Decidida a poner fin a aquello, Samira tomó de nuevo la carta que acababa de leer, salió de su habitación y caminó hasta el estudio de Alister. Él estaba solo, sentado detrás de su escritorio, revisando algunos papeles. Yimar no se encontraba en la casa debido a que había vuelto a la ciudad para hacerse cargo de la empresa. Él mismo había decidido ir para allá, pensando que mantenerse ocupado lo distraería del terrible dolor de haber perdido a su única hija.Samira ingresó al estudio sin siquiera tocar la puerta. Alister, cuando la vio entrar sin previo aviso, sus ojos se levantaron con sorpresa mientras se hallaba sentado, pero no dijo nada. Samira cruzó el lugar en silencio pero con pasos pesados y dejó la carta sobre el escritorio demostrando cierta rabia, para luego mirarlo fijamente.—¿Por qué haces esto? —cuestionó, apuntando a la hoja de papel.Alister la escrutó callado y manteniendo la calma, aunque sus ojos reflejaban una leve esperanza.—Solo quería compartir un poco de mis
Alister se acercó a Samira y su manera de hablar fue cálida.—Samira, te lo prometo, no pondré tu vida en riesgo, ni ahora ni en el futuro. Haré todo lo necesario para protegerte a ti y a nuestro hijo. Quiero asegurarme de que ambos estén bien, de que no les falte nada. Esta casa, quiero que la veas como tuya, y a la manada como tu familia. Te protegeremos, haremos todo para que te sientas segura aquí. Si no te gusta el bosque, si no te sientes cómoda, podemos volver a la ciudad. Lo que sea necesario para que estés bien.Samira lo miró con atención, y después de estar callada un largo rato, respondió con pesadez, como si cada palabra requiriera un esfuerzo extra.—Ya me diste tu palabra. Me prometiste que me dejarías volver a mi pueblo. ¿Qué ha cambiado?Alister suspiró.—Sí, te di mi palabra y no he olvidado eso. Pero no será ahora, ni más adelante. Nuestro hijo nacerá aquí, y yo estaré a tu lado cuando eso ocurra. Quiero verlo crecer, estar presente en su vida. Si después de eso aún
Alister sintió el dolor agudo de las palabras de Samira como una daga clavándose en su pecho. Escucharla decir que la única manera de que se separará de su hijo sería que él la matara era como un golpe bajo, algo que no podía asimilar fácilmente.—No quiero seguir hablando de esto, Samira —estableció con un tono grave, pero no agresivo—. Porque, si continuamos, terminaremos diciendo cosas de las que podríamos arrepentirnos después.Samira lo contempló con los ojos entrecerrados, intentando mantener la guardia alta.—Pero antes de terminar —prosiguió Alister, respirando profundo—, quiero decirte algo: no te mataré. Nunca lo haría, tú eres mi mate. Sé que una vez insinué que lo haría, pero lo hice porque me sentí traicionado. Pensé que me habías engañado con otro hombre... que me habías humillado ante toda mi manada. Justo después de haber anunciado que eras mi compañera, después de haberte defendido con todo lo que tenía, de apoyarte sin dudar.Alister apretó los puños, como si intenta
Alister miró a Samira sintiéndose ansioso y su respiración se volvía más agitada mientras las palabras brotaban desde lo más profundo de su ser. La contemplaba como si fuera lo único que importara en ese momento, como si el mundo entero dependiera de lo que sucediera en los próximos instantes.—Samira, nunca he deseado tanto algo como lo estoy deseando ahora, y ese algo es un futuro contigo.Su mano, que momentos antes había estado tensada por la frustración, comenzó a relajarse. El toque de Alister se tornó más suave, más delicado. Con ternura, empezó a apartar los mechones rebeldes de cabello de Samira que caían sobre su rostro, acariciando sutilmente su oreja al mismo tiempo. Cada toque era como una súplica silenciosa, y a medida que lo hacía, notó cómo la oreja de Samira comenzaba a enrojecer ante el suave roce.—Jamás he deseado tanto tener a alguien conmigo como te deseo a ti —continuó y su voz fue llenándose de vulnerabilidad.Sus dedos trazaban lentamente la línea de su cabell
