Corrí tanto que de pronto, sentí como me faltaba el aire. No podía creer lo que había visto y escuchado. Carl Renfield no podía ser una buena persona, me negaba a ello. Sentándome en una banca que estaba rodeada de rosas. Tome un poco del aliento perdido. Y repentinamente, sentí deseos de llorar, pues Carl estaba hablando con su madre cuando yo interrumpí ese momento.
Hace años, cuando mi Carl llego a la mansión de mi abuelo, recuerdo que el solía llorar por las noches, llamando a su madre recién fallecida, y yo tome la costumbre de dormir a su lado para ayudarle a conciliar el sueño. No quería pensar en eso, no quería pensar en nada, pues tenia miedo de volver a sentir lo que un día fue.
—Sabes, eres mucho mas linda cuando sonríes que cuando lloras —
Aquella frase, aquellas palabras, ya las había escuchado una vez. Levantando la cabeza, pude ver a Carl mirándome atento. Un ramo de rosas estaba en sus manos.
—Vete, ¿Por qué no puedes entender que yo te odio? No quiero verte, no quiero estar cerca de ti — le dije aquello, pero ya verdad, es que me lo decía mas a mi misma, ya que no quería olvidar ni por un momento lo mucho que lo odiaba, y más aún, no quería olvidar las razones de porque era de esa manera.
—Esta bien, te dejare sola, pero deberías entrar en la mansión, en estos solitarios lugares, suele hacer mucho frío cuando comienza a oscurecer, podrías enfermar si te quedas mucho tiempo afuera —
Me dijo y luego siguió su camino. Me desesperaba, ¿Por qué no me forzaba a estar con él? ¿Por qué no me forzaba a quererlo y se comportaba como el patán que fue en nuestra boda? Era como si hubiera cambiado en cuanto llegamos aquí, y de aquel hombre orgulloso y arrogante no hubiera nada. Levantándome, lo enfrente.
—Ya deja de ser tan hipócrita, se bien que tú lo único que deseas es forzarme a que te ame, que quieres vengarte por la manera en que trate, ¿Por qué no simplemente te vengas de mi y ya? ¿Por qué tienes que comparte como un imbécil? — le dije con frustración y el tan solo se giró para verme.
—Te dije que haría que amaras Anastasia, pero no forzándote a ello, se que tu piensas que soy el peor hombre que existe, y quizás, si lo soy pues te he comprado como si fueras un objeto, pero no soy el tipo de hombre que fuerza a una mujer indefensa a hacer algo que no quiere, y se que muy dentro de ti, aun existe aquella niña que juro amarme por siempre, y es a esa niña a quien yo le debo todo lo que soy…cuando sea el momento, cuando descubras lo que eres y lo que soy y me desees como yo te deseo, entonces te tomare como mía, mientras tanto, no te obligare a hacer algo que no quieres, pues eso no es lo que tu te mereces, y respeto el amor que te tengo —
Me dijo aquello mirándome con un aire de tristeza, y luego, lo vi marcharse. ¿Por qué? ¿Acaso esa era su manera de torturarme? No podía quejarme de él, no podía decir que era un monstruo mientras se comportara de esa manera gentil. Llorando, entre a la mansión y corrí hasta mi alcoba, no quería aceptarlo, el seguramente estaba fingiendo y aquello no era mas que una sucia jugarreta para hacerme creer que era una buena persona. No lo aceptaría jamás.
La noche cayo, y tal como Carl dijo, aquel lugar desolado se sentía tan frío como el infierno, aunque, en el interior de la mansión, estaba cálido y reconfortable. No me había atrevido a salir de mi alcoba, y miraba el fuego que brillaba en la chimenea. ¿Qué se supone que debía de hacer ahora? Había imaginado que Carl me haría cosas horribles, que me forzaría a…negué en silencio. Estaba sola en ese lugar, y el, no era el hombre que yo creí que era, y eso me hacía enfurecer tanto, porque no podía juzgarlo. Tomando mi celular, comencé a charlar con mis amigos, quienes me preguntaban tantas cosas a la vez sobre la nueva vida que estaba teniendo, que no sabía que responderles. Quería verlos, quería salir de aquella mansión y escapar de ese hombre apuesto al que una vez había amado.
Eran ya pasada la medianoche, y aunque Sara me había insistido tanto en bajar a cenar, yo me rehusé por completo a comer nada. Pero el hambre me había calado en el estómago, que me escabullí de mi alcoba una vez que creía a todos dormidos. Caminando por el largo pasillo de habitaciones, pude escuchar a Carl hablando de manera extraña, su habitación estaba alejada de la mía, y por curiosidad al ver la puerta entre abierta, me asome para ver que era lo que ese hombre estaba haciendo. La habitación estaba completamente a oscuras, y acercándome a la voz de Carl, la luz de una lampara me dejo ver que se hallaba durmiendo. Su rostro era hermoso, no había cambiado mucho desde que era un niño, solo los típicos rasgos de la adultez. Acercándome más, pude ver que había un rastro de lagrimas que se le escapaban de los ojos.
