Eva apretó la carpeta contra su pecho, sintiendo cómo sus manos temblaban de rabia y nerviosismo. Miró a Valeria con el ceño fruncido antes de soltar las palabras que llevaban ardiendo en su lengua desde que recibió la noticia.
— Conseguí el trabajo. — Su voz era áspera.
Valeria saltó de emoción y la abrazó con fuerza.
— ¡Sabía que lo lograrías, Isa! ¡Estoy tan feliz por ti! — exclamó con tanta emoción.
Pero su risa se apagó cuando vio la expresión de Eva, seria, sombría. Se cruzó de brazos, observándola con suspicacia.
— Espera un momento... ¿Por qué tienes cara de culo?
Eva suspiró profundamente.
— En primer lugar, no les dijiste que estoy embarazada. — Valeria abrió los ojos como platos, pero Eva levantó una mano antes de que pudiera interrumpirla —. En segundo lugar, el trabajo es fuera de la ciudad. Y en tercer lugar... — Tomó aire antes de soltarlo —. ¡Tú primo es el mismísimo Gabriel Montenegro!
El silencio reinó por unos segundos antes de que Valeria estallara en una carcajada.
— Oh, Isa... ¡Qué manera de dramatizar!
— ¡Me dijiste que no era un trabajo como el que tenía! Pero es Gabriel, ¡el magnate Gabriel Montenegro! ¡Ese hombre es un demonio en los negocios!
Valeria solo se encogió de hombros, sonriendo con inocencia.
— Yo solo hice lo necesario para que pudieras empezar de cero. Irte de la ciudad es lo mejor para ti.
Eva cerró los ojos por un instante. Sabía que su amiga tenía razón. No podía quedarse en la ciudad, no cuando Jason seguía allí, con Penélope pisándole los talones. Asintió con pesar.
— No será eterno, Valeria. Cuando se enteren de mi embarazo, me despedirán. Esa empresa no acepta trabajadoras embarazadas. Lo sé.
Valeria le tomó las manos.
— Tienes unos meses para demostrar tu capacidad. Tal vez Gabriel haga una excepción. Dale una oportunidad.
Con una mezcla de resignación y determinación, Eva empezó a empacar sus cosas. Se despidió de Valeria con un fuerte abrazo y tomó el autobús con destino a su nueva vida. Acarició su vientre, sintiendo una pequeña esperanza nacer en su pecho. Por primera vez en mucho tiempo, tal vez tenía una oportunidad de comenzar de nuevo.
Mientras tanto, en Seattle, Gabriel Montenegro estaba furioso.
— ¡¿Dónde diablos está la asistente que prometieron?! — rugió, lanzando la carpeta al suelo con furia —. ¿Acaso piensan que soy una máquina para arreglar sus estúpidos errores de m****a?
Su secretaria, con los ojos cargados de lágrimas, huyó de la oficina sin decir una palabra. Gabriel bufó con desprecio.
— Otra cobarde... — murmuró antes de marcar un número en su teléfono.
— Hola, primito, ¿qué pasa? Sabes que no puedo atender en mi trabajo — contestó Valeria con un tono divertido.
Gabriel suspiró pesadamente.
— ¡Como si trabajar en la morgue fuera tan ajetreado! ¡Dime dónde está tu amiga! Necesito una asistente. Mi secretaria acaba de renunciar.
Valeria soltó una carcajada.
— ¡Vaya! No te aguanta ninguna, ¿eh? Eva debe estar llegando en un rato, pero se supone que se presentará mañana. No la presiones.
— La presionaré todo lo que me dé la gana. Llámala y dile que venga directo a mí.
— ¿Hablas en serio? ¡Gabriel, dale tiempo de hospedarse en el departamento!
Gabriel suspiró con frustración.
— La necesito ahora.
— De acuerdo, pero trátala bien. Eva es mi mejor amiga y está pasando por un infierno. Solo necesita este trabajo para distraerse.
Gabriel frunció el ceño. No le gustaban los empleados con dramas personales, pero confiaba en el criterio de su prima.
— Lo tendré en cuenta. ¿En qué llega?
— En autobús.
Un silencio pesado se instaló en la llamada.
— ¡¿En autobús?! ¿A quién m****a me mandaste? ¡Ni siquiera he visto a una asistente que viaje en bus!
— Te envié a la mejor asistente del planeta, y te ordeno que la cuides. Si la haces llorar... — Hubo una pausa antes de que Valeria soltara una amenaza con voz burlona —. Le diré a todo el mundo que eres infértil.
Gabriel rodó los ojos.
— No soy infértil, soy estéril porque me hice la vasectomía. Y eso es de público conocimiento, gracias a la idiota que recomendaste antes y que intentó meterse entre mis piernas.
— Un pequeño error — musitó Valeria, sin poder contener la risa.
— No me hagas recordar esa pesadilla. ¡Solo asegúrate de que esta amiga tuya valga la pena!
— Cuídala, Gabriel. Es la única amiga real que tengo.
