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Una pequeña madrastra en apuros
Una pequeña madrastra en apuros
Por: Madison Scott
Capítulo 1: Solo será una noche

Diana se encontraba aparcando el auto en el garaje de su casa.

Acababa de regresar de su viaje y lo había hecho tres días antes para darle una sorpresa a su esposo.

Ese día era su primer aniversario de boda y por nada del mundo lo pasaría alejada de él.

Deseaba ver su cara de sorpresa al verla llegar. No había avisado a nadie, ni siquiera a su mejor amiga.

Antes de entrar a su casa decidió marcarle para decirle que ya se encontraba de vuelta en la ciudad y que se verían al día siguiente, pero no contestó.

«¿Entonces para qué me insiste tanto para que le avise de mi llegada?», pensó y después recordó que apenas eran las siete de la mañana y que seguro debía estar dormida.

Diana guardó de nuevo su teléfono en el bolso y salió del coche.

Era sábado y esperaba encontrar a su marido aún en la cama.

Al entrar en la casa se quitó los tacones para no hacer ruido y se dirigió a la habitación.

Antes de abrir la puerta, una sonrisa se le asomó a su rostro al pensar en el reencuentro. A pesar de que su matrimonio había sido acordado por su familia, había terminado por enamorarse de su esposo.

Cuando la puerta se abrió, la sonrisa que mostraba se fue desvaneciendo poco a poco.

Su marido se encontraba en la cama, desnudo, con las piernas enredadas en un cuerpo femenino.

—Pero ¡¿qué has hecho, desgraciado?! —gritó a la vez que los ojos se le llenaban de lágrimas.

Izan despertó asustado y miró en su dirección.

Tras parpadear un par de veces, su expresión se contrajo de sorpresa.

—Diana, esto… —pronunció con la voz pastosa por el sueño.

—¡No te atrevas a decir que esto no es lo que parece! —Una vez repuesta de la primera impresión se acercó a la cama.

Su segundo grito provocó que la acompañante de su marido alzara el rostro y el dolor que sintió fue por partida doble.

—A-amiga, ¿por qu-qué no avisaste de que venías? —tartamudeó la que desde ese día sería su enemiga y se cubrió con la sábana.

Diana se llevó la mano al cuello en un intento por controlar su respiración.

Quería golpearlos, comenzar a romper todo lo que encontrara a su paso, gritar hasta quedarse sin voz, pero solo logró dar un paso atrás y negar con la cabeza.

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas sin control.

—No te atrevas a llamarme amiga, ¡confiaba en ti, eres una zorra!

Su esposo se levantó de la cama sin importarle su desnudez y la agarró del brazo.

Lo empujó para que no la tocara y él alzó las manos con expresión de fastidio.

—Vamos, Diana, deja el drama —le dijo mientras se colocaba un bóxer—. ¿Para qué llegas sin avisar? La culpa es tuya —pronunció como si ella estuviese exagerando y la razón la tuviera él.

Incrédula, miró a ambos.

—¿Desde cuándo? —siseó con rabia y miró a la mujer desnuda.

Ella se levantó arrastrando la sábana y la colocó alrededor de su cuerpo.

—¿Desde cuándo qué, amiga? Vamos a hablarlo, ¿sí? Esto fue un error que no debió suceder, te extrañábamos, bebimos y una cosa llevó a la otra.

—No hace falta que mientas —dijo su esposo—. Dile la verdad, estamos juntos desde mucho antes de casarnos y lo seguiremos estando, pero eso no tiene que cambiar nada. Finge que no lo sabes y listo. 

—¡¿Estás hablando en serio?! ¡Todo este tiempo me han estado viendo la cara de idiota! —apretó los puños con rabia.

Izan actuaba como si lo que ocurría fuese normal. La miraba como si la culpable fuese ella y lo hubiera interrumpido.

Su matrimonio se había acabado ese día.

Por más que lo amara, ella no iba a permitir que jugaran de esa forma con ella.

Izan emitió un suspiro, aburrido. Para colmo, la tranquilidad que mostraba era ofensiva y fue lo que terminó de romperla.

—Nadie te ve la cara de idiota, lo eres. ¿Pensabas que esto era uno de tus cuentos de hadas? Aburres, de verdad, eres insoportable. Diana, despierta a la realidad de una vez, nos casamos por un acuerdo comercial entre tu padre y yo.

»Tú no eres nada para mí, solo un acuerdo de negocios y a tu padre no le importó. Él lo sabe, pero le interesaba unir las familias. Ahora, deja tu drama y mejor ve a prepararme el desayuno.

Ella negó con la cabeza, incrédula de lo que escuchaba.

—No quiero volver a saber de ti —sollozó y después se dirigió al armario para comenzar a tirar la ropa de su marido por la ventana—. ¡Fuera de mi casa! —ordenó a la vez que lanzaba la primera prenda.

Natalie agarró su ropa con rapidez y salió de la habitación corriendo, pero Izan se acercó a ella y le propinó un bofetón que no esperaba.

Diana se llevó la mano a la mejilla que le palpitaba por el dolor y lo miró con miedo.

—Venga, tira otra cosa, que el próximo que te dé no te va a doler tan poco. Aquí mando yo. —La agarró del brazo y sin darle tiempo a reaccionar la lanzó contra la pared—. Esta es mi casa y si quieres irte, ¡lárgate! Pero te vas sin nada, con lo puesto.

Alzó el rostro y lo miró con odio, intentó recuperar la poca dignidad que le quedaba y se dirigió a la salida, pero antes de cruzar el umbral le dijo:

—Quiero el divorcio.

La carcajada de Izan terminó de romper su corazón.

—Ya volverás arrastrándote, sin mí no eres nada.

***

Tras escapar de la casa, Diana había llamado a su familia para explicarles lo ocurrido y pedirles que la dejaran regresar con ellos. Pero, tal como había dicho Izan, a su familia no le importaba su situación. En lugar de ayudarla, le habían ordenado que regresara con su esposo.

Cuando ella se negó, su padre le dijo que hiciera lo que deseara, pero que si no volvía con Izan se olvidara de que tenía familia.

Con la pequeña maleta que había llevado a su viaje y el auto que era lo único que estaba a su nombre, se había dirigido al cajero para retirar efectivo y marcharse.

No pensaba regresar con él y si su familia no podía comprenderlo, tampoco Diana querría saber de ellos.

Desde ese instante estaba sola y saldría adelante.

Probó una tarjeta tras otra, pero la esperanza se desvaneció al comprobar que Izan las había anulado todas.

Así que en ese instante se encontraba en un Pub, tomando malas decisiones y gastando los pocos dólares que le quedaban en alcohol.

Diana se había colocado en una de las zonas más oscuras del local, el lugar destinado para parejas que querían tomarse una copa, tranquilos y recostados en unos incómodos sillones de doble plaza.

Alzó la copa y se la bebió hasta el fondo a la vez que pasaba de la risa al llanto.

Quería venganza, serle infiel a ese desgraciado de la misma forma que él se lo había sido a ella.

De pronto, un hombre se acercó al lugar donde ella se encontraba y casi se sentó sobre ella.

—¡¿Qué hassees? —seseó con la lengua acartonada por el alcohol—. ¡Qué me vas a aplastar, imbécil!

El desconocido la miró como si fuera una aparición, parecía tan ebrio como ella y sin importar que lo hubiera insultado, se acomodó a su lado.

—No te había visto —dijo y se encogió de hombros como si el mundo y ella le dieran igual.

Diana lo miró y una idea llegó a su mente.

—Posss guapo está, bastante guapo, a decir verdad —murmuró en voz alta lo que pensaba.

El desconocido la miró entrecerrando los ojos y de nuevo se llevó la bebida a los labios.

—¿Me hablas a mí? —Hizo un gesto con la mano como si pidiera que lo dejara tranquilo, pero ella ya había decidido que ese hombre estaba ahí por destino.

