Llegaron a la casa de la hacienda, Toro se encerró en su habitación con el teléfono y Helene se sentó en la silla de la sala, a esperar. Esperó pacientemente, hasta que el llanto de las trabajadoras de la casa por la “Muerte” de Itsac la hastiaron y salió al patio. Hasta que Toro apareció de repente junto a ella.— Bertinelli aceptó vernos — dijo Toro y Helene asintió. — Pensé que sería más complicado. — Justo eso, es sospechoso, pensé que tenía que cobrar cada maldito favor para llegar con él, pero parecía que estaba esperando mi llamada, parecía que quería que lo llamara. — ¿Hablaste directamente con él? — preguntó Helene. — No, con uno de sus secuaces, pero es extraño, me dio una dirección y me dijo que si los traicionaba perdería aquello que estaba buscando. La cara de Helene se iluminó. — ¿Se refiere a que tiene a Itsac? — Helene, no te emociones, Bertinelli es experto en jugar con los demás, es un az peligroso y en el bajo mundo le tienen un respeto abrumador… — Pe
Helene observó todo confundida, parpadeó un par de veces para asegurarse de que su cabeza no la estuviera engañando, pero no era así, frente a ella, Brenda la miraba con aire de suficiencia, como si estuviera por encima de Helene sobre todos los aspectos, tal vez así fuera. — ¿Brenda? — repitió, confundida, se sentía mareada — ¿Qué haces aquí? ¿Qué tienes que ver con Bertinelli? — la mujer se relamió los labios, como si estuviera a punto de escupir su veneno. — Ay mi querida, desde que llegaste a Ciudad Costera estás inmersa en un juego del que no te has enterado por estar más caliente que pendiente — Helene pasó saliva, previendo lo peor — mi nombre es Brenda Bertinelli, hija de Fransisco Bertinelli, y he ocupado su puesto desde hace años — Helene apretó los puños. — ¿Ocupado su puesto? — la pelirroja asintió. — Papá murió hace años en un tiroteo, pero no podía dejar morir su nombre y su legado, así que tomé su puesto y míranos — levantó las manos en el aire — más fuertes que nun
Helene tomó un taxi a esas horas de la mañana directo al aeropuerto Tayrona, donde un avión la estaba esperando. Nadie preguntó mucho, después de la “muerte” de Itsac, Helene era la dueña de todo Aeromaya, Tayrona y el centenar de aeropuertos creados por la aerolínea, así que cuando solicitó un avión al vicepresidente, el hombre apenas le contestó con un escueto: — ¿Cuál? — cuando llegó al lugar se metió en la oficina de Itsac, se dio una ducha larga con el agua más fría y cuando salió afuera, se encontró con diez llamadas perdidas de Toro. El hombre ya debía de haber despertado y de seguro estaría muy enojado, así que la undécima llamada, Helene contestó. Sabía cual era la respuesta del hombre, pero debía intentarlo. — ¿¡Qué put4as hiciste niña!? — la regañó y Helene respiró profundo. — Yo tenía razón, si hubiésemos ido con tus hombres todo se hubiera ido a la mierda… Arnau, Itsac está vivo, está vivo, hablé con él. — ¿Bertinelli te permitió verlo?— Si y…— ¿Y qué pide para lib
Fue un viaje tremendamente largo de once horas, y Helene se preguntó cómo quería Brenda que llevara el cargamento en dos días si prácticamente eso duraba el viaje, pero la mujer debía entender. Algo que no tendió Helene y que pensó por largo rato a solas en la cabina era como la mujer no había comprado un vuelo privado para poder hacer ese viaje, ¿No se suponía que el legado Bertinelli era fuerte y poderoso? Debían tener aviones, pistas privadas, ¿por qué tomarse la molestia de secuestrar a uno de los empresarios más importantes de latam? Para empezar, ¿querer meterse en su cama para manipularlo? Todo eso no era más que un plan bastante desesperado y Helene trató de todas las formas posibles de adivinar qué podía ser, debía derrotar a Brenda y debía hacerlo cuanto antes, pero el vuelo se acabó y el GPS le indicó que había llegado a su destino así que perdió la concentración y llegaron los nervios. Ese jet era el mejor que tenía toda la aerolínea, logró hacer un viaje directo, sin ni
