Días más tarde, Eva caminaba sin rumbo fijo por las calles iluminadas por los faroles de la ciudad. Hacía frío y el cielo parecía querer caerse cobre ella. Su bolso estaba más liviano que nunca, y su cuenta bancaria prácticamente vacía. Sin trabajo, sin ahorros y con un hijo en camino, se sentía más sola que nunca. Jason la había tenido completamente dependiente de él y ahora, enfrentada a la dura realidad, no tenía un plan.
Su departamento, el que durante dos años había sido su refugio, ya no era una opción. No podía pagar el alquiler y tuvo que dejarlo y donde creía tenía un hogar ya no lo era. Había pasado la última noche en un hotel barato, con el colchón duro y el aroma a humedad impregnado en las paredes. No quiso llamar a su abuela. No deseaba preocuparla ni enfrentar sus preguntas. Tampoco quería molestar a su amiga. Tenía que salir adelante por sí misma; sin embargo, cada vez se estaba volviendo más difícil.
Pero la verdad era que estaba aterrada. El único pensamiento que la mantenía en pie era el pequeño que crecía dentro de ella. Se llevó una mano al vientre y cerró los ojos.
— No puedo rendirme. No ahora — murmuró para sí misma.
Con los últimos ahorros que le quedaban, tomó un taxi hasta el cementerio. Aquel pedazo de tierra donde había enterrado a su bebé se convertiría en su refugio. Caminó despacio, sintiendo cada paso como una puñalada en el corazón. Cuando llegó a la lápida, sus piernas flaquearon y cayó de rodillas.
— Mi amor… — susurró, con la voz rota —. Perdóname. Perdóname por no haber podido protegerte.
Las lágrimas cayeron sin control. Golpeó la tierra con sus manos, sintiéndose impotente. El viento helado le cortaba la piel, pero no le importaba. El dolor era más fuerte.
— Te prometo que seré fuerte por tu hermano… o hermana — sollozó —. No dejaré que nadie nos haga daño. Nadie nos quitará lo único que nos queda.
El silencio del cementerio solo era interrumpido por sus sollozos. Entonces pensó que era buen momento para llamar a la única persona en quien más confiaba a parte de su abuela.
— ¿Eva? ¿Dónde estás? — preguntó Valeria con evidente preocupación —. He estado intentando comunicarme contigo. No sé nada de ti.
— En el cementerio — susurró ella, su voz quebrada por las lágrimas contenidas —. Te necesito, amiga. Necesito tu ayuda, Val.
Un silencio. Valeria no entendía por qué su mejor amiga estaba en un lugar como ese. ¿Qué había pasado? Pero ayudarla era su prioridad. Eso lo tenía claro y sea lo que sea que haya hecho ese bastardo, lo pagaría.
— Voy por ti.
Eva dudó un momento antes de susurrar la dirección. Apenas colgó, el llanto la venció y escondió el rostro entre las manos. Ya no tenía nada, pero al menos aún le quedaba su amiga. Valeria llegaría pronto. Y con suerte, le ofrecería la ayuda que tanto necesitaba.
Cuando el auto de Valeria se detuvo frente al lugar, e Eva la vio correr a su dirección, sintió que sus piernas flaqueaban. Su amiga bajó de inmediato y la abrazó con fuerza.
— Dios mío, Eva… estás temblando — susurró Valeria —. ¿Qué demonios te hizo ese desgraciado?
— Me lo quitó todo… — dijo Eva entre sollozos —. Me dejó sin nada, sin trabajo, sin dinero, sin dignidad…
Valeria miró la lápida y luego a su amiga y entendió todo. Sin hacer preguntas, la envolvió en un saco, la ayudó a ponerse de pie y a subir al auto y la observó con lágrimas en los ojos.
— No estás sola, ¿me oyes? No permitiré que te hundas.
— Me duele demasiado.
— No tienes que pasar por esto sola, Eva Isabella — murmuró —. No me hagas esto. Me necesitas y lo sabes. Sé que tenemos mucho de qué hablar y que soy una curiosa innata pero no preguntaré nada, me lo dirás todo cuando estés lista.
Eva se mordió el labio con fuerza, intentando contener más lágrimas.
— No quiero ser una carga…
— ¡No digas estupideces! — La interrumpió Valeria, con los ojos encendidos de rabia y tristeza —. Siempre has estado para mí. Es mi turno de estar para ti. Y sea lo que sea que haya pasado, no me importa.
Eva se dejó caer en los brazos de su amiga y lloró. Lloró por su bebé perdido, por su corazón destrozado, por la humillación que había sufrido y por el miedo que sentía al futuro.
— Perdí mi trabajo.
— Lo sé — respondió Valeria.
— Perdí a Jason — prosiguió.
— Por fin. Siempre supe que era una basura.
