Venganza de una Madre Soltera con su Ceo Posesivo
Venganza de una Madre Soltera con su Ceo Posesivo
Por: Lgamarra
Capítulo 1

— Dime que me deseas, Eva — susurró Jason contra su piel, sus labios recorriendo su cuello con una mezcla de urgencia y posesión.

— Te deseo, Jason... — susurró ella, sintiendo su cuerpo arder bajo su tacto.

Era un amor secreto, un amor prohibido. Dos años de encuentros furtivos, de noches de pasión en habitaciones de hotel, de promesas susurradas en la penumbra. Dos años esperando que él finalmente la presentara a su familia. Pero eso nunca pasó.

Y ahora entendía por qué.

La oficina de Jason Barut era un reflejo de su poder: elegante, impecable, con ventanales que daban a la ciudad como si fuera su dueño. Ahí, en ese mundo de cristal y acero, Eva Martín había sido su sombra por dos años.

Dos años siendo su asistente, su amante en la oscuridad, su secreto mejor guardado.

Se ajustó la blusa color perla y echó un vistazo rápido a su reflejo en el espejo del ascensor. Ojos grandes, labios temblorosos. Se veía como lo que era: una mujer enamorada que, contra toda lógica, seguía creyendo en las promesas de un hombre que nunca la había presentado oficialmente.

— Pronto, amor — le había dicho Jason la última vez, besándole el cuello—. Pronto te presentaré a mi familia. Sólo un poco más de paciencia.

Eva quería creerle. Aunque sabía que no era como las mujeres con las que él solía salir. No tenía apellido ilustre ni contactos poderosos. Criada por su abuela en un pequeño departamento, Eva había trabajado desde los dieciocho para pagar sus estudios. Una huérfana sin linaje, sin fortuna, sin nada más que un amor tonto por un hombre que, en el fondo, se avergonzaba de ella.

Pero hoy sería diferente. Volviendo de la tintorería con su saco en brazos, Eva entró en la oficina de Jason sin anunciarse. La escena la golpeó como una daga en el pecho.

— Ahh... Jason... — La mujer gimió su nombre con un deleite que desgarró el alma de Eva.

Allí estaba él. En su escritorio. Desnudo. Aferrando con ambas manos las caderas de una mujer de cabello rojizo que gemía su nombre como si fuera una oración.

— M****a… — Jason se tensó al verla en la puerta, pero no se detuvo —. Cierra la puerta, Eva.

Eva sintió que su pecho se rompía en mil pedazos.

— Qué… — Su voz fue un susurro.

La mujer rió.

— Oh, qué adorable. ¿Es esta la asistente de la que me hablaste, Jason?

Eva dio un paso atrás. No podía respirar. Todo su mundo se derrumbaba y Jason ni siquiera se molestaba en detenerse. La mujer se giró levemente, dejando ver su rostro.

Era Penélope Donovan, la ex de Jason. No. Su primer amor. La mujer que su suegra adoraba. La que Eva nunca podría reemplazar.

— Eres… tú… — susurró Eva.

Penélope sonrió. Se levantó con una calma cruel, buscando su blusa de seda mientras Jason se subía el pantalón con una lentitud irritante.

— No deberías estar sorprendida, querida — dijo Penélope con falsa dulzura —. Vamos, no creerías que Jason iba a presentarte con su familia, ¿verdad? Una asistente sin apellido, criada por una anciana en un barrio barato… Vaya, ¡es hasta patético!

Eva sintió náuseas.

— Jason… dime que esto no es real…

Jason se terminó de ajustar la camisa. Finalmente, la miró, pero no con arrepentimiento. Ni siquiera con culpa.

— Ya es hora de que crezcas, Eva.

