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Capítulo treinta y cuatro - Nuestra hija

Llamo a Bernardo y le pregunto si puedo salir solo con un guardaespaldas, pero no me lo permite. Por lo menos tengo que llevar a dos de ellos. Así que resignada, me cambio de ropa y me voy en el coche que Bernardo me ha comprado. Según me ha dicho, soporta disparos de balas y explosiones pequeñas.

Cuando llego al hotel, me presento en la recepción y pregunto por mi entrevista. La recepcionista me envía a una sala de conferencias pequeña. Les pido a mis guardaespaldas que revisen el lugar y al no encontrar nada les ordeno que se queden en la puerta del lado de afuera.

Alrededor de diez minutos después, Amadeo aparece y comienza a besarme con desesperación, pero yo lo detengo. No voy a arriesgar todo lo que tengo por solo un poco de sexo.

—¿Para esto me llamaste? Te das cuenta de que me estás queriendo usar —le digo, sintiendo la inferioridad en la que me pone y lo aparto de mí.

—¿De qué estás hablando? Deberías sentirte halagada. Podría perder todo por esto —reclama enojado y con basta
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