. Helene negó, pataleó y lloró, le gritó a Carlo que mentía y una enfermera tuvo que traer un sedante para inmovilizarla. — No, ¡tenemos que buscarlo! — gritó mientras le llegaba la inconciencia — Déjenme ir a buscarlo. Cuando despertó, la noche ya había caído, por la ventana del hospital entraba la luz de la ventana y ahí, a su lado, estaba Val. La rubia la miró, tenía los ojos hinchados de llorar y abrazó a Helene. — Lo siento — dijo. Helene comenzó a ponerse de pie — espera, tienes que descansar — Helene la ignoró. — Debo ir a buscar a Itsac — Val rodeó la camilla y llamó por la puerta a Portia. Helene se sentía… descansada, extrañamente, dormir tantas horas le había ayudado a recuperar las fuerzas y las necesitaría ahora más que nunca. — ¿A qué te refieres? — le preguntó Val y Helene buscó unos zapatos mientras se arrancaba las intravenosas. — Itsac está vivo — le dijo — ese cuerpo no era el suyo — Val la miró con una tristeza conmovedora y los ojos se le llenaron de lágrim
Cuando Itsac salió al patio de la casa, respiró el aire fresco de la mañana, el sol relucía resplandeciente en el cielo y parecía que el día quería imitar su genio esa mañana. Nunca se había sentido tan completo en toda su vida, su presidencia en Aeromaya estaba a salvo y tenía a su lado una mujer hermosa y valiente, que daría todo por él así como él todo por ella, y amanecer a su lado cada mañana desde que se habían casado era una bendición, pero tenía tanto tiempo sin pilotar que las manos comenzaban a arderle y se la pasaba parte del día imaginando cómo se veía tal árbol desde arriba, como brillaría el sol sobre el mar y en la pradera, así qué saltó al auto y manejó por la pradera hacia la pista de aterrizaje donde estaba el avión. Había notado a Helene un poco rara esa mañana, se notó en su cara que quería volar con él, pero quería quedarse sola y él le dio su espacio, entendía que, aunque estuvieran casados, cada uno necesitaba sus momentos a solas. Dejó el auto junto al hangar
— Mandaré a verificar la identidad del cadáver y no descansaré hasta que se demuestre o no si es Itsac — le dijo Toro a Helene y solo eso logró calmarla, solo esas palabras lograron contener la furia interna que se había apoderado de ella esa noche en el hospital cuando nadie le creyó que Itsac estaba vivo. — ¿A dónde vas? — le preguntó su hermana Portia una hora más tarde cuando le dieron el alta y la descubrió tratando de salir sin que los demás la vieran. — Debo buscar a Itsac, está vivo y está en alguna parte así que lo voy a encontrar — hablaba con tanta determinación que Portia no tuvo más remedio que asentir con la cabeza. — Entonces voy contigo — Helene negó. — Tú no me crees, no necesito a alguien que me esté diciendo que todo esto es una mentira — Portia avanzó hacia su hermana y le dio un fuerte abrazo. — Yo creo que crees que es verdad, pero deberás enfrentar la realidad tarde o temprano. Te quiero hermanita y sabes que estoy aquí para cuando lo necesites — Helen
Llegaron a la casa de la hacienda, Toro se encerró en su habitación con el teléfono y Helene se sentó en la silla de la sala, a esperar. Esperó pacientemente, hasta que el llanto de las trabajadoras de la casa por la “Muerte” de Itsac la hastiaron y salió al patio. Hasta que Toro apareció de repente junto a ella.— Bertinelli aceptó vernos — dijo Toro y Helene asintió. — Pensé que sería más complicado. — Justo eso, es sospechoso, pensé que tenía que cobrar cada maldito favor para llegar con él, pero parecía que estaba esperando mi llamada, parecía que quería que lo llamara. — ¿Hablaste directamente con él? — preguntó Helene. — No, con uno de sus secuaces, pero es extraño, me dio una dirección y me dijo que si los traicionaba perdería aquello que estaba buscando. La cara de Helene se iluminó. — ¿Se refiere a que tiene a Itsac? — Helene, no te emociones, Bertinelli es experto en jugar con los demás, es un az peligroso y en el bajo mundo le tienen un respeto abrumador… — Pe
