—¡Isabelle!
El corazón le dio un vuelco al escuchar el grito de Leandro, estaba sorprendido. ¡Era lógico que lo estuviera! Él iba a casarse con Sophia ese día.
—¿Qué demonios haces aquí? —le cuestionó; no obstante, Isabelle no le respondió. Ella estaba demasiado asustada al darse cuenta de la realidad y de lo que había hecho. Se levantó y con rapidez tomó sus prendas para huir al cuarto de baño. El corazón le latía tan deprisa que lo sintió en la garganta. Tenía que estar soñando, esto que le estaba pasando solo era una pesadilla, no podía ser verdad. ¡Se negaba a aceptarlo!
—¡Sal de ahí, Isabelle! ¡Tienes que darme una m*****a explicación!
Ella tembló al escuchar el grito de Leandro y los golpes a la puerta del cuarto de baño. ¿Explicarle? ¿Qué clase de explicación iba a darle para justificar su presencia en la habitación? Dudaba que Leandro creyera que todo había sido un error. ¡Era un error!
—Abre, Isabelle, o te juro que… —Ella abrió la puerta, sentía un nudo apretarle la garganta, pero se armó de valor para enfrentarlo, o bien, para buscar una oportunidad y salir huyendo.
Isabelle fijó los ojos en el rostro pálido de Leandro, así era como debía verse ella también.
—¿Qué demonios pasó? —insistió él, apuntando hacia la cama, fijándose en las sábanas alborotadas. Sus recuerdos terminaban en la discoteca, bebiendo unos tragos con Javier.
Isabelle tragó el nudo que le apretaba la garganta y se le instaló en la boca del estómago. Abrió la boca, pero ninguna palabra salió de ella.
—¡Qué fue lo que sucedió! —el grito furioso de Leandro le hizo llenar los ojos de lágrimas.
—Tú, yo… nosotros —ella estaba balbuceando.
—Habla, Isabelle.
—Pa-pasamos la-la no-noche jun-juntos —tartamudeó cuando encontró su voz.
Isabelle cerró los ojos cuando el puño de Leandro se dirigió en su dirección y se sacudió cuando escuchó el estrepitoso ruido del puño golpear contra la madera.
—¡Maldita sea! Tienes que estar bromeando, Isabelle. ¡Esto no puede ser verdad! —gritó.
Ella deseaba lo mismo, quería despertar para darse cuenta de que estaba en su cama y que todo había sido una terrible pesadilla.
—Lo siento, yo…
—Vete, Isabelle —la voz ronca y dura de Leandro interrumpió su disculpa—. Vete y olvida lo que ha sucedido, esto fue un error.
—Tu boda…
—¡Cállate y vete! —le ordenó. Isabelle no esperó que se lo repitiera por tercera vez, tomó su pequeño bolso de mano, su celular y salió huyendo como alma que llevaba el diablo. Ni siquiera se preocupó de quién pudiera verla salir de aquel hotel de paso, en ese momento, no le importaba nada…
Cuando regresó a casa, entró por la puerta del servicio. Aún era temprano, así que era probable que sus padres continuaran durmiendo, o quizá ya estaban en casa de su tía Victoria para la boda de Sophia. Recordar a su prima solo hizo que la náusea subiera por su garganta y la culpa la castigara con la fuerza de un rayo.
Isabelle corrió al cuarto de baño y vació el estómago en el retrete. El sabor amargo que tenía en la boca, era la culpa que le carcomía el alma. Las lágrimas abandonaron sus ojos y, como ríos caudalosos, empaparon su rostro mientras intentaba comprender lo que había sucedido. Recapitulando los hechos, era Javier el único que podía darle una explicación. Fue él quien la había llamado y también fue quien le aseguró que se trataba de Leonardo.
La muchacha corrió de regreso a su habitación, buscó su teléfono y marcó con desespero el número de Javier, pero todas sus llamadas terminaron en el correo de voz. Le escribió varios mensajes que tampoco fueron vistos. La desesperación creció en su interior y todo lo que le quedaba era esperar que Leandro no dijera nada y continuara con la boda, tal como estaba planeada. Tenía que aferrarse a esa idea, si él no decía nada de lo que pasó, ella tampoco lo haría. Callaría ese secreto para siempre.
Isabelle se sentó a la orilla de la cama, sus lágrimas no habían cesado y estaba segura de que era un desastre. Se recostó por un momento, perdiendo la noción del tiempo, tratando de olvidar la locura cometida. No supo en qué momento se quedó dormida, hasta que el sonido estrepitoso del teléfono la despertó. Ella se incorporó y buscó su móvil con la esperanza de que fuese Javier; sin embargo, era su madre quien la llamaba.
