En la amplia y elegante sala de la casa de los Ferrer, Andrés estaba sentado en un sillón, con la mirada perdida, girando distraídamente el vaso de whisky en su mano. Su madre lo observaba desde el otro lado de la sala, mientras su padre hojeaba unos papeles importantes.—Andrés, hijo, ¿en qué estás pensando? —preguntó su madre, dejando la taza de té sobre la mesita frente a ella.Andrés no respondió de inmediato. Seguía inmerso en sus pensamientos, repasando cada encuentro que había tenido con Camila en la oficina. Su sonrisa, su forma de hablar, lo intrigaban de una manera que no podía explicar. Finalmente, murmuró para sí mismo:—No sé qué es lo que tienes, Camila... pero me atraes demasiado.—¿Andrés? —interrumpió su padre, Oscar Ferrer, levantando la vista de los papeles—. ¿Andrés? ¡Te estoy hablando!Andrés parpadeó, volviendo al presente, y miró a su padre con un leve sobresalto.—Disculpa, papá. ¿Qué decías?Oscar frunció el ceño, dejando los papeles a un lado.—Te pregunto en
Camila disfrutaba del momento con su hermana, compartiendo risas y pequeñas cucharadas de su postre improvisado. Sin embargo, el sonido de la puerta principal cerrándose de golpe las interrumpió. Ambas voltearon hacia el pasillo, pero Camila intentó mantener la calma.De repente, Alejandro apareció en el umbral de la cocina, tambaleándose ligeramente y con el rostro serio. Su voz, cargada de enojo y el aroma inconfundible del alcohol, resonó en el espacio.—¿No te dije que no me esperaras despierta? —gritó, su mirada fija en Camila.La pequeña Rica se asustó de inmediato, soltando la cuchara y corriendo a abrazar la pierna de su hermana con fuerza. Camila, protectora, se inclinó para envolver a Rica en un abrazo, tratando de calmarla.—Por favor, baje la voz, señor Alejandro. Está asustando a mi hermana —dijo Camila con firmeza, aunque su corazón latía con fuerza.Alejandro la miró, frunciendo el ceño, y luego desvió la mirada hacia la niña que se escondía detrás de ella. Respiró prof
Alejandro, ya con una mano en la puerta, se detuvo y miró a Camila directamente.—Por cierto, antes de que se me olvide —dijo con tono autoritario—, más tarde vendrán unas mujeres a la casa. Su trabajo será enseñarte modales: cómo vestir, caminar, comer... todo lo que una dama debe aprender.Camila lo miró incrédula, cruzándose de brazos.—¿Perdón?—Es necesario, Camila. Cuando te presente como mi esposa, todos van a observar cada detalle, y no quiero que nadie cuestione mi elección, ¿me entiendes?Camila apretó los labios, tragándose las palabras que querían salir de su boca. Respiró hondo y asintió, aunque en su mirada había una mezcla de orgullo herido y resignación.—Sí, señor Ferrer, entiendo.Alejandro asintió, satisfecho.—Bien. Ahora sí, me voy. Nos vemos más tarde.Sin decir nada más, salió por la puerta, dejando a Camila con una sensación de frustración. Rica, ajena al intercambio, seguía jugando con su oso de peluche, pero Camila no podía dejar de pensar en lo humillante qu
Ricardo salió directamente de la oficina de Alejandro con una misión clara: asegurarse de que el informe de Camila desapareciera antes de que Andrés pudiera meter las manos en él. Sabía lo astuto que era Andrés y lo mucho que le encantaba encontrar puntos débiles para manipular a su primo.Se dirigió al archivo central de la empresa, un lugar discreto pero esencial, donde se guardaban todos los expedientes de los empleados. Al entrar, saludó con una sonrisa profesional a la encargada del área.—Buenas tardes, Clara. Necesito revisar algunos documentos. Alejandro me pidió que me encargara de un asunto urgente.Clara, acostumbrada a las visitas de Ricardo, asintió sin pensarlo mucho y le indicó la sección correspondiente.Ricardo caminó con rapidez, buscando el expediente de Camila. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que alguien, posiblemente Andrés, se presentara allí por casualidad o intencionalmente. Finalmente encontró el archivo con el nombre de Camila Morales. Lo tomó y lo r
Camila terminó sus clases de modales agotada pero aliviada. Miró a su madre y a su pequeña hermana, quienes la esperaban en la sala con expresiones de entusiasmo.—¿Y bien? —preguntó su madre—. ¿Qué te parece si salimos un rato? Nos vendría bien tomar aire fresco y distraernos un poco.Camila sonrió, animándose con la idea.—Sí, mamá. Vamos a dar un paseo, lo necesitamos.Justo cuando estaban a punto de salir por la puerta principal, el chofer, un hombre corpulento de mediana edad con una actitud respetuosa, se acercó y se inclinó ligeramente.—Señora Ferrer, tengo órdenes de llevarla a donde usted desee.Camila parpadeó, sorprendida, y luego negó con una sonrisa incómoda.—No es necesario, podemos tomar un taxi.El chofer, con una voz firme pero amable, replicó:—El señor Ferrer fue muy claro en sus instrucciones. Insistió en que yo esté a su disposición para cualquier salida.Camila suspiró, sabiendo que no valía la pena discutir. Alejandro siempre se salía con la suya.—Está bien.