Samira sintió rabia al escuchar a Alister decir aquello, pues aseguraba que ella lo seguía amando a pesar de todo, y eso la enfurecía.—¡No quiero amarte! —exclamó—. No quiero volver a sentirme así, atrapada, desgarrada entre lo que soy y lo que fuimos. Amarte es como caminar sobre vidrios rotos, siempre sangrando, siempre herida. Si te dejo ahora, si me alejo, puede que sufra un tiempo, puede que mi corazón llore, pero al final, te olvidaré. Te superaré. Pero si me quedo… si me quedo contigo, el dolor será interminable. Nunca podré ser feliz.Alister sintió un nudo en la garganta y el hecho de que le dijera una y otra vez que no quería amarlo ni estar más con él lo destrozaba. Aun así, no podía rendirse, no con ella. No con la mujer que los dioses le habían destinado y que él mismo había elegido tras conocerla, pues entendió que los dioses fueron demasiado benevolentes con él al ponerla en su camino.—No me importa cuántas veces me rechaces, yo sé lo que sientes. Y aunque ahora no pu
Evangeline corría entre los árboles en su forma de loba, con su pelaje oscuro brillando bajo la pálida luz de la luna. Llevaba semanas deambulando, sin rumbo ni propósito. Su manada, su familia, la había desterrado. El peso de la humillación aplastaba cada parte de su ser, no había un lugar al que pudiera llamar hogar. Aullaba en las noches, no por consuelo, sino por el odio que la consumía. Se alimentaba de lo que encontraba, la carne de presas salvajes llenaba sus días y su desesperación llenaba sus noches. El mundo se había vuelto gris, vacío de todo sentido.Aquel destierro era más que un simple castigo físico: era un golpe devastador a su orgullo y su corazón. El Clan Valkyria había sido su hogar durante tanto tiempo, pero ahora estaba prohibida de volver. Si lo intentaba, si siquiera osaba acercarse al territorio, la marca de traición que se había colocado sobre ella la delataría. Alister sentiría que ella estaba cerca y tomaría medidas drásticas para alejarla de nuevo.Para Eva
Evangeline se encontraba sumida en sus pensamientos, caminando lentamente por el bosque, mientras las palabras de Ricardo se repetían en su mente. La propuesta que él le había hecho era ahora su única opción. Su vida había quedado vacía, no tenía familia, no tenía Clan, no había un lugar al cual pertenecer. Vivir como humana era una posibilidad, ya lo había hecho antes, mezclándose en la ciudad, adoptando una vida que no era la suya. Pero esa vida la había tenido mientras aún contaba con el respaldo de su familia y su manada. Ahora, sin nadie que la acogiera, el mundo humano le parecía frío y peligroso.Aún transformada en su forma de loba, Evangeline vagaba por el bosque y sus patas dejaban leves huellas en el suelo cubierto de hojas. Sabía que, si decidía vivir entre los humanos, tendría que dejar atrás cualquier vestigio de su naturaleza licántropa. Ya no podría cazar ni correr por los bosques. La soledad que eso implicaba la asfixiaba, y aunque intentaba convencerse de que podría
Evangeline entró a la oficina con el nerviosismo calando sus entrañas. Siempre había sido una loba dura, pero en ese momento su propia vida estaba en juego. Sin embargo, aun así, permaneció con la expresión firme.Luego de que entrara, la puerta se cerró detrás de ella. Ricardo la contempló con satisfacción y Froilán la escrutó sin emitir una palabra, aunque separó sus manos entrelazadas y comenzo a tamborilear sus dedos sobre la superficie del escritorio.El ambiente en la oficina era sofocante, iluminado por la luz de los rayos solares que ingresaban a través de la gran ventana de vidrio. El silencio pesaba como una losa y cada respiración parecía resonar en el aire denso. Evangeline sintió el peso de las miradas de ambos hombres sobre ella, pero no dijo nada al principio. Ricardo, quien seguía parado rígido al lado de su líder, tampoco hizo ningún esfuerzo por romper el incómodo silencio. Era evidente que el primer paso le correspondía a ella.Finalmente, Evangeline inhaló profunda