Helene observó todo confundida, parpadeó un par de veces para asegurarse de que su cabeza no la estuviera engañando, pero no era así, frente a ella, Brenda la miraba con aire de suficiencia, como si estuviera por encima de Helene sobre todos los aspectos, tal vez así fuera. — ¿Brenda? — repitió, confundida, se sentía mareada — ¿Qué haces aquí? ¿Qué tienes que ver con Bertinelli? — la mujer se relamió los labios, como si estuviera a punto de escupir su veneno. — Ay mi querida, desde que llegaste a Ciudad Costera estás inmersa en un juego del que no te has enterado por estar más caliente que pendiente — Helene pasó saliva, previendo lo peor — mi nombre es Brenda Bertinelli, hija de Fransisco Bertinelli, y he ocupado su puesto desde hace años — Helene apretó los puños. — ¿Ocupado su puesto? — la pelirroja asintió. — Papá murió hace años en un tiroteo, pero no podía dejar morir su nombre y su legado, así que tomé su puesto y míranos — levantó las manos en el aire — más fuertes que nun
Helene tomó un taxi a esas horas de la mañana directo al aeropuerto Tayrona, donde un avión la estaba esperando. Nadie preguntó mucho, después de la “muerte” de Itsac, Helene era la dueña de todo Aeromaya, Tayrona y el centenar de aeropuertos creados por la aerolínea, así que cuando solicitó un avión al vicepresidente, el hombre apenas le contestó con un escueto: — ¿Cuál? — cuando llegó al lugar se metió en la oficina de Itsac, se dio una ducha larga con el agua más fría y cuando salió afuera, se encontró con diez llamadas perdidas de Toro. El hombre ya debía de haber despertado y de seguro estaría muy enojado, así que la undécima llamada, Helene contestó. Sabía cual era la respuesta del hombre, pero debía intentarlo. — ¿¡Qué put4as hiciste niña!? — la regañó y Helene respiró profundo. — Yo tenía razón, si hubiésemos ido con tus hombres todo se hubiera ido a la mierda… Arnau, Itsac está vivo, está vivo, hablé con él. — ¿Bertinelli te permitió verlo?— Si y…— ¿Y qué pide para lib
Fue un viaje tremendamente largo de once horas, y Helene se preguntó cómo quería Brenda que llevara el cargamento en dos días si prácticamente eso duraba el viaje, pero la mujer debía entender. Algo que no tendió Helene y que pensó por largo rato a solas en la cabina era como la mujer no había comprado un vuelo privado para poder hacer ese viaje, ¿No se suponía que el legado Bertinelli era fuerte y poderoso? Debían tener aviones, pistas privadas, ¿por qué tomarse la molestia de secuestrar a uno de los empresarios más importantes de latam? Para empezar, ¿querer meterse en su cama para manipularlo? Todo eso no era más que un plan bastante desesperado y Helene trató de todas las formas posibles de adivinar qué podía ser, debía derrotar a Brenda y debía hacerlo cuanto antes, pero el vuelo se acabó y el GPS le indicó que había llegado a su destino así que perdió la concentración y llegaron los nervios. Ese jet era el mejor que tenía toda la aerolínea, logró hacer un viaje directo, sin ni
Fox negó rotundamente, luego se puso de pie y las rodillas le temblaron. — No, no, estás loca si crees que te ayudaré en esto. — Diez mil dólares te pagaré — la cara del hombre cambió un poco, pero seguía asustado. — Eso no vale mi vida… — Veinte mil — Fox abrió la boca. — ¿Si me vuelvo a negar, subirás a treinta mil? — Helene avanzó hacia el hombre, luego le agarró las delgadas y pálidas manos y clavó sus ojos grises en los oscuros de él. — ¿Has visto las noticias? — él le apartó la mirada. — Lamento lo de tu esposo, es de lo que habla todo el mundo ahora — Helene le apretó con más fuerza las manos. — Pues está vivo, mi esposo está vivo, pero lo tiene Francisco Bertinelli y necesito de la ayuda del Rey Rojo para poder rescatarlo — Fox se soltó de sus manos y caminó hacia la ventana. — No somos tan amigos como para que me arriesgue tanto — Helene caminó hacia él y le acarició la huesuda espalda. — Te compré marucha — dijo Helene, era como de broma le decían a la hier