C2 - Mi bebé

— ¡Carajo!

El mundo era un eco lejano cuando Eva abrió los ojos. El olor a desinfectante y la tenue luz del hospital la hicieron parpadear, desorientada. Su cuerpo se sentía pesado, adormecido, pero había un vacío en su interior que la hizo estremecerse de inmediato.

Intentó moverse, pero un dolor punzante la detuvo. Bajó la vista y vio su brazo conectado a una intravenosa. El corazón le latía con fuerza en el pecho cuando la puerta se abrió y entró un médico con expresión sombría.

— Señorita Moretti, me alegra que haya despertado — dijo con tono profesional, pero en su mirada había algo de compasión —. Lamento informarle que ha sufrido un aborto espontáneo debido al estrés severo y el impacto emocional.

El mundo pareció detenerse.

Aborto.

Esa sangre, Jason, todo comenzó a golpearla fuertemente en ese momento, haciendo que su corazón comenzara a romperse. Estaba segura que el médico la miraba con lástima porque escuchaba como su corazón se rompía como ecos de un cristal lanzados a la pared.

Su respiración se tornó errática mientras trataba de procesar esas palabras. Una parte de ella esperaba que fuera un error, que todo fuera una pesadilla. Pero la expresión del médico confirmaba la cruel realidad.

— No... no puede ser... — susurró, sintiendo cómo las lágrimas le quemaban los ojos —. Yo no lo sabía.

— Sin embargo... — continuó el médico, observándola con cautela —. Había dos fetos. Uno no resistió, pero el otro logró sobrevivir. Aún es muy temprano para asegurar que todo estará bien, pero, de momento, su embarazo continúa.

Eva sintió que se le cortaba la respiración. Un nudo se formó en su garganta, apretándole el pecho con una angustia indescriptible. Había perdido a su bebé… pero aún quedaba otro. Un hijo que jamás supo que esperaba.

Llevó las manos a su abdomen con delicadeza, como si al hacerlo pudiera proteger la frágil vida que aún albergaba.

— No quiero que nadie sepa — murmuró con voz temblorosa —. Por favor, doctor… no le diga a nadie.

El médico asintió con comprensión. Pero justo cuando Eva intentó recuperar el aliento, la puerta se abrió de golpe.

Jason.

Su figura imponente se alzó en la entrada, con su elegante traje perfectamente en su lugar. Su expresión no mostraba rastro de preocupación, ni de arrepentimiento. Solo una frialdad absoluta que le heló la sangre a Eva.

— Vaya, por fin despiertas — dijo con tono neutro, acercándose a la cama con las manos en los bolsillos.

Eva sintió que el corazón le dolía al verlo. Pero antes de que pudiera decir algo, Jason continuó.

— Supongo que ya te lo dijeron. — Su mirada recorrió la habitación con desinterés —. No sé qué esperabas, Eva. Deberías haber entendido hace mucho que lo nuestro nunca fue serio.

Sus palabras fueron como dagas clavándose en su alma.

— ¿Cómo puedes decir eso? — murmuró, sintiendo la garganta cerrarse con angustia —. Dos años… dos años estuve a tu lado…

Jason soltó una risa seca y burlona.

— Dos años en los que fuiste exactamente lo que necesitaba; discreta, complaciente y sin exigencias absurdas. Pero ahora… — Se encogió de hombros con indiferencia —. Es bueno que hayas perdido al bebé. Así no habrá nada que nos ate.

El dolor la golpeó como un tren en movimiento.

— ¿Cómo… cómo puedes ser tan cruel? — susurró, con la voz rota.

Antes de que pudiera obtener una respuesta, otra figura apareció en la puerta. Penélope. Vil serpiente venenosa.

Lucía radiante, con su larga melena cayendo en perfectas ondas y una sonrisa venenosa en los labios. Caminó con seguridad hasta la cama de Eva y la observó con una mezcla de desprecio y satisfacción.

