Eva llegó al imponente edificio de Montenegro Enterprises y contuvo el aliento al observar su magnitud. No podía creer lo elegante y moderno que era, mucho más grande y lujoso que la empresa de Jason. El suelo de mármol brillaba bajo sus pies, y los enormes ventanales reflejaban la ciudad como si fueran espejos.
Respiró hondo, recordándose a sí misma que debía mantener la compostura. Entró y se dirigió al elevador, donde el chofer que la había recogido la acompañó hasta el piso ejecutivo. Eva le dirigió una mirada curiosa y rompió el silencio.
— ¿Eres guardaespaldas también o solo chofer?
El hombre la miró sin responder, sus facciones inamovibles como una roca.
— Okeeeey... — murmuró Eva para sí misma, observando su reflejo en la brillante pared del ascensor. Se alisó el cabello con las manos, tratando de aparentar seguridad, aunque su estómago se revolvía de los nervios.
Cuando el ascensor se detuvo en el piso más alto, el hombre dio dos golpes en la puerta de una oficina inmensa antes de abrirla y hacerle un gesto para que entrara.
Eva sintió que sus piernas flaqueaban, pero, aun así, se mostró segura al ingresar. La oficina era más grande de lo que imaginaba, con ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. En el centro, detrás de un escritorio de madera oscura, estaba él; Gabriel Montenegro.
Podría pedirle un autógrafo, pero eso no es muy profesional, pensó.
— Buenas tardes, señor Montenegro. Es un placer... — comenzó a decir con cortesía, pero el hombre ni siquiera la miró.
Tomó una carpeta con un fajo de hojas y le interrumpió.
— Dejemos las formalidades. Valeria te recomendó porque dice que eres una de las mejores, por lo que ahora tienes mucho trabajo por hacer. Puedes pasar al que será tu cubículo para empezar y... — Levantó la mirada y se congeló al verla. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Luego, carraspeó y añadió —: Espero que puedas resistir. Ahora, ve.
Bajó nuevamente la mirada sobre su escritorio, como si no quisiera mirarla más de lo necesario.
Eva, confundida por su actitud mandona y fría, se mordió la lengua para no responderle. Bien podría decirle que era un estúpido maleducado y egocéntrico, pero definitivamente, no sería lo correcto en su situación. No cuando necesitaba el trabajo desesperadamente.
Se giró y salió de la oficina, dispuesta a demostrarle a ese hombre irritante de qué estaba hecha.
Gabriel soltó un suspiro apenas la puerta se cerró. No podía negar que era hermosa, pero sus ojos apagados y su expresión melancólica le confirmaban lo que Valeria había dicho; algo terrible le había ocurrido. Sin embargo, no era motivo para aflojar. No habría favoritismos solo por ser amiga de su prima.
Pero en el fondo, presentía que esa mujer sería un problema.
Su teléfono sonó. Valeria.
— ¿Ya llegó? — preguntó ella con emoción.
— Sí, ya está trabajando — respondió Gabriel con su tono usualmente frío.
— ¡Eres un insensible! Apenas ha llegado y ya la tienes trabajando. No hay mujer que te aguante, Gabriel.
— No busco una mujer, Valeria. Busco una asistente capaz de soportar mi genio — sentenció él, terminando la llamada.
Mientras tanto, en su cubículo, Eva revisaba los documentos que le había dado Gabriel. Para su sorpresa, no eran difíciles en lo absoluto. ¿Cómo es que nadie había sido capaz de hacer este trabajo? Se puso a trabajar de inmediato y, tras unas horas, terminó todo.
Se puso de pie, tomó los documentos y se dirigió a la oficina de Gabriel. Tocó la puerta dos veces, como lo había hecho el chofer antes, pero no obtuvo respuesta. Dudó por un instante, pero finalmente decidió entrar.
Un aroma amaderado y embriagador la envolvió al instante. Perfume caro. Alguna vez tuvo perfumes como ese, pero ya no. Todos los frascos se habían quedado. Había perdido demasiado, no solo perfumes, y debía luchar por ser alguien nuevo de ahora en adelante.
— ¿Señor Montenegro? — preguntó con cautela —. Ya he terminado lo que me solicitó.
De repente, la puerta de lo que parecía ser el sanitario se abrió, y Gabriel apareció con la misma expresión severa de antes, pero con el cabello ligeramente húmedo y sin la chaqueta de su traje. Eva tragó saliva al notar lo impecable que lucía con la camisa blanca remangada.
— ¿No te han enseñado buenos modales en tu antiguo trabajo? — preguntó con un deje de irritación.
Eva tragó en seco, luego frunció el ceño.
— Toqué dos veces... — respondió.
— Y al no obtener respuesta, debes asumir que no tienes derecho a entrar. Regla básica — sentenció él.