Gabriel colgó y llamó de inmediato a su chofer.
— Ve a la estación de autobuses. Recoge a mi nueva asistente. Eva Moretti.
Su nombre se sentía extraño pronunciar, como si fuera una advertencia. Volvió a hojear el currículo que le había pasado su prima, y realmente parecía excepcional. Su rostro era extremadamente angelical. Solo esperaba que no la defraudara, porque realmente necesitaba a alguien audaz y capaz en ese puesto, que no solo sea buena en el trabajo, sino también con su genio.
Su chofer no tardó en cumplir la orden y, en pocas horas, Eva llegaba a Seattle sin tener idea de lo que le esperaba. El frío la recibió al bajar del autobús, pero no fue nada comparado con la mirada calculadora del hombre que la esperaba con un cartel que llevaba su nombre.
— Señorita Eva Moretti, el señor Montenegro me envía a recogerla. Su presencia es requerida de inmediato en su oficina.
El corazón de Eva se aceleró. Apenas había llegado y ya la estaban convocando. Sus dedos se aferraron a su bolso mientras asentía con cautela.
«¿Se habrá enterado de su embarazo?» Fue lo primero que pasó por su mente.
— ¡Oh! ¿Ahora? Me habían dicho que me presente mañana.
— Son órdenes estrictas del señor. Por favor, acompáñeme — insistió.
Sin más remedio, subió al auto, preguntándose si realmente estaba lista para enfrentarse a un hombre con la fama de Gabriel Montenegro. Pero una cosa tenía clara: no permitiría que nadie volviera a humillarla. Había venido a Seattle para empezar de nuevo y haría lo imposible para lograrlo.
Eva llegó al imponente edificio de Montenegro Enterprises y contuvo el aliento al observar su magnitud. No podía creer lo elegante y moderno que era, mucho más grande y lujoso que la empresa de Jason. El suelo de mármol brillaba bajo sus pies, y los enormes ventanales reflejaban la ciudad como si fueran espejos.Respiró hondo, recordándose a sí misma que debía mantener la compostura. Entró y se dirigió al elevador, donde el chofer que la había recogido la acompañó hasta el piso ejecutivo. Eva le dirigió una mirada curiosa y rompió el silencio.— ¿Eres guardaespaldas también o solo chofer?El hombre la miró sin responder, sus facciones inamovibles como una roca.— Okeeeey... — murmuró Eva para sí misma, observando su reflejo en la brillante pared del ascensor. Se alisó el cabello con las manos, tratando de aparentar seguridad, aunque su estómago se revolvía de los nervios.Cuando el ascensor se detuvo en el piso más alto, el hombre dio dos golpes en la puerta de una oficina inmensa ant
Eva se sentó en su cubículo con la mandíbula tensa, el ceño fruncido y los ojos clavados en la montaña de documentos que tenía delante. Gabriel Montenegro se había convertido en una verdadera pesadilla. No podía dar un solo respiro sin que la llamara a su oficina para darle más trabajo, corregirle algo o simplemente molestarla.Respiró hondo y trató de enfocarse. Pero entonces, el intercomunicador resonó con una voz grave y autoritaria:— ¡Moretti, a mi m*****a oficina, ahora!«Santuario infernal diría yo.» pensó.Eva cerró los ojos con tanta fuerza que por un segundo vio chispas de colores tras sus párpados. Inspiró profundamente, sintiendo cómo su rabia burbujeaba peligrosamente bajo la superficie. ¿Por qué demonios no la dejaba en paz?Se levantó con furia contenida y caminó con pasos firmes hasta la oficina de Gabriel. Abrió la puerta sin ceremonias y lo encontró sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, con el ceño fruncido y los ojos clavados en documentos con u
El reloj marcaba las once de la mañana cuando Eva tomó aire profundamente antes de llamar a la puerta de la oficina de Gabriel. Había esperado el momento oportuno para hablar con él y pedirle permiso para salir unas horas. No iba a negar que temía que le dijera que no, pues este sería su tercera cita con la obstetra desde que llegó. Ya iban a ser dos meses nuevamente, pero esta vez, su cita estaba programada fuera del horario del almuerzo. Lo necesitaba con urgencia. Cuando escuchó su voz autorizando su entrada, empujó la puerta con suavidad y avanzó con paso firme, aunque sus dedos entrelazados delataban su nerviosismo.Gabriel alzó la vista de los documentos que revisaba y la observó fijamente.— ¿Qué necesitas? — preguntó con su tono de siempre, seco y directo.Eva tragó saliva.— Señor, necesito ausentarme un par de horas. Tengo una consulta en la clínica… un chequeo de rutina.Los ojos de Gabriel se estrecharon.— ¿Estás enferma?— No, no estoy enferma — respondió rápidamente —.
