—Yo era el único imbécil que asumía que tú me querías —continuó Lucas—. Me inventé un mundo entero contigo. Me aferré a gestos, a silencios, a esas miradas que yo creía exclusivas... Pensaba que era el único hombre al que mirabas con dulzura, con ternura.Y entonces bajó la mirada, como si le doliera contemplarla, como si cada rasgo en su rostro le devolviera la imagen distorsionada de un amor que solo vivía en su cabeza.—Pero ahora sé que a Richard también lo miras así. Con esa misma suavidad. Con esos mismos ojos de promesa vacía. Sabes fingir tan bien, Marfil, que me impresiona...Había un temblor en su voz, algo que no era ira ni despecho, sino una tristeza tan honda que parecía haberle nacido en el alma.—Estás equivocado, Lucas —dijo ella, y por un instante pareció que toda la escena cambiaba de color—. Yo te quiero.Él se quedó inmóvil. Como si le hubieran arrancado de golpe las paredes de su argumento. Como si aquellas palabras hubieran quebrado algo que ni siquiera sabía que
De pronto, una voz femenina, una distinta, se hizo presente.—Lucas...Su nombre fue pronunciado con suavidad, pero bastó para que él girara la cabeza, como si ese llamado tuviera el poder de arrancarlo de la oscuridad en la que acababa de hundirse. La voz provenía de unos metros más atrás, y cuando la mirada de Lucas se deslizó hacia esa dirección, sus ojos se encontraron con los de Marissa.Estaba allí, de pie, con el rostro parcialmente iluminado por los faroles de la calle, envuelta en una brisa que le alborotaba el cabello con indiferencia. Observaba la escena frente a ella —a Lucas, a Marfil, al abismo que se abría entre ambos— con una expresión imposible de descifrar. No había enojo, pero tampoco alivio. Era una mezcla cautelosa de muchas emociones reunidas en un solo rostro, como si supiera que acababa de llegar al final de una película que ya no podía detener.Lucas no la esperaba. No sabía que había estado tan cerca, ni que lo había visto. Marissa no lo había acompañado a la
La última frase estaba cuidadosamente elegida. No necesitaba señalar a nadie: todo el mundo sabía a quién se refería.Los ojos de Marfil centellearon. Dio un paso al frente, clavándole la mirada.—Eso no puede ser. Lucas jamás andaría contigo.—¿Y por qué estás tan segura? —preguntó Marissa, sin dejarse amedrentar.—Porque él me quiere a mí —declaró Marfil—. Es más, hace tan solo unos minutos, antes de que llegaras, estábamos hablando de ello.Marissa sintió una punzada aguda en el pecho, como si cada palabra se le hubiera clavado directo al corazón. Pero no lo mostró. Se tragó la incomodidad, la duda, la herida. No le daría el gusto a Marfil.Lucas, por su parte, desvió la mirada con incomodidad. Sabía que no debía haber dejado que eso se dijera así. Sabía que debía decir algo… pero no encontraba cómo. Lo único que sentía era el nudo en el estómago y el miedo de que Marissa se alejara.—Bueno… las personas cambian de opinión —alegó Marissa—. Así como también pueden cambiar de sentimi
Era un día soleado cuando Kisa caminaba por la calle en dirección a la parada de autobús, intentando calmar los nervios que le retumbaban en el pecho. Llevaba puesta una falda elegante y una camisa blanca de vestir, buscando proyectar un aire profesional pero cómodo. En sus manos llevaba una carpeta, con todos sus documentos importantes apretados con fuerza contra su pecho. Cada tanto, sus dedos tamborileaban sobre la cubierta, como si la presión de sostenerla la ayudara a mantenerse enfocada."Mi nombre es Kisa Maidana, tengo 23 años…" murmuraba en voz baja, repasando en su cabeza cómo iba a presentarse. Se repetía una y otra vez sus respuestas, practicando cómo sonaría todo: desde la presentación hasta la explicación de sus habilidades y de por qué creía que podía aportar algo a esa empresa tan distinguida.No se había hecho muchas ilusiones cuando envió su solicitud en el área de "gestión de llamadas" en la prestigiosa empresa automotriz "Fankhauser Aether Motors". Honestamente, pe