Eva apretó los labios y asintió, murmurando un “lo siento”.
Gabriel se puso frente a ella. Era alto, imponente, con unos ojos azules intensos y un cabello negro que le daba un aire de poder absoluto. Su traje le quedaba impecable. Por un instante, una burbuja de tensión pareció envolverlos, pero Gabriel la hizo estallar con su siguiente palabra:
— Puedes irte. Es suficiente por hoy.
Eva asintió y se giró para marcharse, pero en el último momento se detuvo y se volteó.
— ¿Tengo el trabajo, señor? — preguntó con una pequeña chispa de desafío en su voz.
Gabriel la miró por unos segundos, luego tomó los papeles y respondió con voz neutra:
— Depende de lo que encuentre en estos documentos.
Eva asintió, esbozando una sonrisa casi imperceptible.
— Nos vemos mañana, señor. Buenas noches.
Gabriel la observó mientras salía de su oficina con la cabeza en alto. Algo en su porte, en su determinación, le hacía sospechar que esa mujer no solo demostraría su valía en la empresa… sino que también pondría su mundo de cabeza. Ella estaba segura de que había hecho un buen trabajo.
Eva se sentó en su cubículo con la mandíbula tensa, el ceño fruncido y los ojos clavados en la montaña de documentos que tenía delante. Gabriel Montenegro se había convertido en una verdadera pesadilla. No podía dar un solo respiro sin que la llamara a su oficina para darle más trabajo, corregirle algo o simplemente molestarla.Respiró hondo y trató de enfocarse. Pero entonces, el intercomunicador resonó con una voz grave y autoritaria:— ¡Moretti, a mi m*****a oficina, ahora!«Santuario infernal diría yo.» pensó.Eva cerró los ojos con tanta fuerza que por un segundo vio chispas de colores tras sus párpados. Inspiró profundamente, sintiendo cómo su rabia burbujeaba peligrosamente bajo la superficie. ¿Por qué demonios no la dejaba en paz?Se levantó con furia contenida y caminó con pasos firmes hasta la oficina de Gabriel. Abrió la puerta sin ceremonias y lo encontró sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, con el ceño fruncido y los ojos clavados en documentos con u
El reloj marcaba las once de la mañana cuando Eva tomó aire profundamente antes de llamar a la puerta de la oficina de Gabriel. Había esperado el momento oportuno para hablar con él y pedirle permiso para salir unas horas. No iba a negar que temía que le dijera que no, pues este sería su tercera cita con la obstetra desde que llegó. Ya iban a ser dos meses nuevamente, pero esta vez, su cita estaba programada fuera del horario del almuerzo. Lo necesitaba con urgencia. Cuando escuchó su voz autorizando su entrada, empujó la puerta con suavidad y avanzó con paso firme, aunque sus dedos entrelazados delataban su nerviosismo.Gabriel alzó la vista de los documentos que revisaba y la observó fijamente.— ¿Qué necesitas? — preguntó con su tono de siempre, seco y directo.Eva tragó saliva.— Señor, necesito ausentarme un par de horas. Tengo una consulta en la clínica… un chequeo de rutina.Los ojos de Gabriel se estrecharon.— ¿Estás enferma?— No, no estoy enferma — respondió rápidamente —.
Eva estaba inclinada sobre su escritorio, frotándose las caderas con suavidad. La incomodidad de su silla la estaba matando y, aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar hacer pequeñas muecas de molestia. No se dio cuenta de que Gabriel la estaba observando desde las escaleras, habiendo decidido subir en lugar de tomar el ascensor. Desde allí, captó el momento exacto en que ella se retorcía en su asiento, pero decidió no darle importancia.Cuando Eva notó su presencia, se apresuró a ponerse de pie. En su afán por verse normal, dobló un poco el tobillo y tuvo que sostenerse del escritorio para no perder el equilibrio. Gabriel, que había estado a punto de ignorar la escena, aceleró el paso instintivamente, aunque se detuvo en seco antes de demostrar demasiada preocupación.— ¿Estás bien? — preguntó con voz neutra, aunque sus ojos oscuros la analizaban con detenimiento.Eva tenía los ojos cristalinos, pero se esforzó por ocultarlo. Asintió de inmediato y luego respondió con voz tensa:
