Fox negó rotundamente, luego se puso de pie y las rodillas le temblaron. — No, no, estás loca si crees que te ayudaré en esto. — Diez mil dólares te pagaré — la cara del hombre cambió un poco, pero seguía asustado. — Eso no vale mi vida… — Veinte mil — Fox abrió la boca. — ¿Si me vuelvo a negar, subirás a treinta mil? — Helene avanzó hacia el hombre, luego le agarró las delgadas y pálidas manos y clavó sus ojos grises en los oscuros de él. — ¿Has visto las noticias? — él le apartó la mirada. — Lamento lo de tu esposo, es de lo que habla todo el mundo ahora — Helene le apretó con más fuerza las manos. — Pues está vivo, mi esposo está vivo, pero lo tiene Francisco Bertinelli y necesito de la ayuda del Rey Rojo para poder rescatarlo — Fox se soltó de sus manos y caminó hacia la ventana. — No somos tan amigos como para que me arriesgue tanto — Helene caminó hacia él y le acarició la huesuda espalda. — Te compré marucha — dijo Helene, era como de broma le decían a la hier
Un hombre de seguridad acompañó a Helene y Fox por el casino mientras seguían a la mujer rubia que había aparecido, el nerviosismo de Fox parecía aumentar a cada rato y Helene lo agarró de la mano. — Tranquilo, no nos harán daño — pero el hombre no parecía convencido, únicamente apretó la mano de Helene con fuerza y le murmuró al oído: — Ella es Aurora, la esposa del rey rojo — Helene asintió y trató de seguirle el paso a los que estaban por delante de ella. Los introdujeron por una puerta amplia a una oficina con terciopelo en los muebles y la rubia, Aurora, hizo que se sentaran en uno de los muebles. Antes de salir, pidió los nombres completos de los dos y los dejó solos. — ¿Qué haremos? — preguntó Fox asustado y Helene lo miró mal. — No seas cobarde —lo regañó — no nos harán nada, no tienen motivos para hacerlo — pero Helene no estaba tan convencida, y más cuando pasó media hora, una hora, dos horas y nadie pasaba a decirles nada. Helene se puso de pie y se movió por el gran
Helene abrazó con muchísima fuerza a Fox, era parte de su vida pasada, de las pocas cosas buenas de su vida pasada y le dio un poco de nostalgia dejarlo. — Podrías acompañarme, o visitarme después — el hombre asintió. Cuando Helene le tendió el cheque con el dinero él negó. — No, ya no lo recibiré, después de escuchar tu historia me sentiría como un aprovechado. Ve, encuentra a tu esposo y sé feliz como te lo mereces — le acarició el vientre y Helene lo miró sorprendido — tengo veinte sobrinos, querida, sé cómo luce una mujer embarazada — Helene le dio otro abrazo y luego introdujo, a la fuerza, el cheque en el bolsillo del hombre. — Comprate unos zapatos caros, y operate, prometeme que la próxima vez que te vea será cuando regreses a los escenarios, bailando como hace años — los ojos del hombre se humedecieron y Helene le dio un beso en la punta de la nariz como despedida — y deja la marucha. Cuando subió al auto con Aurora y Franco, ambos la miraron. — Ese piloto debe estar mu
Helene se puso de pie como un rayo, y a pesar de haber dormido profundamente todo el viaje, se sintió cansada y mareada mientras corría hacia la cabina y cuando llegó allí tomó el teléfono y llamó a Toro. — Dime que es mentira — le preguntó al hombre apenas contestó y lo escuchó suspirar al otro lado. — No, estamos todos aquí, Brenda está esperando, pero no vemos a Itsac — Helene apretó con fuerza al volante del avión, con rabia — cada día me sorprendes más, ¿El rey rojo? — Helene se tragó el nudo de rabia que tenía en el pecho. — En mi defensa, ni sabía que existía hasta que llegué a Italia, pero, ¿qué haremos? — Toro suspiró de nuevo, se notaba un poco calmado y eso calmó a Helene. — Lo deben tener en alguna parte, ya no tienen salida, sólo esperamos que ustedes lleguen para que salga de su escondite y luego la someteremos, tendrán que decirnos dónde está nuestro muchacho. — ¿Y la bodega? — preguntó Helene, aunque ya sabía la respuesta. — Nada, fue el primer lugar que revisé d
