—¡Isabelle!
Ella escuchó el grito desesperado, sintió como su cuerpo era sacudido por alguien, pero era imposible abrir los ojos. El dolor que laceraba su cuerpo era tal, que morir era preferible.
Una parte de ella ardía. Sentía que se quemaba en medio de un fuego voraz, no tenía idea de lo que era, pues se sentía cada vez más cerca de la oscuridad. Una oscuridad que la tentaba, ofreciendo paz y tranquilidad. Una paz que no sentía desde hacía mucho tiempo, era seductora y reconfortante. Era como el abrazo que estuvo deseando todo este tiempo de sufrimiento y que no encontró, ni en su familia, ni en los brazos de su esposo.
La oscuridad era un hermoso consuelo y ella no tenía motivos para no dejarse seducir por ella, así que, no hizo nada para resistirse y dejó que la envolviera en su halo gris que la cubrió de pies a cabeza…
El sonido estrepitoso del teléfono la hizo reaccionar, Isabelle parpadeó varias veces, encontrándose con su reflejo en el espejo. De repente se sintió aturdida, pero el sonido de su móvil captó finalmente su atención.
—Aló —respondió de mala gana, era Javier. Isabelle frunció el ceño mientras su pie golpeó el piso con impaciencia. ¿Para qué la llamaba el mejor amigo de Leandro?
—¿Isabelle?
—¿Necesitabas algo? —preguntó, levantándose de la silla, dejando el labial sobre el tocador y sentándose a la orilla de la cama, apreciando el vestido elegido para la boda de su prima.
—¿Adivina a quién tengo enfrente?
—No soy adivina y tampoco tengo una bola de cristal, Javier. Estoy ocupada, así que, colgaré.
—¡Espera, Isa! Te aseguro que esto te interesa.
La joven frunció el ceño.
—Suéltalo —casi ordenó.
—Es Leonardo, está en la discoteca y está bebiendo. Esta puede ser la oportunidad que has estado esperando, sé que te gusta el hermano gemelo de Leandro y…
Isabelle dejó de prestar atención, su corazón latió acelerado dentro de su pecho. Estaba enamorada de Leonardo desde…, no recordaba desde cuándo y aunque Javier no era su amigo, solo por hoy, le estaba agradecida. Tal vez no consiguiera que Leonardo la viera como mujer esa noche, pero podía intentarlo.
—Isabelle, ¿sigues allí?
—Sí.
—Te enviaré la dirección del lugar donde estamos, te dejaré a elección si quieres o no venir, pero te aseguro que no tendrás otra oportunidad como esta. Escuché decirle a Leandro que luego de la boda, Leo va a marcharse al extranjero y que no piensa regresar.
Isabelle tembló al escuchar las palabras de Javier, ella no sabía nada sobre los planes de Leo, tampoco es que compartieran grandes conversaciones. Él siempre había sido atento y caballeroso, pero su atención siempre era para Sophia. Había momentos en los que se preguntaba: ¿qué tenía su prima para que los gemelos Giordano se fijaran en ella? ¿Por qué Leo no podía darse cuenta de sus sentimientos hacia él?
—Si decides venir, trata de ocultar tu rostro, si Leonardo te ve, saldrá huyendo…
Isabelle ni siquiera prestó atención a la petición o más bien a la advertencia que Javier le hizo. Ella solo quería una oportunidad.
Ni siquiera recordó si había o no colgado la llamada, se puso de pie y, más rápido de lo que imaginó, se había vestido para salir. Revisó su móvil y fiel a su palabra, Javier le envío la dirección. Todo lo que tenía que hacer era conseguir que Leonardo no descubriera su identidad.
Una hora más tarde, entró a la discoteca, se acomodó la peluca, no pudo hacer mucho con su rostro, solo se maquilló para verse mayor. No podía ir con antifaz, pues no era una fiesta de disfraces. No le llevó mucho tiempo ubicar a Javier, él mismo le hizo una seña para que se acercara.
Isabelle buscó a Leonardo con la mirada, pero todo lo que vio fue la espalda de una mujer cubriéndole el rostro. La tipa estaba sentada sobre sus piernas.
—Bebe esto —le indicó Javier.
—¿Por qué?
—Estás en una discoteca, hay bebidas y de todo un poco. Será raro si te ven marcharte con Leo estando en tus cinco sentidos.
Isabelle miró la copa, la aceptó y la dejó sobre la mesa.
—¿No vas a beber?
—¿A dónde ha ido Leandro? —quiso saber. Era su fiesta de despedida de soltero, era ilógico que solo estuviera Leo, ¿no?
—Debe estar afuera, atendiendo la llamada de Sophia —comentó, tomando la copa y colocándola en las manos de Isabelle. Ella probó un sorbo, el líquido le quemó la garganta, era ron.
