Evangeline se movió inquieta, apartándose un poco. Miraba a los lados como si buscara una salida. Sabía que si decía la verdad, estaba aceptando su culpa, pero quedarse callada tampoco era opción.—Padre… no sé qué decirte —murmuró, respirando con pesadez—. Me siento sola, sin nadie que me apoye. Si digo algo, cualquier cosa, lo usarán en mi contra y todo me caerá encima. No sé qué hacer. ¿Se supone que debo asumir la culpa de algo que no hice? ¿Debo pagar por los errores de otros?Yimar exhaló ruidosamente, cerrando los ojos por un momento. Luego, negó con la cabeza, mostrándose cansado.—Nadie te está pidiendo que asumas los errores de otros. Te estamos pidiendo que asumas los tuyos. Sabes perfectamente de lo que hablo, Evangeline. Basta de rodeos. Al menos conmigo, con tu padre, sé sincera. No tienes por qué mentirme, yo soy tu sangre.Evangeline lo miró con amargura.—¿Mi sangre? —resaltó—. No me defiendes, ni me proteges. ¿Cómo quieres que confíe en ti?Yimar apretó los puños, ag
Alister miró fijamente a Yimar, quien intentaba mantener la compostura, pero el dolor era notable en sus ojos. —Alfa, yo... le he rogado que no sea tan severo con ella. He tenido el atrevimiento de pedirle misericordia, y lo mantengo —expresó el Beta, aún con la cabeza gacha—. No dudo de las palabras del Alfa, sé que Evangeline es culpable, pero... se trata de mi hija. Ha cometido errores, pero no soportaré verla sufrir.—No quieres que le hagamos daño físico, ¿cierto? —cuestionó Alister—. ¿Temes que una daga atraviese su corazón?Yimar sintió como si le hubieran apretado el alma. Tragó saliva y asintió con tristeza.—Sí, Alfa. No quiero que mi hija muera. Sé que una traición como esta merece un castigo severo, como la tortura física y emocional, e incluso la muerte... pero es mi hija. Es lo único que me queda de mi mate —su voz se quebró ligeramente—. Sé... que ha llamado al sacerdote, y usted ha dicho que Evangeline no puede seguir estando en la manada. Puedo asumir que eso signifi
El Alfa y el sacerdote se quedaron solos en el estudio. Alister lo escrutó por un instante antes de romper el silencio.—Te agradezco mucho por haber venido —manifestó con seriedad.El sacerdote dio un asentimiento y respondió con la serenidad alojada en su voz.—Siempre estoy a disposición del Clan. Si me has mandado llamar, es porque hay una situación delicada en la que debo involucrarme, ¿cierto?—Así es —confirmó Alister—. La situación es grave, y quiero contarte todo en detalle.Con eso, el Alfa comenzó a explicar lo que había sucedido con Evangeline, la manera en que ella había traicionado la confianza de la manada y había actuado en contra de todo lo que habían jurado proteger. El sacerdote lo escuchó atentamente, pero no pudo ocultar su sorpresa. Sus ojos se agrandaron, y a medida que Alister habló, su expresión fue cambiando de incredulidad a una de decepción.—Es... una pena —murmuró el sacerdote al final, sacudiendo la cabeza—. Es doloroso escuchar que hayan tenido que pasa
Cierta mañana, Alister se había pasado recorriendo el bosque. A pesar de ser el Alfa, se había tomado el tiempo para recoger flores, eligiendo con cuidado las más coloridas y vivaces, las que creía que a Samira podrían gustarle. No estaba acostumbrado a ese tipo de gestos, pero después de lo sucedido, sentía la necesidad de intentar acercarse de alguna manera. No sabía si funcionaría, pero tenía que intentarlo.Al llegar a donde ella estaba, la encontró sentada en el jardín junto a un árbol, con la mirada perdida en el horizonte. Parecía tan distante, tan fuera de su alcance.Pero eso no lo iba a detener. Se acercó despacio, consciente de que cualquier movimiento brusco podría provocar una respuesta hostil. Samira giró la cabeza levemente cuando notó su presencia, pero no dijo nada. Sus pupilas apenas lo miraron y estaban llenos de una barrera emocional que se había levantado entre ambos.—Hola, Samira... Recogí esto para ti —dijo Alister con voz suave, casi tímida, algo que no era co
