Camila bajó las escaleras y entró al salón, donde se encontró con varias mujeres preparando todo para el spa. Había una mesa llena de productos de belleza, aceites, cremas y masajes, además de varios vestidos colgados en perchas. Todo estaba dispuesto cuidadosamente, como si fuera una escena sacada de una revista de alta sociedad.Se quedó parada por un momento, mirando todo, sorprendida por la cantidad de cosas que habían traído. No estaba acostumbrada a este tipo de atención, ni a este lujo. La sirvienta se acercó y le indicó que los vestidos estaban listos para ser probados.Camila, aún algo abrumada, miró a su madre, que también se encontraba en la habitación observando todo.—Mamá, puedes escoger el vestido que más te guste, y también para mi hermana —le dijo Camila con una pequeña sonrisa, intentando no sentirse tan incómoda.Su madre, sorprendida por la oferta, asintió y comenzó a mirar los vestidos. Camila sabía que no podía aceptar todo esto sola, así que decidió compartir la
Sandra, la esposa de Andrés, entró detrás de él con una elegante sonrisa y un porte impecable. Al ver a Alejandro, se acercó a saludarlo con cortesía.—Buenas noches, Alejandro. Gracias por invitarnos. Todo se ve maravilloso —dijo Sandra con una amabilidad que parecía sincera, aunque Alejandro no pudo evitar notar cierto destello de curiosidad en sus ojos.—Gracias, Sandra. Me alegra que hayan podido venir —respondió Alejandro con su habitual tono neutral.De repente, la pequeña Melody, hija de Andrés y Sandra, corrió hacia Alejandro con los brazos abiertos.—¡Tío Alejandro! —exclamó con entusiasmo mientras se lanzaba a abrazarlo.Alejandro se agachó ligeramente para recibirla, sonriendo por primera vez en la noche con genuina calidez.—Hola, pequeña Melody. Qué gusto verte.La niña, llena de energía, no se detuvo allí. Después de abrazar a Alejandro, corrió hacia Isabel, la madre de Alejandro, y luego hacia Ricardo, asegurándose de repartir abrazos para todos.—¡Hola a todos! —dijo M
Alguno de los invitados se acercaron para felicitarlos alejandro dejó un momento a camila con unos invitados Andrés aprovechó el momento y se acercó.—Hola como estas—dijo ndrés con una sonrisaCamila miró a Andrés con una mezcla de incomodidad y sorpresa. No esperaba que él se acercara tan rápido, especialmente después de la forma en que Alejandro había revelado su matrimonio. Intentó mantener la compostura mientras respondía:—Gracias por preguntar, estoy bien. Y… bueno, supongo que es una sorpresa para muchos.Andrés sonrió, pero su mirada reflejaba algo más que simple curiosidad.—Sorpresa es quedarse corto. Alejandro no mencionó nada. ¿Cómo sucedió todo tan rápido? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella, como si intentara descifrarla.Camila sintió la presión de su mirada, pero se obligó a sonreír.—Fue algo inesperado para ambos, pero a veces las cosas suceden así.—¿De verdad? —Andrés alzó una ceja, su tono cargado de escepticismo—. Porque Alejandro no suele tomar decis
Alejandro estaba en una conversación con unos socios, pero su atención se desvió cuando vio a Andrés acercarse a Camila en el jardín. Desde su lugar, los observaba con el ceño fruncido, incapaz de escuchar lo que decían pero notando la cercanía entre ellos.Camila regresó al salón con paso firme, como si nada hubiese pasado, pero al entrar, se dio cuenta de la mirada penetrante de Alejandro. Decidida a no dejarse intimidar, se acercó a él.—¿Qué sucede? ¿Y esa mirada? —preguntó con un tono desafiante.Alejandro cruzó los brazos y la miró fijamente.—¿De qué hablabas con Andrés?Camila alzó una ceja, sorprendida por la intensidad de su tono.—¿Ya cálmate, Alejandro? Voy a empezar a pensar que estás celoso.Él soltó una carcajada seca, sin desviar su mirada de ella.—¿Celoso? ¿Yo? Por favor, Camila, no olvides que esto es un maldito contrato.Las palabras de Alejandro cayeron como un golpe, pero Camila se mantuvo firme.—Claro, es solo un contrato —respondió, mirándolo directamente a lo