— Nunca supe que dependía tanto de él, hasta la semana en que mi contrato en mi departamento venció y tuve que salir de allí. Y mis cosas que tenía en su piso… ¡Dios! Tiró mis cosas al pasillo en una bolsa negra. Tuve que perderlo todo, Val. Me siento fatal, porque maté a mi bebé. Yo… yo lo hice y ahora no sé cómo proteger al que me queda.
— No… tu no hiciste nada. Él fue el culpable. Él se aprovechó de ti. Una hermosa chica de pueblo con un talento único. Tú no eres culpable de nada — dijo con rabia —. Jason es el causante de tu dolor y de nuestra perdida, porque ese bebé, también era mío, mi sobrino.
Después de un rato, Valeria le acarició el cabello con ternura.
— Tengo un trabajo para ti — Le dijo —. No es nada extravagante, pero te ayudará a empezar de nuevo. A distraerte.
Eva se separó un poco y la miró con ojos vidriosos.
— ¿Un trabajo?
Valeria asintió.
— Trabajo en la empresa de mi primo, y necesitan una asistente administrativa. No es glamuroso, pero el sueldo es decente. Y lo mejor es que nadie te tratará como basura.
Eva sintió que un rayo de esperanza iluminaba su alma.
— Valeria… no sé qué decir…
— Di que sí — respondió su amiga, sonriendo con dulzura —. Acepta mi ayuda, Isa. Por ti y por tu bebé.
Eva apretó la carpeta contra su pecho, sintiendo cómo sus manos temblaban de rabia y nerviosismo. Miró a Valeria con el ceño fruncido antes de soltar las palabras que llevaban ardiendo en su lengua desde que recibió la noticia.— Conseguí el trabajo. — Su voz era áspera.Valeria saltó de emoción y la abrazó con fuerza.— ¡Sabía que lo lograrías, Isa! ¡Estoy tan feliz por ti! — exclamó con tanta emoción.Pero su risa se apagó cuando vio la expresión de Eva, seria, sombría. Se cruzó de brazos, observándola con suspicacia.— Espera un momento... ¿Por qué tienes cara de culo?Eva suspiró profundamente.— En primer lugar, no les dijiste que estoy embarazada. — Valeria abrió los ojos como platos, pero Eva levantó una mano antes de que pudiera interrumpirla —. En segundo lugar, el trabajo es fuera de la ciudad. Y en tercer lugar... — Tomó aire antes de soltarlo —. ¡Tú primo es el mismísimo Gabriel Montenegro!El silencio reinó por unos segundos antes de que Valeria estallara en una carcajada
Eva llegó al imponente edificio de Montenegro Enterprises y contuvo el aliento al observar su magnitud. No podía creer lo elegante y moderno que era, mucho más grande y lujoso que la empresa de Jason. El suelo de mármol brillaba bajo sus pies, y los enormes ventanales reflejaban la ciudad como si fueran espejos.Respiró hondo, recordándose a sí misma que debía mantener la compostura. Entró y se dirigió al elevador, donde el chofer que la había recogido la acompañó hasta el piso ejecutivo. Eva le dirigió una mirada curiosa y rompió el silencio.— ¿Eres guardaespaldas también o solo chofer?El hombre la miró sin responder, sus facciones inamovibles como una roca.— Okeeeey... — murmuró Eva para sí misma, observando su reflejo en la brillante pared del ascensor. Se alisó el cabello con las manos, tratando de aparentar seguridad, aunque su estómago se revolvía de los nervios.Cuando el ascensor se detuvo en el piso más alto, el hombre dio dos golpes en la puerta de una oficina inmensa ant
Eva se sentó en su cubículo con la mandíbula tensa, el ceño fruncido y los ojos clavados en la montaña de documentos que tenía delante. Gabriel Montenegro se había convertido en una verdadera pesadilla. No podía dar un solo respiro sin que la llamara a su oficina para darle más trabajo, corregirle algo o simplemente molestarla.Respiró hondo y trató de enfocarse. Pero entonces, el intercomunicador resonó con una voz grave y autoritaria:— ¡Moretti, a mi m*****a oficina, ahora!«Santuario infernal diría yo.» pensó.Eva cerró los ojos con tanta fuerza que por un segundo vio chispas de colores tras sus párpados. Inspiró profundamente, sintiendo cómo su rabia burbujeaba peligrosamente bajo la superficie. ¿Por qué demonios no la dejaba en paz?Se levantó con furia contenida y caminó con pasos firmes hasta la oficina de Gabriel. Abrió la puerta sin ceremonias y lo encontró sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, con el ceño fruncido y los ojos clavados en documentos con u
El reloj marcaba las once de la mañana cuando Eva tomó aire profundamente antes de llamar a la puerta de la oficina de Gabriel. Había esperado el momento oportuno para hablar con él y pedirle permiso para salir unas horas. No iba a negar que temía que le dijera que no, pues este sería su tercera cita con la obstetra desde que llegó. Ya iban a ser dos meses nuevamente, pero esta vez, su cita estaba programada fuera del horario del almuerzo. Lo necesitaba con urgencia. Cuando escuchó su voz autorizando su entrada, empujó la puerta con suavidad y avanzó con paso firme, aunque sus dedos entrelazados delataban su nerviosismo.Gabriel alzó la vista de los documentos que revisaba y la observó fijamente.— ¿Qué necesitas? — preguntó con su tono de siempre, seco y directo.Eva tragó saliva.— Señor, necesito ausentarme un par de horas. Tengo una consulta en la clínica… un chequeo de rutina.Los ojos de Gabriel se estrecharon.— ¿Estás enferma?— No, no estoy enferma — respondió rápidamente —.