—Mamá…papá…por favor…no se vayan —
Aquellas palabras eran las mismas que el repetía en sus noches de pesadilla cuando éramos niños. Sentí mi corazón dolerse, Carl, aun no superaba aquella perdida, como no la había superado en su infancia. Sin saber que hacer, miré hacia todos lados de aquella enorme habitación, entonces, sobre la chimenea cuyo fuego tambien aluzaba un poco las tinieblas, pude ver la fotografía de los señores Renfield, y junto a ella, aquel ramo de rosas blancas que horas atrás había visto en las manos de Carl. No pude evitarlo, y sentí tanta pena por él. Pero de nuevo, no quería permitirme sentir nada por el hombre al que odiaba.
“Este año las rosas crecieron preciosas madre, estoy seguro de que te gustaran mucho”
Cuando estaba a punto de irme y dejarlo solo, recordé esas palabras que le escuche decir, y girándome a verlo, lo note inquieto, asustado y sudoroso, igual a aquellas noches en que le hacía compañía.
Me sentí incapaz de dejarlo así, así que, a pesar de mi odio por ese hombre, me acerque hasta su cama rogándole a dios que no se fuera a despertar, y lo tome de la mano como cuando era un niño. Poco a poco, note como sus facciones se relajaron, y pronto, un sueño profundo lo estaba acompañando. Miré su rostro nuevamente, y sentí el impulso de tocarlo, pero me negué a hacerlo, Carl había tomado mi mano con firmeza, y aun cuando no me estaba lastimando, si me resultaría difícil zafarme de su agarre. No pude evitar sonreír, aquello me traía recuerdos de tiempos mas felices, cuando el no era un monstruo…
Después de un rato, finalmente pude liberarme de su agarre, y camine hacia la cocina para tomar alguna fruta de la nevera y además me prepare un sándwich. Aun sentía la mano de Carl apretando la mía, me sentí tranquila de saber que había logrado conciliar el sueño. Mientras comía, recordé tantas cosas, que me sentí nostálgica. Luego de eso, fui de regreso a mi alcoba, y luego, logré conciliar el sueño. Aun odiaba a Carl, y lo iba a odiar por siempre, pero simplemente no pude dejarlo solo en medio de su pesadilla…yo no soy una mala persona y el, el es un idiota. Pensando en eso, finalmente me quede dormida.
Por la mañana, cuando me desperté, mire la hora en mi celular, eran las 10 am, sinceramente, yo no tenía el habito de despertar temprano y no iba a comenzar a hacerlo solo por estar casada. Alzando la vista a mi chimenea, pude ver un jarrón celeste muy hermoso lleno de rosas blancas. Esas rosas eran del jardín en que había visto a Carl, estaba segura de ello. Fruncí el ceño y me acerqué a aquellas rosas, y pude ver que había una nota en ellas. Tomándola, me apresure a leerla.
“Gracias por acompañarme durante la noche, siempre tuyo: Carl Renfield”
Sentí como el calor se me subía a las mejillas de golpe. ¿Pero quien se había creído? ¿Y como se dio cuenta de que estuve en su alcoba? No era mas que un arrogante, pretencioso y caprichoso.
A punto de arrugar aquella nota y arrojarla a la basura, por alguna razón, me sentí incapaz de hacerlo. Yo solo fui amable porque el estaba asustado, y se lo dejaría en claro. Bajando al comedor, pude ver que allí se hallaba el tomando su desayuno tan tranquilo como si fuera un niño mimado. Acercándome a el a pasos firmes, me senté a su lado y lo fulminé con la mirada.
—Buenos días Anastasia, hoy despiertas temprano, recuerdo que tu hora habitual de levantarte es pasado el mediodía — me dijo con tranquilidad.
—Escucha vizconde, yo solo te acompañe a dormir porque estabas llorando como un bebé, no creas que he dejado de odiarte, es más, te odio todavía más así que no confundas las cosas — le dije en una rabieta.
Carl solo se rio, y aquella sonrisa, que llevaba años de no ver, lucio tan encantadora como aquellas muy pocas que me dejo ver cuando éramos niños.
