Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo de cabeza hacia los pies, su sola cercanía la alteraba considerablemente y cuando estuvo a punto de retroceder unos cuantos pasos él se lo impidió agarrándola de la cintura y atrayéndola a él. Anastasia se retorcía bajo sus brazos, odiaba tenerlo cerca, sentir la briza de su aliento cálido golpear contra sus mejillas. En otro momento esta escena hubiese sido romántica y se dejaría ser, pero las cosas eran distintas, él buscaba una venganza absurda y por si fuese poco su amante estaba bajo el mismo techo que ellos. Su traicionero subconsciente jugaba con ella con imágenes de él y su amante en una cama.—Suéltame —pidió ella, echando un poco la cabeza hacía atrás y verlo a los ojos.—No — él negó esbozando una media sonrisa — Contéstame con honestidad — hizo una pausa antes de preguntar — ¿Te pongo nerviosa?—No — respondió firme y sin titubear está vez, algo que la hizo sentirse orgullosa de sí misma.Carl arqueó una ceja, desde luego que no le c
Vio una sombra caminar por las calles, algo que lo hizo ponerse en guardia y cuando vio de quien se trataba se tranquilizó un poco.—Llegas tarde — dijo él.—Me aseguraba que el resto del plan saliera bien.Su amigo asintió y ambos se giraron al mismo tiempo para ver la pequeña casa de Anastasio, no sabían que era lo que encontrarían, pero del algo Arlen estaba seguro, encontrarían algo que delataría a Renfield.—¿Qué piensas? — preguntó Arthur.—Puede que encontremos algo, tengo una ligera sospecha que hay encerrado muchos secretos en esa casa.—Deberíamos entrar y hacer esto rápido antes de que alguien nos descubra.Ambos treparon por la barda y saltaron bajo el amplio jardín, permanecieron unos momentos ocultos dentro de unos arbustos por si no hubiese nadie merodeando la casa. Una vez seguros corrieron a hurtadillas hasta llegar a la puerta trasera de la cocina. Arlen buscó una especie de llave maestra y con ella intentó abrir la puerta.—Por lo visto tienes experiencia abriendo c
Contemplaba con horror las marcas en sus manos que fueron a causa de los grilletes, su rostro pálido y demacrado, pero sobre todo los labios partidos, eran sin duda marcas de algún tipo de tortura. No quiso ni imaginar el dolor que debió sentir e incluso la fuerza de voluntad que tuvo para sobrevivir.Pasó la yema de sus dedos por su frente pero en el instante que ellos lo rozaron, una mano interceptó la suya en el aire. Entonces ella vio la profundidad de sus ojos dorados y se sumergió en ellos.¿Quién es usted? — preguntó en tono apagado pero severo.Sin soltar a la joven, Máximo se llevó una mano a la cabeza, todo le daba vueltas en la cabeza y lo único que pudo recordar era la cara de Arlen y el tal Arthur. Ellos lo habían sacado de esa pocilga donde había estado por tres años, por fin era libre y le haría pagar cada una de todas las que su miserable primo le había hecho a él y al resto de todos los que se cruzaron en su camino.¿En dónde estaba? Y sobre todo ¿Quién era esa pequeñ
—¡ANASTASIA!Arthur la tomó entre sus brazos y el cochero le ayudó a subirla al carruaje, pero antes de partir, le ordenó a uno de sus lacayos que fuera en busca del doctor Johnson y lo llevara a casa de Angus Roche, a lo que el joven asintió y salió corriendo en dirección a la residencia del mencionado médico.Le tocó la frente y negó, estaba ardiendo, su cuerpo temblaba y los labios comenzaban a resecarse.—No…Susurró ella, probablemente estaba al borde de la agonía y esto le preocupó considerablemente y temía por la reacción de su amigo Arlen. Esa noche había quedado en reunirse con ellos para jugar cartas, pero no quería dejar a Teodora sola en compañía de Máximo, a lo que ella le dijo que se fuera con cuidado, así que más tranquilo partió de casa.Estaban reunidos en la sala, Angus Roche, Lady Bernarda, Arlen y la tía Brígida quien había llegado de Cornwall. Estos dos últimos jugaban ajedrez y la anciana iba ganando la partida.—Eres pésimo Arlen — se burló la mujer — Jaque a tu
