Después de su enfrentamiento con Norman, Samira se sintió más ligera, como si una carga invisible se hubiera desvanecido. Antes, jamás habría tenido el valor de enfrentarlo, pues en el pasado lo amaba y lo tenía en un pedestal. Norman era su mundo, pero tras descubrir quién era realmente, cualquier sentimiento de amor hacia él se desvaneció. Sentía una profunda satisfacción por la venganza llevada a cabo. Había enfrentado a Norman sin miedo, reconociendo que él no era superior a ella ni a nadie. Sin embargo, a pesar de ese triunfo, Samira no podía dejar de pensar en otra persona: Evangeline. No podía quitarse de la cabeza que ella ocultaba su verdadero carácter frente a Alister. Él merecía conocer la verdad, pero Samira estaba atormentada por la idea de que, tras revelar que Evangeline fue la amante de Norman y responsable en parte por la muerte de su hijo, Alister no creyera en sus palabras. Samira estaba convencida de que Evangeline también merecía un castigo, no solo por haberse
Después de casi una hora de búsqueda meticulosa, sus manos temblorosas encontraron un pequeño frasco oculto debajo del colchón. Lo abrió y reconoció el olor inconfundible de la belladona. Sus peores sospechas se confirmaron: Evangeline era la culpable.—¿Encontró lo que buscaba? —preguntó Angelo luego de que Samira saliera del cuarto. —Sí... Te lo agradezco —articuló con el ánimo arrastrándose en cada paso.Con el frasco en mano, Samira bajó a la oficina de Alister y esperó su regreso. Se sentó en una silla, mirando fijamente el frasco, sintiendo una mezcla de ira y frustración. Después de que se lo contara al Alfa, ¿éste estará o no de su lado? Alguna vez prometió que siempre creería en ella, pero reconocía que esta situación podría ser bastante desconcertante para él. Samira, por su parte, quedó bastante aturdida. Empezó a pensar... ¿realmente era necesario llegar a estos extremos? Sabía que a Evangeline no le agradaba su presencia, pero ¿a tal punto de querer acabar con ella? Eva
La atmósfera en la habitación de Evangeline se había vuelto tan pesada que a la loba le resultaba difícil respirar. —¿Q-Qué sucede, Alfa? Lo escucho —dijo Evangeline con su voz más dulce y tierna, una táctica habitual que utilizaba para manipular a quienes la rodeaban. Alister sacó de su bolsillo el pequeño frasco con belladona y lo sostuvo ante ella. —Esto fue encontrado en tu habitación —declaró con frialdad.Evangeline abrió los ojos bien grandes, sus labios se separaron ligeramente en una expresión de alarma genuina. —¿Alguien... entró a mi habitación? —preguntó, reflejando perplejidad.—Se suponía que tu cuarto debía ser registrado al igual que los demás, así que ¿por qué te sorprende tanto? —cuestionó. —C-Claro, pero... —la loba estaba tan sorprendida de que Alister tuviera ese frasco, que empezó a mover los labios como si fuese a dar una respuesta, pero no lograba articular palabra alguna. Ella sabía la verdad. Sabía que su habitación no había sido registrada. Por lo tant
Alister salió del cuarto de Evangeline con el corazón pesado y la mente nublada por la confusión. Las palabras de su leal subordinada resonaban en su cabeza. Durante años, nunca había tenido razones para dudar de ella, pero ahora se encontraba en una encrucijada. Tenía que proteger a Samira, su mate, pero también debía mantener la integridad de su Clan.Decidido a obtener más respuestas, Alister se dirigió al pequeño estudio donde Yimar, el Beta de la manada, solía trabajar a menudo. Alister empujó la puerta sin tocar y su entrada repentina hizo que Yimar se levantara de su escritorio, sorprendido.—Alfa —dijo él, poniéndose de pie de un salto—. ¿Qué ocurre?Alister cerró la puerta detrás de él y se aproximó al escritorio.—Necesitamos hablar —dijo con firmeza.Yimar asintió, preocupado por el tono de Alister.—Por supuesto, ¿qué sucede? —preguntó, tratando de mantener la calma.—Cuando te pedí que todas las habitaciones de esta residencia fueran registradas para encontrar alguna evid
