— ¡Carajo!
El mundo era un eco lejano cuando Eva abrió los ojos. El olor a desinfectante y la tenue luz del hospital la hicieron parpadear, desorientada. Su cuerpo se sentía pesado, adormecido, pero había un vacío en su interior que la hizo estremecerse de inmediato.
Intentó moverse, pero un dolor punzante la detuvo. Bajó la vista y vio su brazo conectado a una intravenosa. El corazón le latía con fuerza en el pecho cuando la puerta se abrió y entró un médico con expresión sombría.
— Señorita Moretti, me alegra que haya despertado — dijo con tono profesional, pero en su mirada había algo de compasión —. Lamento informarle que ha sufrido un aborto espontáneo debido al estrés severo y el impacto emocional.
El mundo pareció detenerse.
Aborto.
Esa sangre, Jason, todo comenzó a golpearla fuertemente en ese momento, haciendo que su corazón comenzara a romperse. Estaba segura que el médico la miraba con lástima porque escuchaba como su corazón se rompía como ecos de un cristal lanzados a la pared.
Su respiración se tornó errática mientras trataba de procesar esas palabras. Una parte de ella esperaba que fuera un error, que todo fuera una pesadilla. Pero la expresión del médico confirmaba la cruel realidad.
— No... no puede ser... — susurró, sintiendo cómo las lágrimas le quemaban los ojos —. Yo no lo sabía.
— Sin embargo... — continuó el médico, observándola con cautela —. Había dos fetos. Uno no resistió, pero el otro logró sobrevivir. Aún es muy temprano para asegurar que todo estará bien, pero, de momento, su embarazo continúa.
Eva sintió que se le cortaba la respiración. Un nudo se formó en su garganta, apretándole el pecho con una angustia indescriptible. Había perdido a su bebé… pero aún quedaba otro. Un hijo que jamás supo que esperaba.
Llevó las manos a su abdomen con delicadeza, como si al hacerlo pudiera proteger la frágil vida que aún albergaba.
— No quiero que nadie sepa — murmuró con voz temblorosa —. Por favor, doctor… no le diga a nadie.
El médico asintió con comprensión. Pero justo cuando Eva intentó recuperar el aliento, la puerta se abrió de golpe.
Jason.
Su figura imponente se alzó en la entrada, con su elegante traje perfectamente en su lugar. Su expresión no mostraba rastro de preocupación, ni de arrepentimiento. Solo una frialdad absoluta que le heló la sangre a Eva.
— Vaya, por fin despiertas — dijo con tono neutro, acercándose a la cama con las manos en los bolsillos.
Eva sintió que el corazón le dolía al verlo. Pero antes de que pudiera decir algo, Jason continuó.
— Supongo que ya te lo dijeron. — Su mirada recorrió la habitación con desinterés —. No sé qué esperabas, Eva. Deberías haber entendido hace mucho que lo nuestro nunca fue serio.
Sus palabras fueron como dagas clavándose en su alma.
— ¿Cómo puedes decir eso? — murmuró, sintiendo la garganta cerrarse con angustia —. Dos años… dos años estuve a tu lado…
Jason soltó una risa seca y burlona.
— Dos años en los que fuiste exactamente lo que necesitaba; discreta, complaciente y sin exigencias absurdas. Pero ahora… — Se encogió de hombros con indiferencia —. Es bueno que hayas perdido al bebé. Así no habrá nada que nos ate.
El dolor la golpeó como un tren en movimiento.
— ¿Cómo… cómo puedes ser tan cruel? — susurró, con la voz rota.
Antes de que pudiera obtener una respuesta, otra figura apareció en la puerta. Penélope. Vil serpiente venenosa.
Lucía radiante, con su larga melena cayendo en perfectas ondas y una sonrisa venenosa en los labios. Caminó con seguridad hasta la cama de Eva y la observó con una mezcla de desprecio y satisfacción.
— Qué patética escena — musitó con una risa sarcástica —. Supongo que esto te enseñará a no meterte con alguien fuera de tu nivel.
Eva se encogió en la cama, sintiéndose diminuta ante la crueldad de la mujer.