— Qué patética escena — musitó con una risa sarcástica —. Supongo que esto te enseñará a no meterte con alguien fuera de tu nivel.

Eva se encogió en la cama, sintiéndose diminuta ante la crueldad de la mujer.

— ¿Sabes? — continuó Penélope con voz melosa —. Deberías agradecerle a la vida por haberte librado de semejante carga. No sé en qué estabas pensando al querer amarrar a Jason con un bebé. Es lo más bajo que alguien como tú podría hacer.

Y, sin previo aviso, la mano de Penélope se alzó en el aire y se estrelló contra la mejilla de Eva.

El golpe resonó en la habitación. Tanto el médico y las enfermeras jadearon, pero nadie, absolutamente nadie movió un dedo para defenderla. Todos temían al gran magnate que estaba tranquilo observando la escena.

— Eres una cualquiera — escupió Penélope con desprecio —. Me alegra que ese bastardo haya muerto.

Las palabras perforaron el alma de Eva, haciéndola sollozar en silencio. El dolor físico no era nada comparado con la herida que se abría en su corazón.

Jason permaneció impasible, observando la escena sin inmutarse.

— Escúchame bien, Eva — dijo con voz grave —. Si quieres seguir trabajando en la empresa, olvídate de todo esto. Lo que pasó entre nosotros terminó. No harás escándalos, no hablarás con nadie. Simplemente, sigue con tu trabajo… o renuncia.

Las lágrimas caían en cascada por el rostro de Eva. La humillación era insoportable. Su corazón estaba hecho pedazos, su cuerpo destrozado, y ahora… ahora la obligaban a fingir que nada había pasado.

Jason la miraba con esa arrogancia cruel, seguro de que ella no se atrevería a dejar su empleo. Seguro de que la tenía dominada. Pero lo que no sabía era que Eva había tocado fondo. Y cuando una mujer toca fondo, solo le queda levantarse.

Con un temblor en las manos, se quitó la intravenosa de un tirón. El dolor físico no era nada comparado con la agonía de su alma. Se obligó a levantarse de la cama, tambaleándose, pero con la determinación brillando en sus ojos enrojecidos por el llanto.

— Renuncio — declaró con voz firme, mirando directamente a Jason.

Él arqueó una ceja con incredulidad y una burla se dibujó en sus labios.

— ¿Renuncias? — repitió, con una risa seca —. No duras ni un mes sin mí, Eva. Te arrastrarás de vuelta suplicando. ¿Dónde más vas a encontrar un trabajo que pague tanto? ¿Quién te va a contratar a ti, una simple asistente con antecedentes de haberse acostado con su jefe?

Las palabras fueron como veneno. Eva sintió la furia bullir en su interior. No podía dejar que él la quebrara más. No esta vez.

— Prefiero mendigar en la calle antes de seguir siendo tu sombra — escupió con rabia, sus ojos llenos de dolor, pero también de determinación.

Jason la miró, sorprendido por primera vez. No esperaba esa respuesta.

En ese momento, varias enfermeras más entraron a la habitación, alertadas por los gritos.

Jason se cruzó de brazos y sonrió con frialdad.

— Bien, entonces no hay más que decir — sentenció con indiferencia —. Quedas oficialmente despedida. Que te vaya bien en tu miserable vida.

Las enfermeras se miraron entre sí, consternadas por la escena. Eva sintió el calor de la humillación recorriendo cada fibra de su ser. Pero no podía permitirse flaquear. No ahora.

Con las piernas temblorosas, se dirigió a la puerta. Justo cuando pasaba junto a Jason, este se inclinó y susurró con veneno en su oído.

— Te lo dije, Eva. Nunca fuiste lo suficientemente buena para mí.

Ella cerró los ojos, dejando que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas. Pero cuando los abrió, la determinación ardía en ellos.

— No escupas tan alto, porque la gota de tu propio veneno puede caer sobre ti. — Sonrió apenas —. Te deseo una vida feliz, Jason.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP