¿A qué se refiere, milord? — preguntó un poco confundido el hombre.Carl le indicó que tomara asiento en una de las sillas que estaban en frente de él.—La condesa — dijo cuándo su fiel hombre tomó asiento por fin — ¿Con que frecuencia sale de la mansión? ¿Cuántos hombres la han visitado desde mi ausencia? ¿Cuándo le duró el luto?Alfred no lograba comprender, en lo único que prestaba atención era en las preguntas que su amo le formulaba y en la inmensa cicatriz que tenía en la mejilla.¿Quién le hizo esa herida, milord?Carl se removió incomodo en su lugar, a pesar de que con él existía mucha confianza, no estaba preparado para revelarle lo que su esposa y su hermano habían hecho con él el día de su boda. Era probable que Alfred cobrara venganza en contra de Arlen, al que por cierto él mismo ya le estaba pasando factura con los intereses altos que le cobrara su mercader.—Limítate a responder.—La señora casi no sale — comenzó a explicar — Las únicas personas que la visitan son la ma
Lo primero que hizo al entrar a su habitación fue arrojar las botas a un rincón sin importancia y cerró la puerta de un sonoro golpe. Se recargó de espaldas a ella y permaneció ahí por un tiempo prolongado.Cerró los ojos e imaginó sus manos sobre su cuerpo, sus labios sobre los de ella que le quemaban a carne viva, el aroma dulce de su cuerpo se había impregnado en cada poro de su piel.Maldijo en su interior mientras se golpeaba la nuca contra la base de la puerta de caoba. Se suponía que había ido a su habitación con el único propósito de hacerle el amor —el cual cumplió — pero su intención era de hacerlo de una forma brutal, sin una pizca de sentimientos. En cambio, sus defensas se derrumbaron al verla en ese maldito camisón blanco y no sólo eso, sino que incluso consideró dormir a su lado. Escuchar su respiración pasiva, mecerse en los latidos de su corazón, embriagarse del calor que emanaba de su cuerpo.¡Maldita sea¡— Exclamó para sí mismo — Eres un débil Carl. Un maldito débil
Anastasia se cruzó de brazos mientras contemplaba esa escena. Esa mujer rubia lo abrazaba de una forma muy cariñosa, aunque no era es apalabra que buscaba, más bien la palabra correcta era “amorosa” como si se tratara del abrazo de dos amantes.¿Quién era esa mujer y de donde había salido?¿Por qué se dejaba abrazar de esa manera?Alzó una ceja mientras un sentimiento extraño comenzó a invadirla. Era esa clase de sentimientos que te hacían odiar, arañar, golpear o incluso agarrar a esa mujer de sus cabellos rubios para apartarlo de su marido.Pero lo que la había dejado sin habla era la forma de vestir, un poco vulgar y atrevido para su gusto. Llevaba un vestido rojo y con un abrumante escote que realzaba sus enormes senos.Carl se quedó petrificado sin saber qué hacer. Cuando abandonó a Amara en Toscana fue muy claro con ella al decirle que esto se había terminado y que se buscara otro amante ya que con fortuna él no podía saber si regresaría o no.Por más que trataba de apartarlo de
Arlen y Anastasia permanecieron varios minutos platicando en el jardín, hasta que él se despidió y como no quiso salir por la puerta principal para no toparse con el imbécil que tenía por cuñado, decidió cruzar el amplio jardín y salir por ahí.De hecho ella tampoco deseaba entrar a la casa y encontrarse con los dos, seguramente estaban en su despacho o probablemente observándola desde la sala. Deisy se acercó a ella, llevaba una pelota en el hocico, pero no estaba de ánimos como para jugar con ella. El animal al comprender el estado de su ama, soltó la pelota y recargó su cabeza sobre sus piernas, esperando un cariño de su parte.Anastasia esbozó una sonrisa y acarició el cabello sedoso del animal.—El clima aquí es fantástico, nada que ver al de Toscana.Escuchó la voz de Amara, pero decidió ignorarla aun y cuando ella tomó asiento a su lado. Pero un pensamiento atravesó como un rayo en su cabeza.¿El muy maldito estaba en Toscana, con ella?Mientras ella sufría amargamente su perdi
Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo de cabeza hacia los pies, su sola cercanía la alteraba considerablemente y cuando estuvo a punto de retroceder unos cuantos pasos él se lo impidió agarrándola de la cintura y atrayéndola a él. Anastasia se retorcía bajo sus brazos, odiaba tenerlo cerca, sentir la briza de su aliento cálido golpear contra sus mejillas. En otro momento esta escena hubiese sido romántica y se dejaría ser, pero las cosas eran distintas, él buscaba una venganza absurda y por si fuese poco su amante estaba bajo el mismo techo que ellos. Su traicionero subconsciente jugaba con ella con imágenes de él y su amante en una cama.—Suéltame —pidió ella, echando un poco la cabeza hacía atrás y verlo a los ojos.—No — él negó esbozando una media sonrisa — Contéstame con honestidad — hizo una pausa antes de preguntar — ¿Te pongo nerviosa?—No — respondió firme y sin titubear está vez, algo que la hizo sentirse orgullosa de sí misma.Carl arqueó una ceja, desde luego que no le c
Vio una sombra caminar por las calles, algo que lo hizo ponerse en guardia y cuando vio de quien se trataba se tranquilizó un poco.—Llegas tarde — dijo él.—Me aseguraba que el resto del plan saliera bien.Su amigo asintió y ambos se giraron al mismo tiempo para ver la pequeña casa de Anastasio, no sabían que era lo que encontrarían, pero del algo Arlen estaba seguro, encontrarían algo que delataría a Renfield.—¿Qué piensas? — preguntó Arthur.—Puede que encontremos algo, tengo una ligera sospecha que hay encerrado muchos secretos en esa casa.—Deberíamos entrar y hacer esto rápido antes de que alguien nos descubra.Ambos treparon por la barda y saltaron bajo el amplio jardín, permanecieron unos momentos ocultos dentro de unos arbustos por si no hubiese nadie merodeando la casa. Una vez seguros corrieron a hurtadillas hasta llegar a la puerta trasera de la cocina. Arlen buscó una especie de llave maestra y con ella intentó abrir la puerta.—Por lo visto tienes experiencia abriendo c
Contemplaba con horror las marcas en sus manos que fueron a causa de los grilletes, su rostro pálido y demacrado, pero sobre todo los labios partidos, eran sin duda marcas de algún tipo de tortura. No quiso ni imaginar el dolor que debió sentir e incluso la fuerza de voluntad que tuvo para sobrevivir.Pasó la yema de sus dedos por su frente pero en el instante que ellos lo rozaron, una mano interceptó la suya en el aire. Entonces ella vio la profundidad de sus ojos dorados y se sumergió en ellos.¿Quién es usted? — preguntó en tono apagado pero severo.Sin soltar a la joven, Máximo se llevó una mano a la cabeza, todo le daba vueltas en la cabeza y lo único que pudo recordar era la cara de Arlen y el tal Arthur. Ellos lo habían sacado de esa pocilga donde había estado por tres años, por fin era libre y le haría pagar cada una de todas las que su miserable primo le había hecho a él y al resto de todos los que se cruzaron en su camino.¿En dónde estaba? Y sobre todo ¿Quién era esa pequeñ
—¡ANASTASIA!Arthur la tomó entre sus brazos y el cochero le ayudó a subirla al carruaje, pero antes de partir, le ordenó a uno de sus lacayos que fuera en busca del doctor Johnson y lo llevara a casa de Angus Roche, a lo que el joven asintió y salió corriendo en dirección a la residencia del mencionado médico.Le tocó la frente y negó, estaba ardiendo, su cuerpo temblaba y los labios comenzaban a resecarse.—No…Susurró ella, probablemente estaba al borde de la agonía y esto le preocupó considerablemente y temía por la reacción de su amigo Arlen. Esa noche había quedado en reunirse con ellos para jugar cartas, pero no quería dejar a Teodora sola en compañía de Máximo, a lo que ella le dijo que se fuera con cuidado, así que más tranquilo partió de casa.Estaban reunidos en la sala, Angus Roche, Lady Bernarda, Arlen y la tía Brígida quien había llegado de Cornwall. Estos dos últimos jugaban ajedrez y la anciana iba ganando la partida.—Eres pésimo Arlen — se burló la mujer — Jaque a tu