A Katherine le gusta el fuego y jugar con él. Veremos qué sucede cuando las cosas ardan de verdad. Saludos y besitos desde Venezuela.
El camino a la ciudad, estuvo regido por un inconmensurable silencio. Daniel solo se limitó a mirar al frente y ella a observar el paisaje y lo destrozada que se encontraban las carreteras. Katherine se aturdió de tanto silencio, así que encendió la radio para matar el tiempo. Sacó su celular en busca de señal, pero nada. Resopló. La radio sonaba. Sin embargo, el silencio no dejaba de ser incómodo. —¿Qué es lo que necesitas? —Daniel quiso saber. «¿Amor? ¿Mi vida de vuelta? ¿El divorcio?», sopesó muchas cosas, mas no se atrevió a decirlas. —Algunas cosas de uso personal, quiero ir al banco a sacar dinero y comprarle algunas cosas al perro —respondió negándose a mirarlo. —Bien, haremos todo eso entonces —mencionó con acritud. Todavía podía sentir los celos reverberando por sus venas. Prefirió callar antes de terminar diciendo cosas que los colocara de nuevo en extremos opuestos. El silencio volvió a hacerse presente, hasta que llegaron al centro de la ciudad. —Detente en la esqui
¿Y ahora qué se supone que debería hacer?No tenía nada en que ocuparse en la ciudad, y tampoco es que recorrerla le llevara dos horas. Sus pensamientos eran cíclicos y desgastantes. Todos confluían en ella, en Katherine. En esa ansiedad que le generaba estar lejos de ella aun cuando compartieran un hogar. Queriendo sentirse el dueño y conformarse.Miró su celular y observó que restaban cincuenta y cinco minutos para reunirse con ella, justo cuando iba a soltarlo, este sonó. Sintió la bilis ascender por su esófago al ver el número. Durante semanas estuvo evitando esa llamada, tenía montones de mensajes de voz en su buzón.—¡Papá! —respondió con tono cansino.—¡Vaya! Hasta que te dignas a atenderme, Daniel —su padre le reprochó.—He estado muy ocupado —su respuesta fue seca.—¿Por qué no me avisaste que estabas en la ciudad? Sigo siendo tu padre por si se te olvidó —su progenitor hablaba con él como si fuera un niño al que podía seguir dominando.—¿Qué quieres, papá? Estoy muy ocupado
Pasaron dos días desde la conversación entre él y Katherine en el desayuno. No pudo negar lo mucho que se divirtió en su momento, sin embargo, se había dejado llevar por el imperativo adolescente que habitaba dentro de sí. Verla rabiosa y, sobre todo, ese fuego que se avivaba en sus ojos cada vez que él la hacía perder los estribos, era señal de que la indiferencia no era un problema en su relación.Aquel día con precisión, los celos se hicieron presentes cuando supo que ella iba a la ciudad con el veterinario, todo parecía írsele de las manos, como el agua y la arena. No importaba cuanto intentara detenerla. Debía admitirlo. Ese día la conversación con su padre terminó arrojándolo a las puertas del infierno. Katherine por su parte se mantuvo callada durante todo el trayecto. Marina le informó antes de irse esa mañana a supervisar las labores de la hacienda, que no quiso cenar y temió que hubiera sido por esa visita a la oficina de su padre. Él no quiso interrogarla al respecto.Sin e
Ricardo siempre fue descarado y envidioso, esa era una de las características que más resaltaban en él. De niño siempre le hizo la vida pesada y de cuadritos a Daniel. Sobre todo, después de que el papá de Ricardo y la madre de Daniel muriesen en aquel fatídico accidente. Ambos eran huérfanos, pero mientras que, Daniel contaba con su padre para consolarlo, Ricardo no tenía a nadie; su madre acabó dejándolos tanto a él como a su padre, sin pensarlo dos veces antes de siquiera él cumplir los tres años. Esa etapa terminó endureciendo el corazón de su primo, haciéndolo un niño amargado, altanero y perverso en ocasiones, lo que a su abuelo le costaba muchos dolores de cabeza, preocupaciones y dinero para poder sacarlo de problemas que adjudicó a la falta de sus padres. Sin embargo, no existía algo que pudiera justificar su comportamiento. Daniel siempre fue el que acataba las reglas y quien en más de una ocasión tuvo que pagar por las proezas perversas de su primo. —No has debido ser tan
