Capítulo 2: El tiempo no se detiene

Han pasado ya unos días desde que comencé las terapias, la doctora Enedina no ha resultado una loca, al contrario, parece ser una persona de confianza, aunque siendo sincera, en las siguientes sesiones no he vuelto a hablar de Diego. Debido a ello, hemos preferido mejor hablar un poco de mi infancia y adolescencia, hay cosas en las que trabajar, pero no son trascendentales.

La doctora no me ha presionado con el tema de Diego, ella me escucha y luego me da algunas actividades a trabajar hasta la siguiente sesión.

Si soy totalmente honesta, no he querido hablar sobre él, no porque no quiera, sino porque me da pena aceptar todo lo que viví a su lado. Diego fue todo un caballero para reconquistarme, pero ese caballero desapareció y se convirtió en el peor de los demonios.

Un simple perdón, una larga charla, un café y unas flores bastaron para perdonarle. Su mirada realmente mostraba arrepentimiento, su nerviosismo y la sinceridad con la que hablo, fueron todo lo que necesitaba para desarmarme.

Si lo pienso bien, le fue muy fácil conseguir que le perdonara la serie de estupideces que cometió por dos años, cuando yo apenas tenía 18 años.

Cuando nos volvimos a ver, yo era una mujer fuerte y me sentía muy orgullosa de mis pequeños logros, estaba llena de ilusiones, tenía muchos sueños, llevaba un año viviendo sola y para mí eso, eso me hacía sentir muy orgullosa.

Diego podría ser todo un galán si se lo proponía, cuando quería conquistarme, me llenó de atenciones, mimos y regalos.  Recuerdo que fueron dos o tres meses fabulosos, los cuales me hicieron querer más, me hicieron creer que algo mucho mejor podría venir, pero poco después de que me sintió segura, aquella vaga ilusión, se fue por el caño y para mí, ya era demasiado tarde, aquel gran amor que le tenía años atrás ahí estaba de nuevo.

Poco a poco me perdí en la necesidad de verle, si él decía hoy te veo, yo saltaba como cachorrito agradecido por tener tiempo para mí. El corazón casi salía de mi pecho cada que lo veía y tenía cerca, sentir su calor, sentir su aliento, sentir sus labios besándome, sus brazos envolviendo mi cuerpo me hacían inmensamente feliz.

Me da pena aceptar que, en poco tiempo, volví a caer y muy, pero muy bajo, tanto que ahora estoy en un punto en el que no sé cómo seguir, me levanto por obligación, trabajo porque no tengo opción, me duele respirar, me cuesta vivir, lloro todas las noches abrazando su pijama, la cual aún conserva su aroma ligeramente.

¿Cómo le explico a la doctora que cada día que pasa lo extraño más? ¿Cómo explico que, en lugar de odiarlo, lo amo? ¿Cómo me digo a mí misma que debo continuar? ¿Cómo me hago entender que la vida sigue y el tiempo no se detiene?

Sé bien que no debería extrañarlo, debería olvidar el tema, debería hacer lo mismo que hice cuando tenía 20 años y le dije adiós. Realmente quisiera poder reunir el mismo valor que tuve en esa ocasión, en esa en la que llegué a mi límite y sin pensarlo dos veces, le dije adiós.

Me duele, realmente me duele, no poder odiarlo, no poder olvidarlo, anhelo su presencia, anhelo el tiempo que pasamos juntos, no debería, pero lo hago. Extraño nuestras largas charlas donde la tarde noche se hacía corta y al final terminaba pidiéndole que se quedara, adoraba nuestras pláticas de almohada, no era nada sexual, eran pláticas interesantes donde, con la oscuridad de esta alcoba, desnudábamos nuestra alma.

Cada noche que recuerdo aquello, lloro, lloro como ahora, lloro porque no sé qué hice mal, ¿en qué fallé? Le di todo de mí, él tomó y tomó, todo lo que tenía y luego se fue.

Ahora siento que de mí no queda nada, siento que se llevó lo mejor de mí, se llevó mi alegría, mi sonrisa, mis ilusiones, mis planes, mis sueños. Todo lo que tenía lo tomó en esa última noche que estuvo aquí y luego se fue.

La verdad es que no sé en qué momento me quede dormida, mi alarma suena, despierto, al levantarme siento cómo me duele la cabeza, supongo que es el efecto de tanto llorar, al verme al espejo, veo lo que queda de mí, si mi madre o mis hermanas me vieran, seguramente se preocuparían, yo me veo y sé que el maquillaje lo cubrirá bien.

