La madre de los niños, hizo lo que prácticamente le ordenó el esposo, buscó atuendos que abrigaran bien a los niños y a ella misma, les dio medicamento para evitar que por alguna razón, se les subiera la temperatura después de haber estado mucho tiempo debajo de la lluvia torrencial, estrechándolos a ambos entre sus brazos, agradeciéndole a Dios que habían encontrado a Sarah con bien y que tenía a sus hijos sanos y salvos, pues ellos eran el regalo más preciado que le había dado la vida, eran su tesoro de incalculable valor.
Los acomodó en el asiento trasero del auto, les colocó el cinturón de seguridad a cada uno, les dio la bendición, los besó con todo el amor que le recorría en las venas, y los miraba como si quisiera grabar sus caritas en su memoria para siempre.
Ian, que aún no se dormía, le llamó la atención a su madre, tomándola de la mano.
―Mamita, ¿estás bien?
―Sí, mi pequeño, todo está bien, solo estoy un poco cansada, pero no deberías preocuparte por eso, por cierto, tú deberías descansar para reponer energías y ayudarme un poco con tu hermanita cuando despierte, yo debo estar atenta mientras papá maneja hacia la ciudad.
―Pero yo me puedo quedar despierto y cuidarte a ti y a Sarita, mientras papá maneja, mamita.
―Umm, vamos a hacer un trato, tú descansas un rato y luego, lo hago yo, y así nos turnamos y me ayudas ¿te parece buena idea?
Ian, lo pensó un instante y recibiendo la sonrisa de su madre, mientras él se la devolvía en complicidad, estiró su dedo meñique para enlazarlo con el de ella y así, cerrar el trato.
―¡Trato hecho, mamá!. Dormiré un poco, pero no te olvides de despertarme, ¿de acuerdo?
―De acuerdo, mi amor, duerme ya. Dios te bendiga. Te amo.
―Yo también te amo, mamita.
Esa noche la familia Gold Myerston, volvería a su hogar bajo una tormenta torrencial, luego de haber pasado un gran susto y con él, un buen consejo de una anciana sabia, pero que lamentablemente, no fue tomado en cuenta.
La carretera cada vez se hacía más resbaladiza, la lluvia no paraba de caer y el terror abrazaba a la madre de Sarah, quien se encontraba mirando a todos lados, tratando de entender qué los había llevado hasta ese punto, sobre todo a su esposo, de ser tan intolerable, incluso si de la propia familia y su bien, se tratase.
―Insisto, debimos hacer caso a la anciana y quedarnos en la cabaña, pernoctar hasta mañana o al menos hasta que la tormenta hubiese cesado ―dice la mujer, rompiendo el silencio mientras su esposo maneja.
―No estoy para tus reproches, sabes muy bien que no podía quedarme, debíamos volver, tengo trabajo y una junta muy importante.
―No conocemos la carretera y la tormenta se hace cada vez más fuerte, casi no se ve el camino, por favor, retornemos a la cabaña, hablemos con la casera, estoy segura de…
―¡Olvídalo, mujer! Ya vamos muy adelantados y no pienso devolverme, estaremos bien, lo prometo. ―La interrumpe el esposo mientras limpia el parabrisas con un paño.
―No se ve nada, ¿por qué eres tan terco? El trabajo puede esperar, es muy peligrosa la vía o ¿Acaso no escuchaste lo que dijo la anciana que rescató a Sarah?
―Lo escuché perfectamente pero no voy a perder mi trabajo por los consejos de una estúpida anciana, ya deja de repetir lo mismo y ayúdame a limpiar el vidrio que está empañado y no logro ver bien.
A la esposa no le quedó de otra que asentir a lo que le dijo su marido, aunque no estuviera de acuerdo.
Por otra parte, la anciana que les había aconsejado que no salieran esa noche, al ver el auto marcharse en la lejanía, cerró los ojos haciendo una negación mientras que con su mano derecha se persignaba ante el peligro que corría la familia, al haber tomado esa decisión.
Los truenos y relámpagos, eran espeluznantes, la tormenta era cada vez más densa, las luces de los postes estaban apagadas y la oscuridad se había apoderado de la carretera, por lo que el camino de retorno prácticamente había desaparecido.
Los niños dormían pero Sarah, se movía bruscamente en su asiento, tenía una de esas pesadillas que la acechaban noche a noche.
