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Una vez más
Una vez más
Por: Tory Sánchez
Capítulo 1. ¡Eres un sinvergüenza!

«Para nosotros la familia es lo primero e Isabelle atentó contra ese código»

Las palabras que Isabelle escuchó de labios de su primo, mientras conversaba con Lía, no dejó de atormentarla, ni el paso de los meses lograron apartar la sensación de dolor que la embargaba. Para su familia, ella era, de lo peor, la causante de todo el desastre. Si tan solo le hubiese preguntado, si su padre o madre le hubiese dado la oportunidad de hablar, de explicarse.

Ella negó, no tenía sentido lamentarse ahora por lo sucedido, solo le quedaba seguir adelante. Sobre todo, ahora que Leandro se mostraba emocionado por la llegada del bebé. Isabelle acarició su vientre de siete meses y no pudo evitar que una ligera sonrisa se dibujara en su rostro. No importaba que la familia Giordano le mostrara su desprecio abiertamente, si ella y Leandro se lo proponían, con el tiempo podrían consolidar su relación, quizá enamorarse y tener más hijos…

—Luces muy feliz —observó Sophia, sentándose a su lado. Esta vez la reunión fue en la casa de sus abuelos. Sandro y Verónica, era por eso que se sentía ligera, cuando mucho se enfrentaría a las puyas de su padre, pero estaba acostumbrándose.

—Leandro ha cambiado mucho en estos meses, se interesa más por el niño y en las cosas que hago, aunque no he podido decirle que…

—Buenas noches —. Las palabras de Isabelle se vieron interrumpidas por la llegada de Juan Carlos. Lo que hizo a los presentes girar el rostro al escuchar al hombre saludar.

Leandro sintió un baldazo de agua fría caer sobre su cuerpo, al reconocer al tipo con quien Isabelle se había marchado en moto meses atrás, mientras discutía con sus padres por ella; pero, ¿qué buscaba el hombre en la casa de la familia Santoro? Pronto le llegó la respuesta.

—Juan Carlos, bienvenido. —Alejandro se puso de pie para recibirlo, algo que no hacía cuando Leandro llegaba de visita. El enojo le carcomía el alma, sobre todo cuando el recién llegado se sentó al lado de Isabelle y la saludó, notando la familiaridad con la que se trataban. Los celos le hicieron enfermar, el lenguaje corporal del hombre y el de Isabelle hablaban por sí solos. ¡¿Era el único idiota que pensaba que su matrimonio podía tener una oportunidad?! Ni siquiera debería de sorprenderse, después de todo, estaba casado con Isabelle porque ella lo drogó confundiéndolo con Leonardo, su hermano gemelo.

 El enojo se adueñó de todo su ser, había pasado tres meses tratando de ser un hombre distinto por el bien de su hijo, pero esto no podía tolerarlo. Se puso de pie y salió del comedor sin importar si llamaba o no la atención.

—¡Leandro! —Isabelle se sorprendió al ver la actitud mostrada por su esposo y salió detrás de él.

—Es mejor que me marche, no me siento bien —mintió, resistiendo el deseo de tomarla de los hombros y sacudirla hasta hacerla confesar su infidelidad.

—¿Qué pasa? —le preguntó ella con preocupación al ver cierto tormento en sus ojos. Algo que no había vislumbrado desde hacía tiempo.

—Me duele la cabeza, pero quédate tú y discúlpame con tus abuelos. Te estaré esperando en casa —dijo dejándole un beso sobre la frente.

Isabelle se quedó sorprendida y no fue capaz de decir nada, simplemente lo miró marchar mientras una extraña sensación le presionaba el pecho.

Ella volvió a la sala, dándose cuenta de inmediato de que su familia no echaba de menos a su esposo. Leandro sufría el mismo desprecio que ella con su respectiva familia, negó y prestó atención a las palabras de su padre, enterándose de que Juan Carlos se había convertido oficialmente en el socio de la empresa vinícola que dirigían sus padres.

Luego de las presentaciones, pasaron a la mesa; sin embargo, Isabelle no pudo disfrutar de la cena. La preocupación se instaló en su pecho y supo rápidamente que se trataba de Leandro. Ellos podían no amarse, pero en esos meses se habían acercado lo suficiente para considerarlo un amigo; además, era el padre de su hijo. Y si se sentía mal, ¿por qué no ir y corroborar que todo estuviera bien con él? ¿Qué podía perder mostrando su interés y preocupación?

Convencida de que iba a ganar más de lo que podía perder, Isabelle se despidió de su familia y de Juan Carlos; sin embargo, cuando él se ofreció amablemente a llevarla hasta su casa, no pudo negarse. Era mejor ir con él a tomar un taxi a esa hora de la noche.

—Luces nerviosa, ¿todo bien? —preguntó Juan Carlos una vez que subieron al auto. Isabelle había olvidado lo observador que era.

—Estoy bien, pero me preocupa Leandro, creo que no se sentía muy bien.

—¿Cómo están las cosas con él?

—Han mejorado mucho, se muestra más preocupado e interesado en nuestro hijo. Quizá cuando nazca, él…

—¿Continuarás tu matrimonio luego del nacimiento del bebé? —preguntó Juan Carlos ante la duda de la joven.

Isabelle no lo había pensado, la relación con Leandro había mejorado, pero no al punto de ser algo más que amigos.