Daniel miró sobre su hombro el rostro de su esposa y lo supo, fue como si lo leyera en ella. Lo sabía. Ahora Katherine conocía el motivo principal de su matrimonio acordado, pero intuía que eso era lo de menos. Katherine querría también conocer los detalles y pormenores de la relación tan disfuncional que existía entre él y Ricardo, y, quién era la mujer en discordia.¡Maldición! Ricardo había logrado revelar mucho más de lo esperado con esa visita. Logró que todos los malos momentos se agolparan sobre él como un bólido.—Creí que no debía dejarte solo, aunque por lo visto ha sido una estupidez de mi parte —ella dijo simulando tranquilidad—. Debo aprender a escuchar mis instintos.—Katherine, sé que quieres respuestas y prometo dártelas, pero… no ahora —agregó un cansino, Daniel.—Claro. Por mí no te detengas… —acotó con desinterés, aun cuando por dentro se moría de celos—. ¡Digo! Después de todo, tienes todo un año para decírmelo.—Kat… Ángel, no es momento —Daniel negó con la cabeza
La inesperada visita de Ricardo a la hacienda logró incomodar y trajo malos presentimientos en Daniel. Resultaba inevitable que no fuera de tal modo, sobre todo, sabiendo de lo que podía ser capaz Ricardo. Algo oculto se mecía tras esa aparición. Ricardo no tendía a aparecer en la vida de sus allegados, sin que planeara algo. Al menos se enteró en ese momento y no antes de su matrimonio con Katherine. Lo cierto era que no lo agarraría desprevenido esta vez. No se dejaría llevar tan fácil por el clamor de la sangre, y los fuertes lazos que los unía. Por un momento, percibió atisbos de tristeza en la mirada de su esposa, que no supo cómo interpretar al oír las palabras de Ricardo. Katherine caminaba de regreso a la casa, algo consternada y descolocada por las ya recientes revelaciones, concedidas sin petición por el nefasto primo de Daniel. Todavía se preguntaba cómo era que alguien tan atractivo podía estar cubierto por un aura tan oscura y lúgubre. Sus intenciones no decentes predo
Al volver a la sala donde se hallaba su padre esperando por ella. Escuchó más voces y las identificó, Daniel y Eduardo también estaban con él. Regresó para pedir más bebidas a Marina y unos minutos después entraba a la sala para incorporarse. Daniel la miró y asintió leve hacia ella, como queriendo saber si estaba bien. Ella le sonrío y con un suspiro caminó hasta el muchacho. Debían fingir que todo marchaba sobre rieles, que eran un matrimonio real y no sólo un irrisorio acuerdo. Daniel se levantó la besó en la sien y la hizo sentarse a su lado. Guillermo Deveraux observó con detenimiento cómo su hija parecía más tranquila al lado de su esposo, aun cuando sabía que todo aquello del matrimonio solo fue un impulso de su rebelde hija. Aun así, siempre quiso saber si era capaz de llevar a cabo su atolondrada idea de casarse. Eso lo llevó a revivir aquella advertencia luego de la discusión sostenida el día previo a su información. *** —¿Adónde vas ahora, Katherine? —Su
Antes de que Guillermo partiera, ella tenía que saber cada detalle de la repentina partida de Anna, no le gustaba tener que romper la paz justo cuando esta parecía instaurarse entre ellos. —Papá, no quiero que te vayas sin antes saber por qué Anna no está viviendo en la casa. —La joven tanteaba el terreno con mesura—. Sé que tú la contrataste y que toda vez que yo me fuera, ella no tenía más que hacer allí, sin embargo, me sorprendió que ella no se despidiera de mí. ¿Tuvieron alguna discrepancia? Guillermo respiró hondo sin inmutarse demasiado. Recordar los motivos que condujeron a la señorita Collins a renunciar, aun cuando sospechaba que su decisión habría sido tomada antes de entrar a su oficina, le causaban pena. Debía reconocer que, demasiada paciencia tuvo aquella mujer con él. En tanto, debía admitir que a él su presencia también le hacía falta, junto a ella y su hija formaban una familia estable. Anna fue la mujer constante en su vida por mucho tiempo. Tanto que la costumbre