Volver a empezar
Volver a empezar
Por: Paola Arias
Perderlo todo

Nota:

¡Hola, mis amores! Espero se encuentren muy bien.

De antemano quiero agradecerles por tanto apoyo y por siempre darle una oportunidad a mi trabajo. Es gratificante y hermoso ver los bonitos mensajitos que me dejan en cada historia.

Este libro trata de Margot y Gabriel, personajes secundarios de «Pasión Secreta«, así que, si no la has leído, te invito a que lo hagas. La encuentras en mi perfil.

Como siempre, les deseo una lectura apoteósica. Gracias por tanto y por todo lo que me brindan, sin su hermoso apoyo, no sería lo mismo.

Dejo la advertencia: ¡Actualizaciones lentas! Así que paciencia, mucha, de hecho. Más de la que me tienen de por sí, pero es que ya saben, soy una muchacha con obligaciones ;)

¡Los adoro con toda mi alma!

Desperté por culpa de una horrible pesadilla, agitada y con mucho dolor en el cuerpo. Traté de moverme y hablar, pero no pude hacerlo porque mi voz no salía y mi cuerpo se encontraba paralizado. Me sentía desorientada y no logré reconocer nada a mi alrededor.

¿Dónde estoy? ¿Por qué me duele todo el cuerpo, especialmente la cabeza y mis piernas? ¿Dónde esta Gonzalo? ¿Qué es lo que está sucediendo? Mi memoria incluso falló, era como si tuviera la mente en blanco.

—¡Mamá, Margot despertó! —gritó una voz muy cerca de mí, pero que no logré reconocer de momento—. ¿Cómo estás, calabacita? ¿Te duele algo? No, no te muevas. El doctor ya viene a revisarte.

¿Doctor? ¿De qué doctor habla este hombre?

Enfoqué mejor su rostro y poco a poco lo fui reconociendo. Mi hermano mayor; Marcus, se veía emocionado, con una capa oscura debajo de sus ojos que denotaban cansancio y preocupación. Un montón de lágrimas empezaron a salir de ellos mientras tomaba mi mano y la besaba repetidas veces. No entendía lo que sucedía ni mucho menos por qué estaba llorando de esa manera tan incontrolable, pero en el intento de preguntarle, mi voz simplemente no salió.

—¡Mi niña! —reconocí la voz cansada de mamá y la miré, preguntándome por qué se veía tan demacrada y delgada—. Gracias a Dios que despertaste. Yo… hubo un momento donde perdí la fe, pero aquí estás con nosotros y eso es lo más importante.   

—Buenas tardes —desvié la mirada a un doctor que enseguida me sonrió—. Es un milagro que hayas despertado, Margot.

El doctor me revisó mientras hablaba sin parar de cosas que no lograba entender por completo. ¿Un accidente? ¿Un trauma? ¿Qué tratamiento? ¿Por qué debo ir a terapia? Me hacia pregunta tras pregunta a la vez que él le explicaba a mi madre y a mi hermano lo que conllevaba mi recuperación.

Traté de hacer una vez más memoria, pero lo último que recuerdo fue haberme casado. ¿Dónde está Gonzalo? ¿Por qué él no está aquí conmigo? ¿Qué clase de accidente tuve? No recuerdo nada más que el día más feliz de mi vida. ¿Qué hago aquí, en lugar de estar celebrando mi luna de miel con mi adorado esposo?

—Te vamos a retirar la careta, pero no puedes hacer ningún esfuerzo de más, ¿de acuerdo, Margot? —inquirió el doctor—. ¿Me entiendes?

Asentí por inercia y, tras quitarme la careta, pude sentir alivio en mi garganta y hasta en mis pulmones. El aire fue escaso y por un momento olvidé cómo se respiraba, pero poco a poco fui llevando el ritmo de mis respiraciones por mi cuenta. Sentía una opresión en el pecho y mi respiración era bastante trabajosa, pero normal, según el doctor tras haberme quitado el oxígeno.

—¿Cómo estás, Margot? Soy Jackson Williams, el medico que te ha estado tratando desde que ingresaste a la clínica. Cuéntame, ¿recuerdas algo antes del accidente?

—¿A-accidente? No recuerdo… —la garganta me dolía mucho y no podía siquiera conectar mi cerebro y mi lengua—. ¿Gonzalo?

—De acuerdo. Hace dos semanas sufriste un accidente automovilístico, donde…

—Doctor, por favor, déjeme darle esa noticia —interrumpió mi madre y fruncí el ceño.

Reparé en el aspecto de mamá y cientos de preguntas empezaron a formularse en mi cabeza, pero por más que deseaba hablar, algo me impedía hacerlo. Al igual que Marcus, mamá se veía demacrada, como si no hubiera podido dormir por noches enteras.