—Aló.
—Isabelle, ¿dónde te has metido? He estado llamándote desde la mañana. Debes darte prisa, la boda va a comenzar en menos de una hora.
Isabelle apretó el teléfono con fuerza hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Siempre si había boda, eso fue un alivio para su atormentado corazón.
—Me daré un baño, no me esperes, iré directo a la iglesia —respondió, buscando la puerta del baño.
—No demores, hija. Tus abuelos no han dejado de preguntar por ti.
—Diles que los amo.
—Date prisa.
Isabelle lanzó el teléfono hacia la cama y se apresuró para darse una ducha. El vestido que había elegido para la boda, era de un tono rojo, le quedaba perfecto. Era un regalo de su abuela por su cumpleaños número dieciocho, había esperado a tener una oportunidad para lucirlo, pero ya no se sentía cómoda para llevarlo a la boda. Es más, si pudiera no asistir, estaría más que agradecida, pero sabía que, si no iba por su cuenta, su padre era muy capaz de ir por ella y obligarla.
—Nadie lo sabe, nadie tiene porque saber lo que ocurrió entre Leandro y yo, solo debemos olvidarlo —murmuró para sí mientras bajaba por las escaleras y buscaba las llaves de su auto.
Cuando llegó a la iglesia, trató de no llamar la atención y caminó hasta los lugares que ocupaba la familia.
—Ven, Isa, acá hay un lugar. —Lía se movió un poco más cerca de Salvatore para darle espacio.
Isabelle le agradeció con un movimiento de cabeza y prestó atención a la ceremonia. Ella era un manojo de nervios, las manos le sudaban y el malestar en la boca del estómago no la dejaba ni respirar. Sin embargo, todo aquello se borró de su mente en el momento que el sacerdote pidió a la pareja pronunciar sus votos matrimoniales.
—Yo, Leonardo Giordano Ferrer, te recibo a ti, Sophia Victoria Rinaldi Santoro, como esposa y me entrego a ti y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Isabelle sintió su corazón romperse en miles de pedazos, miró a Lía sin comprender lo que estaba sucediendo, también se fijó en el rostro molesto de su primo Salvatore.
—¿Leonardo? —preguntó casi sin voz.
Lía le sonrió ligeramente, no era de alegría, ella pudo verlo.
—Leandro no se presentó, le envió una nota a Sophia cancelando la boda y no hemos podido localizarlo.
—Pe-pero ¿por qué Leo…? —Ella no fue capaz de terminar la pregunta.
—Se ha ofrecido como novio sustituto para salvar el honor de Sophia, además, Leo ha estado enamorado de ella desde hace tiempo.
Isabelle sintió el aire abandonar sus pulmones, como cuando eres golpeado por un guante de boxeo. ¿Se había ofrecido? ¿Ha estado enamorado de ella desde hace tiempo? ¿Leandro no se presentó a la boda?
—Isabelle, ¿a dónde vas? —La pregunta de Lía le hizo darse cuenta de que se había levantado de la banca, pero es que le era imposible continuar en la iglesia, sabiendo que el hombre que se estaba casando era Leonardo, el hombre de quien estaba enamorada.
—No me siento bien, Lía, necesito un poco de aire fresco —musitó, sintiendo que el aire empezaba a faltarle.
Isabelle no esperó respuesta de Lía. Simplemente, no tenía el valor para continuar en la iglesia, por lo que se apresuró a buscar su auto y dirigirse al hotel donde se llevaría a cabo de la fiesta. La razón y la vergüenza le gritaban que se marchara a casa, pero al final no pudo hacerlo. ¡Era una masoquista! Solo así podía explicar su necedad de ver a Leonardo, aunque fuera en los brazos de su prima.
La joven buscó una de las mesas más alejadas, no necesitaba estar cerca, bastaba con que sus padres la vieran para no llamar la atención; sin embargo, la decepción y la culpa son malas consejeras y terminó ahogándolas en el fondo de una botella de ron, emborrachándose por primera vez en sus cortos dieciocho años.
Isabelle trató de no acercarse a la pareja, pero lo inevitable llegó en el momento que ellos decidieron despedirse de la familia. Con la mente embotada por el licor y el dolor, no midió las consecuencias de sus actos ni de sus palabras.
—¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! —gritó, tambaleándose para llegar a ellos, captando la atención de sus padres, pero ni eso le importó.
—Isabelle.
La joven miró el rostro de su prima y sintió una nueva ola de dolor y rabia.
—Todo esto es tu culpa, Sophia, ¿es qué no podías conformarte con uno de ellos?
—¿Qué? ¿De qué hablas, Isa?