Decidida a poner fin a aquello, Samira tomó de nuevo la carta que acababa de leer, salió de su habitación y caminó hasta el estudio de Alister. Él estaba solo, sentado detrás de su escritorio, revisando algunos papeles. Yimar no se encontraba en la casa debido a que había vuelto a la ciudad para hacerse cargo de la empresa. Él mismo había decidido ir para allá, pensando que mantenerse ocupado lo distraería del terrible dolor de haber perdido a su única hija.Samira ingresó al estudio sin siquiera tocar la puerta. Alister, cuando la vio entrar sin previo aviso, sus ojos se levantaron con sorpresa mientras se hallaba sentado, pero no dijo nada. Samira cruzó el lugar en silencio pero con pasos pesados y dejó la carta sobre el escritorio demostrando cierta rabia, para luego mirarlo fijamente.—¿Por qué haces esto? —cuestionó, apuntando a la hoja de papel.Alister la escrutó callado y manteniendo la calma, aunque sus ojos reflejaban una leve esperanza.—Solo quería compartir un poco de mis
Alister se acercó a Samira y su manera de hablar fue cálida.—Samira, te lo prometo, no pondré tu vida en riesgo, ni ahora ni en el futuro. Haré todo lo necesario para protegerte a ti y a nuestro hijo. Quiero asegurarme de que ambos estén bien, de que no les falte nada. Esta casa, quiero que la veas como tuya, y a la manada como tu familia. Te protegeremos, haremos todo para que te sientas segura aquí. Si no te gusta el bosque, si no te sientes cómoda, podemos volver a la ciudad. Lo que sea necesario para que estés bien.Samira lo miró con atención, y después de estar callada un largo rato, respondió con pesadez, como si cada palabra requiriera un esfuerzo extra.—Ya me diste tu palabra. Me prometiste que me dejarías volver a mi pueblo. ¿Qué ha cambiado?Alister suspiró.—Sí, te di mi palabra y no he olvidado eso. Pero no será ahora, ni más adelante. Nuestro hijo nacerá aquí, y yo estaré a tu lado cuando eso ocurra. Quiero verlo crecer, estar presente en su vida. Si después de eso aún
Alister sintió el dolor agudo de las palabras de Samira como una daga clavándose en su pecho. Escucharla decir que la única manera de que se separará de su hijo sería que él la matara era como un golpe bajo, algo que no podía asimilar fácilmente.—No quiero seguir hablando de esto, Samira —estableció con un tono grave, pero no agresivo—. Porque, si continuamos, terminaremos diciendo cosas de las que podríamos arrepentirnos después.Samira lo contempló con los ojos entrecerrados, intentando mantener la guardia alta.—Pero antes de terminar —prosiguió Alister, respirando profundo—, quiero decirte algo: no te mataré. Nunca lo haría, tú eres mi mate. Sé que una vez insinué que lo haría, pero lo hice porque me sentí traicionado. Pensé que me habías engañado con otro hombre... que me habías humillado ante toda mi manada. Justo después de haber anunciado que eras mi compañera, después de haberte defendido con todo lo que tenía, de apoyarte sin dudar.Alister apretó los puños, como si intenta
Alister miró a Samira sintiéndose ansioso y su respiración se volvía más agitada mientras las palabras brotaban desde lo más profundo de su ser. La contemplaba como si fuera lo único que importara en ese momento, como si el mundo entero dependiera de lo que sucediera en los próximos instantes.—Samira, nunca he deseado tanto algo como lo estoy deseando ahora, y ese algo es un futuro contigo.Su mano, que momentos antes había estado tensada por la frustración, comenzó a relajarse. El toque de Alister se tornó más suave, más delicado. Con ternura, empezó a apartar los mechones rebeldes de cabello de Samira que caían sobre su rostro, acariciando sutilmente su oreja al mismo tiempo. Cada toque era como una súplica silenciosa, y a medida que lo hacía, notó cómo la oreja de Samira comenzaba a enrojecer ante el suave roce.—Jamás he deseado tanto tener a alguien conmigo como te deseo a ti —continuó y su voz fue llenándose de vulnerabilidad.Sus dedos trazaban lentamente la línea de su cabell