Cuando uno de los hombres de Brenda cayó al suelo muerto, comenzó un cruce de disparos abrumador que ensordeció a Helene. Aurora levantó su pie con fuerza y golpeó a la pelirroja en la mano y el arma que apuntaba a la frente de Helene salió volando dos metros más allá. La rubia comenzó a pelear con los hombres que estaban ahí con Breda, mientras al otro lado de la pista las balas lanzaban chispas al chocar contra el pavimento. Cuando Brenda miró a Helene sorprendida la gemela le dio un puñetazo en la nariz que la lanzó hacia atrás, pero la pelirroja se compuso de inmediato y regresó con Helene y le dio una patada en el costado que le sacó el aliento. Helene cayó de rodillas al suelo y Brenda la tomó por el cabello, comenzaba a sangrarle la nariz donde Helene la había golpeado. — ¿Te crees muy lista? — le dijo Brenda — tengo órdenes de que, si esto sale mal, maten a tu esposo — pero Helene la miró a los ojos y la vio tal cual era… no era más que una muchacha, perdida y desespera
Helene contuvo el aliento cuando el avión chocó contra los árboles, cerró los ojos cuando la explosión envolvió la cabina y el cinturón de seguridad se apretó contra su cuerpo. Todo se sacudió, hizo calor y el frío que le dio el cuarzo se espantó, el sonido de la madera al resquebrajarse y el del metal al doblarse la aturdió, y cuando abrió los ojos, solo un segundo después, se encontró con un caos. El avión se deslizaba por una colina, rompiendo los árboles a su paso, y cuando miró al lado, el cuerpo de Brenda estaba en el suelo, azotada por la brusquedad del movimiento, quemada, no había trozo de su piel sano, la tropa derretida se le quedaba pegada a la piel y la sangre salía de su cabeza. Otra explosión con un fuego intenso invadió la parte de atrás, y el avión giró abruptamente, luego rodó, como un barril. Las alas se rompieron y solo se detuvo cuando chocó contra el tronco de un árbol fuerte y grueso y la cabeza de Helene rebotó contra el asiento y todo se oscureció por un mo
Helene se subió en la parte trasera de un auto con Toro, el hombre la tomó de la mano y la apretó con fuerza. — Tenía tanto miedo… cuando vi caer el avión. Helene — la gemela lo abrazó con fuerza y él le devolvió el abrazo — no soportaría perderlos a los dos, no podría — ella le acarició la cabeza. — No tienes que hacerlo, estaremos bien, te lo prometo… ¿Los demás? — No tienen ni idea de nada, creen que estás en casa descansando, están preparando el funeral y todo lo demás, será una sorpresa enorme ver todo lo que has conseguido, Helene, eres la mujer más fuerte y valiente que he visto en mi vida y quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti — Helene le dio un beso en la mejilla y ambos se abrazaron — ahora vamos por nuestro muchacho. Franco estaba en la parte del frente y Helene se aclaró la garganta, sentía que en cualquier momento se desvanecería, pero se aferró a las últimas fuerzas que le quedaron. — ¿Qué fue eso, franco? — le preguntó — es como si tu hombre le hubier
Helene trató de dormir un rato, aferrada a la mano de Itsac que se negó rotundamente a irse a su habitación, pero los sueños regresaron, y el malestar que Helene sintió en el estómago cuando el piloto le dijo que no quería hijos se transformó en un cúmulo de sentimientos que la atormentaron en sueños de dolor miedo y calor, el calor que sintió cuando el avión explotó, el que quemó la piel de Brenda hasta los huesos. Cuando despertó, estaba sudando y con el corazón acelerado, Itsac estaba en la puerta, ya no tenía la bata del hospital, pero sí ropa cómoda y hablaba nada más y nada menos que con Jean Franco Dicarlo. — Mi amor — le dijo Itsac cuando la vio despertar y caminó hacia ella limpiándole el sudor de la frente con la palma de la mano — ¿estás bien? — le preguntó y Helene asintió, incorporándose, se sentía un poco mejor.— Si, solo fue una pesadilla… Franco, te imaginé en Italia — el hombre se acercó y le apoyó la mano con fuerza en el hombro a Helene. — Tenía primero que veri