Helene se despidió de un casto beso en los labios del piloto que debía continuar en el auto otro minuto. él la sujetó del brazo antes de que saliera. — ¿Qué está pasando? — le preguntó, Helene ladeó la cabeza en ambas direcciones. — Bueno, la verdad no sé, quiere hacer las paces. — Ten cuidado — Helene le dio otro piquito. — Lo tendré. Brenda la esperaba en la acera con su uniforme pulcro, pero su falda estaba más arriba de lo que Helene imaginó sería apropiado. — Brenda, buenos días, ¿qué haces aquí? — la pelirroja se encogió de hombros. — Estaba por entrar cuando vi que apareció el auto así que decidí esperarte, puedo desatrasarte del tema que vimos ayer — Helene asintió hacia ella y ambas caminaron juntas hacia el auditorio donde los demás compañeros comenzaron a entrar. Brenda buscó una silla junto a ella y Helene no dejó de sentirse incómoda, le parecía interesante el cómo la pelirroja quería librarse de la culpa por lo que había hecho, pero Helene no podía olvidar tan fá
Itsac estaba observando el aterrizaje de un avión desde su oficina, el ala derecha bajó solo un poco antes que la izquierda e Itsac apretó los labios. Esos pilotos supuestamente eran perfectos, según su tío, pero no eran más que viejos barrigones y arrogantes. Alguien tocó a la puerta y él se volvió, era Carlo e Itsac evitó entornar los ojos. El otro rubio entró y se cruzó de brazos en medio de la oficina. Itsac le dio la espalda mientras contemplaba de nuevo la pista de aterrizaje, su tío tenía razón, si quería manejar la compañía, debía dejar de lado su sueño de seguir volando.— ¿Vienes a seguir tratándome mal? — le preguntó el piloto y Carlo suspiró un momento antes de contestar. — No, yo… venía a disculparme — Itsac lo miró, y el otro se sentó en el mueble estirando los pies cuan largos eran. — No pareces ser un hombre de los que pide disculpas — Carlo se rio. — No confundas mi excesiva belleza y masculinidad con ser un machito, sé reconocer cuando meto la pata — Itsac asinti
Helene sintió como golpeó con el codo las charola donde la azafata llevaba las copas, las cuales se tambalearon, pero ella tropezó con sus propios tacones, como nunca había hecho ni en las pasarelas más resbalosas del mundo, ni cuando salió vestida de aguacate. Con su cuerpo golpeó a la pobre mujer que abrió los ojos y en solo un minuto el ruido de copas al romperse en el suelo llenó el lugar, más gritos y golpes. En su camino a la caída, la azafata se agarró de un porteador de maletas que dejó caer varios bolsos que se abrieron con el golpe y dejaron rodar prendas, maquillaje y un sinfín de cosas. — ¡¿Qué hicieron?! — gritó una mujer, Helene solo podía pensar en que el policía asesino tenía los ojos puestos en ella — ese maquillaje vale más que el sueldo de todos ustedes, ¡inútiles! — Helene levantó la mirada y se encontró con una rubia plástica, operada y furiosa. — Yo, fue un accidente — se puso de pie y ayudó a la azafata. Las personas comenzaron a arremolinarse. — ¿Qué está
Las cosas se habían complicado un poco, más bien, se habían alargado. Esa tarde Helene le dio entrada a la casa de Itsac a Brenda, la pelirroja parecía emocionada y el piloto se encerró en su oficina con Carlo por el resto de la tarde a planear quién sabe qué mientras ellas dos con Portia veían los vestidos de novia que le habían ofrecido. A Portia le gustó una hermoso, llamativo, con decoraciones en el escote brillantes como el oro, en cambio a Brenda, que resultó ser una joven agradable, le sugirió un vestido muy escotado, con un corte en la pierna que casi le dejaba ver toda la ingle y Helene lo descartó de inmediato. Al fondo, casi al final del cuaderno, había un vestido de una empresa pequeñita, era modesto, blanco perla que caía como una cascada y un velo con encaje de plata. Era sencillo, modesto, perfecto. El resto de la semana fue una total locura, entre tratar de responder en el curso de aviación y los preparativos de la boda. Lia y Oliver habían programado su viaje