Y el destino le estaba gritando que le pusiera a Izan un par de cuernos tan grandes que le hicieran sombra a los que llevaba ella.

Se arrodilló en el sofá e intentó colocar su mejor pose seductora, pero acabó por perder el equilibrio y caer sobre el regazo del desconocido.

—¿Por qué tan guapo, señor huraño? —preguntó, al ver que la miraba con mucha seriedad e intentaba apartarla sin éxito—. No, así no iba, bueno, lo mismo da. Te eztoy zeduciendo, papucho.

—¿Esto es alguna broma? ¿Papucho, en serio? —El hombre esbozó la primera sonrisa desde que había llegado y la expresión de su rostro cambió por completo.

Era guapo con esa cara de muerto en vida, pero cuando sonreía quitaba la respiración.

Diana se quejó cuando él la quitó de su regazo como si no pesara nada y la volvió a dejar en el asiento.

En otro momento en el que no estuviera pasada de copas se habría avergonzado por su comportamiento y por el rechazo indirecto que él le estaba dando, pero en lugar de disculparse por su acoso desmedido, comenzó a llorar.

—Yo solo quería engañarlo como él lo hizo conmigo —sollozó—. Hoy era mi aniversario, ¿sabe? Y lo encontré en la cama con mi mejor amiga. ¡En mi maldito aniversario! ¡En mi m*****a cama! Con mis sábanas de algodón egipcio.

El dios de olimpo, con expresión de haber lamido un limón y sentirse muy molesto, la miró con una ceja alzada y levantó su copa para brindar con ella.

—También es mi primer aniversario —dijo y pudo ver la tristeza en su rostro.

—¡Ohhh, lo siento, no sabía que estaba casado! —murmuró, iba a agarrar su copa, pero comprobó que estaba vacía y no le quedaba más dinero para pagar otra, así que con todo su descaro le arrebató la suya a su acompañante y se la llevó a los labios—. Quiero que me hagan olvidar, tener una noche loca por primera vez en mi vida y el único hombre que encuentro tiene esposa, bah. Mejor váyase, yo no seré la amante de nadie.

—Lo estaba, es mi primer aniversario desde que me quedé viudo. —Él recuperó su bebida y pidió otra para ella—. Ojalá olvidar fuera tan fácil, pero mírame a mí, un año de su muerte y bebiendo para alejar los recuerdos —él habló con tanto dolor que Diana le acarició el brazo.

En ese momento ambos se miraron y ocurrió una conexión entre ellos.

Una chispa de entendimiento con solo mirarse a los ojos.

Diana se levantó y le ofreció la mano llevando la iniciativa. Él la tomó y la siguió.

 Se fueron besando en cada esquina del local a la vez que bailaban al ritmo de la música.

En cada beso y en cada roce de sus cuerpos el ambiente se fue tornando cada vez más cálido.

—Arriba alquilan habitaciones —le susurró en el oído.

—Al menos podrías decirme tu nombre —le preguntó y ella negó con la cabeza.

—No, nada de nombres, será solo sexo. Llámame, señorita de una noche, que tú serás mi señor guapo —al decir aquellos ambos sabían que la decisión estaba tomada.

Esa noche Diana cometió la primera locura de su vida.

Jamás se había acostado con un desconocido y menos había perdido el control de esa forma.

Ella era una romántica incurable, pero ese día todos sus sueños de un feliz para siempre habían sido arruinados.

Horas después, y tras haber disfrutado de una lujuria desenfrenada, miró al hombre que dormía en la cama.

—Adiós, señor guapo —susurró, se puso la ropa y salió de la habitación.

Decidida, se marchó dispuesta a vender su auto y con el dinero que le dieran sobreviviría hasta que encontrara un trabajo.

Todo iría bien, pensó de forma errónea.

No volvería a ver al señor guapo, pero desde día lo tendría siempre presente.

 

 

 

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