— Dime que me deseas, Eva — susurró Jason contra su piel, sus labios recorriendo su cuello con una mezcla de urgencia y posesión.
— Te deseo, Jason... — susurró ella, sintiendo su cuerpo arder bajo su tacto.
Era un amor secreto, un amor prohibido. Dos años de encuentros furtivos, de noches de pasión en habitaciones de hotel, de promesas susurradas en la penumbra. Dos años esperando que él finalmente la presentara a su familia. Pero eso nunca pasó.
Y ahora entendía por qué.
La oficina de Jason Barut era un reflejo de su poder: elegante, impecable, con ventanales que daban a la ciudad como si fuera su dueño. Ahí, en ese mundo de cristal y acero, Eva Martín había sido su sombra por dos años.
Dos años siendo su asistente, su amante en la oscuridad, su secreto mejor guardado.
Se ajustó la blusa color perla y echó un vistazo rápido a su reflejo en el espejo del ascensor. Ojos grandes, labios temblorosos. Se veía como lo que era: una mujer enamorada que, contra toda lógica, seguía creyendo en las promesas de un hombre que nunca la había presentado oficialmente.
— Pronto, amor — le había dicho Jason la última vez, besándole el cuello—. Pronto te presentaré a mi familia. Sólo un poco más de paciencia.
Eva quería creerle. Aunque sabía que no era como las mujeres con las que él solía salir. No tenía apellido ilustre ni contactos poderosos. Criada por su abuela en un pequeño departamento, Eva había trabajado desde los dieciocho para pagar sus estudios. Una huérfana sin linaje, sin fortuna, sin nada más que un amor tonto por un hombre que, en el fondo, se avergonzaba de ella.
Pero hoy sería diferente. Volviendo de la tintorería con su saco en brazos, Eva entró en la oficina de Jason sin anunciarse. La escena la golpeó como una daga en el pecho.
— Ahh... Jason... — La mujer gimió su nombre con un deleite que desgarró el alma de Eva.
Allí estaba él. En su escritorio. Desnudo. Aferrando con ambas manos las caderas de una mujer de cabello rojizo que gemía su nombre como si fuera una oración.
— M****a… — Jason se tensó al verla en la puerta, pero no se detuvo —. Cierra la puerta, Eva.
Eva sintió que su pecho se rompía en mil pedazos.
— Qué… — Su voz fue un susurro.
La mujer rió.
— Oh, qué adorable. ¿Es esta la asistente de la que me hablaste, Jason?
Eva dio un paso atrás. No podía respirar. Todo su mundo se derrumbaba y Jason ni siquiera se molestaba en detenerse. La mujer se giró levemente, dejando ver su rostro.
Era Penélope Donovan, la ex de Jason. No. Su primer amor. La mujer que su suegra adoraba. La que Eva nunca podría reemplazar.
— Eres… tú… — susurró Eva.
Penélope sonrió. Se levantó con una calma cruel, buscando su blusa de seda mientras Jason se subía el pantalón con una lentitud irritante.
— No deberías estar sorprendida, querida — dijo Penélope con falsa dulzura —. Vamos, no creerías que Jason iba a presentarte con su familia, ¿verdad? Una asistente sin apellido, criada por una anciana en un barrio barato… Vaya, ¡es hasta patético!
Eva sintió náuseas.
— Jason… dime que esto no es real…
Jason se terminó de ajustar la camisa. Finalmente, la miró, pero no con arrepentimiento. Ni siquiera con culpa.
— Ya es hora de que crezcas, Eva.
Su corazón dejó de latir por un instante. Es Jason, el hombre que ama y le había hecho promesas que ingenuamente ella las creyó. Era el mismo hombre que le bajó la luna y las estrellas, que le hizo el amor. Sus ojos recorrieron la oficina, y en su mente se reprodujeron todas las veces que la tomó de forma salvaje, y ahora, alguien más era poseída por él. Por su Jason. Su amor.
— ¿C-cómo dices?
Jason se encogió de hombros.