— ¿Sabes? — continuó Penélope con voz melosa —. Deberías agradecerle a la vida por haberte librado de semejante carga. No sé en qué estabas pensando al querer amarrar a Jason con un bebé. Es lo más bajo que alguien como tú podría hacer.
Y, sin previo aviso, la mano de Penélope se alzó en el aire y se estrelló contra la mejilla de Eva.
El golpe resonó en la habitación. Tanto el médico y las enfermeras jadearon, pero nadie, absolutamente nadie movió un dedo para defenderla. Todos temían al gran magnate que estaba tranquilo observando la escena.
— Eres una cualquiera — escupió Penélope con desprecio —. Me alegra que ese bastardo haya muerto.
Las palabras perforaron el alma de Eva, haciéndola sollozar en silencio. El dolor físico no era nada comparado con la herida que se abría en su corazón.
Jason permaneció impasible, observando la escena sin inmutarse.
— Escúchame bien, Eva — dijo con voz grave —. Si quieres seguir trabajando en la empresa, olvídate de todo esto. Lo que pasó entre nosotros terminó. No harás escándalos, no hablarás con nadie. Simplemente, sigue con tu trabajo… o renuncia.
Las lágrimas caían en cascada por el rostro de Eva. La humillación era insoportable. Su corazón estaba hecho pedazos, su cuerpo destrozado, y ahora… ahora la obligaban a fingir que nada había pasado.
Jason la miraba con esa arrogancia cruel, seguro de que ella no se atrevería a dejar su empleo. Seguro de que la tenía dominada. Pero lo que no sabía era que Eva había tocado fondo. Y cuando una mujer toca fondo, solo le queda levantarse.
Con un temblor en las manos, se quitó la intravenosa de un tirón. El dolor físico no era nada comparado con la agonía de su alma. Se obligó a levantarse de la cama, tambaleándose, pero con la determinación brillando en sus ojos enrojecidos por el llanto.
— Renuncio — declaró con voz firme, mirando directamente a Jason.
Él arqueó una ceja con incredulidad y una burla se dibujó en sus labios.
— ¿Renuncias? — repitió, con una risa seca —. No duras ni un mes sin mí, Eva. Te arrastrarás de vuelta suplicando. ¿Dónde más vas a encontrar un trabajo que pague tanto? ¿Quién te va a contratar a ti, una simple asistente con antecedentes de haberse acostado con su jefe?
Las palabras fueron como veneno. Eva sintió la furia bullir en su interior. No podía dejar que él la quebrara más. No esta vez.
— Prefiero mendigar en la calle antes de seguir siendo tu sombra — escupió con rabia, sus ojos llenos de dolor, pero también de determinación.
Jason la miró, sorprendido por primera vez. No esperaba esa respuesta.
En ese momento, varias enfermeras más entraron a la habitación, alertadas por los gritos.
Jason se cruzó de brazos y sonrió con frialdad.
— Bien, entonces no hay más que decir — sentenció con indiferencia —. Quedas oficialmente despedida. Que te vaya bien en tu miserable vida.
Las enfermeras se miraron entre sí, consternadas por la escena. Eva sintió el calor de la humillación recorriendo cada fibra de su ser. Pero no podía permitirse flaquear. No ahora.
Con las piernas temblorosas, se dirigió a la puerta. Justo cuando pasaba junto a Jason, este se inclinó y susurró con veneno en su oído.
— Te lo dije, Eva. Nunca fuiste lo suficientemente buena para mí.
Ella cerró los ojos, dejando que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas. Pero cuando los abrió, la determinación ardía en ellos.
— No escupas tan alto, porque la gota de tu propio veneno puede caer sobre ti. — Sonrió apenas —. Te deseo una vida feliz, Jason.