—Descuida, lo se muy bien, se lo mucho que me odias, solo quise agradecerte, se que eres una mujer de nobles sentimientos, por eso, te doy las gracias Anastasia, gracias por ayudarme a conciliar el sueño —
—Eres un embustero, aprovechado, eso no volverá a pasar, no volveré a consolarte, de ahora en más tendrás que arreglártelas tu solo para poder dormir, yo no voy a volver a tomar tu mano para ver que te duermas, ¿Te quedo claro? — dije ya no con tanta firmeza.
—Esta bien condesa Anastasia, vuelvo a agradecerle el haberme brindado su compañía por la noche —
Me respondió, y luego tomo mi mano para dejar un beso sobre ella en un acto al estilo de un refinado caballero. Sentí mis mejillas enrojecerse, y luego, volteándole el rostro, no le respondí nada y tan solo tomé un pan de la mesa para enseguida empezar a desayunar. Nuevamente, él había sido amable, y yo, estaba furiosa, avergonzada por haber sido descubierta consolándolo, y molesta conmigo misma por ser tan amable. El no me iba a ganar, Carl Renfield no era una buena persona, me repetí eso tantas veces que me dolió la cabeza, y no pude evitar preguntarme ¿Si aquel era mi karma por haberlo humillado? El recuerdo que me quedo de aquellas rosas para su madre, no se me borraría fácilmente, y yo, jamás aceptaría que él era un hombre bueno, aun cuando había pasado toda la noche consolándolo.
A partir de aquí la historia estará narrada en tercera persona.El amor suele ser complicado, mucho mas de lo que puede llegar a ser cualquier otra cosa. Sin embargo, aunque de antemano sabemos lo que puede esperarnos, seguimos avanzando hacía el, tal y como hacen las mariposas hacia el fuego. Consumidos en una llama que puede regalar tanto el cielo como el infierno, irremediablemente nos quemamos en la hoguera del amor y de la pasión.Un par de niños jugaban en el césped. El chico, tiene mas de 10 años, y la chica, apenas debe de alcanzar los 6 u 7. Aquellos recuerdos, ya demasiado viejos, llegaban hasta Carl como la lluvia repentina que chocaba en los cristales de sus ventanales. El cielo estaba gris, como gris siempre se sentía. Permanentemente melancólico desde que aquella tragedia llego a la importante y poderosa familia Renfield cuando aquel accidente de auto en una noche lluviosa ocurrida ya hacia demasiados años, se llevó a sus padres. Siendo solo un niño de 12 años, Carl lleg
Los sueños, aquello que fervientemente anhelamos y tomamos como un motor para impulsar nuestras vidas; en algunos, puede ser dinero, en otros, puede ser el amor, el formar una familia o viajar para conocer el mundo entero. No hay nunca un sueño idéntico a otro, como no hay una persona que sea idéntica a otra. Para Carl Renfield su sueño era casarse y formar una familia con la condesa Anastasia Roche…y el de ella, quizás, tambien era el de casarse con Carl, pero a menudo, la intervención de terceras personas suele provocar conflictos que destruyen los sueños de otros.Tres años atrás:—Y he decidido nombrar como mi único heredero, a mi querido Carl Renfield, quien fue como un amado hijo para mí, y se quedo a mi lado acompañándome hasta en el ultimo momento, se que en sus manos todo lo que fue mi patrimonio, se encontrara a salvo, en cuanto a mi hijo y mi nuera solo dejo a su nombre la propiedad en la que habitan y una pequeña cuenta bancaria que estará a su nombre, y mi nieta Anastasia
La hermosura de los verdes prados, era tan sublime que cautivaba sus pupilas de tal manera que creía que no había visión mas bella que aquella en todo el mundo. Admirando los prístinos bosques, había un sin final de cosas que admiraba por primera vez y reconocía por los muchos libros que solía leer a escondidas de su padre cuando apenas era una niña pequeña. Los almiares en los árboles y los hermosos grupos de abedules diseminados aquí y allá, con sus troncos blancos que parecían brillar como la plata en medio de la espesura verdosa de las brillantes hojas que asemejaban esmeraldas, la hacían sentirse dentro de un cuento de hadas, aunque sabia demasiado bien que aquello estaba lejos de ser verdad, pues aquel hombre que tenia a su costado, aun cuando tenía toda la hermosa apariencia de un príncipe de ensueño, era en realidad el vizconde que la había comprado en matrimonio.Se dirigían hacia el castillo de los Roche, aquel que era la propiedad que mas peleaba su padre de entre todo lo q