Camila se detuvo en seco al entrar a la casa y ver a Isabel Ferrer, la madre de Alejandro, sentada elegantemente en el sofá de la sala. Su porte impecable y mirada inquisitiva hicieron que Camila respirara hondo antes de hablar.—Hola, Camila, te estaba esperando —dijo Isabel, con un tono que mezclaba amabilidad y cierta autoridad.—Hola, señora Ferrer —respondió Camila, intentando mantener la compostura mientras dejaba las bolsas que llevaba en la mano.En ese momento, su madre y Rica entraron detrás de ella. Camila se giró hacia su madre y le dijo con calma:—Mamá, ¿puedes llevar a Rica a su habitación, por favor? —dijo, buscando evitar que su hermana estuviera presente en lo que parecía una conversación seria.—Está bien, hija —respondió su madre, lanzándole una mirada comprensiva antes de tomar a Rica de la mano y despedirse educadamente. —Con su permiso, señora.Isabel asintió levemente, observando cómo las dos se retiraban. Una vez que quedaron solas, Camila respiró hondo nuevam
Alejandro se recargó en su silla de oficina, entrelazando los dedos mientras observaba fijamente los documentos sobre su escritorio. Había algo que no encajaba, y el comportamiento de Andrés lo tenía en alerta.—¿Por qué tanto interés en Camila, Andrés? —murmuró para sí mismo, mientras fruncía el ceño.La actitud de su primo era cada vez más sospechosa. Andrés siempre había tenido una habilidad especial para fingir desinterés mientras planeaba algo, y Alejandro lo sabía bien. La forma en que había entrado a su oficina, exigiendo explicaciones sobre Camila, no era común. Había algo detrás de todo esto, algo que Andrés no estaba diciendo.Alejandro se levantó, caminando hasta la ventana de su despacho, desde donde podía ver parte de la ciudad. Necesitaba actuar rápido. Adelantar los planes. Eso resolvería dos cosas: primero, asegurarse de que Camila estuviera completamente fuera del alcance de Andrés; y segundo, descubrir cuál era la verdadera intención de su primo.Tomó su teléfono y m
Mientras cenaban, Alejandro levantó la mirada y observó con atención a la madre de Camila y a la pequeña, quien comía con entusiasmo. De pronto, Alejandro le guiñó un ojo a la niña, provocándole una sonrisa tímida.Luego, tomó un bocado de la comida preparada, asintiendo con aprobación.—Está muy rica esta cena, amor —dijo de manera inesperada mientras tomaba la mano de Camila y la besaba con un gesto elegante.Camila se quedó congelada por un momento, sin saber cómo reaccionar. Sintió las miradas de su madre y de María, quienes disimulaban su asombro. La pequeña, por otro lado, soltó una pequeña risa al notar el gesto.—Gracias... —respondió Camila finalmente, intentando mantener la calma y un tono neutral, aunque su rostro mostraba un ligero sonrojo.Alejandro continuó comiendo como si nada hubiera pasado, manteniendo esa actitud de control absoluto, mientras Camila intentaba entender si lo había hecho por cortesía, por provocar una reacción, o simplemente porque quería.La pequeña