Alexander estuvo malhumorado durante toda la cena y Diana no comprendía por qué.Intentó varias veces mantener una conversación con él y también involucrar a los niños para que pasaran tiempo de calidad juntos, pero el señor se había puesto en modo ogro de ciénaga y nada lo sacaba de ahí.Al final, incluso los pequeños se percataron del estado de ánimos de su padre y comenzaron a cohibirse.—Mamá, ¿nos cuentas otro cuento para dormir? —le dijo Gabriel y ella asintió con la cabeza.—Solo uno cortito porque ya es tarde y deben descansar, esta mañana se levantaron muy temprano. —Se iba a marchar con los niños cuando Alexander la detuvo.—Yo iré, tú acuesta a Victoria —gruñó y ni siquiera la miró a la cara mientras lo decía.Confusa, observó a los niños y después al padre.—Papá, tú no sabes contar cuentos —se quejó Nathan.—Aprenderé, vamos. —Alexander alzó a Gabriel y lo cargó con un brazo y con la mano libre tomó a Nathan. Mientras se alejaba, dejándola boquiabierta, lo escuchó decir—:
Era fin de semana y Alexander se había despertado con el ánimo fortalecido y muchos planes.Iba a dejar bien callada a esa niñera criticona que se atrevía a cuestionarlo sobre cómo debía educar a sus hijos.Tiempo de calidad, ¡ja! Él le iba a enseñar a esa duendecilla remilgada cómo se divertían los Turner.No había dejado de repetir sus palabras toda la noche: «El idioma de sus hijos es ser traviesos y de esa forma expresan su inconformidad por tener un padre ausente y que no les dedica el suficiente tiempo». ¡Ja!Tal vez no lo dijera con esas palabras exactas, pero así lo entendió él y no pensaba quedar como el ogro del cuento.Iba a destapar la verdadera personalidad de sus pequeños diablitos y después solo tendría palabras de elogios para él.Había sobrevivido solo con ellos casi seis años y nadie, ni siquiera ese engreída con aires de «eduqué a una hija perfecta», le iba a decir a él que no le había puesto suficiente empeño.Eran las cuatro de la mañana, el silencio reinaba en la
En cuestión de horas, Alexander había organizado el viaje y no le había preguntado siquiera si ella deseaba ir, pero era su jefe y tenía que cuidar a los niños sin importar el lugar en el que estuvieran.¿Deseaba ir? Se preguntó, Diana.Tal vez sí, su padre nunca tuvo tiempo para pasar tiempo con ella.Y su madre al único lugar que le gustaba llevarla era al internado para que aprendiera todo lo necesario para ser, según sus palabras textuales: «Inteligente, pero sin demostrarlo demasiado. Así su esposo no creería que se había casado con una sabelotodo. Elegante, bien educada y siempre sabiendo cuál era su lugar en el mundo, ser una linda esposa florero».Para su madre darle los buenos días a su padre y que ambos se ignoraran el resto del día era normal en un matrimonio. Después debía salir a beber Martini con sus amigas mientras se dedicaban a quejarse de lo complicado que era ser la esposa de un magnate.Diana llegó al mundo por obligación y cuando su padre vio que no era el desead
—¿Yo? —balbuceó muy nerviosa—. ¿Qué tiene que ver la edad de mi hija con lo que estábamos hablando?Diana no sabía qué hacer, podía contarle la verdad en ese momento, pero estaba segura de que la obligaría a casarse con él.Y ella no estaba dispuesta.Menos después de lo que habían hablado.No podía estar viviendo con el fantasma de su difunta esposa para siempre.—Sí, tú. Acabas de decir que no hubo más nadie después de mí… Y si es así, Victoria es, hum, es mi…—¿De qué estás hablando? —dijo y se rio de forma frenética—. Victoria es hija de mi exesposo, yo ya estaba embarazada cuando aquello ocurrió.Diana se frotó el lóbulo de la oreja sin parar.Si él la conociera un poco más se habría dado cuenta de que siempre hacía eso cuando tenía que mentir.Él pareció desilusionarse y ella se sintió muy mal por engañarlo, pero todavía no podía decírselo.Vivió durante un año con su esposo y nunca llegó a conocerlo del todo, necesitaba tiempo para juzgar si Alexander era un buen hombre.Por el
