Ricardo siempre fue descarado y envidioso, esa era una de las características que más resaltaban en él. De niño siempre le hizo la vida pesada y de cuadritos a Daniel. Sobre todo, después de que el papá de Ricardo y la madre de Daniel muriesen en aquel fatídico accidente. Ambos eran huérfanos, pero mientras que, Daniel contaba con su padre para consolarlo, Ricardo no tenía a nadie; su madre acabó dejándolos tanto a él como a su padre, sin pensarlo dos veces antes de siquiera él cumplir los tres años. Esa etapa terminó endureciendo el corazón de su primo, haciéndolo un niño amargado, altanero y perverso en ocasiones, lo que a su abuelo le costaba muchos dolores de cabeza, preocupaciones y dinero para poder sacarlo de problemas que adjudicó a la falta de sus padres. Sin embargo, no existía algo que pudiera justificar su comportamiento. Daniel siempre fue el que acataba las reglas y quien en más de una ocasión tuvo que pagar por las proezas perversas de su primo. —No has debido ser tan
Daniel miró sobre su hombro el rostro de su esposa y lo supo, fue como si lo leyera en ella. Lo sabía. Ahora Katherine conocía el motivo principal de su matrimonio acordado, pero intuía que eso era lo de menos. Katherine querría también conocer los detalles y pormenores de la relación tan disfuncional que existía entre él y Ricardo, y, quién era la mujer en discordia.¡Maldición! Ricardo había logrado revelar mucho más de lo esperado con esa visita. Logró que todos los malos momentos se agolparan sobre él como un bólido.—Creí que no debía dejarte solo, aunque por lo visto ha sido una estupidez de mi parte —ella dijo simulando tranquilidad—. Debo aprender a escuchar mis instintos.—Katherine, sé que quieres respuestas y prometo dártelas, pero… no ahora —agregó un cansino, Daniel.—Claro. Por mí no te detengas… —acotó con desinterés, aun cuando por dentro se moría de celos—. ¡Digo! Después de todo, tienes todo un año para decírmelo.—Kat… Ángel, no es momento —Daniel negó con la cabeza
La inesperada visita de Ricardo a la hacienda logró incomodar y trajo malos presentimientos en Daniel. Resultaba inevitable que no fuera de tal modo, sobre todo, sabiendo de lo que podía ser capaz Ricardo. Algo oculto se mecía tras esa aparición. Ricardo no tendía a aparecer en la vida de sus allegados, sin que planeara algo. Al menos se enteró en ese momento y no antes de su matrimonio con Katherine. Lo cierto era que no lo agarraría desprevenido esta vez. No se dejaría llevar tan fácil por el clamor de la sangre, y los fuertes lazos que los unía. Por un momento, percibió atisbos de tristeza en la mirada de su esposa, que no supo cómo interpretar al oír las palabras de Ricardo. Katherine caminaba de regreso a la casa, algo consternada y descolocada por las ya recientes revelaciones, concedidas sin petición por el nefasto primo de Daniel. Todavía se preguntaba cómo era que alguien tan atractivo podía estar cubierto por un aura tan oscura y lúgubre. Sus intenciones no decentes predo
Al volver a la sala donde se hallaba su padre esperando por ella. Escuchó más voces y las identificó, Daniel y Eduardo también estaban con él. Regresó para pedir más bebidas a Marina y unos minutos después entraba a la sala para incorporarse. Daniel la miró y asintió leve hacia ella, como queriendo saber si estaba bien. Ella le sonrío y con un suspiro caminó hasta el muchacho. Debían fingir que todo marchaba sobre rieles, que eran un matrimonio real y no sólo un irrisorio acuerdo. Daniel se levantó la besó en la sien y la hizo sentarse a su lado. Guillermo Deveraux observó con detenimiento cómo su hija parecía más tranquila al lado de su esposo, aun cuando sabía que todo aquello del matrimonio solo fue un impulso de su rebelde hija. Aun así, siempre quiso saber si era capaz de llevar a cabo su atolondrada idea de casarse. Eso lo llevó a revivir aquella advertencia luego de la discusión sostenida el día previo a su información. *** —¿Adónde vas ahora, Katherine? —Su