Si algo era realmente seguro, era que Carl Renfield, era un hombre demasiado egoísta y caprichoso, tanto, que sin duda alguna siempre se salía con la suya. Sentía las miradas a mi alrededor, todas ellas juiciosas, una que otra maliciosa y unas pocas mas con demasiada lastima, y todo aquel remolino de sentimientos, iban dirigidos hacia mi persona.Por supuesto, una novia siempre era el centro de atención de todas las miradas en el día de su boda, y el blanco vestido de princesa que llevaba, gritaba a todas luces que yo lo era, una hermosa novia que fingía una sonrisa en el que, se suponía, era el día mas feliz de mi vida, sin embargo, todo aquello no era mas que una farsa, una farsa bien hecha planeada por ese hombre que, arrogante, me esperaba en el altar de la iglesia. Podía verlo allí, de pie, esperando casi impaciente mi llegada, con aquella sonrisa que yo aborrecía tanto y que despreciaba mas que a nada en el mundo. Ese hombre, había logrado comprarme, mi padre y mi madre, me ofre
Todos en aquella ceremonia celebraban nuestro matrimonio. Pasaban uno a uno a felicitarnos, como si fuéramos una pareja demasiado feliz, sin embargo, eso estaba demasiado lejos de la realidad, Carl y yo ni siquiera éramos una pareja, él me había comprado…él les había pagado a mis padres por mí.Es para todos bien sabido, que un hombre de tal posición necesita una esposa. En los juegos de los hombres poderosos, una buena reputación lo es todo. Y yo, hija de la importante familia Roche, ligada a la familia real pues mi abuelo fue un importante hombre, el conde Roche, título que, por supuesto, mi padre ha heredado, pero que en realidad tiene poca importancia cuando no se tiene el dinero suficiente para hacer honor al título. Yo, soy la condesa actual, y este hombre que me sonríe como si hubiera tomado la joya mas preciada de la corona, me desea desde hace años.Hubo un tiempo en que el importante Vizconde Carl Renfield, mi odiado ahora esposo, fue un niño como cualquier otro. Nos conocim
Aquella mañana era fría, pues en aquella mansión, alejada de la cálida ciudad de Londres, el frío del invierno se sentía mas debido a que solo había grandes campos y abundantes praderas a su alrededor. Estaba aislada, lejos de mis padres, mis amigos y la vida que una vez conocí. Ahora, era la esposa de un noble y yo tambien era una noble, tenía que vivir en esta vieja mansión que seguramente demasiadas memorias guardaban.En la tina, disfrute del agua caliente, aun maldiciendo por lo bajo el nombre de Carl Renfield. Las burbujas me reconfortaban, y, dentro de todo, estaba agradecida de que ese hombre no me forzara a compartir el lecho con él. Saliendo del baño, y luego de vestirme, baje al comedor para ver si podía tomar algo, ya pasaba del medio día, y el hambre comenzaba a calar en mi estómago. No había tomado nada mas que un pequeño trozo del pastel de bodas la noche anterior.—Ah señora Renfield, me alegra que por fin bajara, el señor me ha pedido que sea expresamente yo quien ati
Corrí tanto que de pronto, sentí como me faltaba el aire. No podía creer lo que había visto y escuchado. Carl Renfield no podía ser una buena persona, me negaba a ello. Sentándome en una banca que estaba rodeada de rosas. Tome un poco del aliento perdido. Y repentinamente, sentí deseos de llorar, pues Carl estaba hablando con su madre cuando yo interrumpí ese momento.Hace años, cuando mi Carl llego a la mansión de mi abuelo, recuerdo que el solía llorar por las noches, llamando a su madre recién fallecida, y yo tome la costumbre de dormir a su lado para ayudarle a conciliar el sueño. No quería pensar en eso, no quería pensar en nada, pues tenia miedo de volver a sentir lo que un día fue.—Sabes, eres mucho mas linda cuando sonríes que cuando lloras —Aquella frase, aquellas palabras, ya las había escuchado una vez. Levantando la cabeza, pude ver a Carl mirándome atento. Un ramo de rosas estaba en sus manos.—Vete, ¿Por qué no puedes entender que yo te odio? No quiero verte, no quiero