Capítulo 28.

Yo no creía en las casualidades.

Las cosas siempre pasaban por una razón. Quizá Nuestra Gran Madre me había guiado hasta este momento exacto para que salvara a los cachorros o le diera a Gail minutos preciosos para llegar con refuerzos y salvar a las lobas.

¿Cómo si no se explicaba que justo el día anterior me había enterado de la cosa del humo? ¿Cómo sino un día antes me había enterado de la existencia de este lugar en el territorio del Alfa Supremo?

No lo sabía a ciencia cierta, pero me gustaba pensar en que así era.

Con los cachorros seguros (o algo así) arriba de los árboles frondosos de nuestro al rededor, me escondí detrás de un árbol con mi arma lista para atacar a mi siguiente víctima.

Les había dado instrucciones a los cachorros: Si venían los dos lobos que estaban con ellos hacia aquí, yo los distraería y ellos irían por las cachorras. Luego correrían río arriba sin mirar atrás.

Si solo venía uno, entonces me dejarían encargarme y no se moverían hasta que yo les dijera.

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