Cuando la mañana llegó, Diana ya se había olvidado del malestar que sintió con el rechazo de Alexander y estaba dispuesta a afrontar todo lo que se le pusiera por delante.El optimismo llenaba su vida.Todo era fantástico.En su contrato también estaba estipulado que, para que no perdiera el tiempo en cruzar la ciudad para llevar a los niños a diferentes escuelas, Victoria también sería matriculada con Nathan y Gabriel.Pero eso comenzaría a partir de la siguiente semana, cuando Alexander pudiera arreglarlo con la institución.Feliz salió de la cama, se duchó y se arregló incluso más de lo que debería, pero no pudo evitarlo.Se dijo a sí misma que debía estar presentable para su primer día y que ese era el único motivo.—Buenos días, niños, es hora de levantarse —dijo al entrar a la habitación de los pequeños, encender la luz y encontrarse con que aquella habitación parecía un campo de minas.La sonrisa se le borró por un momento, pero recordó de nuevo que no la habían contratado para
Puede que el día no hubiera comenzado de la mejor manera y que hubiera hecho un ridículo considerable, pero ella era una mujer muy optimista.Solo había sido un percance y eso no cambiaría su buen humor.Llevó a los pequeños a la escuela, los abrazó con cariño antes de entrar y se maravilló de lo cariñosos que eran.—¿Vendrás a buscarnos a la salida? —preguntó Gabriel.—Claro, peque, estaré aquí la primera y cuando hayan hecho sus tareas jugaremos, ¿qué les parece?—¡Sííí! Ya quiero que sea la hora de la salida.—Pero ¿por qué Victoria se quedará contigo en casa? —preguntó Nathan—. Papá dijo que iríamos juntos a la escuela. Yo también quiero quedarme.Diana se agachó para estar a la misma altura del niño y le acarició la mejilla con cariño.—Victoria comenzará el lunes, papá tuvo que hablar para cambiarla de escuela. Solo será por hoy y tendremos todo el fin de semana para nosotros.—Está bien, mami. Cuando mi hermana entre a la escuela, Gabriel y yo la cuidaremos —la forma en que Nat
Cuando Alexander llegó a su casa y entró, no podía creer la paz que reinaba en el ambiente.Miró a su alrededor y no se escuchaban gritos, ni quejas, ni había ningún incidente que solucionar.Aquello no era normal.Le había escrito un mensaje a Diana para preguntar cómo iba todo un par de horas antes y no contestó.Tuvo el impulso de regresar a su casa en ese mismo instante, pero estaba demasiado ocupado y debía confiar en que en esa ocasión los niños se portarían bien.Había visto que les agradaba Diana, tenía que darles el beneficio de la duda.Cuando se encontró a una empleada la detuvo para preguntarle.—¿Dónde se encuentran mis hijos?—Han estado toda la tarde jugando con la nueva niñera y su hija en la casa del árbol. Todavía continúan allí.Alexander sintió como su boca se iba abriendo poco a poco.¿Se había equivocado de casa o cuando estaba regresando a casa entró en algún bucle temporal que lo cambió a otra dimensión?¿Nathan y Gabriel tranquilos toda la tarde? No, eso era i
Alexander estuvo malhumorado durante toda la cena y Diana no comprendía por qué.Intentó varias veces mantener una conversación con él y también involucrar a los niños para que pasaran tiempo de calidad juntos, pero el señor se había puesto en modo ogro de ciénaga y nada lo sacaba de ahí.Al final, incluso los pequeños se percataron del estado de ánimos de su padre y comenzaron a cohibirse.—Mamá, ¿nos cuentas otro cuento para dormir? —le dijo Gabriel y ella asintió con la cabeza.—Solo uno cortito porque ya es tarde y deben descansar, esta mañana se levantaron muy temprano. —Se iba a marchar con los niños cuando Alexander la detuvo.—Yo iré, tú acuesta a Victoria —gruñó y ni siquiera la miró a la cara mientras lo decía.Confusa, observó a los niños y después al padre.—Papá, tú no sabes contar cuentos —se quejó Nathan.—Aprenderé, vamos. —Alexander alzó a Gabriel y lo cargó con un brazo y con la mano libre tomó a Nathan. Mientras se alejaba, dejándola boquiabierta, lo escuchó decir—:
Era fin de semana y Alexander se había despertado con el ánimo fortalecido y muchos planes.Iba a dejar bien callada a esa niñera criticona que se atrevía a cuestionarlo sobre cómo debía educar a sus hijos.Tiempo de calidad, ¡ja! Él le iba a enseñar a esa duendecilla remilgada cómo se divertían los Turner.No había dejado de repetir sus palabras toda la noche: «El idioma de sus hijos es ser traviesos y de esa forma expresan su inconformidad por tener un padre ausente y que no les dedica el suficiente tiempo». ¡Ja!Tal vez no lo dijera con esas palabras exactas, pero así lo entendió él y no pensaba quedar como el ogro del cuento.Iba a destapar la verdadera personalidad de sus pequeños diablitos y después solo tendría palabras de elogios para él.Había sobrevivido solo con ellos casi seis años y nadie, ni siquiera ese engreída con aires de «eduqué a una hija perfecta», le iba a decir a él que no le había puesto suficiente empeño.Eran las cuatro de la mañana, el silencio reinaba en la
En cuestión de horas, Alexander había organizado el viaje y no le había preguntado siquiera si ella deseaba ir, pero era su jefe y tenía que cuidar a los niños sin importar el lugar en el que estuvieran.¿Deseaba ir? Se preguntó, Diana.Tal vez sí, su padre nunca tuvo tiempo para pasar tiempo con ella.Y su madre al único lugar que le gustaba llevarla era al internado para que aprendiera todo lo necesario para ser, según sus palabras textuales: «Inteligente, pero sin demostrarlo demasiado. Así su esposo no creería que se había casado con una sabelotodo. Elegante, bien educada y siempre sabiendo cuál era su lugar en el mundo, ser una linda esposa florero».Para su madre darle los buenos días a su padre y que ambos se ignoraran el resto del día era normal en un matrimonio. Después debía salir a beber Martini con sus amigas mientras se dedicaban a quejarse de lo complicado que era ser la esposa de un magnate.Diana llegó al mundo por obligación y cuando su padre vio que no era el desead
—¿Yo? —balbuceó muy nerviosa—. ¿Qué tiene que ver la edad de mi hija con lo que estábamos hablando?Diana no sabía qué hacer, podía contarle la verdad en ese momento, pero estaba segura de que la obligaría a casarse con él.Y ella no estaba dispuesta.Menos después de lo que habían hablado.No podía estar viviendo con el fantasma de su difunta esposa para siempre.—Sí, tú. Acabas de decir que no hubo más nadie después de mí… Y si es así, Victoria es, hum, es mi…—¿De qué estás hablando? —dijo y se rio de forma frenética—. Victoria es hija de mi exesposo, yo ya estaba embarazada cuando aquello ocurrió.Diana se frotó el lóbulo de la oreja sin parar.Si él la conociera un poco más se habría dado cuenta de que siempre hacía eso cuando tenía que mentir.Él pareció desilusionarse y ella se sintió muy mal por engañarlo, pero todavía no podía decírselo.Vivió durante un año con su esposo y nunca llegó a conocerlo del todo, necesitaba tiempo para juzgar si Alexander era un buen hombre.Por el
Diana se acostó y no se cubrió con el saco de dormir.No dejaba de mirar las sombras que provocaba el fuego y que se movían en la lona de la tienda.—No eres una niña, deja de ser tan miedosa —se increpó a sí misma.Alexander le había ofrecido que durmiera con él y por un momento casi dijo que sí.Tuvo que callar sus impulsos y pensar antes de contestar.Cada vez le gustaba más y tenía que ponerse un freno o terminaría con el corazón roto.El tiempo pasó y no lograba dormir por más que sintiera mucho cansancio.La culpa era de ese hombre.Cada vez que cerraba los ojos lo veía exhibiéndose sin camisa, con ese aire de yo puedo con todo.Intentó obligarse a dormir y poco a poco lo fue consiguiendo.A sus sueños llegó ese hombre y sintió una caricia subiendo por su pierna.—Me haces cosquillas, Alexander —murmuró y colocó la mano sobre la pierna.Acarició algo peludo, lo agarró y abrió los ojos con rapidez.Diana no pudo gritar, el aire se le quedó atorado en los pulmones cuando vio esos