— No deberías haberte enamorado. Me gustabas, claro. Pero vamos, Eva. Tú sabías que esto nunca iba a ser serio.
— Pero me prometiste…
— Te dije lo que necesitabas oír para seguir en tu lugar. Ahora, si tienes dignidad, ve a trabajar sin decir nada y sal de mi vida —. Las palabras de Jason eran duras, y ni siquiera la miraba en la cara, estaba centrado en su celular, mientras ella se hundía.
La risa de Penélope la atravesó como un cuchillo.
— Ay, pobrecita. Debería darte algo, querida. ¡Oh, ya sé! — Se sacó un fajo de billetes de su bolso y lo lanzó a los pies de Eva —. Para que al menos te lleves algo por el tiempo que perdiste aquí.
El silencio en la habitación era ensordecedor.
Jason miró a Eva con indiferencia. Sin una pizca de culpa.
— Vete, Eva. No hagas un escándalo. Ya no eres nada aquí. — Su mirada era dura, aunque había cierta guerra interna en sus ojos, o solo era ella queriendo creer en algo que no existía.
El aire se tornó pesado, sofocante. Eva sintió un dolor agudo en su vientre, una punzada desgarradora que la obligó a doblarse ligeramente. Un frío helado recorrió su columna.
— Tú... — murmuró, llevándose una mano al abdomen. Algo estaba mal. Algo muy mal.
Jason avanzó hacia ella, pero Eva retrocedió.
— No me toques. No vuelvas a tocarme nunca más.
Un espasmo la sacudió, una ola de dolor tan intensa que le cortó la respiración. Sintió algo húmedo deslizarse entre sus piernas. Bajó la mirada y vio la mancha roja extendiéndose por su falda.
— Oh, Dios... — susurró, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor.
— ¡Eva! — Jason intentó sujetarla, pero ella tambaleó; sin embargo, pese a ello, no se dejó atrapar por él.
Las lágrimas se desbordaron. El dolor se mezcló con la rabia, con la impotencia, con el horror de darse cuenta de que había vivido en una mentira y sobre todo, que estaba… estaba perdiendo a su bebé.
No era nada.
No lo pensó. No razonó. Simplemente escupió en su dirección antes de girar sobre sus talones y salir corriendo.
— Eres un hijo de puta, Jason. Un tremendo hijo de puta.
Los pasillos de la empresa parecían una prisión. Cada paso era un golpe en el corazón, cada susurro de los empleados era un cuchillo en su espalda. Y todo comenzaba a nublarse.
— ¿Vieron su cara? — dijo una de las empleadas.
— Dicen que Jason sólo jugaba con ella.
— Pobre… creyó que podía ser algo más que la mujer con la que se acostaba.
— Los hombres somos así, cuando queremos algo. — Ese era un hombre burlándose de ella.
«Malditos hipócritas.» pensó.
Eva corrió hasta la salida. Sus piernas tambaleaban. Su pecho se agitaba con espasmos de dolor y humillación. La luz del sol sobre la ciudad la cegaban, el ruido del tráfico le perforaba los oídos.
No era nada.
Y lo peor de todo es que había creído que lo era todo para él.
«¡Qué tonto eres, Eva!»
«Tonta, tonta, tonta.»
Jason Barut había sido su mundo. Y ahora, su mundo estaba hecho pedazos.
Todo se volvió un remolino de voces distantes, de una realidad que se le escapaba entre los dedos. La traición, el dolor, la sangre... todo se mezclaba en una espiral de angustia.
Y entonces, la oscuridad la reclamó.
Cayó desmayada, con el eco de su propio llanto perdido en el vacío.
