Había llegado el momento, y Helene estaba en la habitación principal del hotel que Itsac había contratado para la boda, era un lugar amplio y hermoso, lleno de luz natural, pero a pesar de todo, no podía quitarse de encima el nerviosismo que le tenía las manos sudadas. Lamentó que sus amigos Esther y Leonel no pudieran llegar, estaban fuera del país y le mandaron mucha suerte, pero a Helene le hubiera gustado que Esther estuviera ahí, su carácter le hubiera ayudado a sobrellevar la situación de la mejor manera. — Habla — le dijo Portia mientras le ajustaba el velo en la cabeza — ¿por qué estás tan nerviosa? ¿No es lo que quieres? — Es lo que quiero, pero, no sé si sea muy apresurado. Sabíamos que la boda falsa pasaría, pero esa tarde Itsac me dijo que quería que fuera real, lo queremos, pero no sé si sea lo correcto — Portia se rio. — ¿Y desde cuándo te ha importado si algo es lo correcto? — dejó el cepillo sobre la mesa y se sentó a su lado — ¿Cómo hacías antes las cosas, aun
Dos semanas pasaron después de la boda, y lo único que Helene podía afirmar con total seguridad era que amaba despertar desnuda y abrazada al cuerpo de Itsac. La hacienda había sufrido bastantes daños con el atentado, pero Itsac había mandado a reconstruirla y cuando llegaron para pasar su noche de bodas, todo estaba hermoso y perfecto, de no ser por la decena de hombre de seguridad que rodeaban la casa y los drones pilotando por sobre el tejado. Helene estiró las manos buscando el cuerpo de su esposo por sobre la basta funda del colchón, pero no encontró más que el frío de ella vacía, así que abrió los ojos. Itsac estaba en la ventana, desnudo, hablaba por teléfono y cuando se rascó una nalga Helene se murió de la ternura. — Vuelve a la cama — le pidió e Itsac le hizo señas de que aguardara un momento. Un par de minutos después llegó con ella, se metió debajo de las sábanas y se acostó sobre su cuerpo aplastándola. — Buen día, mi amor — le dio un casto beso en los labios y
Helene no se había dado cuenta de que había gritado, de que su garganta ardía por el sonido de desesperación y dolor que salió desde el fondo de su pecho hasta que se quedó sin aire.Las rodillas se habían doblado y estaba sobre el suelo caliente, trató de ponerse de pie, pero cayó de bruces al suelo presa de un dolor tan fuerte que la inmovilizó. Unas manos la sujetaron por la cadera y la levantaron, Helene no vio quien era, no le importaba, solo miraba fijamente la columna de fuego amarillo acompañado de un humo oscuro que cubría el sol. Había gritos, ruido, sonidos que Helene escuchó como si estuviera bajo el agua, le llegaban voces ahogadas y extrañas y vio como los trabajadores y los de seguridad corrían por la pradera hacia el avión en llamas, pero Helene sabía que no llegarían a tiempo, y solo en ese momento la realidad llegó a ella tan fuerte que la golpeó en el pecho como una piedra. Se soltó de los brazos que la tenían sujeta y corrió a la pradera, saltó por el cerco de m
. Helene negó, pataleó y lloró, le gritó a Carlo que mentía y una enfermera tuvo que traer un sedante para inmovilizarla. — No, ¡tenemos que buscarlo! — gritó mientras le llegaba la inconciencia — Déjenme ir a buscarlo. Cuando despertó, la noche ya había caído, por la ventana del hospital entraba la luz de la ventana y ahí, a su lado, estaba Val. La rubia la miró, tenía los ojos hinchados de llorar y abrazó a Helene. — Lo siento — dijo. Helene comenzó a ponerse de pie — espera, tienes que descansar — Helene la ignoró. — Debo ir a buscar a Itsac — Val rodeó la camilla y llamó por la puerta a Portia. Helene se sentía… descansada, extrañamente, dormir tantas horas le había ayudado a recuperar las fuerzas y las necesitaría ahora más que nunca. — ¿A qué te refieres? — le preguntó Val y Helene buscó unos zapatos mientras se arrancaba las intravenosas. — Itsac está vivo — le dijo — ese cuerpo no era el suyo — Val la miró con una tristeza conmovedora y los ojos se le llenaron de lágrim
