Capítulo 3

Ya era de día cuando la necesidad fisiológica de ir al baño despertó a Rebecca; sentía que su vejiga iba a explotar y se sentó de golpe en la cama, lo cual fue un gravísimo error, al mismo tiempo su cabeza y su estómago dieron vueltas, su parte baja también punzó en un terrible dolor que la dejó congelada.

Muy lentamente se levantó de la cama y se tocó esa parte, realmente le dolía. ¿Se había caído? Debió hacerlo estando ebria porque era evidente que tenía una resaca terrible, entonces, se dio cuenta de que no reconocía el lugar donde estaba, observó detenidamente la lujosa habitación y se percató de la enorme figura bajo las sábanas de la cama que dormía a su lado, no se asustó, estaba preparada mentalmente para cualquier locura que pudiera cometer en ese lugar, así que se acercó lentamente para observar al hombre que yacía profundamente dormido y sonrió.

Rebecca había tenido esta fantasía por mucho tiempo, así que no se arrepentía de nada, ahora entendía que ese extraño dolor localizado en sus partes íntimas era producto de la pérdida de su virginidad con el hombre más guapo que había conocido jamás, era tal y como lo había deseado, por eso, quiso acariciarlo y noto un anillo en su mano, lo observó confundida por un momento tratando de recuperar las piezas de su memoria.

Fragmentos de imágenes de ellos dos en una iglesia de Elvis, prometiendo amarse hasta la muerte, vinieron a su memoria. Una risita tonta abandonó sus labios, qué locura más grande: un tipo gordo vestido de Elvis declarándolos esposos y ellos riendo como locos mientras se besaban; un escenario de lo más excéntrico, pero como bien dictaba el dicho: "Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas".

Becca le dejó un suave beso en los labios a su esposo de mentiras y buscó su ropa para vestirse y marcharse. Estaba contenta porque había tenido la noche que soñó, esa misma de las películas: encontrar un extraño apuesto, "enamorarse", casarse de mentiras y "hacer el amor" por primera vez; Becca sonreía muy feliz porque esta sería la mejor historia de su primera vez que alguien pudiera tener, estaba segura de eso y jamás se arrepentiría de la bonita fantasía que había vivido, al menos por una noche, aunque ahora debiera volver a poner los pies en la realidad.

Cuando llegó a la salita, encontró un taco de notas y decidió dejarle un mensaje a su amor de una noche:

Gracias por darme la mejor noche de mi vida.

Fue un verdadero placer conocerte.

Nunca te olvidaré.

Becca.

Dejó la nota en la mesita de noche junto a su amante, le dio un nuevo beso y salió de la habitación, debía volver a su hotel barato como cenicienta y encontrar a sus amigas para preparar el viaje de regreso que sería en unas horas.

Un par de horas después, el incesante sonido del celular despertó a Charles, tenía la peor resaca de su vida, su cabeza dolía horrores, le martillaba terriblemente y le costaba moverse, también tenía todo su cuerpo adormecido. Se encaminó tambaleante al baño y fue justo cuando se paró frente al espejo que se dio cuenta de que estaba completamente desnudo, se miró a sí mismo con confusión tratando de recordar, pero su mente estaba vacía, completamente en blanco.

Recordaba haber bajado al bar con sus amigos, haber comenzado a beber y luego nada; negó sonriendo, seguramente se habían pegado una borrachera terrible y había tenido alguna aventura. Se asomó a revisar la habitación y vio que estaba vacía, quien haya sido su compañía la noche anterior, ya se había marchado, afortunadamente. Así que se dispuso a darse un buen baño caliente, necesitaba relajar sus músculos, ese sería un día de descanso ya que al siguiente volverían a Seúl y a su ajetreada vida normal.

Para cuando estuvo vestido y se acercó a buscar su reloj, Charles se percató de la nota en la mesita de noche, era muy inusual que le dejaran una nota, le pareció algo curioso así que la doblo y la metió en su billetera como recuerdo, se puso su reloj y salió a buscar a sus amigos, sin notar la argolla dorada que brillaba en el suelo junto a la mesita.

Los días comenzaron con su lenta sucesión y tener que volver a la rutina se sentía demasiado irreal, si le preguntaran a Rebecca, ella hubiera querido quedarse a vivir en Las Vegas, pero no todo puede ser diversión siempre, lamentablemente.

Pasaron dos semanas desde su regreso de esa alocada aventura, Rebecca aún sonreía al recordar a su amante, con el tiempo, las memorias de esa noche se fueron aclarando y empezó a atesorar cada momento, había sido una completa fantasía de principio a fin, realmente encontró un príncipe azul y ella se sentía como cenicienta, solo que no había dejado su zapatilla de cristal para que él la encontrara, así que no tenía ninguna esperanza de volver a ver a ese maravilloso hombre.

Era una lástima, le hubiera encantado seguir en contacto con él, además de ser el hombre más guapo que había conocido, la hizo sentir tan especial que no dudaba de caer completamente enamorada si se siguieran viendo, porque la conexión que compartieron esa noche fue demasiado fuerte. En las noches solitarias, Becca había estado rememorando una y otra vez los momentos que compartieron, los besos, las caricias, las palabras dulces, la manera en la que Charles la mimaba y, al mismo tiempo, la hacía estremecer con sus toques expertos. A pesar de todo, estaba agradecida de haberse entregado a él, no se arrepentía para nada, fue una noche mágica y perfecta.