Eva sintió un nudo en el estómago cuando escuchó su apellido en la voz firme y autoritaria de Gabriel.— Moretti, a mi oficina. Ahora.Pasó por su escritorio con algo en la mano. Una caja. Pero ni siquiera le dio una mirada a ella. Como siempre. No hubo ningún titubeo en su tono, ninguna señal de duda. No era una petición, sino una orden. Eva tragó en seco y se puso de pie con cuidado. Aunque la hinchazón había disminuido, todavía sentía una leve punzada en el tobillo, pero se obligó a ignorarla. Caminó con paso controlado hasta la oficina de su jefe y entró, cerrando la puerta tras de sí.Gabriel estaba de espaldas, observando por la ventana con los brazos cruzados. La tensión en su postura era evidente. No giró para mirarla, solo esperó en silencio.— ¿Va a despedirme? — preguntó Eva con la voz temblorosa.Gabriel se giró de inmediato, frunciendo el ceño con una expresión de incredulidad.— ¿Por qué te despediría? ¿Por torcerte el tobillo? Ciertamente eres la única que me soporta. —
Eva Moretti sintió el corazón martillándole el pecho cuando se excusó de Gabriel para ir al sanitario. Trató de mantener la compostura, forzó una sonrisa y aseguró que estaba perfectamente, pero su jefe no era tonto. Gabriel Montenegro notó la tensión en su mirada y la rigidez de su postura. Algo la había asustado, alguien en esa mesa. Decidió dejarlo pasar, pero más tarde se aseguraría de averiguar la verdad.Con su elegancia habitual, Gabriel se acercó a la mesa donde lo esperaban Jason Barut, su padre James Barut y una mujer de cabellera cobriza que irradiaba arrogancia. Saludó de manera cortés y, aunque el mayor de los Barut respondió con la misma cordialidad, su hijo parecía distraído, su mirada perdida en la multitud, como si buscara a alguien. Gabriel sabía que Jason provenía de la misma ciudad que Eva, pero no haría suposiciones apresuradas.En su carpeta tenía detalles del currículum de Eva, donde figuraba su paso por Corporaciones Barut, aunque él nunca había llamado para co
Eva caminaba con paso apresurado por la acera, su respiración entrecortada y el corazón latiéndole con fuerza contra el pecho. Quería escapar, alejarse de todas esas miradas inquisidoras, del veneno de Penélope y de la sombra de Jason Donovan. Pero antes de que pudiera avanzar más, sintió una mano firme sosteniéndola del brazo. Su cuerpo entero se tensó.— ¿A dónde crees que vas? — La voz profunda de Gabriel Montenegro la detuvo en seco. Su tono era severo, pero no agresivo.Eva se giró, exaltada, y lo miró a los ojos. Él no la soltó.— ¡Señor Montenegro! Yo... yo solo...Gabriel miró su reloj y luego volvió a enfocarse en ella con una ceja arqueada.— Hay aun asuntos que resolver en la empresa, señorita Moretti —respondió, como si lo que acababa de pasar no fuera motivo para dejarla tirada por ahí.Ella lo observó con incredulidad. ¿Realmente seguía pensando en el horario de trabajo después de lo que había ocurrido? Su estómago se encogió y, con un hilo de voz, preguntó:— ¿No piensa
Eva miró el reloj por enésima vez. Las manecillas parecían moverse con una lentitud desesperante. 4:57 p.m. Tres minutos más y podría irse. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de su escritorio mientras intentaba distraerse, pero el peso de la mirada de Gabriel Montenegro sobre ella la inquietaba.— ¿Tienes prisa? — preguntó él con una ceja arqueada.Eva se irguió en su asiento y negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonrojarse.— No, señor. Solo verificaba la hora.Gabriel entrecerró los ojos y la observó en silencio, como si pudiera leer sus pensamientos. Finalmente, las manecillas alcanzaron las cinco en punto. Eva se puso de pie con rapidez, alisó su falda y caminó hacia su jefe con pasos firmes.— ¿Necesita algo más antes de que me retire? Estuve la última hora descansando en su asombroso y cómodo sofá, así que, si hay algo más que pueda hacer, estaré encantada de ayudarle.Gabriel dejó que una pequeña línea se dibujara en sus labios, apenas una sombra de sonrisa.— ¿En
Eva se encontraba esa tarde después del trabajo rebuscando en su pequeño ropero alguna prenda acorde para salir. Se miró al espejo y sonrió sutilmente al ver el pequeño abultado formado allí. Su instinto maternal la llenó de ternura, pero también de miedo. Optó por unos pantalones que no la apretaran demasiado y una blusa un poco floja con un escote discreto, lo que la hacía ver sexy sin que su vientre se notara. Perfecta.Cuando Carmen pasó por ella, llegaron a un club exclusivo. Las luces, la música y la multitud de personas vestidas elegantemente le dieron un mal presentimiento.— ¿Cómo lograste el pase a este lugar? — preguntó Eva, con el ceño fruncido.— Mi primo me lo consiguió — respondió Carmen con una sonrisa amplia —. Además, él y sus amigos estarán en el VIP. Podemos reunirnos allí.Eva asintió con una sonrisa tensa. No le gustaban estos lugares, y ahora no era diferente. La única razón por la que estaba allí era por Carmen. Suspiró y se dirigió a la barra.— Un Martini par