— ¡Carajo!El mundo era un eco lejano cuando Eva abrió los ojos. El olor a desinfectante y la tenue luz del hospital la hicieron parpadear, desorientada. Su cuerpo se sentía pesado, adormecido, pero había un vacío en su interior que la hizo estremecerse de inmediato.Intentó moverse, pero un dolor punzante la detuvo. Bajó la vista y vio su brazo conectado a una intravenosa. El corazón le latía con fuerza en el pecho cuando la puerta se abrió y entró un médico con expresión sombría.— Señorita Moretti, me alegra que haya despertado — dijo con tono profesional, pero en su mirada había algo de compasión —. Lamento informarle que ha sufrido un aborto espontáneo debido al estrés severo y el impacto emocional.El mundo pareció detenerse.Aborto.Esa sangre, Jason, todo comenzó a golpearla fuertemente en ese momento, haciendo que su corazón comenzara a romperse. Estaba segura que el médico la miraba con lástima porque escuchaba como su corazón se rompía como ecos de un cristal lanzados a la
Días más tarde, Eva caminaba sin rumbo fijo por las calles iluminadas por los faroles de la ciudad. Hacía frío y el cielo parecía querer caerse cobre ella. Su bolso estaba más liviano que nunca, y su cuenta bancaria prácticamente vacía. Sin trabajo, sin ahorros y con un hijo en camino, se sentía más sola que nunca. Jason la había tenido completamente dependiente de él y ahora, enfrentada a la dura realidad, no tenía un plan.Su departamento, el que durante dos años había sido su refugio, ya no era una opción. No podía pagar el alquiler y tuvo que dejarlo y donde creía tenía un hogar ya no lo era. Había pasado la última noche en un hotel barato, con el colchón duro y el aroma a humedad impregnado en las paredes. No quiso llamar a su abuela. No deseaba preocuparla ni enfrentar sus preguntas. Tampoco quería molestar a su amiga. Tenía que salir adelante por sí misma; sin embargo, cada vez se estaba volviendo más difícil.Pero la verdad era que estaba aterrada. El único pensamiento que la
Eva apretó la carpeta contra su pecho, sintiendo cómo sus manos temblaban de rabia y nerviosismo. Miró a Valeria con el ceño fruncido antes de soltar las palabras que llevaban ardiendo en su lengua desde que recibió la noticia.— Conseguí el trabajo. — Su voz era áspera.Valeria saltó de emoción y la abrazó con fuerza.— ¡Sabía que lo lograrías, Isa! ¡Estoy tan feliz por ti! — exclamó con tanta emoción.Pero su risa se apagó cuando vio la expresión de Eva, seria, sombría. Se cruzó de brazos, observándola con suspicacia.— Espera un momento... ¿Por qué tienes cara de culo?Eva suspiró profundamente.— En primer lugar, no les dijiste que estoy embarazada. — Valeria abrió los ojos como platos, pero Eva levantó una mano antes de que pudiera interrumpirla —. En segundo lugar, el trabajo es fuera de la ciudad. Y en tercer lugar... — Tomó aire antes de soltarlo —. ¡Tú primo es el mismísimo Gabriel Montenegro!El silencio reinó por unos segundos antes de que Valeria estallara en una carcajada
Eva llegó al imponente edificio de Montenegro Enterprises y contuvo el aliento al observar su magnitud. No podía creer lo elegante y moderno que era, mucho más grande y lujoso que la empresa de Jason. El suelo de mármol brillaba bajo sus pies, y los enormes ventanales reflejaban la ciudad como si fueran espejos.Respiró hondo, recordándose a sí misma que debía mantener la compostura. Entró y se dirigió al elevador, donde el chofer que la había recogido la acompañó hasta el piso ejecutivo. Eva le dirigió una mirada curiosa y rompió el silencio.— ¿Eres guardaespaldas también o solo chofer?El hombre la miró sin responder, sus facciones inamovibles como una roca.— Okeeeey... — murmuró Eva para sí misma, observando su reflejo en la brillante pared del ascensor. Se alisó el cabello con las manos, tratando de aparentar seguridad, aunque su estómago se revolvía de los nervios.Cuando el ascensor se detuvo en el piso más alto, el hombre dio dos golpes en la puerta de una oficina inmensa ant
