Hace diez años…
Una joven e intrépida Nora se mantenía en una silla dentro de la estación de policía, esperaba pacientemente mientras se limpiaba las uñas. No era la primera vez que eso pasaba. Apenas había cumplido 15 años y ya era buena robando toda clase de cosas. Las amistades con las que se había relacionado no eran para nada buenas, pero ¿quién la iba a detener si su madre trabajaba todo el día y su padre también? Prácticamente estaba sola.
El detective Nicolás Beretta atravesó las puertas con su mirada gallarda y su presencia altiva. Era admirado y querido a donde iba, todos le festejaban sus logros y lo recibían con calidez, un trato muy diferente al que recibía en su casa, donde su mujer casi nunca estaba y cuando estaba no era la más alegre con su presencia.
—¿Nora?
Vera camina por la acera, furibunda y frustrada, sin La ‘Ndrangheta se sentía desprotegida, se había hecho ilusiones con esta visita, pero todo se había ido por el caño. Cuando está cerca de su Lamborghini ve a Marino recargado sobre la puerta del conductor, fumando tranquilamente con las manos escondidas en los bolsillos de su gabardina.—David… ¿Qué haces aquí? —pregunta con el ceño fruncido.—¿Visitando a los imponentes Sforza? —Sonríe divertido sin soltar el cigarro que prensa entre sus labios.—Eso no te importa…—Me importa, porque yo iba a hacer lo mismo. —Voltea por fin hacia ella—. No eres la única llena de dudas por la boda de D’Angelo.—¿Tú que dudas podrías tener? ¿A ti en qué te afecta? —pregunta molesta y cruzándose de brazos.
Nora se abraza al torso de Franco y esconde su rostro en su pecho, sintiendo su calor, llenándose de paz y tranquilidad, volviéndose su sitio seguro. Lentamente, Sandra entendiendo que sobra ahí, guarda todo en la caja y después de dejarla en el suelo, al lado de la cama, retrocede con una sonrisa pícara y se escapa por la puerta, dejándolos solos en la habitación.—Te amo, Franco —dice Nora restregando su mejilla contra la camisa de su esposo, queriéndose hundir más entre sus brazos y desaparecer.Franco se queda en silencio, degustando las palabras de Nora y sintiendo que su corazón vibra de alegría.—Dilo una vez más, dilo para mí —pide cerrando los ojos y prestando toda su atenci&o
—Esa jovencita de 15 años a la que le arrebataste a su padre —corrige Nora con el corazón roto y de nuevo las lágrimas se agolpan en sus ojos—. Esa jovencita a la que orillaste a permanecer enclaustrada en un convento y amenazaste de muerte.—No me siento orgulloso de lo que te hice… y cada día me arrepiento de no haber sido sincero contigo, me arrepiento de no haberte llevado conmigo cuando aún me amabas… Si pudiera retroceder el tiempo, no me hubiera concentrado en acabar con tu padre… —Su voz suena suplicante y agónica, en verdad está arrepentido—. Nora, si aún hay algo de piedad en tu corazón, compadécete de mí.
Bernardo retrocede, como si la mano de Nora le quemara la mejilla. Se limpia el rostro con el antebrazo y cuando su mirada pasea entre la gente que se ha acercado por la curiosidad del momento, esta retrocede intimidada, fingiendo que no vieron nada y regresando a sus actividades.—Ya estoy arruinado, Nora… Arruinado por las decisiones que tomé en el pasado y castigan mi presente. —Le dedica una última mirada llena de dolor a Nora antes de dar media vuelta y partir.Después de mantener su mirada clavada en las espaldas anchas de Bernardo, hasta que este desaparece entre la gente, saliendo del lugar, Nora regresa su atención hacia Franco y se acerca para auxiliarlo, limpiando su rostro con ternura mientras lo llena de besos y caricias preocupadas, sintiendo cada herida en su carne, aterrada por lo que pudo pasar si no hubiera intervenido.A lo lejos, Grimaldi sigue viendo todo con interés y sonríe
—Franco… —No sabe qué más decir, su garganta está seca y las lágrimas no dejan de escurrir por sus mejillas, con dolor e incertidumbre.—Nora… Ya es muy noche, ve a la habitación, te alcanzaré en cuanto pueda —interrumpe Franco a su esposa. No está dispuesto a seguir con esa conversación.—¿No vendrás conmigo? —pregunta Nora agachando la mirada.—Necesito dar una caminata y despejar la mente —dice Franco frotando ambas manos en su cabello, despeinándolo—. Necesito pensar.—Pensar… ¿en qué? —pregunta Nora cabizbaja, con dolor en el corazón.—Solo… pensar…Nora se recorre en el asiento y abre la puerta, sabe que no llegará muy lejos en esa conversación. Baja del auto y echa una última mirada, pero Franco
—Lo primero que pasará en esta casa es que tú te irás por donde llegaste y lo segundo será que hablaré muy seriamente con Franco… —dice Sandra furiosa acercándose de nuevo a Elisa.—Nadie se irá de esta casa —dice Franco entrando por la puerta, dejando a todas en silencio. Se frota las sienes, parece tener dolor de cabeza—. Contraté a Elisa para que sea mi apoyo cuando salga, no puedo mantener a Giordano saliendo y regresando cada vez que tengo algo que hacer. Él se encargará de cuidar de Nora.—¡¿Qué?! —Sandra voltea indignada hacia su hermano, sabiendo como mujer, que eso no le debe de estar gustando mucho a Nora—. No puedes hacer esto.—Sandra, no voy a discutir contigo —añade rodeando a su hermana para tomar un vaso de agua. Fue tanto el vino de anoche que está sediento. Cuando se acerca al
—Pero yo sí y se me hace estúpido —dice Giordano tomando a Franco por la solapa del saco y obligándolo a voltear hacia él—. Me lo dijo todo cuando fui a despertarla.—Bueno… Ya lo sabes… ¿Me dejas ir?—No… Piensa Franco, por el amor de Dios, piensa… —dice Giordano desesperado—. Cuando era una niña se enamoró del hombre que solo la usó para llegar y matar a su padre y… ¿la estás juzgando por eso?—¡No la estoy juzgando! —exclama Franco molesto y se quita las manos de Giordano de encima—. Bernardo la ama y la está buscando…—¡¿Y?! ¡Ella te ama a ti! ¡Sufre por ti! ¡¿Crees que le dio mucha gracia verte llegar con Elisa?! —Giordano se desespera, pierde la cabeza y se muere por golpear a Franco—. Si solo quieres
Nora abre los ojos lentamente y un olor muy peculiar llega hasta su nariz, es dulce y floral. Se acomoda sobre la cama y la sorpresa la hace retroceder sobre el colchón hasta que su espalda choca con la cabecera.La habitación está llena de rosas. Hay floreros enormes en cada mueble y las flores son grandes, esponjosas y rojas. Pareciera que se despertó a mitad del jardín. De nueva cuenta la cama se encuentra vacía, no está Franco.Se levanta sin sentirse segura de estar completamente despierta. Acomoda su cabello en una coleta y sin cubrir su cuerpo aún, se acerca a las flores y desliza sus dedos por los pétalos con delicadeza, temiendo deshojarlas.De pronto escucha que alguien toca a la puerta y pensando que es Franco, lo invita a pasar con un: «¡Adelante!» que sale de entre sus labios convertidos en sonrisa.—Nora, escúchame bien, no pienso permitir que