C5 - Ella es hermosa.

Eva llegó al imponente edificio de Montenegro Enterprises y contuvo el aliento al observar su magnitud. No podía creer lo elegante y moderno que era, mucho más grande y lujoso que la empresa de Jason. El suelo de mármol brillaba bajo sus pies, y los enormes ventanales reflejaban la ciudad como si fueran espejos.

Respiró hondo, recordándose a sí misma que debía mantener la compostura. Entró y se dirigió al elevador, donde el chofer que la había recogido la acompañó hasta el piso ejecutivo. Eva le dirigió una mirada curiosa y rompió el silencio.

— ¿Eres guardaespaldas también o solo chofer?

El hombre la miró sin responder, sus facciones inamovibles como una roca.

— Okeeeey... — murmuró Eva para sí misma, observando su reflejo en la brillante pared del ascensor. Se alisó el cabello con las manos, tratando de aparentar seguridad, aunque su estómago se revolvía de los nervios.

Cuando el ascensor se detuvo en el piso más alto, el hombre dio dos golpes en la puerta de una oficina inmensa antes de abrirla y hacerle un gesto para que entrara.

Eva sintió que sus piernas flaqueaban, pero, aun así, se mostró segura al ingresar. La oficina era más grande de lo que imaginaba, con ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. En el centro, detrás de un escritorio de madera oscura, estaba él; Gabriel Montenegro.

Podría pedirle un autógrafo, pero eso no es muy profesional, pensó.

— Buenas tardes, señor Montenegro. Es un placer... — comenzó a decir con cortesía, pero el hombre ni siquiera la miró.

Tomó una carpeta con un fajo de hojas y le interrumpió.

— Dejemos las formalidades. Valeria te recomendó porque dice que eres una de las mejores, por lo que ahora tienes mucho trabajo por hacer. Puedes pasar al que será tu cubículo para empezar y... — Levantó la mirada y se congeló al verla. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Luego, carraspeó y añadió —: Espero que puedas resistir. Ahora, ve.

Bajó nuevamente la mirada sobre su escritorio, como si no quisiera mirarla más de lo necesario.

Eva, confundida por su actitud mandona y fría, se mordió la lengua para no responderle. Bien podría decirle que era un estúpido maleducado y egocéntrico, pero definitivamente, no sería lo correcto en su situación. No cuando necesitaba el trabajo desesperadamente.

Se giró y salió de la oficina, dispuesta a demostrarle a ese hombre irritante de qué estaba hecha.

Gabriel soltó un suspiro apenas la puerta se cerró. No podía negar que era hermosa, pero sus ojos apagados y su expresión melancólica le confirmaban lo que Valeria había dicho; algo terrible le había ocurrido. Sin embargo, no era motivo para aflojar. No habría favoritismos solo por ser amiga de su prima.

Pero en el fondo, presentía que esa mujer sería un problema.

Su teléfono sonó. Valeria.

— ¿Ya llegó? — preguntó ella con emoción.

— Sí, ya está trabajando — respondió Gabriel con su tono usualmente frío.

— ¡Eres un insensible! Apenas ha llegado y ya la tienes trabajando. No hay mujer que te aguante, Gabriel.

— No busco una mujer, Valeria. Busco una asistente capaz de soportar mi genio — sentenció él, terminando la llamada.

Mientras tanto, en su cubículo, Eva revisaba los documentos que le había dado Gabriel. Para su sorpresa, no eran difíciles en lo absoluto. ¿Cómo es que nadie había sido capaz de hacer este trabajo? Se puso a trabajar de inmediato y, tras unas horas, terminó todo.

Se puso de pie, tomó los documentos y se dirigió a la oficina de Gabriel. Tocó la puerta dos veces, como lo había hecho el chofer antes, pero no obtuvo respuesta. Dudó por un instante, pero finalmente decidió entrar.

Un aroma amaderado y embriagador la envolvió al instante. Perfume caro. Alguna vez tuvo perfumes como ese, pero ya no. Todos los frascos se habían quedado. Había perdido demasiado, no solo perfumes, y debía luchar por ser alguien nuevo de ahora en adelante.

— ¿Señor Montenegro? — preguntó con cautela —. Ya he terminado lo que me solicitó.

De repente, la puerta de lo que parecía ser el sanitario se abrió, y Gabriel apareció con la misma expresión severa de antes, pero con el cabello ligeramente húmedo y sin la chaqueta de su traje. Eva tragó saliva al notar lo impecable que lucía con la camisa blanca remangada.

— ¿No te han enseñado buenos modales en tu antiguo trabajo? — preguntó con un deje de irritación.

Eva tragó en seco, luego frunció el ceño.

— Toqué dos veces... — respondió.

— Y al no obtener respuesta, debes asumir que no tienes derecho a entrar. Regla básica — sentenció él.

Eva apretó los labios y asintió, murmurando un “lo siento”.

Gabriel se puso frente a ella. Era alto, imponente, con unos ojos azules intensos y un cabello negro que le daba un aire de poder absoluto. Su traje le quedaba impecable. Por un instante, una burbuja de tensión pareció envolverlos, pero Gabriel la hizo estallar con su siguiente palabra:

— Puedes irte. Es suficiente por hoy.

Eva asintió y se giró para marcharse, pero en el último momento se detuvo y se volteó.

— ¿Tengo el trabajo, señor? — preguntó con una pequeña chispa de desafío en su voz.

Gabriel la miró por unos segundos, luego tomó los papeles y respondió con voz neutra:

— Depende de lo que encuentre en estos documentos.

Eva asintió, esbozando una sonrisa casi imperceptible.

— Nos vemos mañana, señor. Buenas noches.

Gabriel la observó mientras salía de su oficina con la cabeza en alto. Algo en su porte, en su determinación, le hacía sospechar que esa mujer no solo demostraría su valía en la empresa… sino que también pondría su mundo de cabeza. Ella estaba segura de que había hecho un buen trabajo.

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