La noche cayó sobre la ciudad con su velo de luces tenues y murmullos distantes. En el lujoso restaurante del club, Marfil y Richard compartían una cena en un ambiente íntimo y sofisticado. La iluminación cálida proyectaba sombras suaves sobre el mantel de lino, mientras el suave tintineo de los cubiertos contra la porcelana se mezclaba con la música ambiental. Conversaban con fluidez, perdiéndose en anécdotas y detalles sobre sus vidas, explorando territorios desconocidos el uno del otro, descubriendo pequeñas verdades que se deslizaban entre risas discretas y miradas curiosas. Richard hablaba de su infancia, de sus aspiraciones, de la manera en que siempre había sentido que su vida estaba predestinada a algo más, mientras Marfil, con una copa de vino en la mano, le confesaba fragmentos de su historia, pinceladas de una vida llena de decisiones y ambiciones ocultas. No había prisas ni segundas intenciones; solo dos personas enredadas en el placer de una conversación que fluía como un
Cuando Richard dejó a Marfil en la mansión de los Royal, la joven no imaginaba que aún le esperaba otra sorpresa. Apenas puso un pie dentro, fue recibida por una cálida celebración. La sala principal estaba adornada con detalles discretos pero elegantes. Coral fue la primera en acercarse con una sonrisa radiante, seguida por Kisa y Royal, quienes la recibieron con afecto.—¡Feliz cumpleaños, Marfil! —exclamó Kisa con entusiasmo, extendiéndole un pequeño paquete envuelto en un lazo dorado.Marfil parpadeó, algo sorprendida. No había esperado una celebración más, y menos después de la velada con Richard. Minutos después, Kisa tomó asiento cómodamente en uno de los sillones con una manta ligera sobre las piernas, acariciando distraídamente su vientre. Ya había pasado suficiente tiempo para que su embarazo comenzara a notarse, y su silueta reflejaba esa nueva etapa con una dulzura especial. Marfil notó cómo Royal se mantenía a su lado en todo momento, con la mirada atenta a cada gesto de
Lucas seguía sin comprender del todo.—¿Pero qué ha cambiado exactamente? —preguntó, a lo que Richard se tomó un momento antes de responder.—Voy a empezar a trabajar en la empresa familiar pronto. Eso significa que estaré mucho más ocupado y no podré dedicarle a Abigail el tiempo que merece.—¿Y qué? Abigail siempre ha sido comprensiva contigo. Nunca te ha reclamado por nada, mucho menos por algo como el trabajo.Richard apretó los labios en una fina línea.—No es solo eso… en cualquier momento, empezará a pedirme más de lo que puedo darle. Necesito estar con alguien que entienda mi situación, que entienda mis responsabilidades y mi trabajo.Lucas lo miró aún más extrañado.—Richard… Abigail siempre te ha entendido. ¿De verdad crees que eso es lo que está pasando? —hizo una pausa y luego soltó con más seriedad—. Dime la verdad… ¿qué es lo que sucede? ¿Acaso... conociste a alguien más?Richard se quedó en silencio por unos segundos, sosteniendo la mirada de Lucas con una expresión ind
Era un día soleado cuando Kisa caminaba por la calle en dirección a la parada de autobús, intentando calmar los nervios que le retumbaban en el pecho. Llevaba puesta una falda elegante y una camisa blanca de vestir, buscando proyectar un aire profesional pero cómodo. En sus manos llevaba una carpeta, con todos sus documentos importantes apretados con fuerza contra su pecho. Cada tanto, sus dedos tamborileaban sobre la cubierta, como si la presión de sostenerla la ayudara a mantenerse enfocada."Mi nombre es Kisa Maidana, tengo 23 años…" murmuraba en voz baja, repasando en su cabeza cómo iba a presentarse. Se repetía una y otra vez sus respuestas, practicando cómo sonaría todo: desde la presentación hasta la explicación de sus habilidades y de por qué creía que podía aportar algo a esa empresa tan distinguida.No se había hecho muchas ilusiones cuando envió su solicitud en el área de "gestión de llamadas" en la prestigiosa empresa automotriz "Fankhauser Aether Motors". Honestamente, pe