Eva estaba inclinada sobre su escritorio, frotándose las caderas con suavidad. La incomodidad de su silla la estaba matando y, aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar hacer pequeñas muecas de molestia. No se dio cuenta de que Gabriel la estaba observando desde las escaleras, habiendo decidido subir en lugar de tomar el ascensor. Desde allí, captó el momento exacto en que ella se retorcía en su asiento, pero decidió no darle importancia.Cuando Eva notó su presencia, se apresuró a ponerse de pie. En su afán por verse normal, dobló un poco el tobillo y tuvo que sostenerse del escritorio para no perder el equilibrio. Gabriel, que había estado a punto de ignorar la escena, aceleró el paso instintivamente, aunque se detuvo en seco antes de demostrar demasiada preocupación.— ¿Estás bien? — preguntó con voz neutra, aunque sus ojos oscuros la analizaban con detenimiento.Eva tenía los ojos cristalinos, pero se esforzó por ocultarlo. Asintió de inmediato y luego respondió con voz tensa:
Eva sintió un nudo en el estómago cuando escuchó su apellido en la voz firme y autoritaria de Gabriel.— Moretti, a mi oficina. Ahora.Pasó por su escritorio con algo en la mano. Una caja. Pero ni siquiera le dio una mirada a ella. Como siempre. No hubo ningún titubeo en su tono, ninguna señal de duda. No era una petición, sino una orden. Eva tragó en seco y se puso de pie con cuidado. Aunque la hinchazón había disminuido, todavía sentía una leve punzada en el tobillo, pero se obligó a ignorarla. Caminó con paso controlado hasta la oficina de su jefe y entró, cerrando la puerta tras de sí.Gabriel estaba de espaldas, observando por la ventana con los brazos cruzados. La tensión en su postura era evidente. No giró para mirarla, solo esperó en silencio.— ¿Va a despedirme? — preguntó Eva con la voz temblorosa.Gabriel se giró de inmediato, frunciendo el ceño con una expresión de incredulidad.— ¿Por qué te despediría? ¿Por torcerte el tobillo? Ciertamente eres la única que me soporta. —
Eva Moretti sintió el corazón martillándole el pecho cuando se excusó de Gabriel para ir al sanitario. Trató de mantener la compostura, forzó una sonrisa y aseguró que estaba perfectamente, pero su jefe no era tonto. Gabriel Montenegro notó la tensión en su mirada y la rigidez de su postura. Algo la había asustado, alguien en esa mesa. Decidió dejarlo pasar, pero más tarde se aseguraría de averiguar la verdad.Con su elegancia habitual, Gabriel se acercó a la mesa donde lo esperaban Jason Barut, su padre James Barut y una mujer de cabellera cobriza que irradiaba arrogancia. Saludó de manera cortés y, aunque el mayor de los Barut respondió con la misma cordialidad, su hijo parecía distraído, su mirada perdida en la multitud, como si buscara a alguien. Gabriel sabía que Jason provenía de la misma ciudad que Eva, pero no haría suposiciones apresuradas.En su carpeta tenía detalles del currículum de Eva, donde figuraba su paso por Corporaciones Barut, aunque él nunca había llamado para co
Eva caminaba con paso apresurado por la acera, su respiración entrecortada y el corazón latiéndole con fuerza contra el pecho. Quería escapar, alejarse de todas esas miradas inquisidoras, del veneno de Penélope y de la sombra de Jason Donovan. Pero antes de que pudiera avanzar más, sintió una mano firme sosteniéndola del brazo. Su cuerpo entero se tensó.— ¿A dónde crees que vas? — La voz profunda de Gabriel Montenegro la detuvo en seco. Su tono era severo, pero no agresivo.Eva se giró, exaltada, y lo miró a los ojos. Él no la soltó.— ¡Señor Montenegro! Yo... yo solo...Gabriel miró su reloj y luego volvió a enfocarse en ella con una ceja arqueada.— Hay aun asuntos que resolver en la empresa, señorita Moretti —respondió, como si lo que acababa de pasar no fuera motivo para dejarla tirada por ahí.Ella lo observó con incredulidad. ¿Realmente seguía pensando en el horario de trabajo después de lo que había ocurrido? Su estómago se encogió y, con un hilo de voz, preguntó:— ¿No piensa
Eva miró el reloj por enésima vez. Las manecillas parecían moverse con una lentitud desesperante. 4:57 p.m. Tres minutos más y podría irse. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de su escritorio mientras intentaba distraerse, pero el peso de la mirada de Gabriel Montenegro sobre ella la inquietaba.— ¿Tienes prisa? — preguntó él con una ceja arqueada.Eva se irguió en su asiento y negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonrojarse.— No, señor. Solo verificaba la hora.Gabriel entrecerró los ojos y la observó en silencio, como si pudiera leer sus pensamientos. Finalmente, las manecillas alcanzaron las cinco en punto. Eva se puso de pie con rapidez, alisó su falda y caminó hacia su jefe con pasos firmes.— ¿Necesita algo más antes de que me retire? Estuve la última hora descansando en su asombroso y cómodo sofá, así que, si hay algo más que pueda hacer, estaré encantada de ayudarle.Gabriel dejó que una pequeña línea se dibujara en sus labios, apenas una sombra de sonrisa.— ¿En