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Capítulo 8. Reclamos.

Capítulo 8.

Reclamos.

Gildris no está segura de seguir adelante con todo esto, está nerviosa y tiene ciertas dudas, se mordisquea la uña de su pulgar mientras se mueve de un lado al otro. ¿En qué se ha metido? ¿Qué clase de vida tiene Brittaney? ¿Acaso no ama a su esposo? ¿Será que todo es por el dinero? Gildris está inquieta, su corazón no se detiene, intenta calmarse, se sienta en la cama pensando en su madre, a la que llama para saber de ella.

C: Estoy bien, mi niña. ¿Tú llegaste bien? ¿Cómo está todo?

G: No los he mamado, creo que no debí aceptar este empleo, es muy difícil.

C: Calma, mi niña, tú puedes hacerlo, no hay nada que no puedas hacer; ya verás que todo saldrá bien, tú confía en ti.

G: Te extraño mucho, mamá.

C: Yo a ti, cariño, apenas es el primer día, no puedes rendirte, solo son unas semanas; tú puedes hacerlo.

Gildris llora en silencio, sabiendo en el gran problema que se ha metido.

Tras cortar la llamada, Gildris se acomoda en el balcón para observar el paisaje. Desde su habitación se ve gran parte del hermoso jardín; hay una amplia piscina y un extenso estacionamiento, también hermosos jardines florales. Ella admira el paisaje, mientras la brisa juega con su cabello; está distraída hasta que lo nota en su silla de ruedas admirando el paisaje. Su expresión es lamentable, cansada, como si en su corazón existiera una gran agonía, un vacío. Algo en ella se recibe al verlo, un destello de esperanza; no sabe qué sentir ante esta situación, pero solo serán unas semanas, luego Brittney volverá y ella simplemente se irá.

Gildris entra a la habitación, sin notar que Bastián también la observaba discretamente, con dudas en su corazón, por momentos ella parece genuina, mientras que en momentos lo hace sentir incómodo, como si fuera la misma mujer arrogante de la que se enamoro, aunque al principio no era así, cuando se conocieron, Brittney era una mujer alegre, inteligente, con esa belleza única que lo atraía por completo, poco a poco fue cayendo en sus encantos y en la cama ella lo satisface totalmente, le encanta todo eso de ella, pero con él tiempo, se fue volviendo más imponente, arrogante, con todos los que la rodean, su prepotencia lo ha hecho perder mucho el interés en ella, además que todo en ella en cuanto tienes cuánto vales, detalles que no conocía y que fueron saliendo después de casarse, un año de jefe a empleada, amigos, novios, y dos de casados y parece que él tiempo hace su jugada, porque ella cambia cada vez más, volviéndose indiferente incluso en la cama, para ella todo es fiestas, salidas, viajes, y compras, dinero, nada más, por eso lo confunde su cambio de actitud, cuando últimamente no hacen más que pelear, demostrando lo que su familia dice, que ella es una interesada y que cometió un error en casarse con ella, él no quiere creer que sea así, por eso aún está con ella en contra de todo, y de todos, aunque ese accidente a cambiado muchos las cosas, incluso a estado pensando en divorciarse de ella. Bastián no hace más que pensar en su situación, se queda por varios minutos en el balcón y regresa a la habitación, donde con dificultad se sube a la cama que antes compartía con su esposa y que ahora se siente más fría y vacía que nunca.

*

Tras pasar las horas, en medio de la madrugada, siendo ya casi las 3 am, Gildris se levanta ante la alarma de su celular, recordando dónde está y lo que tiene que hacer. Camina en pasos lentos a la habitación de Bastián; ella toca dos veces y él no le responde, lo que la lleva a abrir la puerta, encendiendo la luz. Lo ve dormido con un libro en la mano; ella se aproxima quitándole el libro, notando que es de su autor favorito, Mario Benedetti: “La tregua”. Es sonríe ligeramente, ya que es una de sus novelas favoritas; no esperaba que un hombre como él leyera ese tipo de libros.

Sus movimientos lo despiertan; él abre los ojos, en silencio, asustándola ante su fría mirada.

—¡Demonios! —dice, soltando el libro al suelo.

De inmediato ella se agacha a recogerlo, golpeando su cabeza con la mesita de noche, siendo habitual su torpeza.

—Lo siento, vine a darte la pastilla —dice ella, dejando el libro sobre la mesita y aproximándose a buscar la pastilla y un vaso de agua para él.

—¿Con estas dos es suficiente por hoy?

—Sí, hasta las 7 am, te toca el protector gástrico y dos pastillas más.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta que el doctor lo indique; algunas son hasta que ya no tengas fiebre. ¿Cómo te sientes? —pregunta ella tocándolo, lo acaricia suave, deslizando sus manos por su cuello, siendo detenida por él.

Ante su agarré, Gildris se tensa; ambos se miran por unos segundos, ella le baja la mirada, incapaz de soportar su contacto visual, y retira lentamente su mano de su agarré.

—No tienes fiebre, eso es bueno. ¿Me dejas revisar la herida?

En silencio, Bastián se aleja, acomodándose para que ella lo revise. Gildris evalúa la zona, notando que está sangrando.

—Te curaré de nuevo, te ayudaré a ponerte de lado.

—¿Me haces un favor?

—Sí, dime, ¿qué necesitas?

—Rasca mi codo, me pica el yeso.

Ella sonríe ligeramente, se acerca notando que la zona está roja, tiene algunos granitos de la calor; ella le coloca en la zona Herdez y alivia su picazón por completo, lo que lo alivia mucho. Ella continúa curando su herida, mientras él permanece descansando; se relaja al sentir que ella lo trata con delicadeza. Al terminar, lo cubre con la cobija hasta las caderas y se aleja.

—Descansa, Bastián.

—Tú también, Brittney.

Al salir, él permanece en el lugar en el que lo dejó; algo en ella aún no lo convence, tiene dudas en su corazón, como si en el fondo la Brittney de hace unos días atrás fuera una mujer totalmente ajena a esta.

*

Un nuevo día, al despertar, Gildris se asea y se cambia con un vestido corto y se coloca sus pantuflas, recogiendo su cabello en un moño alto; su cabello le causa calor, y ella está acostumbrada a recogerlo. Lista, ella sale en busca de Bastián, pero no lo encuentra en la habitación, así que supone que está abajo. Le lleva sus pastillas, encontrándolo efectivamente en el comedor, tomando su café mientras lee el periódico.

—Buenos días, Bastián, me alegro que ya tengas algo en el estómago, tus medicamentos —dice ella, entregándole su medicina.

—Buen día. —Él se queda en silencio, al mirarla sin maquillaje, con su cabello recogido, un vestido y pantuflas. ¿Dónde dejó a la exuberante mujer que ni al desayuno viene sin sus costosos zapatos Louis Vuitton?

—¿Pasa algo?—pregunta Gildris al ver su expresión de desconcierto, preocupada de haber hecho algo que Brittney no hace.

—Nada, siéntate a desayunar, necesitamos hablar sobre un retiro de dinero que hiciste hace unos días.

—¿Retiro? —Gildris se tensa al no saber qué le va a responder.

—Sí… —Él le da un documento—. Habló de ese retiro de 50.000 mil dólares, ¿para qué los sacaste?

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