¿Cómo se encuentran mis bellos lectores? He vuelto y con una historia más de romance, quizás, con un protagonista más callado y más sádico, y quizás, solo quizás, más posesivo de lo que desearía ser. Espero que puedan disfrutarlo, como yo lo hago escribiéndolo. Dejen sus comentarios, porque me encanta leerlos, y me ayuden a llegar a más personas. Esta historia se centrará más en el crecimiento de Eva.
El reloj marcaba las once de la mañana cuando Eva tomó aire profundamente antes de llamar a la puerta de la oficina de Gabriel. Había esperado el momento oportuno para hablar con él y pedirle permiso para salir unas horas. No iba a negar que temía que le dijera que no, pues este sería su tercera cita con la obstetra desde que llegó. Ya iban a ser dos meses nuevamente, pero esta vez, su cita estaba programada fuera del horario del almuerzo. Lo necesitaba con urgencia. Cuando escuchó su voz autorizando su entrada, empujó la puerta con suavidad y avanzó con paso firme, aunque sus dedos entrelazados delataban su nerviosismo.Gabriel alzó la vista de los documentos que revisaba y la observó fijamente.— ¿Qué necesitas? — preguntó con su tono de siempre, seco y directo.Eva tragó saliva.— Señor, necesito ausentarme un par de horas. Tengo una consulta en la clínica… un chequeo de rutina.Los ojos de Gabriel se estrecharon.— ¿Estás enferma?— No, no estoy enferma — respondió rápidamente —.
Eva estaba inclinada sobre su escritorio, frotándose las caderas con suavidad. La incomodidad de su silla la estaba matando y, aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar hacer pequeñas muecas de molestia. No se dio cuenta de que Gabriel la estaba observando desde las escaleras, habiendo decidido subir en lugar de tomar el ascensor. Desde allí, captó el momento exacto en que ella se retorcía en su asiento, pero decidió no darle importancia.Cuando Eva notó su presencia, se apresuró a ponerse de pie. En su afán por verse normal, dobló un poco el tobillo y tuvo que sostenerse del escritorio para no perder el equilibrio. Gabriel, que había estado a punto de ignorar la escena, aceleró el paso instintivamente, aunque se detuvo en seco antes de demostrar demasiada preocupación.— ¿Estás bien? — preguntó con voz neutra, aunque sus ojos oscuros la analizaban con detenimiento.Eva tenía los ojos cristalinos, pero se esforzó por ocultarlo. Asintió de inmediato y luego respondió con voz tensa:
Eva sintió un nudo en el estómago cuando escuchó su apellido en la voz firme y autoritaria de Gabriel.— Moretti, a mi oficina. Ahora.Pasó por su escritorio con algo en la mano. Una caja. Pero ni siquiera le dio una mirada a ella. Como siempre. No hubo ningún titubeo en su tono, ninguna señal de duda. No era una petición, sino una orden. Eva tragó en seco y se puso de pie con cuidado. Aunque la hinchazón había disminuido, todavía sentía una leve punzada en el tobillo, pero se obligó a ignorarla. Caminó con paso controlado hasta la oficina de su jefe y entró, cerrando la puerta tras de sí.Gabriel estaba de espaldas, observando por la ventana con los brazos cruzados. La tensión en su postura era evidente. No giró para mirarla, solo esperó en silencio.— ¿Va a despedirme? — preguntó Eva con la voz temblorosa.Gabriel se giró de inmediato, frunciendo el ceño con una expresión de incredulidad.— ¿Por qué te despediría? ¿Por torcerte el tobillo? Ciertamente eres la única que me soporta. —
Eva Moretti sintió el corazón martillándole el pecho cuando se excusó de Gabriel para ir al sanitario. Trató de mantener la compostura, forzó una sonrisa y aseguró que estaba perfectamente, pero su jefe no era tonto. Gabriel Montenegro notó la tensión en su mirada y la rigidez de su postura. Algo la había asustado, alguien en esa mesa. Decidió dejarlo pasar, pero más tarde se aseguraría de averiguar la verdad.Con su elegancia habitual, Gabriel se acercó a la mesa donde lo esperaban Jason Barut, su padre James Barut y una mujer de cabellera cobriza que irradiaba arrogancia. Saludó de manera cortés y, aunque el mayor de los Barut respondió con la misma cordialidad, su hijo parecía distraído, su mirada perdida en la multitud, como si buscara a alguien. Gabriel sabía que Jason provenía de la misma ciudad que Eva, pero no haría suposiciones apresuradas.En su carpeta tenía detalles del currículum de Eva, donde figuraba su paso por Corporaciones Barut, aunque él nunca había llamado para co