Kisa extrajo su celular de su pequeña cartera y sus dedos temblaron un poco mientras marcaba el número de emergencias. Sabía que no podía hacer más por su cuenta, pero tenía claro que no dejaría sola a esa niña ni por un segundo.La mujer se agachó de nuevo y tomó el rostro de la pequeña entre sus manos, secándole las lágrimas con la delicadeza de quien sostiene algo frágil. La niña seguía llorando, su carita estaba roja y húmeda, y los mocos se mezclaban con sus lágrimas.—Hiciste muy bien en pedir ayuda, eres una chica valiente —manifestó Kisa, con una voz suave y tranquilizadora, aunque su pecho aún estaba apretado por la preocupación.La niña sollozó, pero asintió débilmente mientras Kisa seguía limpiándole la cara con cuidado.—Ahora llamaré a alguien para que lleve a tu papá al hospital, ¿está bien? —agregó, acariciándole el cabello para calmarla un poco más.La niña asintió de nuevo con la respiración aún temblorosa, pero empezando a regularse. Kisa finalmente marcó al número y
Los paramédicos comenzaron a trabajar en Royal con rapidez y precisión. Uno de ellos colocó un pulsioxímetro en su dedo para medir la saturación de oxígeno y la frecuencia cardíaca, mientras el otro palpaba la arteria carótida en su cuello para confirmar la presencia de pulso.—Tiene pulso, pero es extremadamente débil. No supera los 40 latidos por minuto —dijo el primero.—Respira, pero la ventilación es superficial. Vamos a colocar oxígeno.Con movimientos rápidos, ajustaron una mascarilla de oxígeno en el rostro de Royal. Mientras tanto, el otro paramédico preparaba un monitor cardíaco. Le colocaron electrodos adhesivos en el pecho, conectando los cables para obtener un electrocardiograma.—Bradicardia severa, podría entrar en paro si no se estabiliza —expuso uno de ellos.Mientras tanto, Kisa observaba todo con nerviosismo. No entendía términos médicos, pero escuchando que su pulso era débil y que podía entrar en paro, era fácil deducir que su situación no era nada buena. Por for
El equipo médico comenzó su trabajo de inmediato, pero las condiciones del paciente parecían cada vez más desconcertantes. La enfermera conectó rápidamente el monitor de signos vitales, esperando al menos ver alguna señal mínima de vida. Pero la pantalla permaneció en blanco, mostrando una línea plana, sin actividad cardíaca. El médico, un hombre experimentado con años de práctica en emergencias, se acercó al paciente con calma, pero su rostro reflejaba la seriedad del momento.—No hay signos vitales —dijo, mientras comenzaba a revisar manualmente las pulsaciones en el cuello y la muñeca del hombre, buscando alguna señal de vida en las arterias principales. Sin embargo, las dos pruebas fueron negativas. Ningún pulso detectable. Por lo tanto, procedió a la reanimación, realizando compresiones torácicas. Sin embargo, no hubo respuesta favorable.El médico suspiró, no sorprendido, pero preocupado por la inusitada rapidez con que el hombre había colapsado. Miró al equipo con una mirada de
Kisa se volvió hacia Coral, que seguía dormida en su regazo, ajena a todo lo que había sucedido. Kisa abrazó más fuerte a la niña, susurrándole palabras de consuelo mientras trataba de encontrar una forma de enfrentar lo que venía.La mujer, aún abrazando a Coral, miró al médico con un aire de incertidumbre mientras trataba de procesar la noticia. Después de un silencio incómodo, en el que solo se oían los suaves suspiros de la niña dormida, el médico habló.—Hemos revisado sus pertenencias. Está identificado, tenemos su documento de identidad y todo está en orden. El problema es que no encontramos ningún número de contacto de emergencia. Su teléfono está bloqueado, no podemos acceder a él, y no hay ningún registro que nos ayude a contactarlos.Kisa asintió, sintiendo un nudo en el estómago. El pensamiento de que el hombre estuviera allí, solo, sin que nadie supiera qué había sucedido, le causaba un profundo malestar. Además, la niña en sus brazos, tan vulnerable, no merecía pasar por