Antes de que Guillermo partiera, ella tenía que saber cada detalle de la repentina partida de Anna, no le gustaba tener que romper la paz justo cuando esta parecía instaurarse entre ellos. —Papá, no quiero que te vayas sin antes saber por qué Anna no está viviendo en la casa. —La joven tanteaba el terreno con mesura—. Sé que tú la contrataste y que toda vez que yo me fuera, ella no tenía más que hacer allí, sin embargo, me sorprendió que ella no se despidiera de mí. ¿Tuvieron alguna discrepancia? Guillermo respiró hondo sin inmutarse demasiado. Recordar los motivos que condujeron a la señorita Collins a renunciar, aun cuando sospechaba que su decisión habría sido tomada antes de entrar a su oficina, le causaban pena. Debía reconocer que, demasiada paciencia tuvo aquella mujer con él. En tanto, debía admitir que a él su presencia también le hacía falta, junto a ella y su hija formaban una familia estable. Anna fue la mujer constante en su vida por mucho tiempo. Tanto que la costumbre
Daniel sabía que la impetuosa de Alicia se contenía de no soltar una diatriba. Claro que era consciente de la atracción que la joven sentía por él, sin embargo, la vio crecer prácticamente ante sus ojos, no podía más que tener sentimientos fraternales hacia ella. No le atraía porque se tratase de ella, sino porque sus sentimientos mudaron en cuanto entró Katherine a su vida. Incluso a esa altura, no sabría cómo ponderar sus emociones hacia Ivette. Lo supo en el momento en que Ricardo le echó en cara que se había quedado con su exprometida.Ya no sentía ni rabia. No era igual cuando miraba a su esposa tan cerca de Eduardo. ¡Por Dios, si sentía hasta celos de la yegua que su esposa se adjudicaba como propia!—¡Ella ni siquiera es tu mujer! —Alicia pareció indignada y se cruzó de brazos.Katherine subió las cejas en sorpresa por el comentario emitido.«Pequeña arpía».Daniel, por su lado, la miró icástico.—Eso no es tu problema, Alicia —la increpó con voz firme.—No duermen juntos, no s
Daniel pasó la mano por su cabello en desesperación. Estaba más que claro, que su respuesta no resultó la más idónea. Estaba también, dándose cuenta de lo terca que llegaba a ser cuando se lo proponía—Katherine, me gustas. Te deseo. Esa es la verdad —él le aclaró.—Eso no es suficiente para que nos involucremos en algo que no ha debido ser.—No ha debido ser… —murmuró él con acritud—. ¿De verdad crees que no ha debido ser? Porque yo no lo creo —debatió—. Katherine, no comenzamos del modo tradicional, aun así, lo que está destinado a ser será así, y punto.—Está bien, admitamos que nos gustamos, que existe esa especie de química, excusa mal inventada —murmuró entre dientes—. ¿Qué es lo que debe suceder, ahora?—Supongo que debemos encontrar el modo, ¿no?... de que lo que sea que deba pasar, pase sin salir mal en el proceso. —Daniel hizo una pausa y se acercó a ella un paso a la vez, creyendo que se movería. No lo hizo.—Mal en el proceso. Parece una broma —masculló ella—, el modo serí
Daniel le acarició la mejilla con el pulgar, hasta detenerse en su labio inferior. No podía perder la paciencia ante sus constates negativas a lo que estaban viviendo y sintiendo, él también tenía las mismas inseguridades que ella, antes había perdido en aquella trampa de amor entre Ivette y él. Sabía que podía estar siendo egoísta, porque Katherine se merecía un amor puro y sin temores ni demonios del pasado. Una parte de él se negaba a sentir amor por ella, porque sabía lo doloroso que podía resultar de no ser real y sólido. Era simple, no quería seguir en el camino de la negación.—No es atracción por proximidad, Katherine. —Hubo una pausa, que la hizo dudar—. Yo te escogí para ser mi esposa, sin entender que primero te escogió mi corazón, pero tan terco y roto como estaba, me negué. Negué el hecho de que me gustaba convivir día a día contigo, que amaba oírte reír, escuchar tu voz, lograr enervarte, molestarte. Era como si de ese modo, solo así, podía tenerte. De esa manera éramos