Eva estaba inclinada sobre su escritorio, frotándose las caderas con suavidad. La incomodidad de su silla la estaba matando y, aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar hacer pequeñas muecas de molestia. No se dio cuenta de que Gabriel la estaba observando desde las escaleras, habiendo decidido subir en lugar de tomar el ascensor. Desde allí, captó el momento exacto en que ella se retorcía en su asiento, pero decidió no darle importancia.Cuando Eva notó su presencia, se apresuró a ponerse de pie. En su afán por verse normal, dobló un poco el tobillo y tuvo que sostenerse del escritorio para no perder el equilibrio. Gabriel, que había estado a punto de ignorar la escena, aceleró el paso instintivamente, aunque se detuvo en seco antes de demostrar demasiada preocupación.— ¿Estás bien? — preguntó con voz neutra, aunque sus ojos oscuros la analizaban con detenimiento.Eva tenía los ojos cristalinos, pero se esforzó por ocultarlo. Asintió de inmediato y luego respondió con voz tensa:
Eva sintió un nudo en el estómago cuando escuchó su apellido en la voz firme y autoritaria de Gabriel.— Moretti, a mi oficina. Ahora.Pasó por su escritorio con algo en la mano. Una caja. Pero ni siquiera le dio una mirada a ella. Como siempre. No hubo ningún titubeo en su tono, ninguna señal de duda. No era una petición, sino una orden. Eva tragó en seco y se puso de pie con cuidado. Aunque la hinchazón había disminuido, todavía sentía una leve punzada en el tobillo, pero se obligó a ignorarla. Caminó con paso controlado hasta la oficina de su jefe y entró, cerrando la puerta tras de sí.Gabriel estaba de espaldas, observando por la ventana con los brazos cruzados. La tensión en su postura era evidente. No giró para mirarla, solo esperó en silencio.— ¿Va a despedirme? — preguntó Eva con la voz temblorosa.Gabriel se giró de inmediato, frunciendo el ceño con una expresión de incredulidad.— ¿Por qué te despediría? ¿Por torcerte el tobillo? Ciertamente eres la única que me soporta. —
Eva Moretti sintió el corazón martillándole el pecho cuando se excusó de Gabriel para ir al sanitario. Trató de mantener la compostura, forzó una sonrisa y aseguró que estaba perfectamente, pero su jefe no era tonto. Gabriel Montenegro notó la tensión en su mirada y la rigidez de su postura. Algo la había asustado, alguien en esa mesa. Decidió dejarlo pasar, pero más tarde se aseguraría de averiguar la verdad.Con su elegancia habitual, Gabriel se acercó a la mesa donde lo esperaban Jason Barut, su padre James Barut y una mujer de cabellera cobriza que irradiaba arrogancia. Saludó de manera cortés y, aunque el mayor de los Barut respondió con la misma cordialidad, su hijo parecía distraído, su mirada perdida en la multitud, como si buscara a alguien. Gabriel sabía que Jason provenía de la misma ciudad que Eva, pero no haría suposiciones apresuradas.En su carpeta tenía detalles del currículum de Eva, donde figuraba su paso por Corporaciones Barut, aunque él nunca había llamado para co
Eva caminaba con paso apresurado por la acera, su respiración entrecortada y el corazón latiéndole con fuerza contra el pecho. Quería escapar, alejarse de todas esas miradas inquisidoras, del veneno de Penélope y de la sombra de Jason Donovan. Pero antes de que pudiera avanzar más, sintió una mano firme sosteniéndola del brazo. Su cuerpo entero se tensó.— ¿A dónde crees que vas? — La voz profunda de Gabriel Montenegro la detuvo en seco. Su tono era severo, pero no agresivo.Eva se giró, exaltada, y lo miró a los ojos. Él no la soltó.— ¡Señor Montenegro! Yo... yo solo...Gabriel miró su reloj y luego volvió a enfocarse en ella con una ceja arqueada.— Hay aun asuntos que resolver en la empresa, señorita Moretti —respondió, como si lo que acababa de pasar no fuera motivo para dejarla tirada por ahí.Ella lo observó con incredulidad. ¿Realmente seguía pensando en el horario de trabajo después de lo que había ocurrido? Su estómago se encogió y, con un hilo de voz, preguntó:— ¿No piensa