Días más tarde, Eva caminaba sin rumbo fijo por las calles iluminadas por los faroles de la ciudad. Hacía frío y el cielo parecía querer caerse cobre ella. Su bolso estaba más liviano que nunca, y su cuenta bancaria prácticamente vacía. Sin trabajo, sin ahorros y con un hijo en camino, se sentía más sola que nunca. Jason la había tenido completamente dependiente de él y ahora, enfrentada a la dura realidad, no tenía un plan.Su departamento, el que durante dos años había sido su refugio, ya no era una opción. No podía pagar el alquiler y tuvo que dejarlo y donde creía tenía un hogar ya no lo era. Había pasado la última noche en un hotel barato, con el colchón duro y el aroma a humedad impregnado en las paredes. No quiso llamar a su abuela. No deseaba preocuparla ni enfrentar sus preguntas. Tampoco quería molestar a su amiga. Tenía que salir adelante por sí misma; sin embargo, cada vez se estaba volviendo más difícil.Pero la verdad era que estaba aterrada. El único pensamiento que la
Eva apretó la carpeta contra su pecho, sintiendo cómo sus manos temblaban de rabia y nerviosismo. Miró a Valeria con el ceño fruncido antes de soltar las palabras que llevaban ardiendo en su lengua desde que recibió la noticia.— Conseguí el trabajo. — Su voz era áspera.Valeria saltó de emoción y la abrazó con fuerza.— ¡Sabía que lo lograrías, Isa! ¡Estoy tan feliz por ti! — exclamó con tanta emoción.Pero su risa se apagó cuando vio la expresión de Eva, seria, sombría. Se cruzó de brazos, observándola con suspicacia.— Espera un momento... ¿Por qué tienes cara de culo?Eva suspiró profundamente.— En primer lugar, no les dijiste que estoy embarazada. — Valeria abrió los ojos como platos, pero Eva levantó una mano antes de que pudiera interrumpirla —. En segundo lugar, el trabajo es fuera de la ciudad. Y en tercer lugar... — Tomó aire antes de soltarlo —. ¡Tú primo es el mismísimo Gabriel Montenegro!El silencio reinó por unos segundos antes de que Valeria estallara en una carcajada
Eva llegó al imponente edificio de Montenegro Enterprises y contuvo el aliento al observar su magnitud. No podía creer lo elegante y moderno que era, mucho más grande y lujoso que la empresa de Jason. El suelo de mármol brillaba bajo sus pies, y los enormes ventanales reflejaban la ciudad como si fueran espejos.Respiró hondo, recordándose a sí misma que debía mantener la compostura. Entró y se dirigió al elevador, donde el chofer que la había recogido la acompañó hasta el piso ejecutivo. Eva le dirigió una mirada curiosa y rompió el silencio.— ¿Eres guardaespaldas también o solo chofer?El hombre la miró sin responder, sus facciones inamovibles como una roca.— Okeeeey... — murmuró Eva para sí misma, observando su reflejo en la brillante pared del ascensor. Se alisó el cabello con las manos, tratando de aparentar seguridad, aunque su estómago se revolvía de los nervios.Cuando el ascensor se detuvo en el piso más alto, el hombre dio dos golpes en la puerta de una oficina inmensa ant
Eva se sentó en su cubículo con la mandíbula tensa, el ceño fruncido y los ojos clavados en la montaña de documentos que tenía delante. Gabriel Montenegro se había convertido en una verdadera pesadilla. No podía dar un solo respiro sin que la llamara a su oficina para darle más trabajo, corregirle algo o simplemente molestarla.Respiró hondo y trató de enfocarse. Pero entonces, el intercomunicador resonó con una voz grave y autoritaria:— ¡Moretti, a mi m*****a oficina, ahora!«Santuario infernal diría yo.» pensó.Eva cerró los ojos con tanta fuerza que por un segundo vio chispas de colores tras sus párpados. Inspiró profundamente, sintiendo cómo su rabia burbujeaba peligrosamente bajo la superficie. ¿Por qué demonios no la dejaba en paz?Se levantó con furia contenida y caminó con pasos firmes hasta la oficina de Gabriel. Abrió la puerta sin ceremonias y lo encontró sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, con el ceño fruncido y los ojos clavados en documentos con u
El reloj marcaba las once de la mañana cuando Eva tomó aire profundamente antes de llamar a la puerta de la oficina de Gabriel. Había esperado el momento oportuno para hablar con él y pedirle permiso para salir unas horas. No iba a negar que temía que le dijera que no, pues este sería su tercera cita con la obstetra desde que llegó. Ya iban a ser dos meses nuevamente, pero esta vez, su cita estaba programada fuera del horario del almuerzo. Lo necesitaba con urgencia. Cuando escuchó su voz autorizando su entrada, empujó la puerta con suavidad y avanzó con paso firme, aunque sus dedos entrelazados delataban su nerviosismo.Gabriel alzó la vista de los documentos que revisaba y la observó fijamente.— ¿Qué necesitas? — preguntó con su tono de siempre, seco y directo.Eva tragó saliva.— Señor, necesito ausentarme un par de horas. Tengo una consulta en la clínica… un chequeo de rutina.Los ojos de Gabriel se estrecharon.— ¿Estás enferma?— No, no estoy enferma — respondió rápidamente —.