—No quiero beber —susurró.
—Si quieres tener la atención de Leo para ti, deja de comportarte como una niña y sé más una mujer. La mujer que a Leonardo le gustaría tener a su lado.
Isabelle miró el contenido de la copa y lo bebió en un solo trago. El fuego le quemó la garganta y le hizo arder el estómago. Por un momento, sintió que tenía las entrañas en llamas.
—Ahora ve y aparta a esa mujer de su lado. Él es tuyo, Isa, nadie debería robarte su amor ni sus atenciones —la alentó y, como tonta, cayó en su sucio juego.
Isabelle apartó a la mujer del regazo de Leonardo, la mandó lejos y reclamó ese lugar para sí. Ella se perdió en la mirada del gemelo, su cuerpo se tensó y giró el rostro en dirección de Javier.
—¿Por qué Leo viste como Leandro?
—Te juro que si no aprovechas esta oportunidad, jamás volverás a tenerla. Aprovecha y llévatelo de aquí. ¡Es más, yo te ayudo! —se ofreció, moviendo a Isabelle y tomando el cuerpo del hombre como si fuese un costal de papas.
El estado en el que Leonardo se encontraba debió ser un indicativo para Isabelle, pero ella no quiso ver más allá de tener una oportunidad con su amor, su primer amor. No podían culparla, ¿quién no comete locuras en nombre del amor? Además, Leonardo no tenía novia, era un hombre libre…
—¡Date prisa, no tengo todo el maldito tiempo, Isabelle! —gritó Javier desde el auto, ella se subió a la parte de atrás del coche tan rápido como pudo, antes de dejar atrás la fiesta en la discoteca.
—¿A dónde lo llevarás? —preguntó Isabelle cuando se alejaron lo suficiente y tomaron la ruta que conduce a Escuintla, alejándose de La Antigua.
—Los dejaré en un hotel de paso, Leonardo no puede volver a casa en ese estado. Confiaré en que sabrás cuidar muy bien de él.
Isabelle miró el rostro de Leonardo, frunció el ceño, había algo que no terminaba de entender. ¿Por qué Javier tenía tanto interés en Leo si su amigo era Leandro? Además, ¿por qué Leandro no hizo nada para evitar que su gemelo terminara casi desmayado por el alcohol? Ella jamás lo había visto de aquella manera, ¿era la boda de Sophia con su hermano el motivo por el cual Leo se había dejado arrastrar por la bebida? Tantas preguntas y no tuvo tiempo de buscar respuestas.
Javier se limitó a llevar a Leo a la habitación del hotel, le dejó dos botellas de agua, dijo que iban a necesitarlas y sin más se marchó.
Isabelle miró a Leonardo, estaba tan borracho que ni siquiera se daba cuenta del lugar donde estaba y con quién estaba. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Cuidarlo y verlo dormir? Talvez si le daba un poco de agua y limpiaba su cuerpo podía ayudarlo a sobrellevar la borrachera. Lo había visto en una de tantas novelas asiáticas que veía en su tiempo libre. Así que, se dirigió al cuarto de baño, humedeció una toalla y volvió junto a Leonardo. Con dedos temblorosos le abrió la camisa y pasó con cuidado la húmeda toalla, haciendo que él gimiera debido al frío.
—Sed, tengo sed —musitó él, abriendo los ojos.
—Ten, bebe —le pidió ella, abriendo la botella de agua y ayudándolo a beber, levantando su cabeza.
—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —preguntó, mientras se sentaba a la orilla de la cama, quitándose la camisa y tirándola a un lado.
Isabelle tragó el nudo que se le formó en la garganta, Leonardo era tan perfecto.
—Hace demasiado calor —musitó, interrumpiendo sus pensamientos y parándose con dificultad.
—Bebe un poco más de agua, te ayudará a despejar la mente —dijo, ofreciendo la botella.
Él no dudó en aceptarla, se bebió el contenido de un solo trago. Isabelle no sabía si debía alejarse o quedarse a su lado. Si Leonardo recuperaba los sentidos y la veía allí, iba a enojarse. De repente, fue consciente del error cometido, estaba a solas con Leonardo en la habitación de un hotel ¡Si la prensa descubría esto estaría frita!
Los pensamientos de Isabelle se vieron interrumpidos cuando la mano de Leonardo se cerró sobre su muñeca y la atrajo a su cuerpo, ella parpadeó confundida, pero pronto fue consciente de la excitación de Leonardo golpeando su pelvis.
