La familia, toda

            No solo yo lo era, por su madre, la pequeña Lourdes era feliz. Cada dos horas u hora y media tenía hambre yo feliz la complacía. Comía, dormía, ensuciaba, apenas lloraba una multitud de brazos estaban a sus órdenes.

Emanuel y Rosita no soltaban una maraca roja y al pasar los días la niña ya sabía de ellos apenas entraban. El doctor Caster y la señora Leticia le compraron cosas que no utilizaría en mucho tiempo, la atendían como unos abuelos, sin contar que Nilvia y papá descuidaron sus vidas en San José en este primes mes. Mira era sólo mía. Me ayudaba con  todo, hasta en las noches en que la pequeña Lourdes daba lata y Aníbal debía dormir temprano. Diego y Milena actuaban como padrinos autonombrados, me daban consejos y conversaban largamente con la bebé

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