Dicen que viajar en avión es de lo más cómodo y rápido. Para mí estas 9 horas de viaje han sido agónicas. Raquel observa cada cosa que hago y Lucy no deja de quejarse de que yo no esté junto a ella en primera clase. No podía pagar los tres pasajes en ese sitio pero ella debía ir cómoda. Quise dormir para que al despertar el tiempo me dijera que estaba más cerca de María Victoria, no lo conseguí. Tomé un par de tragos y comencé con el abuelo que tenía al lado, muy simpático, él si se durmió luego de dos whiskies y yo otra vez entre las nubes y las revistas de turismo. El avión sólo flotaba y flotaba, unos niños corrían por el pasillo en busca de refrigerios y me entretenía viéndolos, después de una hora no los vi más, la madre era venezolana y los nalgueó para que se quedaran quietos,
Esta vez abrí los ojos, ambos, y eso me causó dolor. Tenía la cabeza más erguida así que de inmediato lo vi de frente a mí. No había sido un sueño, Aníbal estaba parado frente a mí, revisaba mis pies.-¿Qué haces aquí? –Le pregunté y traté de apartar los pies, lo cual pude hacer por primera vez en días.-Debo terminar de clocarte el ungüento.- Respondió muy serio.-No quiero que me toques.-De acuerdo.-Subió ambas manos. Tenía algo de barba y el cabello largo enmarañado.-¿Por qué estás aquí? –Se acercó y no respondió, tomó mi ojo sano y levantó el parpado, luego el otro con más cuidado.-No me toques te dije ¿por qué estás aquí?-Soy doctor o no lo sabias.-Su tono era frío y su mirada
Después de hablar con Mira me sentí como un estúpido. Mientras manejaba a mi antigua casa miles de ideas y pensamientos me abordaban. A pesar de que Mira era una mujer de servicio, sin la educación de los dueños de la casa tomó la determinación de irse y se llevó todas sus cosas y su hermano Samuel salió también pero directo a San José, los dos hermanos tomaron decisiones inteligentes sin discusiones. Días atrás cuando el doctor Caster y el señor Arturo me hablaron de que debíamos ya pasarnos a la otra casa dudé ¿Por qué? Porque me torturaban las palabras de Alex.Ella estuvo sola, desilusionada por mí, pensando que la había dejado por Lucy y Alex se encargó de no defenderme, de que ella creyera que yo me había ido rendido por Lucy, y yo un estúpido, estúpido sin decisión. Engañado y quizás
Después de saborear el dulce casi aplastado que la señora Leticia me entregara, Doris apareció con el alta. No vi a Aníbal durante la siguiente hora, Nilvia me ayudó a cambiarme a peinarme y así, caminando salí de la clínica.-Todos iremos contigo a casa cariño.Me dijo Mira un poco preocupada, yo apenada por cómo se dieron las cosas, un hijo dentro de mí, así tan rápido ¿de cuánto tiempo? Y de él, traer a mi nuestros encuentros me erizaban, si, era el resultado de eso. Cuando pregunté por él respondieron que atendía unos asuntos así que salí de la clínica sin él en el auto que papá conducía en silencio. No había alegría, yo acababa de salir de la clínica, de paso esperaba un hijo, mi hijo, y nadie estaba feliz. Cuando papá me veía por el retrovisor
No sólo Doris notaba lo feliz que estaba, los doctores, las enfermeras, aseadoras, el fiscal y el locutor de la radio. Era como si un aire nuevo entrara en mis pulmones, me hiciera sonreír, sonrojar, cantar y caminar con una agilidad que ya había olvidado.Hubiese querido olvidarme de Lucy para siempre pero a diferencia de Gary ella seguía ahí, en un documento que decía que yo le pertenecía. Sin embargo y no se sí por la buena paga, Hernán propuso nuevas estrategias que me harían libre en varios meses.Los días pasaban lentecito, ella al principio me esperaba en el cuarto, luego apoyada en el sofá y ya ahora en la cocina, su cuerpo cambiaba a mi favor, sus senos se redondeaban, sus caderas se ensanchaban y tanto sus mejillas como sus glúteos se engordaban. Su familia y amigos iban y venían, siempre la protegían y si se podía cenábamos tod
No solo yo lo era, por su madre, la pequeña Lourdes era feliz. Cada dos horas u hora y media tenía hambre yo feliz la complacía. Comía, dormía, ensuciaba, apenas lloraba una multitud de brazos estaban a sus órdenes.Emanuel y Rosita no soltaban una maraca roja y al pasar los días la niña ya sabía de ellos apenas entraban. El doctor Caster y la señora Leticia le compraron cosas que no utilizaría en mucho tiempo, la atendían como unos abuelos, sin contar que Nilvia y papá descuidaron sus vidas en San José en este primes mes. Mira era sólo mía. Me ayudaba con todo, hasta en las noches en que la pequeña Lourdes daba lata y Aníbal debía dormir temprano. Diego y Milena actuaban como padrinos autonombrados, me daban consejos y conversaban largamente con la bebé
Abrí los ojos. ¿Uh? ¡El sol! Si ¡hoy es el día! Mamá y papá se casarán.¡Siii! ¡Por fín! Me incorporé en la cama, a mi lado estaba Estrella, mi hermanita de siete años, dormida. En el piso, en colchonetas, Rafael mi hermanito de ocho años, Manuel y Guillermo, los hijos del tío Emanuel, gemelos de cinco años, dormidos y muy bien dormidos, también Yackeline solita en una cuna cerca de la ventana, chupando dedo, ella del tío Diego, tenía dos años y respiraba como toro. ¿Cómo saldría de ahí sin despertarlos? Volví la cabeza a la almohada, miré el techo, la filtración también me miraba a mí. Piensa Lourdes piensa.La puerta se abrió de a poquito y la tía Melina asomó la cabeza, ¡ah, mis salvación!-T&ia
Hace tiempo, años atrás, vivía yo en un hogar maravilloso, mis padres se amaban y a cada instante se lo demostraban. Despertarme e irme a dormir eran para mí un dulce momento, vivía en el Edén, no faltaba nada hasta que todo faltó, desde el amor de mamá hasta el calor de mi hogar. Me vi obligada a tocar tierra y conocer entre los humanos ángeles y demonios que formaron mi carácter, momentos que me hicieron llegar al cielo y, luego, como si nada, encontrarme perdida en medio de mis decisiones, mirándome reflejada en el espejo llena de errores, olvidando mi ruta, esa que mamá surcó para mí y que detrás siguieran mis hermanos. Decidí entonces, reconociéndome, que ya no más, que me levantaría y lograría reivindicarme, ser la María Victoria que quiero ser, amar y esperar ser amada, aunque con eso cada quien pague por sus culpas.<
Llevaba esperando más de tres horas a Hernán Bellorín, le presté mi auto para que fuera y viniera a San José y eso sucedió a las nueve de la mañana, que yo supiera, los arreglos en la carretera de tierra no duraban hasta tarde, ¿qué lo podía haber retenido? iban a dar las siete y quince de la noche, veía el reloj cada cierto tiempo, o cada cinco minutos para ser sincero. Las enfermeras de guardia se extrañaban de verme todavía en la clínica, ahora que era yo el director, a las tres ya estaba listo para partir, claro no a casa, al hospital general a ver algún caso de niños, algo que sonara extraño.Lo cierto era que desde las tres y treinta iba yo de mi oficina a la ventana donde Hernán, el abogado que le había conseguido a María Victoria debía estacionar mi carro. El día que fui al bufete de abogados para buscar a Gary, idea