el papel. Por un instante, su mirada se oscureció, cargada de confusión y resentimiento, antes de subir las escaleras. Por primera vez, decidió entrar en el cuarto de Daisy, ya que, durante los tres años
Ciudad N, a hora y media de Ciudad R.Daisy, completamente disfrazada, llegó puntual a la imponente casa de los Ortega.Con el pretexto de ofrecer un tratamiento médico, aprovechó que nadie la observaba para hipnotizar a Erik. Sin embargo, su plan no dio frutos y no consiguió obtener ni una pista útil de él.Con las manos vacías, Daisy caminaba perdida en sus pensamientos, cuando, de repente, un dolor punzante en la frente la sacó de su trance.—No puede ser…Las palabras de disculpa se quedaron atoradas en su garganta al levantar la mirada y ver quién estaba frente a ella.¿Fernando?Su mente se nubló por un instante. ¿Cómo era posible que él estuviera allí? «Qué pequeño es el mundo», pensó.Sin embargo, a pesar del shock inicial, en apenas dos segundos, Daisy desvió la mirada y se alejó sin decir ni una sola palabra ni mostrar expresión alguna.Fernando se quedó inmóvil, observando como la mujer se alejaba, mientras algo en su interior parecía agitarse. ¿Por qué había cambiado de ac
—¿Un billón? —Fernando no vaciló ni un segundo—. Hecho.Tres años atrás, un intento de asesinato lo había dejado al borde de la muerte, pero había sido una chica, Frigg, la que había arriesgado su vida para salvarlo. A pesar de las graves heridas, ella le dio la oportunidad de vivir. Aquella noche compartieron más que peligro: una noche de pasión que ardió con fuerza. Sin embargo, al amanecer, Frigg había desaparecido. En la oscuridad, no había podido verla claramente, pero jamás había podido olvidar su aroma a hierbas medicinales.Después de investigar, descubrió que pertenecía a la familia Mero. Frigg había enfrentado problemas de salud toda su vida, y se había mantenido a base de medicinas naturales. Según su relato, el día del ataque, ella había sido secuestrada y, al escapar, había coincidido con él.Con su cuerpo malherido, a sus apenas dieciocho años, le había dado todo lo que podía para salvarlo.Fernando le había prometido un matrimonio. Sin embargo, su abuela, María, estaba
Fernando miró de nuevo hacia el balcón con una mirada penetrante, hasta que finalmente dirigió un gesto casi imperceptible hacia Thiago, quien inmediatamente comenzó a revisarlo todo.—Señor, no hay nadie —informó al finalizar.—Ve a llamar al médico —ordenó Fernando, con una mirada fría, antes de añadir—: Y avísale a la administración del hospital, que bloqueen todas las salidas. ¡Solo pueden entrar, no salir!—¡Sí, señor!Cuando los médicos llegaron poco después y confirmaron que no presentaba heridas graves, Frigg finalmente pudo respirar tranquila.Sin embargo, la calma era superficial. El miedo seguía allí, latente. ¿Cómo no temer? Una desconocida había llegado sin previo aviso, burlando la seguridad, y con su estado delicado, no podía dejar de estar en alerta.Pero algo no le encajaba: ¿por qué le habrían sacado sangre? ¿Qué ganaban con eso?Mientras esas preguntas rondaban su mente, las lágrimas comenzaron a brotar con furia.—Fer… hay algo que no debería decirte, pero esa mujer
Cuando Fernando la giró y vio su rostro, su expresión se oscureció al instante.La mujer tenía una figura similar a la de Daisy, pero al mirarla de frente, no había comparación. Su rostro era común y corriente, completamente opuesto a la belleza única de Daisy. Al darse cuenta de que realmente encontraba a Daisy atractiva, la ira aumentó en su pecho.—Guapo, tu manera de ligar es única, me gusta —dijo la mujer, acercándose a Fernando, casi abrazándolo—. Mi casa está cerca, ¿por qué no…?—Me he equivocado de persona —la interrumpió Fernando, dando un paso atrás, haciendo que la mujer casi perdiera el equilibrio. Sin embargo, no se molestó, sino que, con una sonrisa, se acercó de nuevo. —No seas tímido, somos adultos. ¿Qué tiene de malo?Fernando lanzó una mirada helada hacia Thiago, quien se apresuró a intervenir, separando a la mujer y disculpándose rápidamente. Cuando ambos se marcharon, Daisy subió al coche de Enzo y, poco después, se quitó lentamente la máscara de látex que cubrí
EN EL HOSPITALFernando apenas cruzó la puerta cuando Frigg se lanzó a sus brazos.Su cuerpo, blando como el de una serpiente, se enroscó a él, temblando.—Fer…, me siento mal, tan mal… —murmuró con voz entrecortada.—¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? —preguntó Fernando, intentando apartarla con suavidad, pero Frigg lo abrazó más fuerte.—Me duele todo… —dijo ella, frotándose contra él, tomando su mano y colocándola sobre su pecho—. Aquí, Fer…, siento como si mil hormigas estuvieran caminando por mí. Pica, duele…, ¡ayúdame por favor!La mirada de Fernando se oscureció. Algo definitivamente no estaba bien.—Voy a llamar a un médico.—¡No quiero un médico! Te quiero a ti —insistió Frigg, aferrándose a su torso como un pulpo, y desabrochándole la camisa—. Fer, te lo suplico. Ayúdame. Siento que me muero. Si no me ayudas… de verdad no creo poder resistir.La situación se volvía cada vez más tensa. Al ver que intentaba desnudarse, Fernando la tomó por las muñecas con firmeza, deteniéndola.—Frigg,
Daisy vio cómo Fernando se acercaba para quitarle la mascarilla. Con un rápido movimiento, sacó una aguja plateada de su cintura y la clavó directamente en la palma de Fernando.—¡Ah!Un dolor agudo recorrió la mano de Fernando, quien soltó inmediatamente su agarre. Daisy aprovechó la oportunidad y, sin pensarlo, saltó desde el balcón.A pesar de la altura, aterrizó con gracia en el suelo. En los ojos de Fernando se reflejó un destello de admiración, pero también una ligera oscuridad.Sacó su teléfono y abrió una aplicación, donde un pequeño punto rojo brillaba en la pantalla.Desde el principio había sospechado que no estaba sola en la habitación. El leve sonido proveniente del armario, aunque apenas perceptible, no le pasó desapercibido. Cuando Frigg comenzó a desvestirse, él ya sabía que alguien más estaba allí.Se había retirado deliberadamente para poner a prueba su sospecha.Observando el punto en el rastreador, Fernando entrecerró los ojos.—Daisy… —murmuró en voz baja, su tono