—Leo —susurró, pero él la hizo callar con sus labios. La besó y el paraíso se abrió para Isabelle. ¡Leonardo la estaba besando! Era un sueño, esto no podía ser real, pero fuese lo que fuese, no quería que terminara y con toda su inexperiencia, correspondió el beso como si su vida dependiera de este momento. Ella se cerró a escuchar a la razón que desde un lugar lejano de su mente le gritaba con desesperación. Simplemente, se aferró a Leonardo, se entregó en cuerpo y alma, esperando que esa noche fuera la primera de muchas al lado de su amor…
La tenue luz del amanecer se coló por las ventanas, alumbrando dos cuerpos entrelazados sobre la cama. Isabelle abrió los ojos cuando escuchó el sonido del móvil, tomó el primero que encontró, creyendo que era el suyo, abrió el mensaje.
Sophia: Te amo, ten una buena noche.
Isabelle sintió todo el calor escapar de su cuerpo al darse cuenta de lo que había hecho.
—¿Leandro? —susurró. El corazón le latía a mil por hora al darse cuenta de que, ¡había dormido con el hombre equivocado!
—¡Isabelle!El corazón le dio un vuelco al escuchar el grito de Leandro, estaba sorprendido. ¡Era lógico que lo estuviera! Él iba a casarse con Sophia ese día.—¿Qué demonios haces aquí? —le cuestionó; no obstante, Isabelle no le respondió. Ella estaba demasiado asustada al darse cuenta de la realidad y de lo que había hecho. Se levantó y con rapidez tomó sus prendas para huir al cuarto de baño. El corazón le latía tan deprisa que lo sintió en la garganta. Tenía que estar soñando, esto que le estaba pasando solo era una pesadilla, no podía ser verdad. ¡Se negaba a aceptarlo!—¡Sal de ahí, Isabelle! ¡Tienes que darme una maldita explicación!Ella tembló al escuchar el grito de Leandro y los golpes a la puerta del cuarto de baño. ¿Explicarle? ¿Qué clase de explicación iba a darle para justificar su presencia en la habitación? Dudaba que Leandro creyera que todo había sido un error. ¡Era un error!—Abre, Isabelle, o te juro que… —Ella abrió la puerta, sentía un nudo apretarle la garganta
«Por fin despiertas, Isabelle»Isabelle abrió los ojos, el tono severo de su madre le causó un escalofrío y el dolor de cabeza aumentó.—Mamá —musitó, viéndola de brazos cruzados delante de ella.—¿Eso es todo lo que tienes que decir, Isabelle? ¿Tienes idea de la vergüenza y la humillación que nos has hecho pasar a tu padre y a mí? —le cuestionó con rudeza.Isabelle se mordió el labio para no echarse a llorar.—Lo siento —dijo, levantándose de la cama y sin ver el rostro enojado de Anna.—¿Lo siento? ¡Por Dios, Isabelle! ¡Un maldito lo siento, no arreglará lo que has hecho! ¿Cómo fuiste capaz de acostarte con el novio de tu prima? ¿Cómo fuiste capaz de gritarlo a los cuatro vientos delante de tanta gente? La joven tembló.—No fue mi intención, mamá, no era eso lo que deseaba. Yo, puedo explicarlo, por favor, escúchame. —¿Explicar qué? Te acostaste con Leandro la noche antes de la boda, ¿qué explicación quieres darme, Isabelle?—No sabía que era Leandro, mamá, por favor, es
«¡Se casará!» «¡Se casará!»Isabelle no había podido olvidar las palabras de su padre, había pasado alrededor de ochos semanas en las que Leandro no dio señales de vida. En el fondo continuaba rezando para qué que no apareciera. Aunque su padre se había encargado de darle la noticia a la familia Giordano, tampoco hicieron acto de presencia.—Lo siento, pequeñín —musitó tocando su vientre. Había una ligera curva en su cuerpo que disimulaba con ropa holgada, estaba por finalizar el primer trimestre de su embarazo y ni siquiera sabía cómo sentirse al respecto. ¿Eso le hacía ser una mala persona? No podía sentirse emocionada ante la llegada de su bebé, porque sus destinos eran inciertos. Sumida en sus pensamientos caminó por el pasillo hasta bajar a la sala, quería hablar con su madre, aunque la relación con ella no era mejor que la que tenía con su padre. Tenía la esperanza de que, como mujer y madre, la entendiera. Ella podía merecerse el infierno por sus pecados, pero su bebé era t