—Mi amor...

—¿Qué ocurre?

Tomó mi mano y la apretó con fuerza, parpadeando con rapidez, como si eso fuera a impedir que sus lágrimas no se deslizaran por sus mejillas. Me sentía tan confundida y desesperada por saber lo que estaba sucediendo, que en el intento de levantarme de la cama, las piernas no me respondieron como lo exigía mi cerebro.

—Habla, mamá. ¿Qué pasa? ¿Dónde está Gonzalo? —miré a mi hermano, empezando a sentir un inmenso dolor en mi pecho—. ¿Marcus?

—Lo siento tanto, mi amor —sollozó mamá, dejando salir esas lágrimas que estaba reteniendo—. Tú eres el milagro después de tanta tormenta.

—No entiendo qué quieres decir...

—Hace dos semanas te casaste con Gonzalo, todo estaba perfecto y te veías tan feliz. Yo... ¡Dios mío! Nunca imaginé que esto fuera a suceder en mi familia —se limpió las lágrimas con brusquedad.

—¿Dónde está Gonzalo?

—Hicieron todo lo posible, pero perdió tanta sangre y tuvo tantos traumatismos, que no lo soporto.

—¡¿De qué hablas!? —grité con la poca fuerza que tenía, empezando a sentir un denso dolor de cabeza.

—Gonzalo perdió la vida en el accidente...

Negué repetidas veces con la cabeza, gritándole que no era cierto, que Gonzalo estaba ahí fuera esperando por mí para casarnos y formar la vida que tanto soñamos, pero los recuerdos de mi boda, el día más feliz de mi vida, empezaron a llegar en cadena.

Recordé cuando Marcus me entregó en el altar y Gonzalo me recibió entre sus brazos con una sonrisa brillante y los ojos llorosos. En mi cabeza se reprodujeron una y otra vez las palabras que nos dijimos antes de darnos el sí y unirnos en santo matrimonio. Su beso, ese dulce y apasionado beso que nos dimos para sellar nuestra unión quemó mi corazón de manera inmediata.

Estábamos tan felices y ansiosos de llegar a nuestro nuevo hogar, que nos saltamos la recepción y decidimos marcharnos ipso facto hacia Búfalo para no perder más tiempo, pero la vida nos había deparado un destino que ni en sueños teníamos previsto.

Gonzalo me besaba y acariciaba apasionado mientras nos dirigíamos en la limusina hacia nuestra nueva casa, cuando aquel golpe tan bestial y la espesura de la oscuridad nos separó para siempre. No recuerdo más que gritos, un intenso dolor en todo el cuerpo, en especial en mis piernas y un olor a gasolina muy denso.

—Mi amor, lo siento tanto. Sé por lo que estás pasando y sé que saldrás adelante con nuestra ayuda. Yo nunca te dejaré sola. Agradezco a Dios por salvarte...

Lloré y grité entre los brazos de mi madre, deseando haber muerto para no tener que vivir en este maldito infierno. ¿Por qué no morí junto con él? ¿Por qué la vida es tan desgraciada de dejarme aquí sufriendo y sola? No entiendo por qué la vida se empeña conmigo, más cuando la felicidad empezaba a cobijarme bajo su manto.

Mi esposo, el hombre que he amado por tantos años, ya no está y con él se llevó mi vida entera. ¿Qué se supone que haga con todos los sueños que teníamos? ¿Dónde queda nuestra vida y nuestro amor?

—¿Por qué? ¿Por qué? —grité, haciendo el intento de levantarme, pero no podía y mi madre tampoco permitía que lo hiciera—. ¡Súeltame! Déjame ir con él. Yo no quiero vivir, mamá. Por favor, déjame ir con Gonza. ¡Gonzalo!

—Calma, mi amor. No te alteres o puede ser peor.

—¡Yo debí morir con él! —me removí entre sus brazos—. Quiero verlo...

Luché por liberarme en medio de suplicas y gritos que eran ahogados en el pecho de mi madre. Ella me abrazaba tan fuerte, queriendo transmitirme calma y fuerza, pero ¿cómo seguir en esta perra vida cuando lo has perdido todo? ¿Cómo vivir cuando perdí no solo al amor de mi existencia, sino también a ese pedacito de vida que crecía dentro de mí?

Gonzalo nunca supo de nuestro hijo, porque callé para decirle en nuestra luna de miel la noticia... y ahora nunca sabrá que dentro de mí crecía una prueba ferviente de nuestro amor, porque simplemente ya no volveré a verlo nunca más.

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