 En días como hoy me digo, ¿dónde había quedado la mujer de 23 años que salió de su casa para ser independiente? De esa, no quedaba nada, ahora me daba miedo hacer las cosas que antes hacía, ir al cine, ir al café, comer sola, hacer el súper, realmente sí que soy una completa idiota.

Luego de arreglarme lo mejor que puedo y ya es mucho decir, salgo para el trabajo, al llegar, lo primero que hago es servirme un poco de café, no había dormido bien y debía despertar.

Al revisar mi correo, noto un correo de R.H. el cual notificaba que se había abierto una vacante como asistente del CEO con sede en Nueva York, medio leí el correo, la verdad es que ese puesto no me interesa, los beneficios suenan atractivos, pero ahora cargo con varios problemas y no podría llevar más.

A la hora de la comida, paso por mi amiga Soila, ella es una mujer muy bella y dulce, me inspira mucha confianza. Mientras comíamos, podía ver cómo varias de las asistentes no hablan de otra cosa que no sea sobre la vacante.

— ¡Chiquita! ¿Qué pasa? ¿No te gusta la comida?

— ¡Estoy bien! La comida esta bien... — Respondo, aunque la respuesta no la deja satisfecha.

— ¡Te noto pérdida! — Me dice con evidente preocupación.

— Estoy un poco cansada, no he podido dormir bien…

— ¿Ya preparaste tu hoja de vida? — Me pregunta, tratando de cambiar de tema.

— ¿Para? — Digo con duda.

— Amiga, el correo que mando R. H.

— ¡Ah! Si me pareció ver el correo, pero no estoy interesada.

— Chiquita, no es que quieras, es obligatorio, al parecer todas las asistentes de las diversas direcciones debemos participar.

— Mmm…

Cuando entre a esta compañía, esperaba que en algún momento se abriera una vacante en el área creativa, para que pudiera demostrar mis conocimientos como diseñadora gráfica, pero, aunque han existido oportunidades, nunca me han tomado en cuenta.

— ¿Realmente es obligatorio? — Pregunto a Soila un tanto dudosa.

— La orden viene desde el CEO en Nueva York y vaya que le va a cambiar la vida a quien sea seleccionada.

— Mmm… — Doy como respuesta a lo que mi amiga dice.

— Ana, sé que no estás pasando por un buen momento y te preocupa la demanda de esas mujeres. Pero ya verás que, en un tiempo, tú y yo, nos estaremos riendo de lo que estás viviendo ahora, seguramente nos burlaremos de Diego y de lo idiota que fue por dejarte.

— ¡Ojalá! Créeme que quisiera que el tiempo pase más rápido y ya hubieran transcurrido años, muchos años.

— Ya verás que cuando menos lo imagines, estarás conociendo a alguien más…  Prepara tu hoja de vida, no importa lo que pienses ahora, Ana, preséntate en la entrevista. ¿Quién sabe? ¡Tal vez tú podrías ser la afortunada!

— ¿Con mi suerte? ¡No lo creo! Si eso me pasara, ese mismo día me compro un boleto de lotería.

Llegando a mi lugar, busco el correo que habían enviado los de R.H. y si, efectivamente, la participación a la entrevista era obligatoria.

Elabore mi hoja de vida lo más detallada posible, trabajar para mi jefe era duro, pero ahora que lo veía, me había dado la oportunidad de adquirir conocimientos en varios campos. Mi hoja de vida ya no se veía tan escueta como cuando era practicante.

Orgullosa de mis logros, imprimí la información y la guardé en un folder, era viernes y el lunes llegaría ese famoso CEO del que mucho se hablaba últimamente en los pasillos.

--- Consultorio de Enedina Díaz ---

— ¡Hola, Ana! ¿Cómo estás el día de hoy?

— ¡Hola, doctora Enedina! Ayer lloré por la noche, no fue muy buena, que digamos.

— Ana, es importante que hablemos de Diego, sé que es un tema escabroso, pero debes comenzar a soltar.

— Usted tiene razón, pero…

— Ana, prometo no juzgar, yo solo estoy aquí para escuchar, recuerda que lo que se habla aquí, no se puede divulgar, existe el secreto profesional.

— ¿Cómo los sacerdotes?

— De cierto modo, sí, pero esa es ayuda espiritual, nosotros somos ayuda emocional.

Veo el diván que está en el consultorio y cambio de la silla a este, me recuesto y cierro mis ojos, quiero llorar, la pena que cargo sobre mis hombros en ocasiones parece ligera, pero en otras, se hace muy pesada.