«Sarah, no temas», «No tengas miedo» «Estamos muy cerca de ti» escuchaba la niña en sus sueños…
―No, por favor, ¡Déjenme en paz! ¡Mamita, mamita! ¿A dónde te has ido? ¡Auxilio! ¡Auxilio! ―Repetía Sarah una y otra vez.
«Pronto vendrás a mííí, a tu destino», le susurraba aquella recurrente voz.
―Mi niña, ¡Despierta! ¡Despierta! ―Le decía su madre mientras se desabrochaba el cinturón, para moverla un poco y sacarla de ese mal sueño.
―¡Mamita! ¡Tengo mucho miedo! ―Acota Sarah al despertar.
―Tranquila hijita, fue una pesadilla. Ven aquí. ―Le dice su madre mientras le desabrocha el cinturón a ella, y la lleva al asiento delantero para consolarla.
―No es propio que la lleves contigo aquí adelante, el pavimento está resbaladizo por la lluvia, es peligroso. ―Le dice el esposo, quien intenta ver la carretera.
―Lo sé, es solo un momento mientras logro calmarla.
―Mami, ¿Qué pasa? ¿Por qué Sarah va adelante contigo? ―Pregunta Ian, estirándose al despertar.
―Tuvo una pesadilla, pero ya la devuelvo a su asiento. ¡Ve mi niña!, quédate junto a tu hermano. Ian ¿puedes abrazar a tu hermana, hasta que vuelva a conciliar el sueño? ―Responde mientras besa a su pequeña hija en la frente.
―Sí mamita, ¡Ven conmigo, hermanita!
Ian se desabrocha el cinturón de seguridad para tener mejor movilidad y abrazando a su hermana se quedan dormidos.
Al cabo de unos minutos, el auto comienza a vibrar de forma extraña, la lluvia no cesaba, la carretera seguía sin verse, la mujer se había quedado dormida y el esposo, no sabía qué estaba ocurriendo por lo que se distrae intentando centrar su mente en el origen de la vibración del mismo.
El paño con el que limpia el parabrisas se le cae, desvía su mirada para tomarlo y en ese instante, siente que ha golpeado el auto con algo contundente, sin saber si fue un objeto, señalización o algún animal, sin embargo, sigue su camino sin darle mucha importancia.
―¿Qué ha pasado? ―Pregunta la mujer, sobresaltada.
―No lo sé, creo que golpeé con algo pero no nos podemos detener, está muy oscuro, no sabemos qué animales puedan estar por esta zona.
De lejos, se escucha el aullido de un lobo.
―¡Oh por Dios! Hay lobos por aquí. Debimos quedarnos, pero tú...
―No vas a empezar otra vez con lo mismo. Llevo horas manejando pero no lloverá para siempre, en cualquier momento escampará, deja de molest…
En ese momento, pierde el control del auto, el cual patina en el pavimento, golpeando con el hombrillo, por más que lo intenta no puede controlar el volante y, este se va por un desfiladero, dando vueltas en el aire y finalmente, cayendo al vacío.
A causa del impacto, los niños salieron volando del auto, cayendo a varios metros, el padre estaba inconsciente con una fuerte herida en la cabeza que no paraba de sangrarle, y la madre, también herida pero consciente, aunque muy aturdida por el golpe, volteó hacia el asiento trasero donde estarían sus hijos; al no verlos, se desesperó al punto de intentar buscarlos con la mirada, a través de la ventana, pero la neblina y la oscurana se lo impedía.
―¡Los niños! ¡No están los niños! Amor, por favor despierta, ―decía a su esposo, moviéndolo, pero este no reaccionaba, ―los niños no están en el auto, y no sé donde puedan estar ahora ¡Sarah! ¡Ian! ―decía la mujer entre sollozos, tratando de desabrocharse el cinturón, el cual estaba trabado.
―¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Alguien que nos ayude! ―decía la mujer, pero no había nadie que los socorriera, por el lugar no había nadie y mucho menos bajo la inminente lluvia.
Se escucha una vez más el aullido de los lobos, quizás un poco más cerca que la vez primera, lo que hizo desesperar más a la mujer.
―¡Oh, Dios mío! Esos lobos están cada vez más cerca y no puedo zafarme para buscar a mis niños. ¡Mis bebés! Sarah, Ian ¿Dónde están? ―Intentaba gritar pero el nudo en la garganta y el llanto, no se lo permitían. ―Y este m*****o cinturón que no se abre, ¿En qué momento pasó todo esto? ¡Padre santo, que mis niños estén vivos! ¡Te lo ruego!
