Capítulo 26.

Los machos tenían la delicadeza de una piedra, pero al menos nadie hizo una mueca durante los entrenamientos. Sobre todo los pobres desafortunados a los que les tocaba entrenar a mis costados.

Por supuesto, me daba un buen baño en el río... después de los entrenamientos. Cosa que servía para una mierda porque pasaba horas dormida entre pieles que, según los machos apestaba, hasta el amanecer.

Suspiré. Me levantaría para darme un baño antes de cada amanecer, así de avergonzada estaba con mis compañeros de manada.

Gail me había ayudado a cargar durante la mitad de camino hasta que lo mandé a cuidar de Cleo mientras regresaba. No solo por el tema de aterrorizar a las lobas y a sus cachorros, sino porque tenía que reunir fuerza para mirar a todos a la cara después de saber sobre mi olor corporal.

Llegué a la que llamaría de ahora en adelante "pequeña villa escondida" y en esta ocasión encontré a todo el mundo comiendo algo parecido al pan. Algunas se encogieron al verme, otras se mostrar
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