Alister se dirigió a su habitación, con la mente agitada debido a la confrontación con Evangeline y Yimar. Al abrir la puerta, encontró a Samira sentada en la cama, quien lo esperaba silenciosamente. Sus ojos se encontraron y ella lo contempló con una mirada cargada de expectación.—Samira... —pronunció el Alfa, un poco sorprendido de verla allí. A decir verdad, se hallaba tan obnubilado que había olvidado que la dejó en la oficina. Debía volver a ella en cuanto terminara de conversar con la loba, pero sus pasos lo llevaron a otra parte. —¿Estás bien? —le preguntó ella tras notar que Alister lucía angustiado.—He hablado con Evangeline y también con Yimar —expuso sin rodeos.—¿Qué te han dicho? —cuestionó, intrigada.—Evangeline insiste en que es inocente —explicó.Samira soltó una ligera risa sarcástica.—No esperaba que lo admitiera —señaló—. A decir verdad, no me sorprende para nada que lo haya negado, pues tiene mucho que perder. Sé que ella te... "aprecia" demasiado.Alister fru
Después de que Samira le revelara la verdad a Alister, el hombre se quedó estupefacto. Su rostro se tornó pálido y sus ojos, fijos en un punto indefinido, mostraron total escepticismo. Permaneció callado por un largo rato, intentando asimilar lo que acababa de escuchar. La atmósfera en la habitación se tornó aún más pesada, mientras Samira lo observó con nerviosismo, esperando una reacción.Finalmente, Alister rompió el silencio con una voz cargada de desconcierto. —Samira, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo? —Completamente —respondió sin dudarlo.—¿Pero tienes alguna prueba de que eso sea verdad? Si las tienes, ¿dónde está? —exigió. —No tengo ninguna prueba concreta —admitió—. Pero, aunque te mostrara las pruebas, ¿me creeríasAlister la miró con confusión y frunció el entrecejo. Samira comprendió que el Alfa no comprendió su punto, por lo que continuó hablando para explicarle. —Te he traído una prueba clara. Te traje el frasco de belladona y te dije que lo encontré en la h
Después de ese desacuerdo, era muy difícil que Samira y Alister compartieran el mismo espacio. La humana optó por la soledad y evitaba bajar a desayunar, sabiendo que Evangeline estaría presente. Evidentemente no quería convivir con alguien que sabía intentó matarla.Alister, aunque le dolía, no quería obligar a Samira a hacer algo que la incomodara. Entendía la situación y le daba su espacio. Una mañana, Samira salió de su habitación y observó que todos en la casa estaban moviéndose de aquí para allá hacia distintos lugares. Sirvientes, jardineros y cocineros iban de un lado a otro, mientras que los guardias olfateaban los muebles y movían objetos, todo con el fin de seguir investigando sobre el asunto de la belladona. Samira los miraba indiferente, segura de que ya no encontrarían nada. Ella ya había encontrado la prueba más importante, la cual estaba ahora en manos de Alister.Mientras observaba el bullicio, Samira pensaba que deberían interrogar específicamente a la sirvienta en
Al día siguiente, la casa seguía siendo registrada, pero con más calma. Ya no había tanto alboroto y los sirvientes ya no se movían constantemente de un lado a otro, también los guardias habían reducido sus incursiones en los rincones de la residencia.Por su parte, Evangeline se dirigió a la empresa en su coche, mientras su mente continuaba siendo invadida por pensamientos intranquilos. Su rostro mostraba un claro signo de estrés, un estrés causado por las palabras de Samira. Si no hacía algo al respecto, sabía que era solo cuestión de tiempo para que Alister descubriera toda la verdad, lo cual la llenaba de ansiedad. Movía los dedos sobre el volante, se sobaba la frente y luego la nuca, todas estas acciones mostraban lo agobiada que se sentía. Estaba profundamente frustrada por cómo las cosas se estaban tornando en su contra, consciente de que tenía mucho que perder y poco tiempo para actuar. Murmuraba para sí misma, balbuceando que debía encontrar una manera de deshacerse de Samira