Alejandro finalmente la soltó, aunque su mirada seguía fija en ella, llena de determinación.—Eres mi propiedad desde el día que firmaste ese contrato. Espero que lo entiendas, Camila.Camila se liberó bruscamente, el corazón latiéndole con fuerza mientras lo miraba con una mezcla de furia y decepción.—No soy tu propiedad, Alejandro. Nunca lo seré.Sin esperar respuesta, salió del cuarto apresuradamente. Bajó las escaleras, sus pasos resonando en el silencio de la casa. Al llegar a la cocina, encendió la luz, intentando calmarse mientras respiraba profundamente. Pero lo que vio allí la sorprendió.—¿Mamá? —preguntó con el ceño fruncido al ver a su madre de pie junto a la estufa, removiendo algo en una olla pequeña.Su madre se giró hacia ella, sonriendo suavemente. —No podía dormir, hija. Estaba preparando una infusión para relajarme.Camila se acercó lentamente, aún con el impacto de lo que había ocurrido minutos atrás en el cuarto.—¿Y tú? ¿Por qué estás despierta a esta hora? —pre
El Legado de Don Alfonso El viento frío soplaba entre los árboles del cementerio, sacudiendo las hojas secas que crujían bajo los pies de quienes asistían al último adiós. Alejandro Ferrer permanecía en silencio, observando cómo el ataúd de su abuelo, Don Alfonso Ferrer, descendía lentamente hacia su tumba. La expresión en su rostro era tan rígida como siempre; no había lágrimas en sus ojos, aunque el peso de la pérdida lo aplastaba por dentro. Alejandro, de treinta y tres años, había aprendido desde joven a no mostrar sus emociones. Era un hombre fuerte, calculador y con un temperamento frío que lo convertía en un líder implacable en los negocios. Su abuelo había sido su modelo a seguir, el hombre que le había enseñado a no depender de nadie, a ser independiente y a tomar el control. Ahora, todo lo que quedaba de Don Alfonso era una pesada herencia: no solo la empresa familiar, sino también el vacío que dejaba en cada uno de los miembros de la familia. A su lado, sus padres, Carl
El restaurante al que Ricardo había llevado a Alejandro era uno de los lugares más exclusivos de la ciudad, conocido por su discreción y elegancia. A pesar de la tranquilidad que ofrecía el lugar, Alejandro seguía inquieto. Ni siquiera el olor a comida recién preparada lograba aliviar la presión que sentía en el pecho. No era solo la pérdida de su abuelo, sino todo lo que implicaba la herencia que ahora recaía sobre él. —Relájate, hombre —dijo Ricardo mientras los dos se sentaban en una mesa junto a la ventana—. Una comida no va a arreglar todo, pero al menos te sacará de esa nube oscura en la que te has metido. Alejandro no respondió, solo asintió, su mente todavía enfocada en los pendientes que lo esperaban en la oficina. Sin embargo, decidió hacer un esfuerzo aunque fuera por unos minutos. —Voy al baño un segundo —dijo Alejandro, levantándose de la mesa. Caminó con paso firme hacia la parte trasera del restaurante, intentando organizar sus pensamientos. Mientras regresaba, dis
Camila caminaba por las calles del barrio con pasos lentos, sintiendo el peso de la tarde en sus hombros. A sus 23 años, la vida no había sido fácil para ella, pero siempre había encontrado la fuerza para seguir adelante. Desde que su padre murió en un accidente cuando ella tenía solo 17 años, la responsabilidad de cuidar a su familia había recaído completamente sobre sus hombros. Su madre, Marta, había quedado devastada por la pérdida, y desde entonces, Camila había sido el pilar del hogar. Vivía en una pequeña casa de un barrio humilde, junto a su madre y su hermana menor, Sofía, quien apenas tenía 6 años. El hogar era modesto, con muebles desgastados pero llenos de cariño. A pesar de las dificultades económicas, Camila siempre hacía lo posible por mantener un ambiente cálido y amoroso para su hermana y su madre. Ese día, al abrir la puerta de su casa más temprano de lo habitual, su madre, Marta, levantó la vista desde la mesa del comedor, sorprendida. Marta era una mujer de rost