Kisa extrajo su celular de su pequeña cartera y sus dedos temblaron un poco mientras marcaba el número de emergencias. Sabía que no podía hacer más por su cuenta, pero tenía claro que no dejaría sola a esa niña ni por un segundo.La mujer se agachó de nuevo y tomó el rostro de la pequeña entre sus manos, secándole las lágrimas con la delicadeza de quien sostiene algo frágil. La niña seguía llorando, su carita estaba roja y húmeda, y los mocos se mezclaban con sus lágrimas.—Hiciste muy bien en pedir ayuda, eres una chica valiente —manifestó Kisa, con una voz suave y tranquilizadora, aunque su pecho aún estaba apretado por la preocupación.La niña sollozó, pero asintió débilmente mientras Kisa seguía limpiándole la cara con cuidado.—Ahora llamaré a alguien para que lleve a tu papá al hospital, ¿está bien? —agregó, acariciándole el cabello para calmarla un poco más.La niña asintió de nuevo con la respiración aún temblorosa, pero empezando a regularse. Kisa finalmente marcó al número y
Los paramédicos comenzaron a trabajar en Royal con rapidez y precisión. Uno de ellos colocó un pulsioxímetro en su dedo para medir la saturación de oxígeno y la frecuencia cardíaca, mientras el otro palpaba la arteria carótida en su cuello para confirmar la presencia de pulso.—Tiene pulso, pero es extremadamente débil. No supera los 40 latidos por minuto —dijo el primero.—Respira, pero la ventilación es superficial. Vamos a colocar oxígeno.Con movimientos rápidos, ajustaron una mascarilla de oxígeno en el rostro de Royal. Mientras tanto, el otro paramédico preparaba un monitor cardíaco. Le colocaron electrodos adhesivos en el pecho, conectando los cables para obtener un electrocardiograma.—Bradicardia severa, podría entrar en paro si no se estabiliza —expuso uno de ellos.Mientras tanto, Kisa observaba todo con nerviosismo. No entendía términos médicos, pero escuchando que su pulso era débil y que podía entrar en paro, era fácil deducir que su situación no era nada buena. Por for
El equipo médico comenzó su trabajo de inmediato, pero las condiciones del paciente parecían cada vez más desconcertantes. La enfermera conectó rápidamente el monitor de signos vitales, esperando al menos ver alguna señal mínima de vida. Pero la pantalla permaneció en blanco, mostrando una línea plana, sin actividad cardíaca. El médico, un hombre experimentado con años de práctica en emergencias, se acercó al paciente con calma, pero su rostro reflejaba la seriedad del momento.—No hay signos vitales —dijo, mientras comenzaba a revisar manualmente las pulsaciones en el cuello y la muñeca del hombre, buscando alguna señal de vida en las arterias principales. Sin embargo, las dos pruebas fueron negativas. Ningún pulso detectable. Por lo tanto, procedió a la reanimación, realizando compresiones torácicas. Sin embargo, no hubo respuesta favorable.El médico suspiró, no sorprendido, pero preocupado por la inusitada rapidez con que el hombre había colapsado. Miró al equipo con una mirada de
Kisa se volvió hacia Coral, que seguía dormida en su regazo, ajena a todo lo que había sucedido. Kisa abrazó más fuerte a la niña, susurrándole palabras de consuelo mientras trataba de encontrar una forma de enfrentar lo que venía.La mujer, aún abrazando a Coral, miró al médico con un aire de incertidumbre mientras trataba de procesar la noticia. Después de un silencio incómodo, en el que solo se oían los suaves suspiros de la niña dormida, el médico habló.—Hemos revisado sus pertenencias. Está identificado, tenemos su documento de identidad y todo está en orden. El problema es que no encontramos ningún número de contacto de emergencia. Su teléfono está bloqueado, no podemos acceder a él, y no hay ningún registro que nos ayude a contactarlos.Kisa asintió, sintiendo un nudo en el estómago. El pensamiento de que el hombre estuviera allí, solo, sin que nadie supiera qué había sucedido, le causaba un profundo malestar. Además, la niña en sus brazos, tan vulnerable, no merecía pasar por