Eva se sentó en su cubículo con la mandíbula tensa, el ceño fruncido y los ojos clavados en la montaña de documentos que tenía delante. Gabriel Montenegro se había convertido en una verdadera pesadilla. No podía dar un solo respiro sin que la llamara a su oficina para darle más trabajo, corregirle algo o simplemente molestarla.Respiró hondo y trató de enfocarse. Pero entonces, el intercomunicador resonó con una voz grave y autoritaria:— ¡Moretti, a mi m*****a oficina, ahora!«Santuario infernal diría yo.» pensó.Eva cerró los ojos con tanta fuerza que por un segundo vio chispas de colores tras sus párpados. Inspiró profundamente, sintiendo cómo su rabia burbujeaba peligrosamente bajo la superficie. ¿Por qué demonios no la dejaba en paz?Se levantó con furia contenida y caminó con pasos firmes hasta la oficina de Gabriel. Abrió la puerta sin ceremonias y lo encontró sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, con el ceño fruncido y los ojos clavados en documentos con u
El reloj marcaba las once de la mañana cuando Eva tomó aire profundamente antes de llamar a la puerta de la oficina de Gabriel. Había esperado el momento oportuno para hablar con él y pedirle permiso para salir unas horas. No iba a negar que temía que le dijera que no, pues este sería su tercera cita con la obstetra desde que llegó. Ya iban a ser dos meses nuevamente, pero esta vez, su cita estaba programada fuera del horario del almuerzo. Lo necesitaba con urgencia. Cuando escuchó su voz autorizando su entrada, empujó la puerta con suavidad y avanzó con paso firme, aunque sus dedos entrelazados delataban su nerviosismo.Gabriel alzó la vista de los documentos que revisaba y la observó fijamente.— ¿Qué necesitas? — preguntó con su tono de siempre, seco y directo.Eva tragó saliva.— Señor, necesito ausentarme un par de horas. Tengo una consulta en la clínica… un chequeo de rutina.Los ojos de Gabriel se estrecharon.— ¿Estás enferma?— No, no estoy enferma — respondió rápidamente —.
Eva estaba inclinada sobre su escritorio, frotándose las caderas con suavidad. La incomodidad de su silla la estaba matando y, aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar hacer pequeñas muecas de molestia. No se dio cuenta de que Gabriel la estaba observando desde las escaleras, habiendo decidido subir en lugar de tomar el ascensor. Desde allí, captó el momento exacto en que ella se retorcía en su asiento, pero decidió no darle importancia.Cuando Eva notó su presencia, se apresuró a ponerse de pie. En su afán por verse normal, dobló un poco el tobillo y tuvo que sostenerse del escritorio para no perder el equilibrio. Gabriel, que había estado a punto de ignorar la escena, aceleró el paso instintivamente, aunque se detuvo en seco antes de demostrar demasiada preocupación.— ¿Estás bien? — preguntó con voz neutra, aunque sus ojos oscuros la analizaban con detenimiento.Eva tenía los ojos cristalinos, pero se esforzó por ocultarlo. Asintió de inmediato y luego respondió con voz tensa:
Eva sintió un nudo en el estómago cuando escuchó su apellido en la voz firme y autoritaria de Gabriel.— Moretti, a mi oficina. Ahora.Pasó por su escritorio con algo en la mano. Una caja. Pero ni siquiera le dio una mirada a ella. Como siempre. No hubo ningún titubeo en su tono, ninguna señal de duda. No era una petición, sino una orden. Eva tragó en seco y se puso de pie con cuidado. Aunque la hinchazón había disminuido, todavía sentía una leve punzada en el tobillo, pero se obligó a ignorarla. Caminó con paso controlado hasta la oficina de su jefe y entró, cerrando la puerta tras de sí.Gabriel estaba de espaldas, observando por la ventana con los brazos cruzados. La tensión en su postura era evidente. No giró para mirarla, solo esperó en silencio.— ¿Va a despedirme? — preguntó Eva con la voz temblorosa.Gabriel se giró de inmediato, frunciendo el ceño con una expresión de incredulidad.— ¿Por qué te despediría? ¿Por torcerte el tobillo? Ciertamente eres la única que me soporta. —