Hombre cínico.

—¿Estás enferma, Caroline? — preguntó el infante mostrándose ansioso, e hizo algo que a Isabella le estrujo el corazón, que fue acunar su cara entre sus pequeñas manos y la miró fijo antes de pedirle con ojos aguados:

— No te enfermes, porque yo te necesito sana, antes de conocerte estaba muy solito y no te quiero perder.

A ella esa aclaración le causó ganas de llorar y tuvo que tragarse sus propias lágrimas, e hizo todo un esfuerzo para no permitir que salieran de sus cuencas.

—Ya estoy mejor y quiero que siempre tenga presente, que no estarás solo nunca — le respondió con voz afónica.

«Este niño cada día se roba un pedazo de mi corazón, aunque he luchado para no permitirme quererlo», cavilaba Isabella sin dejar de conectar su mirada con la de Emiliano.

—¿Caroline podrías llevarme a casa, quiero que vengas conmigo y que permita que mi papito cuide de nosotros? — pidió con ojitos suplicantes y creando al final unos hermosos pucheros que enamoraron más a Isabella.

—Es que Emiliano… yo
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