Había llegado el momento, y Helene estaba en la habitación principal del hotel que Itsac había contratado para la boda, era un lugar amplio y hermoso, lleno de luz natural, pero a pesar de todo, no podía quitarse de encima el nerviosismo que le tenía las manos sudadas. Lamentó que sus amigos Esther y Leonel no pudieran llegar, estaban fuera del país y le mandaron mucha suerte, pero a Helene le hubiera gustado que Esther estuviera ahí, su carácter le hubiera ayudado a sobrellevar la situación de la mejor manera. — Habla — le dijo Portia mientras le ajustaba el velo en la cabeza — ¿por qué estás tan nerviosa? ¿No es lo que quieres? — Es lo que quiero, pero, no sé si sea muy apresurado. Sabíamos que la boda falsa pasaría, pero esa tarde Itsac me dijo que quería que fuera real, lo queremos, pero no sé si sea lo correcto — Portia se rio. — ¿Y desde cuándo te ha importado si algo es lo correcto? — dejó el cepillo sobre la mesa y se sentó a su lado — ¿Cómo hacías antes las cosas, aun
Dos semanas pasaron después de la boda, y lo único que Helene podía afirmar con total seguridad era que amaba despertar desnuda y abrazada al cuerpo de Itsac. La hacienda había sufrido bastantes daños con el atentado, pero Itsac había mandado a reconstruirla y cuando llegaron para pasar su noche de bodas, todo estaba hermoso y perfecto, de no ser por la decena de hombre de seguridad que rodeaban la casa y los drones pilotando por sobre el tejado. Helene estiró las manos buscando el cuerpo de su esposo por sobre la basta funda del colchón, pero no encontró más que el frío de ella vacía, así que abrió los ojos. Itsac estaba en la ventana, desnudo, hablaba por teléfono y cuando se rascó una nalga Helene se murió de la ternura. — Vuelve a la cama — le pidió e Itsac le hizo señas de que aguardara un momento. Un par de minutos después llegó con ella, se metió debajo de las sábanas y se acostó sobre su cuerpo aplastándola. — Buen día, mi amor — le dio un casto beso en los labios y
Helene no se había dado cuenta de que había gritado, de que su garganta ardía por el sonido de desesperación y dolor que salió desde el fondo de su pecho hasta que se quedó sin aire.Las rodillas se habían doblado y estaba sobre el suelo caliente, trató de ponerse de pie, pero cayó de bruces al suelo presa de un dolor tan fuerte que la inmovilizó. Unas manos la sujetaron por la cadera y la levantaron, Helene no vio quien era, no le importaba, solo miraba fijamente la columna de fuego amarillo acompañado de un humo oscuro que cubría el sol. Había gritos, ruido, sonidos que Helene escuchó como si estuviera bajo el agua, le llegaban voces ahogadas y extrañas y vio como los trabajadores y los de seguridad corrían por la pradera hacia el avión en llamas, pero Helene sabía que no llegarían a tiempo, y solo en ese momento la realidad llegó a ella tan fuerte que la golpeó en el pecho como una piedra. Se soltó de los brazos que la tenían sujeta y corrió a la pradera, saltó por el cerco de m
. Helene negó, pataleó y lloró, le gritó a Carlo que mentía y una enfermera tuvo que traer un sedante para inmovilizarla. — No, ¡tenemos que buscarlo! — gritó mientras le llegaba la inconciencia — Déjenme ir a buscarlo. Cuando despertó, la noche ya había caído, por la ventana del hospital entraba la luz de la ventana y ahí, a su lado, estaba Val. La rubia la miró, tenía los ojos hinchados de llorar y abrazó a Helene. — Lo siento — dijo. Helene comenzó a ponerse de pie — espera, tienes que descansar — Helene la ignoró. — Debo ir a buscar a Itsac — Val rodeó la camilla y llamó por la puerta a Portia. Helene se sentía… descansada, extrañamente, dormir tantas horas le había ayudado a recuperar las fuerzas y las necesitaría ahora más que nunca. — ¿A qué te refieres? — le preguntó Val y Helene buscó unos zapatos mientras se arrancaba las intravenosas. — Itsac está vivo — le dijo — ese cuerpo no era el suyo — Val la miró con una tristeza conmovedora y los ojos se le llenaron de lágrim