Isabelle ignoró la pregunta y miró a Leonardo, sintiendo que ya nada más tenía sentido. Él era su primer amor y lo había perdido sin siquiera tenerlo.
—¡¿Por qué tenías que ocupar el lugar de Leandro?! —le gritó con coraje—. También es tu culpa por parecerte tanto a él, ¡si no fuera por su maldito parecido, no me habría acostado con él pensando que eras tú!
El silencio que le siguió a la confesión de Isabelle solo fue roto por el golpe que cayó sobre su mejilla. Ella sintió un fuego quemarle el rostro, levantó la mirada para encontrarse con los ojos furiosos de su madre.
Eso era todo lo que ella recordaba luego de despertar en su habitación al día siguiente. La cabeza le dolía, era como si miles de martillos la golpearan, castigándola una y otra vez.
—Por fin despiertas, Isabelle…
«Por fin despiertas, Isabelle»Isabelle abrió los ojos, el tono severo de su madre le causó un escalofrío y el dolor de cabeza aumentó.—Mamá —musitó, viéndola de brazos cruzados delante de ella.—¿Eso es todo lo que tienes que decir, Isabelle? ¿Tienes idea de la vergüenza y la humillación que nos has hecho pasar a tu padre y a mí? —le cuestionó con rudeza.Isabelle se mordió el labio para no echarse a llorar.—Lo siento —dijo, levantándose de la cama y sin ver el rostro enojado de Anna.—¿Lo siento? ¡Por Dios, Isabelle! ¡Un maldito lo siento, no arreglará lo que has hecho! ¿Cómo fuiste capaz de acostarte con el novio de tu prima? ¿Cómo fuiste capaz de gritarlo a los cuatro vientos delante de tanta gente? La joven tembló.—No fue mi intención, mamá, no era eso lo que deseaba. Yo, puedo explicarlo, por favor, escúchame. —¿Explicar qué? Te acostaste con Leandro la noche antes de la boda, ¿qué explicación quieres darme, Isabelle?—No sabía que era Leandro, mamá, por favor, es
«¡Se casará!» «¡Se casará!»Isabelle no había podido olvidar las palabras de su padre, había pasado alrededor de ochos semanas en las que Leandro no dio señales de vida. En el fondo continuaba rezando para qué que no apareciera. Aunque su padre se había encargado de darle la noticia a la familia Giordano, tampoco hicieron acto de presencia.—Lo siento, pequeñín —musitó tocando su vientre. Había una ligera curva en su cuerpo que disimulaba con ropa holgada, estaba por finalizar el primer trimestre de su embarazo y ni siquiera sabía cómo sentirse al respecto. ¿Eso le hacía ser una mala persona? No podía sentirse emocionada ante la llegada de su bebé, porque sus destinos eran inciertos. Sumida en sus pensamientos caminó por el pasillo hasta bajar a la sala, quería hablar con su madre, aunque la relación con ella no era mejor que la que tenía con su padre. Tenía la esperanza de que, como mujer y madre, la entendiera. Ella podía merecerse el infierno por sus pecados, pero su bebé era t
«La boda ya tiene fecha, será en dos días»El vacío constante en la boca del estómago se le hizo más grande. Isabelle trató de no reaccionar ante la noticia, nada ni nadie iba a impedir que esa boda tuviese lugar. Tampoco esperaba que alguien hiciera algo. Estaba condenada.—Isabelle…—Lamento todo lo que te he hecho pasar, mamá. Perdóname por haberme convertido en un motivo de vergüenza y decepción para ti y para mi padre. Por ser el motivo de que nuestra familia esté enfrentada de esta manera.—Hija…—Quiero estar sola, mamá.—Pero tienes una cita hoy con la doctora, tu abuela dijo que pasaría por ti.Ella asintió, aunque su madre había cambiado un poco, aún no era capaz de ser ella quien la llevara al médico. Si no fuera por su abuela Verónica, no tendría idea de lo que tenía que hacer para cuidar de su embarazo.—Estaré lista para cuando ella venga —respondió secamente, levantándose de la silla para dirigirse al cuarto de baño y bajo la protección de la lluvia artificial,
Isabelle miró la hora en el reloj sobre la mesita de noche, era más de la una de la mañana y Leandro no había regresado. Era su noche de bodas y no esperaba pasarla entre los brazos de su esposo, pues su matrimonio solo era una mentira para cubrir las apariencias y salvaguardar el orgullo de sus familias. ¿Qué tan difícil era para Leandro cooperar un poco? Después de todo, él pudo negarse a la boda, tenía más posibilidades de marcharse, tenía dinero, mientras ella aún dependía económicamente de sus padres.El sonido del móvil la sacó de sus pensamientos, no esperaba recibir ninguna llamada a esa hora de la madrugada, pero frunció el ceño al darse cuenta de que se trataba de Allegra, su suegra. Por un momento dudó en atender, ¿qué pasaba si le preguntaba por Leandro? Sin embargo, ante la insistencia del aparato, no tuvo más remedio que atender.—Aló.—Gracias al cielo, Isabelle, ¿cómo estás?La pregunta la sorprendió, era la primera vez que su suegra la llamaba para preguntarle cómo es