La noche era fría, como era de esperarse en aquellos lares alejados de todo y que se hallaban rodeados de prados y hermosas montañas. Aquella habitación le traía a la memoria muchos de sus mas hermosos recuerdos, recuerdos en los que su abuelo aun estaba con vida y donde ella apenas era una niña inocente que no conocía nada de la maldad del mundo que la vio nacer. El amor puro e inocente que le tuvo a Carl Renfield en aquellos años, había sido de las mas hermosas experiencias de su vida, pero sabia demasiado bien lo lejano que era todo aquello en ese presente que ahora estaba viviendo.Anastasia se sentía sola, quizás, más sola que nunca, pero aun así se negaba a bajar para hablar con Carl, no quería tener ya nada que ver con él, pues tenía miedo de que su corazón volviera a traicionarla, y ella no quería aquello, no quería que sus sentimientos de niña se entrometieran con el odio que le tenía ya siendo adultos.En la penumbra de la habitación, Anastasia se preguntaba, ¿Por qué su abu
El amanecer acariciaba las hermosas colinas de Wiltshire, Inglaterra, que se alcanzaban a apreciar desde los enormes ventanales de su lujosa habitación de Carl Renfield en el castillo de Roche en que se encontraban. No había logrado conciliar el sueño, enfadado y celoso después de haber leído aquel mensaje en el celular de su esposa, Carl había pasado la noche en vela atormentándose a sí mismo mientras imaginaba a su Anastasia amando a otro hombre. No había perdido el tiempo, y aun cuando era de madrugada, había llamado al hombre en que mas confiaba, par ordenarle que averiguase en ese mismo instante todo lo referente este Emerson Vitali que se hablaba con tantas confianzas con Anastasia.En cuestión de unas horas, se le había brindado alguna información; el joven Vitali era solo un plebeyo hijo de un importante empresario que se hallaba en la lista de los hombres mas ricos y poderosos de Inglaterra que no pertenecía a la realeza, su madre era una afamada pintora, cuyas obras de arte
El cielo gris que presagiaba tormentas, se había posado casi permanentemente sobre el castillo Roche. Después de una recuperación que le llevo un largo tiempo, Carl regresaba al castillo, cegado completamente por el odio y la sed de venganza en contra de la condesa a la que aún seguía amando.Aquellos días, la había despreciado y humillado de todas las formas posibles, y Anastasia prefería permanecer encerrada en sus aposentos. Su único consuelo, era hablar con sus amistades, entre ellas Emerson, y con su hermano declarado a quien el vizconde tambien había acusado injustamente. Carl aseguraba “tenerle piedad” por no denunciarla ni a ella ni a su familia por lo que le habían hecho, y aun cuando intento por todos los medios tocar su corazón y explicarle que ella o Arlen no habían tenido nada que ver, el no creía en su palabra, y para el aquella noche en que acepto su amor hacia él, solo había estado fingiendo.Aquella noche Carl entro en los aposentos de Anastasia. Había decidido atorme
Volvió a apoderarse de sus labios borrando consigo todos los temores que albergaba ella. Habían llegado a un punto sin retronó en el que sólo eran sensaciones y deseo. Colocó una rodilla en medio de sus piernas y fue abriéndose paso hasta llegar al centro de su feminidad y moviéndola en círculos. Sus manos, expertas y hábiles conquistaban cada centímetro de piel sin dejar ninguna libre de exploración. La piel tersa y suave de Anastasia despertaba en él el deseo más primitivo que nunca llegó a experimentar por ninguna otra mujer.Sus besos iban trazando una ruta despertando su cuerpo. Primero trazo un beso en la punta de su hombro, hasta llegar a la curva de su cuello.Anastasia no pudo resistir el impulso de arquearse contra él cuando sintió como capturaba uno de sus pezones con su boca y con la yema de los dedos masajeaba el otro proporcionándole la misma atención que el otro.¿Así que era esto de lo que las mujeres casadas hablaban en privado? ¿De la intimidad de un hombre y una muj
Se levantó de la cama con intenciones de cepillarse el cabello, su doncella aun no mandaba a alguien a que le preparara el baño. Fue hasta el tocador donde tomó asiento en el taburete. Un pequeño grito se escapó de sus labios al ver su reflejo en el espejo.“Te haré mía, te marcaré para que no quede duda de a quién perteneces”Ahora entendía lo que le había querido decir con aquella frase, pues llevaba varias marcas rojizas en el cuello. Recordaba cuando la besaba y succionaba contra su piel, pero jamás imaginó que pudiera hacerle ese tipo de marca.¿Cómo le haría para ocultarlas? Tenía una piel demasiado clara y si los empleados la vieran con esas marcas seguramente pensarían que ella y él habían tenido intimidad. Pero aún, si salía a la calle seguramente la verían y se desatarían los chismes.—Buenos días mi lady.La voz de Melissa, la criada que Carl había asignado para atenderla, la sacó de sus pensamientos. La vio entrar a la habitación y su principal instinto fue protegerse el c