El sacerdote se preparó para el ritual de purificación con un rosario de plata colgando en su mano. El ambiente se había vuelto pesado y el aire mismo parecía difícil de respirar. El sacerdote se acercó a Evangeline que aún seguía en su forma de loba, mientras los lobos continuaban sujetándola con fuerza, aunque su cuerpo se retorcía con una violencia casi incontenible. El sacerdote comenzó a murmurar oraciones antiguas en un lenguaje sagrado y profundo, invocando el poder de los dioses para desterrar a la oscuridad. Con cada palabra que pronunciaba, la figura de Evangeline temblaba y su lamento resonaba como un eco de sufrimiento.Los lobos sostenían a Evangeline, pero la fuerza oscura que la poseía luchaba con furia para liberarse. El sacerdote hizo el primer intento, sosteniendo sobre su cabeza una daga de plata bendecida que simbolizaba la purificación. Con esta, trazó un símbolo en el aire y la figura de Evangeline se arqueó de dolor. Un gemido desgarrador escapó de sus fauces, l
Con su último rastro de lucidez, Evangeline miró a su padre.—Padre… A decir verdad, hay algo que quiero saber —dijo, con voz débil y entrecortada—. A pesar de todo lo que hice, ¿aún me amas? —preguntó—. ¿O me guardas rencor? ¿Me odias? Yo... necesito saberlo.Yimar apretó los dientes, en lo que las lágrimas comenzaron nuevamente a deslizarse por sus mejillas.—Te amo, Evangeline —expresó con sinceridad—. Siempre te amaré, hasta el final de mis días. Jamás podría odiarte. Eres mi hija, mi sangre, y el fruto del amor que alguna vez compartí con tu madre. Estaba de acuerdo con que merecías un castigo por todo el daño que causaste, pero el odio… jamás. Nunca podría sentirlo hacia ti, hija mía.Evangeline cerró los ojos, dejando caer una lágrima, y cuando los abrió de nuevo, lo miró con aceptación.—Yo también te amo, padre —manifestó—. Tal vez te cueste creerlo, pero nunca quise herirte. No quería... que salieras lastimado en medio de todo esto… pero fue inevitable. No voy a pedir perdón
Los lobos llegaron a la casa del bosque cargando a su Alfa y lo acomodaron en la cama de su habitación. Samira se quedó al lado de Alister en todo momento, contemplándolo, sintiéndose angustiada y lidiando con una tristeza en el pecho que le era casi imposible contener. Sabía que él había estado al borde de la muerte, todo por ella, y eso le partía el alma. No podía soportar la idea de perderlo, no de esa manera, no para siempre.Samira observaba cada detalle en la expresión de Alister, quien seguía en su forma de lobo. Estaba atenta a cada respiración superficial, lo que le indicaba que seguía con vida. Su corazón se encogía en su tórax al verlo tan lastimado, tan vulnerable, por lo que sentía el calor de sus propias lágrimas deslizarse por sus mejillas, sin hacer el intento de detenerlas.Sabía que Alister no estaba consciente, pero necesitaba estar ahí, necesitaba acompañarlo, aferrándose a la esperanza de que su sola presencia lo ayudaría a encontrar fuerzas para regresar. El pens
Tres días después, Alister abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz tenue que ingresaba por la ventana. Su cuerpo estaba pesado y adolorido, como si cada hueso y músculo hubieran sido atravesados por la guerra misma. Cuando trató de moverse, una punzada de dolor lo detuvo, recordándole las heridas que apenas comenzaban a sanar.A su lado, Samira dormía profundamente, sentada en una silla junto a la cama, con toda la parte superior recostada en el borde. La observó en silencio, para luego colocar suavemente su mano sobre la de ella, la cual estaba extendida, y sintió el calor que irradiaba de su piel, una calidez que lo conectaba con la realidad, como un ancla en un mar turbulento.Con un esfuerzo tembloroso, Alister hizo entrelazar sus dedos con los de Samira y la sintió apretarlo levemente, reaccionando aún en su sueño. Sus ojos comenzaron a abrirse, y cuando vio al Alfa despierto, una expresión de sorpresa y alivio inundó su rostro.—¡Alister! —exclamó, inclinándose hacia