Isabelle volvió a casa. La casa que sus padres le habían dado como regalo de bodas. ¿Era un premio de consolación? ¿Un descargo para su conciencia? No tenía idea y tampoco quería pensar más en eso.Se sentía cansada física y emocionalmente, tanto que, si no fuera por su bebé, no sabría qué locuras hubiese hecho. Pero ella no era débil como creían y tampoco era una mujer malvada. Su único pecado era haber confiado en la persona equivocada y ya estaba pagando caro por su error.—Lo siento, mi pequeño, lamento haberte condenado a todo esto. No he podido darte un solo minuto de felicidad; pero te prometo que, a partir de ahora, seremos felices, sin importar nada más. Tú serás mi prioridad, viviré para hacerte feliz —susurró, acariciando su vientre y así lo hizo.Isabelle cumplió su palabra y no volvió al hospital, tampoco llamó para preguntar por la salud de Leandro, se ocupó de ordenar y de decorar la pequeña casa que sería su hogar y el de su hijo.Quería que fuese un lugar cálido para
El labio de Isabelle tembló, el ardor de su piel era insoportable, por lo que corrió al cuarto de baño para ponerse agua fría sobre la quemadura. Ella se sacó el blusón para evitar que rozara con su piel herida y hacer más dolorosa su situación, bajó la mirada y se fijó en la fea mancha que arruinaba su blanca piel.Isabelle humedeció una pequeña toalla y la colocó sobre su abultado vientre para tratar de calmar el ardor mientras gruesas lágrimas caían por sus mejillas ante el dolor y la rabia que sentía por haber caído en la trampa de Leandro, lo había hecho a propósito. ¡Ni siquiera le importaba su hijo! ¿Qué clase de persona era?«Una persona sin corazón»Isabelle lloró hasta que se sintió desahogada, salió del baño y sin molestarse en cubrirse el cuerpo, corrió escaleras arriba, con el vientre expuesto y sus redondos pechos sobresaliendo de su brasier. Le importaba poco que Leandro la viese, de todas maneras, era como desfilar delante de una roca. ¡Leandro era un maldito insensibl
Isabelle se mordió el interior de su mejilla ante la reacción abrupta por parte de Leandro. No debió hacerse ningún tipo de ilusión sobre el interés que había mostrado por su embarazo, por lo menos, se hubiese evitado aquella molestia en su corazón y el deseo de llorar que tenía en ese momento al sentirse sola y abandonada. Sobre todo, por el constante rechazo de Leandro hacia su hijo. Isabelle estaba segura de que, si fuera hijo de Sophia, las cosas serían distintas.La rabia ardió en su interior y cuando salió de la clínica de la obstetra, ni siquiera se molestó en buscar a Leandro. Si él no era capaz de preocuparse por ella y de tenerle un poco de compasión, ¿por qué razón ella tenía que preocuparse por él? ¡Qué regresara a casa como pudiera!Estaba tan molesta que cuando escuchó que alguien la llamaba se giró con brusquedad.—¿Isabelle?Ella se quedó de piedra al encontrarse de frente con Juan Carlos, había pasado casi cinco semanas desde la última vez que se habían visto. Desde q
Isabelle bajó de la moto de Juan Carlos y lo despidió. Había sido un arrebato marcharse, pero en ese momento no le importó, ahora temía volver a casa y encontrarse con un Leandro enojado. Lo peor es que ella le había dado motivos, ¿por qué seguía siendo tan impulsiva? Tal vez su padre tenía razón y necesitaba pensar más sobre sus decisiones y no ser tan arrebatada.—¿Isabelle?Ella se giró para encontrarse con su abuela, seguramente había escuchado el motor de la motocicleta. Era una suerte que la encontrara sola.—¿Puedo quedarme esta noche? —preguntó cuando se acercó a ella.—No tienes ni que preguntar, cariño —respondió Verónica, envolviendo sus hombros en un abrazo.—Gracias.—¿Te has peleado con Leandro? —quiso saber la abuela.—No, no ha sido con Leandro, creo que… solo necesitaba un poco de aire fresco. Desde su accidente, no había podido salir y, con tu estadía en la ciudad, tampoco tenía a dónde ir —musitó.—¿Las cosas con tus padres siguen igual?Isabelle asintió y Verónica