— Ayer por la noche, mientras estaba recostada, el recuerdo de Diego llegó a mi mente, siendo completamente sincera, realmente lo extraño. Sabe, aún no encuentro la razón por la que terminamos, todo parecía ir bien, él no era el mismo idiota de antes. Diego, hoy día, era un hombre dulce y cariñoso conmigo, él era todo lo que necesitaba…

— Ana, ¿estás segura de que él era así contigo?

— Cuando todo comenzó, sí… Él me amaba, se desvivía en atenciones hacia mí, se notaba tan entusiasmado, incluso un día me propuso que viviéramos juntos.

— ¿Qué hiciste?

— ¡Acepte!

— ¿Qué paso después?

— Bueno…

Mientras tenía los ojos cerrados, podía ver imágenes que respondían a aquella pregunta, podía ver nuestros primeros días juntos, casi siempre llegaba a casa con flores. Me recordaba que todo el día había pensado en mí, me besaba con cariño, me trataba como si yo fuera su mundo, teníamos largas charlas mientras cenábamos, me contaba su día, sus preocupaciones, sus problemas y yo hacia lo mismo, ambos sacábamos lo mejor de aquello, incluso nos aconsejábamos de lo que cada quien podía hacer por su lado.

Luego se vienen otros recuerdos no tan agradables, puedo ver a la madre de Diego visitándonos, viendo mi departamento como poca cosa, criticándome por mi forma de cocinar, diciéndome que su hijo se veía flaco, que no le gustaba cómo le planchaba las camisas, diciéndome que la casa estaba hecha una “pocilga.”

Al principio Diego me defendía y le decía que era su apartamento y que él lo había elegido así, yo, al escucharlo, no le corregí, no me molestaba que se tomara esa atribución porque para mí, él estaba defendiéndome.

Posteriormente, no sé cómo sucedió, pero mi suegra obtuvo una llave del apartamento e iba y venía a su antojo. ¿En qué momento sucedió? ¡No lo sé! Pero ya no tenía autorizado llevar amigas a mi propio departamento, no tenía privacidad, no podía andar en ropa interior si así lo quería, todo porque no sabía en qué momento la mujer llegaría a mi propia casa.

Nunca fui del agrado de la señora, siempre me había visto muy poca cosa para su hijo, para ella solo existía Cassandra Riva. En ese entonces no la conocía, ni tenía idea de quién era, por lo que solo la tomaba como loca, no imaginaba que esa señora y su actual nuera hoy me tendrían con el alma en un hilo.

— ¿Ana?

— ¿Sí?

— ¿En qué piensas?

— En lo estúpida que fui, el amor que sentía por Diego, no creo que haya sido cien por ciento correspondido, más bien pienso que fue algo unilateral. Puede ser que en un principio le gustaba, pero tal vez fui alguien muy fácil para él, no representé un reto, a la primera que me dijo mi alma, caí, le di todo de mí y todo se lo entregué muy fácilmente.

— Ana, no debes culparte por enamorarte, todos cometemos errores cuando nos enamoramos, aquí lo importante son las lecciones de vida que nos deja aquella experiencia. ¿Crees que, a futuro, si conoces a alguien más permitirías un trato como el que recibiste?

— No… — Digo mientras volteo para otro lado mi cabeza. — No me gustaba la idea que está poniendo en mi cabeza.

Actualmente, no me veía en una nueva relación, el solo hecho de imaginarme a lado de otro hombre, me dolía, pensar en que otro hombre me besara o tocara, me provocaba una gran tristeza, me daba la sensación de un gran vacío en mi corazón.

— Ana, vamos a trabajar en esto. — dice la doctora, mientras estira una hoja con actividades a cumplir. — Revísalo y dime si es posible que lo vayas a hacer.

Tomo la hoja y rápidamente la leo, al principio no parece nada en particular, pero una cosa es ver y otra es hacer. Debía llevar a cabo, algunas de las actividades que, antes de que Diego entrara en mi vida, eran tan comunes y fáciles, aquella lista parece sencilla, pero no sé qué tan complicada me resulte.

El fin de semana se pasó rápidamente entre; visita al psicólogo, visita a mi madre y hermana, mis tareas de fin de semana, ya era domingo en la noche y preparaba mi atuendo para mañana, el viernes no lo había pensado, pero el fin de semana me dio tiempo para imaginar, como sería si ese puesto me lo dieran a mí.

Vaya que tenía razón, Soila, la vida de la chica que fuera seleccionada, cambiaría por completo, no esperaba ganar el puesto; sin embargo, soñar no cuesta nada, ¿Qué tal sí me pasaba?

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