Cuando Itsac salió al patio de la casa, respiró el aire fresco de la mañana, el sol relucía resplandeciente en el cielo y parecía que el día quería imitar su genio esa mañana. Nunca se había sentido tan completo en toda su vida, su presidencia en Aeromaya estaba a salvo y tenía a su lado una mujer hermosa y valiente, que daría todo por él así como él todo por ella, y amanecer a su lado cada mañana desde que se habían casado era una bendición, pero tenía tanto tiempo sin pilotar que las manos comenzaban a arderle y se la pasaba parte del día imaginando cómo se veía tal árbol desde arriba, como brillaría el sol sobre el mar y en la pradera, así qué saltó al auto y manejó por la pradera hacia la pista de aterrizaje donde estaba el avión. Había notado a Helene un poco rara esa mañana, se notó en su cara que quería volar con él, pero quería quedarse sola y él le dio su espacio, entendía que, aunque estuvieran casados, cada uno necesitaba sus momentos a solas. Dejó el auto junto al hangar
— Mandaré a verificar la identidad del cadáver y no descansaré hasta que se demuestre o no si es Itsac — le dijo Toro a Helene y solo eso logró calmarla, solo esas palabras lograron contener la furia interna que se había apoderado de ella esa noche en el hospital cuando nadie le creyó que Itsac estaba vivo. — ¿A dónde vas? — le preguntó su hermana Portia una hora más tarde cuando le dieron el alta y la descubrió tratando de salir sin que los demás la vieran. — Debo buscar a Itsac, está vivo y está en alguna parte así que lo voy a encontrar — hablaba con tanta determinación que Portia no tuvo más remedio que asentir con la cabeza. — Entonces voy contigo — Helene negó. — Tú no me crees, no necesito a alguien que me esté diciendo que todo esto es una mentira — Portia avanzó hacia su hermana y le dio un fuerte abrazo. — Yo creo que crees que es verdad, pero deberás enfrentar la realidad tarde o temprano. Te quiero hermanita y sabes que estoy aquí para cuando lo necesites — Helen
Llegaron a la casa de la hacienda, Toro se encerró en su habitación con el teléfono y Helene se sentó en la silla de la sala, a esperar. Esperó pacientemente, hasta que el llanto de las trabajadoras de la casa por la “Muerte” de Itsac la hastiaron y salió al patio. Hasta que Toro apareció de repente junto a ella.— Bertinelli aceptó vernos — dijo Toro y Helene asintió. — Pensé que sería más complicado. — Justo eso, es sospechoso, pensé que tenía que cobrar cada maldito favor para llegar con él, pero parecía que estaba esperando mi llamada, parecía que quería que lo llamara. — ¿Hablaste directamente con él? — preguntó Helene. — No, con uno de sus secuaces, pero es extraño, me dio una dirección y me dijo que si los traicionaba perdería aquello que estaba buscando. La cara de Helene se iluminó. — ¿Se refiere a que tiene a Itsac? — Helene, no te emociones, Bertinelli es experto en jugar con los demás, es un az peligroso y en el bajo mundo le tienen un respeto abrumador… — Pe
Helene observó todo confundida, parpadeó un par de veces para asegurarse de que su cabeza no la estuviera engañando, pero no era así, frente a ella, Brenda la miraba con aire de suficiencia, como si estuviera por encima de Helene sobre todos los aspectos, tal vez así fuera. — ¿Brenda? — repitió, confundida, se sentía mareada — ¿Qué haces aquí? ¿Qué tienes que ver con Bertinelli? — la mujer se relamió los labios, como si estuviera a punto de escupir su veneno. — Ay mi querida, desde que llegaste a Ciudad Costera estás inmersa en un juego del que no te has enterado por estar más caliente que pendiente — Helene pasó saliva, previendo lo peor — mi nombre es Brenda Bertinelli, hija de Fransisco Bertinelli, y he ocupado su puesto desde hace años — Helene apretó los puños. — ¿Ocupado su puesto? — la pelirroja asintió. — Papá murió hace años en un tiroteo, pero no podía dejar morir su nombre y su legado, así que tomé su puesto y míranos — levantó las manos en el aire — más fuertes que nun