Los intentos por salir a buscar a sus hijos, fueron en vano, en cuestión de segundos, el auto se prendió en llamas y explotó, quedando los padres de Ian y Sarah, irremediablemente, atrapados en él.
La profecía estaba por cumplirse.
La lluvia fue cesando poco a poco, mostrando el satélite lunar en el firmamento tras aquella fatídica noche de tormenta. Por un lado, se llenaba de luminosidad mientras que por el otro, solo se llenaba de sombra y bruma.Desde lejos se escuchaban los lobos aullar una y otra vez, anunciando la llegada de la luna esperada a su manada.Habían transcurrido muchas noches para que la luna destinada, encontrara su camino. El camino con el que salvaría el futuro de una manada de lobos a punto de desaparecer a causa de una profecía.―Dorys, por fin ha llegado el momento, la compañera destinada para Lyam está aquí―dice el rey Alfa a su ama de llaves, quien ha trabajado para la familia desde hace más de doscientos años y por lo tanto, pertenecido a la manada desde entonces.―Sí amo, lo he visto. Pero ha de llegar muy asustada, sus padres perecieron en el accidente en el pozo de los desdichados, aparte, no sabemos como vaya a reaccionar..―No te preocupes por eso, estará bien, aún es una niña y l
El niño salió corriendo del salón, tratando de escapar de esa familia que él no conocía y que por lo visto, no iba a aceptar. Quería huir de todo lo que le estaba pasando, pues no entendía como su vida había cambiado en cuestión de segundos. Pensaba que tan solo unas horas antes, su vida era de ensueño, tenía una familia feliz, una casa donde reinaba la unión, un padre muy trabajador y una madre muy amorosa, así como una hermanita tan dulce como la miel, aunque algo miedosa y a quien él tenía que cuidar y proteger en todo momento, tal como se lo había dicho su progenitora y de la misma forma, hacerlo prometer que lo haría siempre. Lo que no se explicaba, era como su pequeña hermanita estaba tan tranquila, luego de todo lo que estaban pasando y, basado en lo que decían los demás, la desgracia que los embargaba.«Tengo que escapar de aquí, buscar a mi madre hasta encontrarla, ella no puede estar muerta como dice Sarah», pensaba Ian mientras buscaba la salida.El niño corre en dirección
Sarah despierta sobresaltada, sudando frío y sentándose en la cama, con el nombre de su hermano en los labios. Mira hacia los lados aún en la penumbra de la habitación que ocupaba, en busca de alguna respuesta del paradero de Ian entre las premoniciones que llegaban a ella durante su sueño.―¡Sarah! Estoy aquí ―le dice Ian entrando a la habitación.―¡Ian! Gracias a Dios, has vuelto. No sabes lo asustada que estaba. ―expresa la jovencita abrazando a su hermano. ―No vuelvas a alejarte de mí, por favor, pensé que te perdía así como perdimos a nuestros padres.―Perdóname Sarah, eso no va a volver a pasar. Estuve muy asustado, esas raíces querían llevarme, me sentí como en una pesadilla, solo pensaba en volver, aunque no es esta casa ni con estas personas con quienes quisiera estar pero...―Pero gracias a ellos, es que estás aquí y deberías ser más agradecido, ellos son las únicas personas que nos pueden socorrer en estos momentos en los que estamos tan solos.―Sarah, papá y mamá deben est
El príncipe Lyam, estaba muy emocionado al saber que su Luna destinada, estaba en casa, aunque no esperaba que llegara de esa manera tan trágica, sabía que en cualquier momento estaría ahí, muy cerca de él. Estaba al tanto de ello, pues por las noches soñaba con ella, sentía su aroma dulce a pesar de la gran distancia que los separaba, aún siendo un niño, conocía de la profecía. Su madre antes de morir, se lo había anunciado en un sueño, a decir verdad, muy parecido a los que solía tener con Sarah. Esa noche, aunque hizo muchas preguntas que su nana Dorys no le contestó, durmió con una sonrisa dibujada en los labios, al punto de olvidarse de la existencia del otro niño que habia llegado con su esperada Luna. Por su parte, Ian y Sarah, dormían en la habitación de la otra ala de la casa, aunque al principio el cansancio los venció, durante la madrugada, ninguno de los dos podía dormir, pues las pesadillas, se apoderaron de su tranquilidad. «Mamita, no por favor no me sueltes, no me