«La boda ya tiene fecha, será en dos días»El vacío constante en la boca del estómago se le hizo más grande. Isabelle trató de no reaccionar ante la noticia, nada ni nadie iba a impedir que esa boda tuviese lugar. Tampoco esperaba que alguien hiciera algo. Estaba condenada.—Isabelle…—Lamento todo lo que te he hecho pasar, mamá. Perdóname por haberme convertido en un motivo de vergüenza y decepción para ti y para mi padre. Por ser el motivo de que nuestra familia esté enfrentada de esta manera.—Hija…—Quiero estar sola, mamá.—Pero tienes una cita hoy con la doctora, tu abuela dijo que pasaría por ti.Ella asintió, aunque su madre había cambiado un poco, aún no era capaz de ser ella quien la llevara al médico. Si no fuera por su abuela Verónica, no tendría idea de lo que tenía que hacer para cuidar de su embarazo.—Estaré lista para cuando ella venga —respondió secamente, levantándose de la silla para dirigirse al cuarto de baño y bajo la protección de la lluvia artificial,
Isabelle miró la hora en el reloj sobre la mesita de noche, era más de la una de la mañana y Leandro no había regresado. Era su noche de bodas y no esperaba pasarla entre los brazos de su esposo, pues su matrimonio solo era una mentira para cubrir las apariencias y salvaguardar el orgullo de sus familias. ¿Qué tan difícil era para Leandro cooperar un poco? Después de todo, él pudo negarse a la boda, tenía más posibilidades de marcharse, tenía dinero, mientras ella aún dependía económicamente de sus padres.El sonido del móvil la sacó de sus pensamientos, no esperaba recibir ninguna llamada a esa hora de la madrugada, pero frunció el ceño al darse cuenta de que se trataba de Allegra, su suegra. Por un momento dudó en atender, ¿qué pasaba si le preguntaba por Leandro? Sin embargo, ante la insistencia del aparato, no tuvo más remedio que atender.—Aló.—Gracias al cielo, Isabelle, ¿cómo estás?La pregunta la sorprendió, era la primera vez que su suegra la llamaba para preguntarle cómo es
Isabelle volvió a casa. La casa que sus padres le habían dado como regalo de bodas. ¿Era un premio de consolación? ¿Un descargo para su conciencia? No tenía idea y tampoco quería pensar más en eso.Se sentía cansada física y emocionalmente, tanto que, si no fuera por su bebé, no sabría qué locuras hubiese hecho. Pero ella no era débil como creían y tampoco era una mujer malvada. Su único pecado era haber confiado en la persona equivocada y ya estaba pagando caro por su error.—Lo siento, mi pequeño, lamento haberte condenado a todo esto. No he podido darte un solo minuto de felicidad; pero te prometo que, a partir de ahora, seremos felices, sin importar nada más. Tú serás mi prioridad, viviré para hacerte feliz —susurró, acariciando su vientre y así lo hizo.Isabelle cumplió su palabra y no volvió al hospital, tampoco llamó para preguntar por la salud de Leandro, se ocupó de ordenar y de decorar la pequeña casa que sería su hogar y el de su hijo.Quería que fuese un lugar cálido para
El labio de Isabelle tembló, el ardor de su piel era insoportable, por lo que corrió al cuarto de baño para ponerse agua fría sobre la quemadura. Ella se sacó el blusón para evitar que rozara con su piel herida y hacer más dolorosa su situación, bajó la mirada y se fijó en la fea mancha que arruinaba su blanca piel.Isabelle humedeció una pequeña toalla y la colocó sobre su abultado vientre para tratar de calmar el ardor mientras gruesas lágrimas caían por sus mejillas ante el dolor y la rabia que sentía por haber caído en la trampa de Leandro, lo había hecho a propósito. ¡Ni siquiera le importaba su hijo! ¿Qué clase de persona era?«Una persona sin corazón»Isabelle lloró hasta que se sintió desahogada, salió del baño y sin molestarse en cubrirse el cuerpo, corrió escaleras arriba, con el vientre expuesto y sus redondos pechos sobresaliendo de su brasier. Le importaba poco que Leandro la viese, de todas maneras, era como desfilar delante de una roca. ¡Leandro era un maldito insensibl
Isabelle se mordió el interior de su mejilla ante la reacción abrupta por parte de Leandro. No debió hacerse ningún tipo de ilusión sobre el interés que había mostrado por su embarazo, por lo menos, se hubiese evitado aquella molestia en su corazón y el deseo de llorar que tenía en ese momento al sentirse sola y abandonada. Sobre todo, por el constante rechazo de Leandro hacia su hijo. Isabelle estaba segura de que, si fuera hijo de Sophia, las cosas serían distintas.La rabia ardió en su interior y cuando salió de la clínica de la obstetra, ni siquiera se molestó en buscar a Leandro. Si él no era capaz de preocuparse por ella y de tenerle un poco de compasión, ¿por qué razón ella tenía que preocuparse por él? ¡Qué regresara a casa como pudiera!Estaba tan molesta que cuando escuchó que alguien la llamaba se giró con brusquedad.—¿Isabelle?Ella se quedó de piedra al encontrarse de frente con Juan Carlos, había pasado casi cinco semanas desde la última vez que se habían visto. Desde q