Eva estaba inclinada sobre su escritorio, frotándose las caderas con suavidad. La incomodidad de su silla la estaba matando y, aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar hacer pequeñas muecas de molestia. No se dio cuenta de que Gabriel la estaba observando desde las escaleras, habiendo decidido subir en lugar de tomar el ascensor. Desde allí, captó el momento exacto en que ella se retorcía en su asiento, pero decidió no darle importancia.Cuando Eva notó su presencia, se apresuró a ponerse de pie. En su afán por verse normal, dobló un poco el tobillo y tuvo que sostenerse del escritorio para no perder el equilibrio. Gabriel, que había estado a punto de ignorar la escena, aceleró el paso instintivamente, aunque se detuvo en seco antes de demostrar demasiada preocupación.— ¿Estás bien? — preguntó con voz neutra, aunque sus ojos oscuros la analizaban con detenimiento.Eva tenía los ojos cristalinos, pero se esforzó por ocultarlo. Asintió de inmediato y luego respondió con voz tensa:
Eva sintió un nudo en el estómago cuando escuchó su apellido en la voz firme y autoritaria de Gabriel.— Moretti, a mi oficina. Ahora.Pasó por su escritorio con algo en la mano. Una caja. Pero ni siquiera le dio una mirada a ella. Como siempre. No hubo ningún titubeo en su tono, ninguna señal de duda. No era una petición, sino una orden. Eva tragó en seco y se puso de pie con cuidado. Aunque la hinchazón había disminuido, todavía sentía una leve punzada en el tobillo, pero se obligó a ignorarla. Caminó con paso controlado hasta la oficina de su jefe y entró, cerrando la puerta tras de sí.Gabriel estaba de espaldas, observando por la ventana con los brazos cruzados. La tensión en su postura era evidente. No giró para mirarla, solo esperó en silencio.— ¿Va a despedirme? — preguntó Eva con la voz temblorosa.Gabriel se giró de inmediato, frunciendo el ceño con una expresión de incredulidad.— ¿Por qué te despediría? ¿Por torcerte el tobillo? Ciertamente eres la única que me soporta. —
Eva Moretti sintió el corazón martillándole el pecho cuando se excusó de Gabriel para ir al sanitario. Trató de mantener la compostura, forzó una sonrisa y aseguró que estaba perfectamente, pero su jefe no era tonto. Gabriel Montenegro notó la tensión en su mirada y la rigidez de su postura. Algo la había asustado, alguien en esa mesa. Decidió dejarlo pasar, pero más tarde se aseguraría de averiguar la verdad.Con su elegancia habitual, Gabriel se acercó a la mesa donde lo esperaban Jason Barut, su padre James Barut y una mujer de cabellera cobriza que irradiaba arrogancia. Saludó de manera cortés y, aunque el mayor de los Barut respondió con la misma cordialidad, su hijo parecía distraído, su mirada perdida en la multitud, como si buscara a alguien. Gabriel sabía que Jason provenía de la misma ciudad que Eva, pero no haría suposiciones apresuradas.En su carpeta tenía detalles del currículum de Eva, donde figuraba su paso por Corporaciones Barut, aunque él nunca había llamado para co