Fox negó rotundamente, luego se puso de pie y las rodillas le temblaron. — No, no, estás loca si crees que te ayudaré en esto. — Diez mil dólares te pagaré — la cara del hombre cambió un poco, pero seguía asustado. — Eso no vale mi vida… — Veinte mil — Fox abrió la boca. — ¿Si me vuelvo a negar, subirás a treinta mil? — Helene avanzó hacia el hombre, luego le agarró las delgadas y pálidas manos y clavó sus ojos grises en los oscuros de él. — ¿Has visto las noticias? — él le apartó la mirada. — Lamento lo de tu esposo, es de lo que habla todo el mundo ahora — Helene le apretó con más fuerza las manos. — Pues está vivo, mi esposo está vivo, pero lo tiene Francisco Bertinelli y necesito de la ayuda del Rey Rojo para poder rescatarlo — Fox se soltó de sus manos y caminó hacia la ventana. — No somos tan amigos como para que me arriesgue tanto — Helene caminó hacia él y le acarició la huesuda espalda. — Te compré marucha — dijo Helene, era como de broma le decían a la hier
Un hombre de seguridad acompañó a Helene y Fox por el casino mientras seguían a la mujer rubia que había aparecido, el nerviosismo de Fox parecía aumentar a cada rato y Helene lo agarró de la mano. — Tranquilo, no nos harán daño — pero el hombre no parecía convencido, únicamente apretó la mano de Helene con fuerza y le murmuró al oído: — Ella es Aurora, la esposa del rey rojo — Helene asintió y trató de seguirle el paso a los que estaban por delante de ella. Los introdujeron por una puerta amplia a una oficina con terciopelo en los muebles y la rubia, Aurora, hizo que se sentaran en uno de los muebles. Antes de salir, pidió los nombres completos de los dos y los dejó solos. — ¿Qué haremos? — preguntó Fox asustado y Helene lo miró mal. — No seas cobarde —lo regañó — no nos harán nada, no tienen motivos para hacerlo — pero Helene no estaba tan convencida, y más cuando pasó media hora, una hora, dos horas y nadie pasaba a decirles nada. Helene se puso de pie y se movió por el gran
Helene abrazó con muchísima fuerza a Fox, era parte de su vida pasada, de las pocas cosas buenas de su vida pasada y le dio un poco de nostalgia dejarlo. — Podrías acompañarme, o visitarme después — el hombre asintió. Cuando Helene le tendió el cheque con el dinero él negó. — No, ya no lo recibiré, después de escuchar tu historia me sentiría como un aprovechado. Ve, encuentra a tu esposo y sé feliz como te lo mereces — le acarició el vientre y Helene lo miró sorprendido — tengo veinte sobrinos, querida, sé cómo luce una mujer embarazada — Helene le dio otro abrazo y luego introdujo, a la fuerza, el cheque en el bolsillo del hombre. — Comprate unos zapatos caros, y operate, prometeme que la próxima vez que te vea será cuando regreses a los escenarios, bailando como hace años — los ojos del hombre se humedecieron y Helene le dio un beso en la punta de la nariz como despedida — y deja la marucha. Cuando subió al auto con Aurora y Franco, ambos la miraron. — Ese piloto debe estar mu
Helene se puso de pie como un rayo, y a pesar de haber dormido profundamente todo el viaje, se sintió cansada y mareada mientras corría hacia la cabina y cuando llegó allí tomó el teléfono y llamó a Toro. — Dime que es mentira — le preguntó al hombre apenas contestó y lo escuchó suspirar al otro lado. — No, estamos todos aquí, Brenda está esperando, pero no vemos a Itsac — Helene apretó con fuerza al volante del avión, con rabia — cada día me sorprendes más, ¿El rey rojo? — Helene se tragó el nudo de rabia que tenía en el pecho. — En mi defensa, ni sabía que existía hasta que llegué a Italia, pero, ¿qué haremos? — Toro suspiró de nuevo, se notaba un poco calmado y eso calmó a Helene. — Lo deben tener en alguna parte, ya no tienen salida, sólo esperamos que ustedes lleguen para que salga de su escondite y luego la someteremos, tendrán que decirnos dónde está nuestro muchacho. — ¿Y la bodega? — preguntó Helene, aunque ya sabía la respuesta. — Nada, fue el primer lugar que revisé d