Diana se acostó y no se cubrió con el saco de dormir.No dejaba de mirar las sombras que provocaba el fuego y que se movían en la lona de la tienda.—No eres una niña, deja de ser tan miedosa —se increpó a sí misma.Alexander le había ofrecido que durmiera con él y por un momento casi dijo que sí.Tuvo que callar sus impulsos y pensar antes de contestar.Cada vez le gustaba más y tenía que ponerse un freno o terminaría con el corazón roto.El tiempo pasó y no lograba dormir por más que sintiera mucho cansancio.La culpa era de ese hombre.Cada vez que cerraba los ojos lo veía exhibiéndose sin camisa, con ese aire de yo puedo con todo.Intentó obligarse a dormir y poco a poco lo fue consiguiendo.A sus sueños llegó ese hombre y sintió una caricia subiendo por su pierna.—Me haces cosquillas, Alexander —murmuró y colocó la mano sobre la pierna.Acarició algo peludo, lo agarró y abrió los ojos con rapidez.Diana no pudo gritar, el aire se le quedó atorado en los pulmones cuando vio esos
Diana comenzó a ponerse muy nerviosa con las preguntas que le hacía Alexander.Ella solo quería dormir después del susto y se había sentido muy segura en sus brazos, pero después comenzó a hablar y todo se estropeó. No quería hablar de su vida pasada, si él descubría a lo que se había dedicado durante ese tiempo, ¿qué pensaría de ella?Diana solo bailaba, jamás se había acostado con ningún cliente por más necesidad que tuviera.Tampoco podía decirle que su exmarido no le pasaba la pensión de Victoria porque en el juicio se descubrió que no era su hija.Se sintió tan nerviosa y hostigada a preguntas que hizo lo primero que se le pasó por la mente, lo besó.Y cuando sus labios se rozaron se olvidó de las preguntas, del mal rato que había pasado y de que ese hombre no quería enamorarse.Ella… Ella podría amar por los dos.Había pasado demasiado tiempo desde que alguien la besó y menos de esa forma.Alexander había enredado las manos en su cabello y la mantenía sujeta como si no quisiera
Diana estaba tan furiosa, se quería marchar de allí en ese mismo momento, pero no quería estropearles el viaje a los niños.—Siéntate a desayunar, después hablaremos —llegó a gruñirle Alexander porque ella se había alejado para que nadie notara su enfado.—No quiero hablar contigo, ya conseguiste lo que querías, ahora si quieres despedirme hazlo, pero lo que ocurrió anoche jamás volverá a suceder —siseó llena de rabia.Era una misión casi titánica conseguir que Diana se enfadara.Su carácter era demasiado complaciente y afable, pero en aquel momento había estallado.Era como si hubiera apresado en una bomba todas las frustraciones de su vida y las hubiese dejado salir en ese momento.Alexander suavizó el tono de su voz y la intentó agarrar de la cintura.—No seas tan dura conmigo, cometí un error, déjame que te explique.Diana no permitió que la abrazara, no iba a dejarse manipular por sus falsas muestras de cariño.—No quiero escucharte, por favor, déjame.—Ven a desayunar con los ni
Diana, después de quedarse sola y de que se le bajara el enfado, había comprendido que tuvo una reacción desproporcionada.No justificaba que Alexander se hubiera comportado de esa forma, pero recopilando esa noche, ella fue la que lo besó para que no continuara haciéndole preguntas.Había sido una broma de mal gusto, pero no para gritarle que no se casaría con él y más cuando los niños ya lo sabían.En cuanto regresaran iba a hablar con él y se disculparía con los pequeños.No podía olvidar esas caritas desilusionadas.Ya que iba a pasar un rato sola, decidió tumbarse a tomar el sol de la mañana. Era bastante temprano y no se quemaría.Se relajó tanto que el sueño por haber descansado poco la venció y terminó por quedarse dormida.***Alexander llegó con sus hijos al campamento y no vio a Diana por ninguna parte.Las camionetas estaban en su lugar y no la creía capaz de marcharse sin Victoria.Iba a ir a buscarla, pero todavía no se sentía preparado para enfrentarla.Estaba casi segu