Samira no pudo contenerse más. Las palabras de Alister la habían tocado de una manera que nadie más podía. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, primero en silencio, pero pronto se convirtió en un llanto que parecía provenir de lo más profundo de su ser.—No quiero que hagas eso… —manifestó—. No quiero que pienses en morir, Alister. No quiero que… por favor, no.El Alfa levantó una mano para acariciarle la mejilla con ternura, atrapando con sus dedos algunas de las lágrimas que seguían cayendo.—Samira… —pronunció—. Sé que te he fallado, sé que cuando más me necesitaste, yo no estuve ahí. Te di la espalda, dudé de ti… incluso dudé de nuestro hijo. Dudé de tu amor, del amor más puro que he conocido en toda mi vida.Ella apretó los labios, intentando reprimir el llanto, pero las palabras de Alister rompían cada barrera que había construido en su corazón.—Y lo siento… —continuó él—. Lo siento de verdad, más de lo que puedo expresar con palabras. Sé que este no es el mome
Samira se despertó con un dolor punzante en la mejilla. La luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la ventana, iluminando su pequeño cuarto de manera casi cruel. Se llevó una mano al rostro y sintió el calor y la hinchazón donde su suegra la había golpeado la noche anterior.Recordó el incidente con claridad: “¡Nunca serás lo suficientemente buena para mi hijo!” había gritado su suegra antes de abofetearla con una fuerza que aún sentía. Las palabras se habían clavado en su corazón más profundamente que el golpe mismo. Luchó por contener las lágrimas mientras recordaba la crueldad en los ojos de aquella mujer que nunca la había aceptado.Con esfuerzo, Samira se levantó y se miró al espejo. La imagen que reflejaba no era la de una mujer feliz. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos, y la marca en su mejilla era un recordatorio doloroso de su sufrimiento. Sabía que tenía que salir de esa situación, pero ¿cómo? Estaba atrapada en un matrimonio donde no solo su suegra, s
El bosque era como su segundo hogar en el cual podía tener sus momentos de calma, lejos de la bulliciosa ciudad. Cada rincón de esos árboles y sombras profundas, el lobo blanco los conocía muy bien. Mientras caminaba por el bosque esa noche, sus sentidos agudos captaron un olor familiar, uno que aceleró su corazón y encendió una chispa en su pecho. El olor de su mate, su alma gemela, estaba en el aire.Sin embargo, su interés se transformó rápidamente en preocupación cuando detectó otro aroma que lo acompañaba: el penetrante olor a sangre.El lobo Alfa, Alister, percibió que la situación era grave. Solo podía pensar en que probablemente su mate estaba herida. Por lo tanto, cierta determinación lo impulsó a correr.Sabía que debía llegar a ella lo antes posible. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras corría, zigzagueando entre los árboles con una gracia sobrenatural. Finalmente, llegó al sitio de donde provenía el aroma.La escena ante él lo dejó ciertamente desconcertado. Una mujer
Alister se mantuvo callado mientras Samira continuaba sumida en su dolor. Después de un rato, decidió romper el silencio, sintiendo empatía por su sufrimiento.Las palabras del hombre la hicieron detener su llanto.—¿Quieres vengarte, dices? —articuló—. Puedo ayudarte con eso —dijo sin titubear.Samira parpadeó varias veces y sus ojos se abrieron con incredulidad mientras miraba fijamente a Alister. Sus labios temblaban ligeramente mientras procesaba las palabras que acababa de escuchar. No podía creer lo que estaba oyendo.—¿Ayudarme con mi venganza? —repitió en voz baja, como si necesitara confirmar que había entendido correctamente—. Pero, ¿por qué? Ni siquiera nos conocemos. ¿Por qué querrías involucrarte en algo así?—Porque nadie debería tener que pasar por lo que tú has pasado. Porque creo que nadie merece vivir con el peso del dolor sin justicia —respondió con sinceridad, dejando claro que su motivación venía del deseo de ayudarla, sin mencionar que en realidad estaban unidos