Con la navidad acercándose y el pronto cierre de sus clases, Rebecca y sus amigas estaban demasiado ocupadas para pensar en cualquier otra cosa, les quedaba tan solo un semestre de universidad y tenían que comenzar a centrarse en su vida profesional. A estas alturas, ninguna de ellas sabía si podrían dedicarse de lleno a lo que querían hacer o si debían buscar algo más estable. Diseñar videojuegos era el sueño de todo aficionado, pero no todos podían hacer una carrera en ese competitivo sector, y mientras que Johanna no tenía que preocuparse por dinero, Rebecca y Donna anhelaban ayudar a sus familias.

Johanna era una chica de origen chino que había venido a estudiar a Corea para escapar de su familia, no sufría ninguna clase de maltrato, simplemente, su padre quería que se casara con un alto ejecutivo para que él ayudara a su hermano mayor a llevar las riendas de la empresa familiar, cuando ella dijo que solo estudiaría diseño y que se dedicaría a eso, su padre le advirtió que en ese caso tendría que hacerlo sola, aprender a trabajar y ganarse la vida porque él no la iba a apoyar, y así fue, por eso es que Hanna vivía con sus amigas, aunque en China fuera una joven heredera, en Corea no era más que una estudiante que debía trabajar para pagar sus gastos.

Donna, por su parte, era una chica de clase media, pero vivía sola en la ciudad desde los dieciocho años, cuando su familia debió mudarse a provincia por la precaria salud de su madre, ella necesitaba un clima más cálido y libre de la contaminación de la ciudad, pero ella estaba pronta a ingresar a la universidad así que se quedó a vivir en Seúl en casa de unos amigos de sus padres, cosa que no funcionó por mucho tiempo.

Tan pronto como se conocieron las tres y vieron que estaban en similares condiciones, decidieron buscar un apartamento juntas para compartir sus gastos, a pesar de tener personalidades completamente diferentes entre sí, congeniaban de maravilla y la convivencia había sido excelente durante esos tres años que llevaban juntas, eran como hermanas que se cuidaban y apoyaban mutuamente.

No guardaban ningún secreto entre ellas, se contaban todo porque la confianza era plena, fue de esa manera que entre risas y bromas descubrieron que las tres jovencitas habían tenido una noche alocada con los tres hombres mayores, las chicas estaban muy impresionadas por los guapos hombres que habían conocido, cada uno era el sueño hecho realidad de ellas y compartieron cada detalle que lograban recordar, porque todas habían estado demasiado ebrias como para tener una imagen completamente clara de esa noche, que sin duda, se convirtió en un momento icónico de sus vidas y que fue la cereza del pastel de lo que habían sido sus desenfrenadas vacaciones en Las Vegas.

Sin embargo, la vida real continuaba y pronto se sumergieron de lleno en sus actividades, dejando atrás esos bonitos recuerdos y a esos apuestos caballeros que ellas sabían perfectamente que nunca volverían a ver en sus vidas.

Al otro lado de la ciudad, donde los empresarios también habían continuado con sus vidas, el cielo comenzaba a oscurecerse anunciando la llegada de una fuerte tormenta. Era una buena metáfora de lo que estaba a punto de suceder.

—Tenemos un problema grave, Charles. —Un alterado Julian irrumpió en la oficina de Charles sobresaltándolo.

—Diablos, Julian, no hagas eso, casi me da un infarto.

—Pues si no te ha dado, con lo que tengo que decirte de seguro te va a dar, llama a Ryan, lo necesitamos.

—¿Qué pasa, Julian? Me estas preocupando.

—Y es preocupante, por eso necesitamos a Ryan aquí.

Charles llamó a su otro amigo mientras ofrecía un trago a Julian, era evidente que lo necesitaba, le preocupaba lo que pudiera alterar de esa manera a su siempre ecuánime abogado.

—Bueno, ya estamos los tres, dinos qué te pasa, Julian. ¿Por qué estás tan alterado?

—No me pasa a mí, te pasa a ti, Charles, pero es culpa nuestra así que debemos asumir la responsabilidad y ayudarte a salir de este problema.

—¿Qué pasa, Julian? Habla de una vez que me tienes nervioso.

—Estaba organizando los documentos requeridos para la fusión con la filial en China, ya sabes, cosas de rutina, pero de pronto mi secretaria no pudo conseguir el documento de Libertad Patrimonial, no aceptaban expedirlo, así que hice mis averiguaciones porque era muy raro que un trámite de rutina se complicara. —Julian veía a su amigo rubio con total angustia en la cara sin saber cómo proceder.

—¿Y bien? —Charles ya se encontraba muy ansioso, los rodeos de su amigo no le ayudaban.

—Resulta que la causa del problema es que no tienes libertad patrimonial, Charles.

—¿Cómo que no? Todos mis bienes están a mi nombre y la junta de accionistas tiene participación mínima, eso nunca ha sido un problema antes.

—No sé cómo decirte esto, así que solo voy a soltar la bomba —Julian suspiró profundo y continúo—: Estás casado, Charles.

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