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3° El regalo de la reina.

El rey salió de la habitación después de ponerse la armadura dorada, miró a Rahyra como si quisiera decirle algo, pero cerró la boca y Salió.

Un par de doncellas entraron a la habitación y tomaron el vestido de novia que reposaba en el suelo. La sangre sobre el edredón eran apenas un par de gotas, pero significaban toda una vida de castidad y pureza que se habían ido esa noche.

Miles, millones de mujeres, hubieran dado lo que fuera para que su primera vez fuera con el rey del primer mundo, pero ella no, y por la actitud del hombre notó que él lo había detestado tanto como ella, eso la hizo sentir un poco mejor, ambos habían sido obligados por el deber de sus estirpes.

Se vistió en silencio mientras las mujeres le ayudaban y luego salió, con la cabeza alta y respiró profundo antes de entrar al cubículo que los llevaría al banquete. Se preguntó por qué no podrían ir a pie si estaba tan cerca.

El rey no la miró durante el trayecto, casi como si se sintiera avergonzado, pero nunca perdió su gesto huraño. Era atractivo, mucho, la barba corta y el cabello largo, parecía un rey de verdad, y el entrecejo apretado no le quitaba majestuosidad.

— Deja de mirarme — le dijo él después de un momento y Rahyra casi saltó, miró hacia el suelo y así se quedó hasta que los porteadores se detuvieron frente al salón de banquetes.

Rahyra salió, el rey la estaba esperando y ella se sintió avergonzada aún más, no recordaba si él era Máximo o Maxwell. Se agarró del brazo de su esposo, la incomodidad que tenía entre las piernas le impedía caminar bien.

Entraron al salón y la música se detuvo, el sol había caído y solo las antorchas iluminaban el oscuro salón. Las personas aplaudieron y vitorearon al rey y a su mujer, todos sabían de donde venían y de hacer qué y le resulto humillante. Su hermano Raeyron, el mayor, la miraba con un gesto apretado de preocupación desde la mesa principal. Él tampoco sabía que ella ocuparía el lugar de su hermana.

— Con ustedes — dijo un hombre en voz alta, la música se detuvo al igual que todos los ruidos —  Maxwell Lévesque, rey del primer mundo y su esposa Rahyra de la estirpe Leroy. Que su mandato sea eterno — toda la sala replicó al unísono:

— ¡Qué su mandato sea eterno!

Caminaron hasta la mesa principal donde estaba la familia real, Rahyra se sentó junto al rey, y le costó encontrar una posición para que el ardor leve que tenía no le incomodara, pero el vestido era estorboso y le impedía moverse.

Ella estaba a la derecha del rey, a su izquierda el consejero de la corona, que era el segundo hombre más importante del primer mundo y tambien la familia del rey, su hermana y hermano y tambien los padres, todos la miraron, unos con resentimiento y otros, como el hermano menor, con curiosidad.

— ¿Dónde está tu hermana menor? — le preguntó el rey y a Rahyra le tembló la voz.

— Está un poco indispuesta este día, majestad, espero que no le moleste — le dijo con elegancia, pero él no contestó nada más.

El banquete continuó, la música de los violines llenó el aire al igual que las risas y las conversaciones calurosas. Un grupo de muchachas de una mesa lejana miraba a Rahyra y se reía, se burlaban de ella y Rahyra entendió las razones, no es que tuviera algo que de verdad produjera risa, solo eran envidiosas de casas menos grandes que la suya y la odiaban por quedarse con el trofeo más grande de todo el primer mundo.

Rahyra levantó la copa que tenía hacia ellas y las muchachas palidecieron e hicieron los mismo, era hora que entendieran que de quien se burlaban era de su reina.

Los regalos comenzaron a llegar, y le sorprendió el ver que la gran mayoría de los líderes de cada estirpe parecía conocer bien su gusto por el arte y la lectura. De seguro en cuanto la vieron aparecer por la puerta de la iglesia idearon un plan de espionaje para ver qué preferiría la nueva reina como regalo.

Le dieron libros del mundo antiguo, telas de colores variados para sus vestidos y tambien muchas joyas representativas de cada estirpe. El rey parecía abstraído en una conversación con su consejero y no le prestó atención a ni uno de los regalos para su esposa.

Un hombre llegó con una canasta llena de frutas del color del sol, parecían frescas y jugosas, las dejó frente a Rahyra.

— Mi reina — le dijo, tenía aspecto fino y ropas caras — frutas de luz de la isla del amanecer — Rahyra había escuchado mucho de esa isla y sus exquisiteces, así que agradeció, tomó una de las frutas y cuando la llevaba a su boca la mano del rey se atravesó y ella mordió suavemente la piel de sus dedos. luego lo miró con duda. Él le habló al hombre que había traído la fruta.

— ¿De qué estirpe eres? — le preguntó y el hombre tragó saliva.

—Horak, mi señor — el rey se inclinó hacia el hombre.

— Qué raro —le dijo, aún no había quitado la mano de la fruta que sostenía Rahyra — los Horak son rubios de ojos azules — el hombre era moreno.

— Soy un primo lejano — los guardias reales dieron un paso al frente, dispuestos a atacar al hombre, pero el rey los detuvo con solo un gesto.

— Entonces no habrá ningún problema con que de el primer bocado —el rey le quitó la fruta de la mano a su esposa y se la tendió al hombre.

— Majestad, es un regalo para su esposa — el rey tenía la mano extendida hacia él y el hombre miró alrededor, no tenía salida, tomó la fruta y le dio un gran mordisco — Fin al primer mundo y al rey falso — dijo, era la frase de los enemigos del reino y después blanqueó los ojos y cayó al suelo en medio de convulsiones hasta que se quedó inmóvil. Rahyra miró con la boca abierta la canasta y las apartó de ella, el rey tomó una de las amarillentas frutas y le dio un mordico. Rahyra lo miró sorprendida, pero después de un minuto el veneno no pareció hacerle daño.

— Era un veneno fuerte —dijo él — como Luz de luna o cerezas de bosque — le dijo a su consejero. Rahyra recordó que los Lévesque eran inmunes al veneno, o eso se rumoreaba,  por eso el símbolo de su estirpe era una serpiente. Él se volvió hacia ella y le habló con desprecio — espero que seas más cuidadosa para la próxima, el reino está en guerra y tu cabeza ahora es tan valiosa como la mía — Rahyra sintió que le palpitó fuerte el corazón. Volteó a mirar a la mesa de su padre donde él le sonrió con tristeza, entendiendo que las razones que Rahyra tenía para evitar esa vida a su hermana menor eran justificadas.

— Lo siento, majestad, seré más cuidadosa — él rey se volvió de nuevo hacia ella.

— Luego arreglaremos el asunto de que te hiciste pasar por tu hermana —el rostro de Rahyra se debió de poner muy rojo — pagarás por eso.         

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