Su corazón dejó de latir por un instante. Es Jason, el hombre que ama y le había hecho promesas que ingenuamente ella las creyó. Era el mismo hombre que le bajó la luna y las estrellas, que le hizo el amor. Sus ojos recorrieron la oficina, y en su mente se reprodujeron todas las veces que la tomó de forma salvaje, y ahora, alguien más era poseída por él. Por su Jason. Su amor.

— ¿C-cómo dices?

Jason se encogió de hombros.

— No deberías haberte enamorado. Me gustabas, claro. Pero vamos, Eva. Tú sabías que esto nunca iba a ser serio.

— Pero me prometiste…

— Te dije lo que necesitabas oír para seguir en tu lugar. Ahora, si tienes dignidad, ve a trabajar sin decir nada y sal de mi vida —. Las palabras de Jason eran duras, y ni siquiera la miraba en la cara, estaba centrado en su celular, mientras ella se hundía.

La risa de Penélope la atravesó como un cuchillo.

— Ay, pobrecita. Debería darte algo, querida. ¡Oh, ya sé! — Se sacó un fajo de billetes de su bolso y lo lanzó a los pies de Eva —. Para que al menos te lleves algo por el tiempo que perdiste aquí.

El silencio en la habitación era ensordecedor.

Jason miró a Eva con indiferencia. Sin una pizca de culpa.

— Vete, Eva. No hagas un escándalo. Ya no eres nada aquí. — Su mirada era dura, aunque había cierta guerra interna en sus ojos, o solo era ella queriendo creer en algo que no existía.

El aire se tornó pesado, sofocante. Eva sintió un dolor agudo en su vientre, una punzada desgarradora que la obligó a doblarse ligeramente. Un frío helado recorrió su columna.

— Tú... — murmuró, llevándose una mano al abdomen. Algo estaba mal. Algo muy mal.

Jason avanzó hacia ella, pero Eva retrocedió.

— No me toques. No vuelvas a tocarme nunca más.

Un espasmo la sacudió, una ola de dolor tan intensa que le cortó la respiración. Sintió algo húmedo deslizarse entre sus piernas. Bajó la mirada y vio la mancha roja extendiéndose por su falda.

— Oh, Dios... — susurró, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor.

— ¡Eva! — Jason intentó sujetarla, pero ella tambaleó; sin embargo, pese a ello, no se dejó atrapar por él.

Las lágrimas se desbordaron. El dolor se mezcló con la rabia, con la impotencia, con el horror de darse cuenta de que había vivido en una mentira y sobre todo, que estaba… estaba perdiendo a su bebé.

No era nada.

No lo pensó. No razonó. Simplemente escupió en su dirección antes de girar sobre sus talones y salir corriendo.

— Eres un hijo de puta, Jason. Un tremendo hijo de puta.

Los pasillos de la empresa parecían una prisión. Cada paso era un golpe en el corazón, cada susurro de los empleados era un cuchillo en su espalda. Y todo comenzaba a nublarse.

— ¿Vieron su cara? — dijo una de las empleadas.

— Dicen que Jason sólo jugaba con ella.

— Pobre… creyó que podía ser algo más que la mujer con la que se acostaba.

— Los hombres somos así, cuando queremos algo. — Ese era un hombre burlándose de ella.

«Malditos hipócritas.» pensó.

Eva corrió hasta la salida. Sus piernas tambaleaban. Su pecho se agitaba con espasmos de dolor y humillación. La luz del sol sobre la ciudad la cegaban, el ruido del tráfico le perforaba los oídos.

No era nada.

Y lo peor de todo es que había creído que lo era todo para él.

«¡Qué tonto eres, Eva!»

«Tonta, tonta, tonta.»

Jason Barut había sido su mundo. Y ahora, su mundo estaba hecho pedazos.

Todo se volvió un remolino de voces distantes, de una realidad que se le escapaba entre los dedos. La traición, el dolor, la sangre... todo se mezclaba en una espiral de angustia.

Y entonces, la oscuridad la reclamó.

Cayó desmayada, con el eco de su propio llanto perdido en el vacío.

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