—Supongo que él pedirá el divorcio cuando el bebé nazca. Es lo que acordaron nuestros padres y es la condición que Leandro puso para casarse —musitó.

—Perdóname por preguntar —se disculpó el hombre.

—Por el contrario, te agradezco la preocupación y el cariño que me has brindado cuando todos me dieron la espalda. En cuanto a mi matrimonio, solo quedan dos meses para que mi bebé nazca y luego veré lo que sucede —hizo una pausa, sintiendo un nudo en su garganta—. Gracias por traerme —dijo al darse cuenta de que ya estaba frente a su casa.

—Siempre será un placer, Isabelle. Eres una excelente persona y amiga —le respondió con tanta sinceridad que ella quiso llorar.

—Tú también eres un maravilloso amigo, Juan Carlos, te veo mañana. —Isabelle se despidió y bajó del auto con rapidez.

Ella caminó a paso lento hacia su casa, miró el auto de Leandro estacionado en el garaje y de repente tuvo el impulso de correr lejos de allí. Su pensamiento estaba fuera de lugar, por lo que se dirigió a las escaleras, las luces de la sala estaban encendidas e imaginó que Leandro se había olvidado de apagarlas.

Se paró dubitativa frente a la puerta de la habitación de su marido y respiró de manera profunda. Pensó en llamar, pero, ¿y si Leandro estaba dormido? No quería despertarlo y menos molestarlo. Así que, giró lentamente el pomo de la puerta, solo iba a asegurarse de que estuviera bien. Abrió la puerta y sus ojos se abrieron por sorpresa al ver a Leandro besando a otra mujer. ¡Una mujer en su habitación! ¡Otra mujer en su casa!

—¡Leandro! —gritó, interrumpiendo a la pareja.

Él giró el rostro para ver a Isabelle. Ver el dolor en sus ojos le dio un extraño placer, una deliciosa venganza por el espectáculo que tuvo que presenciar en casa de la familia Santoro.

—Llegaste, creí que te quedarías a dormir en casa de tus abuelos y que yo tendría la noche libre —dijo sin ningún remordimiento.

—¿No me digas que no es la primera vez que traes a una mujer a mi casa? —preguntó, sintiendo que su corazón se rompía en mil pedazos. No se amaban, sin embargo, ella jamás se atrevería a engañarlo.

—Nuestra casa, querida. Nuestra casa.

Isabelle dio un paso atrás al verlo acercarse a ella, sintiendo sus palabras como filosas dagas atravesando su piel.

—¡Eres un sinvergüenza! ¡Esta es la casa de tu hijo! —gritó con lágrimas en los ojos al darse cuenta de las razones de su cambio. Leandro solo estaba jugando con ella, dándole esperanzas mientras se divertía a sus espaldas con otra mujer.

—¿Mi hijo? —Leandro se carcajeó, mientras la rabia seguía subiendo como espuma, envenenando su corazón. La había visto llegar con Juan Carlos y, aun así, ella se atrevía a cuestionarlo. ¡Era una cínica!

—Sí, tu hijo —murmuró, dando un paso hacia atrás para alejarse de Leandro.

—No me hagas reír, Isabelle. Seguramente tu bastardo es de Juan Carlos y me lo has endosado a mí.

El golpe seco sobre su mejilla le hizo girar el rostro, mientras la mano de Isabelle dolió, pero nada que pudiera compararse a lo que estaba sintiendo su corazón.

—¡¿Cómo te atreves?!

—¿Te duele la verdad? ¡¿Cuánto tiempo crees que podrías engañarme?!— medio gritó, medio preguntó furioso por el golpe recibido. Por sentirse engañado.

Isabelle se giró y corrió por el pasillo, no quería enfrentarse a Leandro en ese estado eufórico, podían hacerse más daño del que ya se habían hecho y entonces no habría vuelta de hoja. Todo estaría perdido para siempre.

Sin embargo, no era lo mismo que Leandro prensaba y fue detrás de ella.

—¡Ven aquí, Isabelle! —gritó cogiéndola del brazo cerca del primer peldaño de la escalera.

—¡Suéltame! ¡No tienes ningún derecho a tocarme después de lo que he visto esta noche!

—No te hagas la santa, me drogaste para que durmiera contigo y vaya que te resultó porque te juro que en mi sano juicio jamás me habría acostado contigo; ¡nunca te habría puesto un solo dedo encima!

—¡No fui yo quien te drogó! —gritó cansada de cargar con una culpa que no era suya— ¿Por qué no buscas y le preguntas a Javier? ¿No es tu mejor amigo? —le cuestionó, luchando para no llorar.

—¡No metas a Javier en toda esta m****a que solo tú provocaste! —refutó, halándola con fuerza del brazo, presionando la blanca carne de la muchacha.

—¡Pues es el único culpable de todo! ¡Si quieres reclamarle a alguien, hazlo con él, pero a mí déjame en paz! —gritó alzando el brazo con tanta fuerza que el impulso la hizo tambalear y le fue imposible sostenerse de algo o de alguien.

—¡¡¡Isabelle!!! —El grito de Leandro se escuchó por toda la casa, mientras veía el cuerpo de la joven rodar por las escaleras.

El terror le hizo quedarse inmóvil por un momento, antes de correr hacia ella.

—¡Isabelle! —la llamó con desespero al ver que había sangre corriendo por las piernas de su esposa.

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