Eva caminaba con paso apresurado por la acera, su respiración entrecortada y el corazón latiéndole con fuerza contra el pecho. Quería escapar, alejarse de todas esas miradas inquisidoras, del veneno de Penélope y de la sombra de Jason Donovan. Pero antes de que pudiera avanzar más, sintió una mano firme sosteniéndola del brazo. Su cuerpo entero se tensó.— ¿A dónde crees que vas? — La voz profunda de Gabriel Montenegro la detuvo en seco. Su tono era severo, pero no agresivo.Eva se giró, exaltada, y lo miró a los ojos. Él no la soltó.— ¡Señor Montenegro! Yo... yo solo...Gabriel miró su reloj y luego volvió a enfocarse en ella con una ceja arqueada.— Hay aun asuntos que resolver en la empresa, señorita Moretti —respondió, como si lo que acababa de pasar no fuera motivo para dejarla tirada por ahí.Ella lo observó con incredulidad. ¿Realmente seguía pensando en el horario de trabajo después de lo que había ocurrido? Su estómago se encogió y, con un hilo de voz, preguntó:— ¿No piensa
Eva miró el reloj por enésima vez. Las manecillas parecían moverse con una lentitud desesperante. 4:57 p.m. Tres minutos más y podría irse. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de su escritorio mientras intentaba distraerse, pero el peso de la mirada de Gabriel Montenegro sobre ella la inquietaba.— ¿Tienes prisa? — preguntó él con una ceja arqueada.Eva se irguió en su asiento y negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonrojarse.— No, señor. Solo verificaba la hora.Gabriel entrecerró los ojos y la observó en silencio, como si pudiera leer sus pensamientos. Finalmente, las manecillas alcanzaron las cinco en punto. Eva se puso de pie con rapidez, alisó su falda y caminó hacia su jefe con pasos firmes.— ¿Necesita algo más antes de que me retire? Estuve la última hora descansando en su asombroso y cómodo sofá, así que, si hay algo más que pueda hacer, estaré encantada de ayudarle.Gabriel dejó que una pequeña línea se dibujara en sus labios, apenas una sombra de sonrisa.— ¿En
Eva se encontraba esa tarde después del trabajo rebuscando en su pequeño ropero alguna prenda acorde para salir. Se miró al espejo y sonrió sutilmente al ver el pequeño abultado formado allí. Su instinto maternal la llenó de ternura, pero también de miedo. Optó por unos pantalones que no la apretaran demasiado y una blusa un poco floja con un escote discreto, lo que la hacía ver sexy sin que su vientre se notara. Perfecta.Cuando Carmen pasó por ella, llegaron a un club exclusivo. Las luces, la música y la multitud de personas vestidas elegantemente le dieron un mal presentimiento.— ¿Cómo lograste el pase a este lugar? — preguntó Eva, con el ceño fruncido.— Mi primo me lo consiguió — respondió Carmen con una sonrisa amplia —. Además, él y sus amigos estarán en el VIP. Podemos reunirnos allí.Eva asintió con una sonrisa tensa. No le gustaban estos lugares, y ahora no era diferente. La única razón por la que estaba allí era por Carmen. Suspiró y se dirigió a la barra.— Un Martini par
— Dime que me deseas, Eva — susurró Jason contra su piel, sus labios recorriendo su cuello con una mezcla de urgencia y posesión.— Te deseo, Jason... — susurró ella, sintiendo su cuerpo arder bajo su tacto.Era un amor secreto, un amor prohibido. Dos años de encuentros furtivos, de noches de pasión en habitaciones de hotel, de promesas susurradas en la penumbra. Dos años esperando que él finalmente la presentara a su familia. Pero eso nunca pasó.Y ahora entendía por qué.La oficina de Jason Barut era un reflejo de su poder: elegante, impecable, con ventanales que daban a la ciudad como si fuera su dueño. Ahí, en ese mundo de cristal y acero, Eva Martín había sido su sombra por dos años.Dos años siendo su asistente, su amante en la oscuridad, su secreto mejor guardado.Se ajustó la blusa color perla y echó un vistazo rápido a su reflejo en el espejo del ascensor. Ojos grandes, labios temblorosos. Se veía como lo que era: una mujer enamorada que, contra toda lógica, seguía creyendo e