Sus manos temblaron un poco. Él sabía que en cualquier momento, ella llegaría, solo que no estaba del todo seguro para cuando sería. De pronto, el rastro de su olor lo hubo perdido, por lo que no sabía, cuando la vería de frente. Los nervios casi lo traicionaban, sus palabras no terminaban de salir, siquiera para saludarla o para invitarla a que probara el atol que les había hecho su nana para desayunar.Todo era muy confuso para Lyam, mientras que para Sarah todo parecía ser más sencillo de lo que parecía.―¡Hola! Yo soy Sarah ―le dice mirándolo mientras sonríe ―Y él, es mi hermanito Ian.―¡Ho.. Ho.. Hola! Sa... Sarah, ehh, sí, ya saludé a tu hermano, Yo soy, Lyam ―le dice titubeando un poco.―¡Hola, Lyam! Es un gusto conocerte, espero que podamos ser buenos amigos ―comenta Ian antes de probar bocado. ―Por cierto, esto está delicioso señora, muchas gracias.―A la orden mi muchachito, veo que te ha gustado el atol acanelado ―responde Dorys, sonrojada.―Espero que sí, es más, estoy seg
Los niños aprovecharon que el día estaba claro, alegre y hasta parecía mágico, para salir a dar una vuelta por los alrededores, tal y como Dorys y el Rey Alfa, lo habían dispuesto. Era una buena idea, buscar todas las formas posibles para que los hermanitos Gold Myerston, se distrajeran, al fin y al cabo, tenían que olvidar un poco, todo lo que les había ocurrido unas pocas horas antes, para poder continuar su vida, pues ya tenían, de hecho, una segunda oportunidad para hacerlo.Afuera el espacio estaba cubierto de árboles, el sol se derramaba en las colinas, las flores adornaban todo el lugar, mientras que algunas frutas caídas alfombraban los jardines y parte del bosque, El lugar era hermoso y acogedor.Por su parte, los otros miembros de la manada, ya estaban al tanto de la llegada de los nuevos integrantes, sabían que estaban destinados a seguir con ellos por el transitar de la vida, tanto humana como lobuna.Conocían, aunque no a fondo, que Sarah era la luna esperada por el viejo
―Buenos días amo, con permiso. Dorys nos dijo que quería vernos.―Sí muchachos, necesito mucho de su apoyo. ―Usted dirá amo, estamos para servirle.―Como ya deben saber, los niños que han llegado a nuestra manada han sido aquellos del accidente de la otra noche de tormenta. Entre esos niños, está la luna destinada para mi pequeño Lyam, lo que necesito es que los cuiden muy bien, pero que sobre todo, protejan a la pequeña Sarah, pues ella es la única persona que puede salvar a nuestra manada de aquella terrible profecía.―Sí señor, estaremos al pendiente de la pequeña luna.―Nadie en lo absoluto, debe enterarse que es ella la luna que esperábamos con tanto anhelo, pues el Rey de la manada oscura, ha de estar muy pendiente de ello.―Descuide señor, nosotros estamos para eso y para cuidar de nuestra gente como lo hicieron nuestros antepasados.―Confío en ustedes. Traten que los niños, no se alejen tanto de los alrededores, aunque Lyam conoce la situación, es probable que como niños, tie
Los niños jugaban tranquilamente en las inmediaciones del caserón del Alfa de la manada Luna Plateada, compartían la inocencia y la imaginación con otros niños contemporáneos con ellos. Jugaban y reían sin parar.Por un lado, los cuidaban los hombres que el Rey había dispuesto para ello pero, al otro extremo, Julio los miraba detenidamente, guardando todo lo que hacían los niños en su memoria, para ir luego a contarle las buenas nuevas al malvado Rey y, de esa manera, él decidiera qué iba a hacer con los niños, o... en realidad con la pequeña niña que desprendía suaves y duraderos olores.Así pasaron varios días, entre la seguridad y la inseguridad, que le generaba aquel hombre malvado.Por las noches, Sarah, comenzó a tener nuevamente aquellas pesadillas que la acorralaban cuando vivía con sus padres en la ciudad. Luego de la partida física de estos, Sarah creyó que ya esos malos sueños, no se apoderarían de ella, pues estaba consciente, que estaba en el lugar al que fue llamada desd